jueves, 29 de agosto de 2024

Poemas. Karl Shapiro (1913-2000)

Un jardín en Chicago. 


En mitad de la ciudad, bajo un cielo oleoso,
Yazgo en un jardín verde oscuro
Que parece sedimento de la imaginación
Rodeado a la vuelta por las elegantes espigas de las cercas de hierro
Mi rostro se vuelve una luna de soles ausentes.
Un tenue calor golpea mi lectora cara;
Las rosas no son rosas en este lugar arenoso
Pero el azul gris de las lilas sostiene sus campanillas afuera.
Dura zinias y feas caléndulas
Y una dulce estatua de un niño apoyado.
Un fluir de poesía en el canalón del otro lado del patio
Me hace pensar que yo fui un pájaro de la prosa;
Por sobre la cabeza, en una pesada nube dorada
Cuelgan las gordas almas de los animales
Y engañan a mis ojos los brillantes puntos de las mariposas
Que se encienden y apagan como distantes señales de neón.
Asumiendo que este jardín continuará existiendo
Una anciana dama patrulla las zinias
( Ella lanza miradas como George Washington al atravesar el Delaware)
El portero da recorridas hasta el hierro del rail,
Los amontonamientos ampulosos del trafico están fuera de ahí,
Y a través de la calle, en un bar para negros
Con espejos de medianoche, el profesional
Toma su primer Whisky de la tarde.





Invierno en California.


Esto es invierno en California y afuera
Es como el interior del negocio de una florista:
Una fría – húmeda y repleta cosecha
De camelias rojas alineadas en el camino; y qué
Rosas raras para un banquete o una novia
¡Tan numerosas que parecen un exceso!
Una línea de caracoles atraviesa el verde prado de golf
Desde los arbustos de rosas hasta la cama de hiedra;
Un compuesto de arsénico es distribuido
Para ellos. El jardinero rastreará las conchas
Y las dejará en una esquina del patio en
El pequeño montículo de conchas vacías como calaveras
Al mediodía la niebla es calcinada por el sol
Y los inmensos mundos celestiales abren una página
Para el ejercicio de las edades futuras;
Ahora los jets se arrastran en parábolas de líneas rectas
Y los rayos xs con los cuales el viento, antes de que ellos lo hagan
Borra sin prisa o tira a las pelusas.
Este es el invierno en el valle de la vid.
Los viñedos crucificados en estacas sugieren
cementerios de guerra pero los frutos presionan
Los tanques de las secoyas están llenos hasta el borde en la vertiente
Y en los desvíos permanecen vagones de vino
Por los cuales el brillo del jugo de un billón de uvas ha sangrado
Y los esquiadores por las línea de nieve se dirigen a casa
Descendiendo a través del huerto de almendros, de las granjas verde oliva
Higueras y palmeras- todo esto se calienta en
La imaginación de la temporada invernal.
Si los muros fueran antiguos uno podría pensarlos de Roma
Si la tierra se encontrara endurecida uno podría pensarla de España
Pero esta tierra hizo crecer las viejas cosas vivientes
Estos árboles eran jóvenes cuando los Faraones gobernaban el mundo
Árboles cuyas nuevas hojas solo se despliegan.
Ellas no son bellas; ellas oprimen el corazón
Con gigantísimas y con inmortales alas;
Y uno siente las suntuosidades de esta tierra.
Llueve en California, una lluvia recta
Limpiando las pesadas naranjas en las ramas,
Rellenando los jardines hasta que el flujo de los jardines
Resplandece en los olivos, embaldosando las destellantes losas
Encerando con más verde las oscuras hojas de las camelias
Inundando todo el día los valles como el Nilo.





Tapas de cloacas.


