lunes, 2 de septiembre de 2024

La serenata india. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Me levanto desde sueños de ti
En el primer dulce dormir de la noche
Cuando los vientos respiran suave
Y las estrellas relumbran brillantes:
Me levanto desde sueños de ti,
Y un espíritu en mis pies
Me ha llevado -¿quién sabe cómo?-
A la ventana de tu cuarto, ¡Dulce!

Los aires vagabundos desmayan
Sobre lo oscuro, la corriente silenciosa
Los aromas de Champak caen
Como dulces pensares en un sueño
La queja del ruiseñor
Muere sobre su corazón
Como yo sobre el tuyo
¡Oh, amado como tú lo eres!

¡Oh elévame de la hierba!
¡Muero!, ¡Desmayo! ¡Caigo!
Deja que tu amor en besos llueva
Sobre mis párpados y labios pálidos.
Mi mejilla es fría y blanca, ay!
Mi corazón late alto y rápido;
¡Oh! Apriétalo contra el tuyo de nuevo
donde al final se romperá.


Filosofía del amor. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Las fuentes se unen con el río
y los ríos con el Océano.
Los vientos celestes se mezclan
por siempre con calma emoción.
Nada es singular en el mundo:
todo por una ley divina
se encuentra y funde en un espíritu.
¿Por qué no el mío con el tuyo?

Las montañas besan el Cielo,
las olas se engarzan una a otra.
¿Qué flor sería perdonada
si menospreciase a su hermano?
La luz del sol ciñe a la tierra
y la luna besa a los mares:
¿para qué esta dulce tarea
si luego tú ya no me besas?


Himno a la belleza intelectual. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

I
La abrumadora sombra de algún Poder nunca visto
Flota aún sin ser vista, entre nosotros, visitando
Este mundo variado con alas inconstantes
Como el viento de Verano que se arrastra de flor a flor
Como rayos de luna que llueven detrás de alguna montaña aguda,
Visita con mirada inconstante, asomando
A cada corazón y semblante humanos;
Como los tonos y armonías del ocaso,
Como nubes dispersas en la luz de las estrellas,
Como recuerdo de la música huida,
Como algo que por su gracia puede ser
Querido, y aún más querido por su misterio.

II
Espíritu de la Belleza, que consagras
Con tus propios tonos todo sobre lo que brillas
Del pensamiento o la forma humana, ¿a dónde has ido?
¿Por qué traspasas y dejas nuestro estado,
Este oscuro y vasto valle de lágrimas, vacío y desolado?
Pregunta por qué no siempre la luz del sol
Teje arco-iris sobre aquel río de montaña,
Por qué algo debe caer y desaparecer una vez desenvuelto,
Por qué el miedo y el sueño y la muerte y el nacimiento
Arrojan sobre la luz del día de esta tierra
-Tal penumbra- por qué el hombre tiene tal espectro
Para el amor y el odio, el desaliento y la esperanza?.

III
Ninguna voz de mundo más sublime ha jamás
Dado a un sabio o a un poeta estas respuestas
Así los nombres de Demonio, Espíritu, y Cielo
Quedan como recuerdos de su vano intento,
Frágiles conjuros -cuyo encanto pronunciado puede no saber distinguir,
Entre todo lo que oímos y todo lo que vemos,
Duda, chance y mutabilidad.
Tu luz sola -como arrastrada sobre las montañas-
O música enviada por el viento de la noche
A través de las cuerdas de un quieto instrumento,
O la luz de la luna en una corriente de medianoche,
Da gracia y verdad al sueño inquieto de la vida.

IV
Amor, esperanza y estima propia: como nubes parten
Y vuelven, en préstamo fugaz.
Como si el hombre fuera inmortal y poderoso,
Si tú, desconocida e imponente como eres,
Apareces firme con tu gloriosa escolta;
Tú, mensajera de los sentimientos
Que crecen y decrecen en los ojos de los amantes;
Tú, que das alimento al pensamiento humano
Como la oscuridad a una llama que muere;
No te marches de aquí como llegó tu sombra,
No te marches, no vaya a ser que la tumba sea
Como la vida y el miedo, una oscura realidad.

V
Cuando aún de niño buscaba espíritus y logré
Entre muchos un lugar para escuchar, cueva y ruina
Y un bosque estelar, persiguiendo con pasos temerosos
Esperanzas de altas charlas con los muertos idos.
Llamé con los nombres envenenados con los que alimentan nuestra juventud;
No fui escuchado, no los vi
Mientras pensaba profundamente en el terreno
De la vida, en ese dulce momento en el que los vientos están captando
Todas las cosas vitales que despiertan para traer
Novedades de pájaros y pimpollos,
De pronto, tu sombra cayó sobre mí,
¡Grité, y apreté mis manos en éxtasis!.

