Mi bella vecina de enfrente, a la que no conozco y a la que conozco tan bien, se desviste en el suntuoso cuarto de baño iluminado con candelabros de oro, y como, por descuido, no ha cerrado los pesados cortinajes, yo puedo ver a través del vidrio y la muselina como se mueve su imagen entre el marco engalanado de un espejo que se inclina.
Una a una caen las estolas, las batistas a continuación, y, una vez que saca las medias negras, toda la sonrosada blancura de su maravilloso cuerpo desnudo llena el espejo, mientras que al regreso del baile mi bella vecina de enfrente, a la que no conozco y a la que conozco tan bien, se desviste en el suntuoso cuarto de baño iluminado con candelabros de oro.
Por desgracia, marquesa tal vez, o duquesa, o real alteza, ella no me juzgaría digno de aspirar el perfume de uno de sus guantes perdidos. Pero, en mi balcón, yo me inclino y me sitúo como es debido, y, en el espejo, mi reflejo, mezclado con el suyo, enlaza con brazos ardientes y besa con mil besos a mi hermosa vecina de enfrente a la que no conozco y que conozco tan bien.
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