La belleza de las tapas de pozos -¿qué es eso?
como las golpeadas medallas del salvaje Gran Khan
Como piedras del calendario Maya, incopiable, indescifrable,
No como el viejo electrón, cazado y anotado
Consignado y esculturado para hacerlo girar
Pero marcándolo y caracoleándolo y embolsándolo y destrozándolo
Con el nombre de las grande compañías
(Dulce Belén, sonriente Estados Unidos.
Este artefacto inoxidable de mi calle
Estará después derretido a lo largo de los caminos donde yacerá
Hacia un lado en la tumba del viejo mundo de hierro
Mordiendo hasta el abismo
Con su fuerte misterio Americano con
Su obsoleta belleza.





El mundo es mi sueño.


El mundo es mi sueño, dice el niño sabio, tan sabio que no pisa las marcas en la acera. Soy el mundo dice el niño de ojos sabios. Yo te hice, madre. Yo te hice, cielo. Cuídame o te devolveré a mi sueño.

Si miras al sol el sol explotará dice el niño malvado. Si miro a la luna me secaré. Desde donde estoy las mantengo en su lugar. No me preguntes que esto haciendo.

El hijo simple fue al colegio de ciencias. Ahí aprendió como funcionaba todo.

El que no dice nada es al que se le cuenta todo (aunque no le importa nada). El que me sueña no me ha devuelto aún. El sol y la luna ascienden a tiempo. Todavía no sé cómo funciona la máquina. Puedo romper un cable. De eso se trata.

El sueño es mi mundo dice el niño enfermo. Soy puro como estas sábanas de la cama. (Escribe fatiga en las vastas expansiones). Estoy en tu sueño dice el niño malvado. El hijo simple ha sido decorado para la objetividad. A aquel que no dice nada se le cuentan las cosas de todas maneras.

De Sade mira a través de los barrotes de la Bastilla. Ha comenzado la matanza de los nobles.


Poemas II. Anne Sexton (1928-1974)

La muerte de Sylvia.


para Sylvia Plath

Oh Sylvia, Sylvia,
con un féretro de piedras y cucharas,

con dos hijos, dos meteoros
vagando libres en una pequeña sala de juegos

con tu boca hacia la sábana,
hacia la viga del techo, hacia la estúpida plegaria,

(Sylvia, Sylvia
¿a dónde te fuiste
después de escribirme
desde Devonshire
acerca de cultivar papas
y criar abejas?)

¿a qué te aferraste,
cómo cediste sin luchar?

Ladrona...
¿cómo te arrastraste,

te arrastraste hacia abajo sola
hacia la muerte que yo he deseado tanto y por tanto tiempo

la muerte a la que ambas coincidimos en que hacía rato le había llegado su hora,
la misma que llevamos en nuestros delgados pechos,

la misma sobre la cual conversáramos tan seguido cada vez
que nos bajamos tres martinis extra secos en Boston,

la muerte que hablaba de analistas y curas,
la muerte que hablaba como novias con tramas,

la muerte que nos bebimos,
los motivos y la quieta realidad?

(En Boston
los moribundos
viajan en taxis,
si nuevamente la muerte,
que viaja a casa
con nuestro muchacho.)

Oh Sylvia, recuerdo al letárgico baterista
que batía sobre nuestros ojos con una vieja historia,

cómo queríamos dejarlo venir
como un sádico o un hada de New York

para que hiciera su trabajo,
una necesidad, una ventana en una pared o un pesebre,

y desde entonces esperó
bajo nuestro corazón, nuestra alacena,

y veo ahora que le hemos guardado
año tras año, viejos suicidios

y siento ante la noticia de tu muerte
un horrible sabor, como a sal

(Y yo,
yo también.
Y ahora, Sylvia,
tu nuevamente
con la muerte de nuevo,
que viaja a casa
con nuestro muchacho.)

Y digo sólo
con mis brazos estirados hacia aquel pedregal,

¿qué es tu muerte
sino una vieja posesión,

un lunar que se escapó
de uno de tus poemas?