VI
Prometí que dedicaría mis poderes
A ti y a lo tuyo -¿no he cumplido el voto?-
Con el corazón palpitante y los ojos en lágrimas aún ahora
Llamo a los fantasmas de miles de horas
Cada cual desde sus tumbas sin voz: ellos, en jardines de ensueño
De estudioso celo o deleite de amor
Han observado conmigo la envidiosa noche,
Ellos saben que nunca el gozo alumbró mi frente
Sin unirse a la esperanza de que tú liberarías
A este mundo de su oscura esclavitud
De que tú, oh imponente Belleza
Darías cualquier cosa que estas palabras no puedan expresar.

VII
El día se torna más solemne y sereno
Cuando pasa el mediodía hay una armonía
En Otoño y un lustre en su cielo
Que a través del Verano no es oído ni visto,
¡Como si no pudiera ser, como si no hubiese sido!
Así deja tu poder, como la verdad
De la naturaleza en mi pasiva juventud
Su calma -a uno que te adora a ti-
Y a toda forma que te contenga a ti,
A quien, bello espíritu, tus conjuros sí ataron
A temerse a sí mismo y amar a toda la humanidad.


Para Fanny Godwin. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Su voz tembló cuando nos separamos,
y aunque no supe que su corazón estaba roto
hasta mucho después, me fui sin atender
las palabras que entonces nos dijimos.
¡Sufrimiento, oh sufrimiento
este mundo es demasiado ancho para tí!


Poemas III. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

A la Luna.


Estás pálida por el cansancio
De escalar inmensos cielos y mirar fijamente la tierra,
Errante y sin compañía
Entre estrellas que nacieron en distintas épocas,
Y siempre cambian, como un ojo triste,
¿Descubres así que ningún objeto merece su constancia?





Me levanto desde sueños de ti.


Me levanto desde sueños de ti
En el primer dulce dormir de la noche
Cuando los vientos respiran suave
Y las estrellas relumbran brillantes:
Me levanto desde sueños de ti,
Y un espíritu en mis pies
Me ha llevado -¿quién sabe cómo?-
A la ventana de tu cuarto, amada.

Los aires vagabundos desmayan
Sobre lo oscuro la corriente silenciosa,
Los aromas de Champak caen
Como dulces pesares en un sueño
La queja del ruiseñor
Muere sobre su corazón
Como yo sobre el tuyo
¡Oh, amada como tú lo eres!.

¡Oh, elévame de la hierba!
¡Muero! ¡Desmayo! ¡Caigo!
Deja que tu amor en besos llueva
Sobre mis párpados y labios pálidos.
Mi mejilla es fría y blanca, ¡ay!
Mi corazón late alto y rápido;
¡Oh! apriétalo contra el tuyo de nuevo
Donde al final se romperá.





Tiempo ha pasado.


Como el fantasma de un viejo amigo muerto
Es lejano pasado,
Un tono que huye ahora para siempre,
Una esperanza que ya es para siempre pasado,
Un amor tan dulce no podía durar,
Eran tiempos pasados.

Hubo dulces sueños en las noches
De un tiempo ya pasado
Y eran su tristeza o su encanto
Cada día una sombra lanzada hacia delante
Que nos hizo desearlo y podría aún hacer durar
Esos tiempos ya pasados.

Hay pesar, casi remordimiento,
Para el tiempo ya pasado.
Es como a su pequeño niño
Un padre mira y cultiva al fin.
La belleza es como el recuerdo
De un tiempo ya pasado.





Cuando las voces suaves mueren.


Cuando las voces suaves mueren,
Su música vibra aún en la memoria,
Cuando las dulces violetas enferman,
Su aroma pervive dentro de los sentidos que ellas vivifican.

Las hojas de la rosa, cuando la rosa muere,
Se apilan en la cama del amante;
Y así en tus pensamientos, cuando tú te hayas ido,
El Amor mismo seguirá durmiendo.





Ozymandias.


Conocí a un viajero de un antiguo país
que me dijo: hay en el desierto dos grandes piernas,
sin tronco, de piedra. Cerca, medio hundido
en la arena, yace un rostro destrozado. En su ceño,
en sus labios fruncidos, en su frío gesto de dominio y desprecio,
selladas sobre estas cosas sin vida
bien leyó su escultor las pasiones que aún sobreviven
a la mano y corazón de aquel que las tallaba.
Y aparecen en el pedestal estas palabras:
"Me llamo Ozimandias, rey de reyes.
Contempla mis obras, tú, poderoso y desespera."
Nada permanece. Alrededor de la decadencia
de esta inmensa ruina, ilimitada y desnuda
se extiende lejana la arena solitaria.


Poemas II. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

A una violeta marchita.


La flor ha perdido el aroma
que alentaba igual que tus besos.
Su color ya se ha diluido
tras brillar solamente en ti.