(Oh amiga,
cuando la luna está mal,
y el rey se ha marchado,
y la reina ha perdido la razón
el borracho debería cantar!)

Oh pequeña madre,
tu también!
Oh graciosa duquesa!
Oh rubita!





De ésas.


He salido al mundo, una bruja poseída,
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis doce dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.

He encontrado las cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, tallas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para los gusanos y los elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.

He viajado contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que dejábamos atrás,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas.





Para mi amante que regresa con su mujer.


Ella está allí, entera.
La han preparado atentamente para ti
Y te la han mandado desde tu infancia.
Te la han mandado desde tus cien edades preferidas.
Ella estuvo siempre allí, cariño.
Ella es, de hecho, exquisita.
Fuegos artificiales en el medio del febrero tan gris
Y tan real como una tetera de hierro.
Seamos sinceros, estuve de paso por tu vida.
Un lujo. Una curva de un rojo brillante en el puerto
Mi pelo flotando como el humo por la ventana del coche.
Como mejillones fuera de la temporada.

Ella es mucho más que esto. Ella es tu tengo que tener
Ella te ha cuidado tu crecimiento práctico, tropical.
Ella no es un experimento. Ella es todo armonía.
Ella cuida los remos y las horquillas de tu bote,
Ha colocado flores en la venata para el desayuno,
Se sienta en el torno a mediodía,
Parió tres hijos bajo la luna,
Tres querubines dibujados por Miguel Ángel,
Y lo hizo con las piernas abiertas
En los terribles meses en la capilla.

Si miras hacia arriba, los niños están allí
Como globos delicados descansando en el techo.

También llevó a cada uno de ellos por el pasillo
Después de la cena, con sus cabecitas tiernamente bajados
Dos piernecitas protestando,
Su cara enternecida por una canción de cuna y su pequeño sueño.
Te devuelvo tu corazón.
Te doy permiso
Para fundirte en ella, dando embestidas
En el barro, para la zorra que hay en ella
Para enterrar su herida ---
Para enterrar viva a su pequeña herida roja—

Para el aleteo pálido debajo de sus costillas
Para el marinero borracho esperando en su pulso izquierdo,
Para la rodilla de madre, para sus medias,
Para su liguero, para su llamada –
La extraña llamada
Cuando te hundas en su madriguera de brazos y pecho
Y acaricies el lazo anaranjado en su pelo
Contestando a la llamada, la extraña llamada.

Ella está tan desnuda y peculiar
Ella es la suma de ti y tus sueños
Móntala como si montaras a un monumento
Peldaño a peldaño
Ella es sólida.

Mientras yo, yo soy acuarela.
Y me destiño.





En celebración de mi útero.


Todo en mí es un pájaro.
Agito todas mis alas.
Querían cortarte y sacarte
pero no lo harán.
Decían que estabas infinitamente vacío
pero no lo estás.
Decían que estabas enfermo de muerte
pero se equivocaban.
Cantas como una colegiala.
No estás desgarrado.

Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
y el alma de la mujer que soy
y de la criatura central y su deleite
canto para ti. Me arriesgo a vivir.
Hola, espíritu. Hola, copa.
Sujetar, cubrir. Cubierta que contiene.
Hola tierra de las colinas.
Bienvenidas, raíces.

Cada célula tiene una vida.
Aquí hay suficiente para satisfacer una nación,
para que el pueblo haga suyos estos bienes.
Cualquier persona, cualquier sociedad diría:
"Este año está resultando tan bueno que
podemos pensar en otra cosecha.
Una plaga ha sido prevista y eliminada.
"Por eso muchas mujeres cantan al unísono:
una maldiciendo la máquina de hacer zapatos,
una en el acuario cuidando de la foca,
una aburrida al volante de su Ford,
una cobrando en la barrera de peaje,
una en Arizona echando el lazo a un ternero,
una en Rusia con un chelo entre las piernas,
una en Egipto trajinando ollas en la cocina,
una pintando de luna las paredes de su dormitorio,
una moribunda pero recordando un almuerzo,
una en Tailandia desperezándose en su estera,
una limpiándole el culo a su hijo,
una mirando por la ventanilla de un tren
en medio de Wyoming y una está
en cualquier parte y algunas en todas partes y todas
parecen cantar, aunque algunas no pueden
cantar ni una nota.

Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
déjame llevar una bufanda de tres metros,
déjame tocar el tambor por las de diecinueve años,
déjame llevar cuencos para la ofrenda
(si eso es lo que me toca).
Déjame estudiar el tejido cardiovascular,
déjame medir la distancia angular entre meteoros,
déjame libar de los estambres de las flores
(si eso me toca).
Déjame hacer ciertas figuras tribales
(si me toca).
Por todo esto el cuerpo necesita
que me dejes cantar
para la cena,
para el beso,
para la afirmación
exacta.





Cerdo.


Oh tú máquina de beicon marrón,
cuán dulcemente yaces,
engordando una libra y media por día,
tú, par de calcetines enrollados,
tú, pesadilla de perro,
tú, con el morro aplastado
pero las orejas extendidas,
tus ojos blandos como huevos,
cerdo, grande como un cañón,
cuán dulcemente yaces.

Por la noche estoy tendida en mi cama
en el armario de mi mente
y cuento cerdos en un corral,
marrones, moteados, blancos, rosados, negros,
avanzan por la lanzadera hacia la muerte
del mismo modo que mi mente avanza
buscando su propia pequeña muerte.





Los bombardeos.


Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores
La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.

¿Dónde están tus méritos,
América?





El asesino.


La muerte correcta está escrita.
Colmaré la necesidad.
Mi arco está tenso.
Mi arco está listo.
Soy la bala y el garfio.
Estoy amartillada y dispuesta.
En mi alza lo tallo
como un escultor. Moldeo
su última mirada hacia todos.
Cambio sus ojos y su cráneo
constantemente de posición.
Conozco su sexo de macho
y lo recorro con mi dedo índice.
Su boca y su ano son uno.
Estoy en el centro de la emoción.

Un tren subterráneo
viaja a través de mi ballesta.
Tengo un cerrojo de sangre
y lo he hecho mío.
Con este hombre tengo en mis manos
su destino y con este revólver
tengo en mis manos el periódico y
con mi ardor tomaré posesión de él.
Se inclinará ante mí
y sus venas saldrán en desorden
igual que niños... Dame
su bandera y sus ojos.
Dame su duro caparazón y su labio.
Él es mi mal y mi manzana y
lo acompañaré a casa.





Descalza.


Amarme sin zapatos
significa amar mis piernas largas y bronceadas,
queridas mías, buenas como cucharas;
y mis pies, estos dos chicos
que se escaparon a jugar desnudos. Intrincados nudos,
mis dedos. Libres ya de sujeción.
Y todavía más, miren las uñas y
cada una de las diez etapas, tubérculo a tubérculo.
Vehementes y alocados, todos ellos, este cerdito
fue al mercado y este otro se
quedó. Largas piernas bronceadas, y largos y bronceados dedos.
Más arriba, cariño, la mujer
confiesa sus secretos, pequeñas casas
y pequeñas lenguas que te lo cuentan todo.

No hay nadie más que vos y yo
en esta casa en la península.
El mar lleva un cencerro en el ombligo
y yo soy tu sirvienta descalza
por una semana entera. ¿Querés un poco de salame?
No. ¿Querés un whisky, a lo mejor?
Tampoco. Vos no sos de tomar. Vos
me tomás a mí. Las gaviotas persiguen a los peces
gritando como chicos de tres años.
Las olas son narcóticas, me llaman
Yo soy, yo soy, yo soy
toda la noche. Descalza
te camino por la espalda.
A la mañana corro por la cabaña,
de una puerta a otra, jugando a perseguirnos.
Ahora me agarrás por los tobillos.
Ahora vas trepando por mis piernas
hasta que atravesás la marca de mi anhelo.