Su forma muerta, enjuta, hueca,
yace en mi pecho abandonado
burlando al corazón ardiente
con su quietud fría y callada.

Mis lágrimas no la reaniman.
Mis suspiros no la reviven.
Su suerte muda y resignada
debiera ser ahora la mía.





Su voz tembló cuando nos separamos...


Su voz tembló cuando nos separamos,
Y aunque no supe que su corazón estaba roto
Hasta mucho después, me fui sin atender
Las palabras que entonces nos dijimos.
¡Sufrimiento, oh sufrimiento este mundo
Es demasiado ancho para ti!.





Tiempo.


¡Insondable mar!, cuyas olas duran años,
Océano del tiempo cuyas aguas de profunda pena
Son salobres como lágrimas humanas.
Tu inundada orilla, en tu marea y movimiento
Supera los límites de la mortalidad.

Y, enfermo de presa, aullando aún más fuerte,
La furia que llevas dentro hace naufragar buques en tu inhóspita orilla,
Traidor en la calma, y terrible en la tempestad,
¿Quién osará ponerse delante de ti,Insondable mar?





Un lamento.


¡Oh mundo! ¡Oh vida! ¡Oh tiempo!
En cuyos últimos pasos yo subo
Temblando a donde antes había estado de pie,
¿Cuándo volverá tu gloria primera?
¡Nunca más, oh ya nunca más!

Fuera del día y de la noche
Una alegría ha tomado el vuelo;
La Primavera fresca y el Verano y el ocaso invernal,
Mueven mi débil corazón con pesar, pero con deleite.
¡Nunca más, oh ya nunca más!





Como una dama agonizante, pálida y lánguida.


Y como una dama agonizante, pálida y lánguida,
Que se tambalea hacia adelante, envuelta en un velo brumoso,
Fuera de su cámara, llevada por la locura
Y los débiles vagabundeos de su marchito cerebro,
La Luna se levantó en el Este oscuro,
Sólo una masa blanca e informe.


Poemas I. Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Sobre la Medusa de Leonardo Da Vinci, en la galería Florentina.


Ahí yace, observando sobre el cielo
de la medianoche, tendida en la nebulosa
cima del monte. Allá abajo tierras distantes

vense temblorosas; su horror y su belleza
son divinos. Sobre párpados y labios parece
yacer cual sombra la hermosura, donde brillan
exaltados y ardientes, luchando en lo hondo,
los tormentos de la angustia y la muerte.

Mas es el horror, no la gracia, lo que torna
en piedra el alma de quien la observa; es ahí
que se graban las facciones de esa cara muerta,
hasta que sus rasgos crecen plenamente
y nada más puede concebir el pensamiento;
lo que da a la contorsión un carácter armónico
y humano es el color melodioso de la belleza
lanzado a las tinieblas y la dolorosa mirada.

De su testa salen, cual de un solo cuerpo,
como [ ] hierba de una acuosa roca,
pelos que son víboras, que se enroscan,
fluyen, se enredan en largas marañas y tejen
con infinitas volutas una radiante malla,
como si se burlaran de la tortura y la muerte
que llevan dentro y serraran el aire sólido
con una multitud de desgreñadas fauces.

Desde una piedra vecina, un ponzoñoso lagarto
espía despreocupado esos ojos de Gorgona;
mientras en el aire un espectral murciélago
sin rumbo, que se había alejado enloquecido
de la caverna que esa luz espantosa hendía,
vuelve apresurado cual polilla que se esfuerza
por alcanzar una vela; el cielo de medianoche brilla
con luz más pavorosa que la oscuridad de la cueva.

Es la fascinación tempestuosa del terror;
en las serpientes centellea una mirada abrasadora
y feroz, encendida por ese inextricable error,
que convierte los angustiantes vapores del aire
en un [ ] espejo que trastoca constante
el terror y la belleza que ahí moran; un semblante
de mujer, con serpentinos rizos, que en la muerte
contempla el firmamento desde esas rocas húmedas.





Vino de las hadas.


Me embriagué de aquel vino de miel
del capullo lunar de zarzarrosa,
que recogen las hadas en copas de jacinto:
los lirones, murciélagos y topos
duermen entre los muros o en la hierba,
en el patio desierto y triste del castillo;
cuando el vino derraman en la tierra de estío
o en medio del rocío se elevan sus vapores,
de alegría se colman sus venturosos sueños
y, dormidos, murmuran su alborozo; pues pocas
son las hadas que llevan tan nuevos esos cálices.





Prometeo libertado.


Acto II. Escena I.