Amable señor, este bosque.


Amable señor: le voy a contar un juego antiguo
que jugábamos a los ocho y a los diez.
A veces, en La Isla, al sur de Maine,
a finales de agosto, cuando desde alta mar
llegaba la niebla fría, el bosque entre Dingley Dell
y la cabaña del abuelo se ponía blanco, raro.
Era como si cada pino fuera un poste desconocido;
como si el día se convirtiera en noche y los murciélagos
volaran hacia el sol. Nos divertía
dar una vuelta y, ¡ya!, saber que estabas perdida;
saber que el cuerno del cuervo sonaba en la oscuridad,
saber que nunca llegaría la cena,
que el alarido maldito de la lejana sirena decía
tu tata se ha marchado para siempre. Oh, señorita,
la barca ha volcado. Y entonces estabas muerta.
Gira una vez, los ojos apretados, pensando en eso.

Amable señor: perdida y de su misma naturaleza,
he dado dos vueltas, con los ojos bien cerrados,
y los bosques eran blancos y mi mente nocturna
vio cosas tan extrañas, innombradas, irreales.
Y al abrir los ojos, me da miedo mirar
(con esta mirada interior que tanto desprecia la sociedad).
Aun así, busco en estos bosques y no encuentro nada peor
que mi imagen, atrapada entre la uvas y las zarzas.





El aborto.


Alguien que debió nacer
se perdió.

Cuando la tierra arrugaba su boca
y otro pimpollo soplaba desde su nudo;
cambié mis zapatos y manejé hacia el Sur.

Pasaron las Montañas Azules donde
en la infinitud las jorobas de Pensylvania
como gato crayonado decaen con su verde pelo.

Sus caminos hundiéndose como una tabla de lavar gris;
donde en realidad desde un hueco oscuro las particiones perversas
de la tierra derraman carbón.

Alguien que debió nacer
se perdió.

El césped erizado y fornido como cebolla,
y yo vagando cuando la tierra se quebraba,
y yo vagando como cualquiera de los frágiles sobrevivientes;

allá en Pensylvania conocí a un hombrecito,
no un Rumpelstiltskin, en todo, en todo
él tomó la plenitud de este naciente amor.

Retornando al Norte; aun el cielo crecía claro
como una alta ventana mirando a ningún lado.
La carretera era plana como una lamina de estaño.

Alguien que debió nacer
se perdió.

Sí mujer, esta lógica será la guía
para perdernos sin morir. O decí
lo que querés decir,
cobarde...esta nena que soy sangra.


Poemas I. Anne Sexton (1928-1974)

El beso.


Mi boca florece como una herida.
He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!
Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.
Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo anudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!
Una vez fue un bote, bastante madera
y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.
Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.





El sol.


He sabido de peces,
que saltan buscando sol,
y que se quedan ahí para siempre,
hombro a hombro,
avenidas de peces que nunca se devuelven,
a los que les chuparán
todas sus manchas de orgullo y soledades.

Pienso en las moscas
que salen de sus cavernas inmundas
para allegarse a la arena.
Son transparentes al principio.
Luego se hacen azules con alas de cobre.
Brillan en las frentes de los hombres.
No siendo ni pájaros ni acróbatas,
se irán secando como pequeños zapatos negros.
Yo soy un ser igual.
Enferma por el frío o el olor de la casa,
me desnudo bajo la masa infinita.
Mi piel se aplasta como agua de mar.

Oh, ojo amarillo,
déjame enfermar con tu calor,
dame fiebre y arrúgame!
Ahora me he dado a ti completamente.
Soy tu hija, tu dulce,
tu sacerdote, tu boca y tu pájaro
y les contaré a todos cuentos tuyos
hasta que quede apartada para siempre,
un gris y delgado estandarte.





Cuando un hombre entra en una mujer.


Cuando un hombre entra
en una mujer,
como el oleaje que muerde la orilla,
una y otra vez,
y la mujer abre la boca de placer
y sus dientes brillan
como el alfabeto,
Logos aparece ordeñando una estrella,
y el hombre
dentro de la mujer
hace un nudo,
para que nunca más estén separados
y la mujer
sube a una flor
y Logos aparece
y desata los ríos.

Este hombre,
esta mujer
con su doble hambre,
han procurado penetrar
la cortina de Dios,
lo cual brevemente
han logrado
aunque Dios
en su perversidad
deshace el nudo.





Noche estrellada.


Eso que no impide que tenga una terrible necesidad de –pronunciaré la palabra- religión. Entonces salgo en medio de la noche a pintar las estrellas.
Vincent Van Gogh en una carta a su hermano.

El pueblo no existe
excepto donde un árbol de negra cabellera
se desliza como una mujer ahogada en el cálido cielo.
El pueblo permanece en silencio.
La noche hierve con once estrellas.
¡Oh noche estrellada! Así es como
quiero morir.

Se mueve. Todas están vivas.
Incluso la luna se abulta en sus aceros anaranjados
para expulsar hijos, como un dios, de su ojo.
La vieja serpiente oculta se traga las estrellas.
¡Oh noche estrellada estrellada! Así es como
quiero morir:

dentro de esa bestia impetuosa de la noche,
succionada por el gran dragón, para escindirme
de mi vida sin bandera,
sin vientre,
sin llanto.





Joven.


Hace mil puertas
cuando yo era una chiquilla solitaria
en una gran casa con cuatro
garajes y era verano
según creo recordar,
yacía por la noche sobre la hierba,
los tréboles cedían bajo mi peso,
las estrellas sabias fijas por encima de mí,
la ventana de mi madre un embudo
por el que escapaba un calor amarillo,
la ventana de mi padre, a medio cerrar,
un ojo por donde pasaban durmientes,
y las tablas de la casa,
suaves y blancas como la cera
y probablemente un millón de hojas
se mecían sobre sus extraños tallos
mientras los grillos cantaban al unísono
y yo, en mi cuerpo recién estrenado,
que aún no era el de una mujer,
interrogaba a las estrellas
y pensaba que Dios realmente podía ver
el calor y la luz pintada,
codos, rodillas, sueños, buenas noches.





La verdad que los muertos conocen.


Para mi madre, nacida en marzo de 1902, muerta en marzo de 1959,
y para mi padre, nacido en febrero de 1900, muerto en junio de 1959.

Se acabó, digo, y me alejo de la iglesia,
rehusando la rígida procesión hacia la sepultura,
dejando a los muertos viajar solos en el coche fúnebre.
Es junio. Estoy cansada de ser valiente.

Conducimos hasta el Cabo. Crezco
por donde el sol se derrama desde el cielo,
por donde el mar se mece como una cancela
y nos emocionamos. Es en otro país donde muere la gente.

Querido, el viento se desploma como piedras
desde la bondadosa agua y cuando nos tocamos
nos penetramos por completo. Nadie está solo.
Los hombres matan por ello, o por cosas así.

¿Y qué ocurre con los muertos? Yacen sin zapatos
en sus barcas de piedra. Son más parecidos a la piedra
de lo que lo sería el mar si se detuviera. Rehusan
ser bendecidos, garganta, ojo y nudillo.





La música vuelve a mí.


Aguarde señor. ¿Cuál es el camino a
casa? Apagaron la luz
y la oscuridad se mueve en el rincón.
No hay carteles indicadores en esta
habitación,
cuatro damas, de más de ochenta años,
en pañales todas ellas.
La la la, oh la música vuelve a mí
y puedo sentir la melodía que tocaban
la noche en que me dejaron
en esta clínica privada sobre la colina

Imagina. Una radio encendida
y todos aquí estaban locos.
Me gustó y bailé trazando círculos.
La música entra a raudales en la razón
y de un modo extraño
la música ve más que yo.