ASIA

Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo:
al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa
inesperadas lágrimas en ojos insensibles,
o como los latidos de un corazón amargo
que debiera tener ya la paz, descendiste
en cuna de borrascas; así tú despertabas,
Primavera, ¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita
te llegas, como alguna memoria de un ensueño
que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día,
y como el genio o como el júbilo que eleva
de la tierra, vistiendo con las doradas nubes
el yermo de la vida.
La estación llegó ya, y el día: esta es la hora;
has de venirte cuando sale el sol, dulce hermana:
¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa!
¡Qué lentos, cual gusanos de muerte los instantes!
El punto e una estrella blanca aun tiembla, en lo hondo
de esa luz amarilla del día que se agranda
tras montañas de púrpura: a través de una sima
de la niebla que el viento divide, el lago oscuro
la refleja; se apaga; ya vuelve a rutilar
al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes
de las tejidas nubes arranca el aire pálido:
¡se pierde! Y en los picos de nieve, como nubes,
la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No se oye
la eólica música de sus plumas, de un verde
marino, abanicando al alba carmesí?(...)





Temo tus besos, dulce dama...


Temo tus besos, dulce dama.
Tú no necesitas temer los míos;
Mi espíritu va tan hondamente abrumado,
Que no puede agobiar el tuyo.

Temo tu porte, tus modos, tu movimiento.
Tú no necesitas temer los míos;
Es inocente la devoción del corazón
con la que yo te adoro.





A una alondra.


¡Sé bienvenido, jubiloso espíritu!
No fuiste nunca un pájaro,
tú, que desde los cielos o cerca de sus lindes,
el corazón derramas
en profusos acentos, con arte no pensado.

Alta, siempre más alta,
de la tierra te lanzas
como nube de fuego;
por el azul revuelas
y cantando, te ciernes y, cerniéndote, cantas.

En dorados relámpagos
del sol, ya trasmontado,
donde se encienden nubes,
flotas tú y te deslizas
como gozo sin cuerpo que empieza su carrera.

La tardecita pálida y purpúrea, en torno
de tu vuelo se funde:
como estrella del cielo,
al ser día, invisible
eres tú, pero escucho tu voz dulce y aguda,

fina como las flechas
de la esfera de plata,
cuya viva luz mengua
en la blanca alborada,
y ya, sin verla apenas, lejana la sentimos.

Todo el aire y la tierra
de tus trinos se colman:
así, en la noche pura,
desde una nube sola,
derrama luz la luna y se inundan los cielos.

No sabemos quién eres.
Ya ti más parecido
¿qué habrá? De la irisada nube no fluyen nunca
gotas tan radiantes,
como de tu presencia nos llueven melodías.

Así un poeta oculto
en luz de pensamientos,
que entona sus canciones,
hasta sentir el mundo
temores y esperanzas que no advirtiera nunca.

Así un alta doncella
en torre de un palacio,
que alivia pesadumbres
de amor secretamente, con música tan dulce
como el amor, fluyendo de su estancia.

Tal dorada luciérnaga
en valle de rocío,
que esparce, sin ser vista,
aéreos, sus fulgores,
entre flores y hierba que a los ojos la ocultan.

Cual rosa retirada
entre sus hojas verdes,
deshojada por brisas
tibias, hasta que sienten desmayo, por exceso
de aroma, sus ladrones de vuelo fatigado.

Al son de los chubascos
de primavera, en hierbas relucientes,
a flores despertadas por la lluvia,
a todo lo que hubiere
de alegre, claro y fresco, tu música aventaja.

Dinos, ave o espíritu,
tus dulces pensamientos:
nunca oí una alabanza
del amor o del vino,
que tan divino arrobo, ardiente, derramara.

Los coros de Himeneo,
los cantos de victoria,
junto a los tuyos fueran
ostentación vacía,
aquello en que se siente alguna falla oculta.

¿Qué objetos son la fuente
de tu feliz gorjeo?
¿Qué campos, ondas, montes?
¿Qué cielos o llanuras?
¿Qué amor de semejantes y qué ignorar de penas?

En tu alegría clara
no caben languideces;
la sombra de la angustia
nunca a ti se ha acercado;
amas y el triste hastío de amor nunca supiste.

En vigilia o dormida,
pensarás de la muerte
cosas más ciertas y hondas
que nosotros, mortales:
si no, ¿cómo brotara tu arroyo cristalino?

Miramos antes, luego;
lo que no es lloramos:
nuestra risa más clara
se mezcla con suspiros;
da los más dulces cantos nuestro pesar más triste.

Mas si hiciéramos burla
de orgullo y odio y miedo;
si hubiésemos nacido
para no llorar nunca,
no sé si llegaríamos tan cerca de tu gozo.

Mejor que todo verso
de sones deliciosos,
mejor que las preseas
de los libros, tu arte
será para el poeta, ¡tú, que al suelo escarneces!

Si un poco me dijeras
del gozo que tú sabes,
tal locura armoniosa
brotara de mis labios,
que, como yo te escucho, el mundo escucharía.