Quiero decir que recuerda mejor;
recuerda la primera noche aquí.

Fue el frío estrangulado de noviembre;
incluso las estrellas estaban atadas en
el cielo
y esa luna tan brillante
hurgaba entre los barrotes para
pincharme
en la cabeza con una melodía.
He olvidado el resto.

A las ocho de la mañana me atan a esta
Silla
y no hay señales que indiquen el
camino,
sólo la radio encendida para ella misma
y la canción que recuerda
más que yo. Oh la la la,
esta música vuelve a mí.
La noche en que vine bailé trazando
Círculos
y no tuve miedo.
¿Señor?





Cartas al Dr. Y.


Hoy me hacen feliz las sábanas de la vida.
Enjuagué las sábanas de la cama.
Tendí las de la cama y las contemplé
dar palmadas y alzarse como gaviotas.
Cuando estuvieron secas las descolgué
escondí mi cabeza entre ellas.
Todo el oxígeno del mundo estaba en ellas.
Todos los pies de bebés del mundo,
Todas las ingles de los ángeles del mundo,
Todos los besos matinales estaban en ellas.
Todos los juegos a la pata coja en las aceras,
Todos los ponis de trapo estaban en ellas.

De modo que esto es la felicidad,
ese jornalero.





Fantasmas.


Algunos fantasmas son mujeres,
ni abstractas ni pálidas,
con pechos tan flácidos como peces muertos.
No brujas, sino fantasmas
que vienen, moviendo sus brazos inútiles
como sirvientas descartadas.

No todos los fantasmas son mujeres,
he visto otros;
hombres gordos de blancos vientres
que lucen sus genitales como trapos viejos.
No demonios, sino fantasmas.
De uno retumban sus pasos descalzos,
mientras da bandazos sobre mi cama.

Pero eso no es todo.
Algunos fantasmas son niños.
No Ángeles, sino fantasmas;
se enroscan como tazas de té rosadas
en cualquier almohada, o patalean,
mostrando sus traseros inocentes, clamando
por Lucifer.





Nadando al desnudo.


En el sudoeste de Capri
encontramos una pequeña gruta desconocida
donde no había nadie y
la penetramos completamente
y dejamos que nuestros cuerpos perdieran toda
su soledad.

Todo lo que hay de pez en nosotros
escapó por un minuto.
A los peces reales no les importó.
No perturbamos su vida personal.
Nos deslizamos tranquilamente sobre ellos
y debajo de ellos, soltando
burbujas de aire, pequeños
globos blancos que ascendían
hasta el sol junto al bote
donde el botero italiano dormía
con el sombrero sobre la cara.

Un agua tan clara que se podía
leer un libro a través de ella.
Un agua tan viva y tan densa que se podía
flotar apoyando el codo en ella.
Me tendí allí como en un diván.
Me tendí allí como si fuera
la Odalisca roja de Matisse.
El agua era mi extraña flor.
Hay que imaginarse una mujer
sin toga ni faja
tendida sobre un sofá profundo
como una tumba.

Las paredes de esa gruta
eran de todos los azules y
dijiste: “¡Mira! Tus ojos son
color mar. ¡Mira! Tus ojos
son color cielo”. Y mis ojos
se cerraron como si sintieran
una súbita vergüenza.


Poemas. Delmore Schwartz (1913-1966)

Baudelaire. 


Cuando me quedo dormido, y hasta cuando duermo,
Escucho, con bastante claridad, voces diciendo
Frases completas, lugares comunes y triviales
Que no tienen relación con mis asuntos.

Querida madre: ¿Nos queda algo de tiempo
Para ser felices? Mis deudas son enormes.
Mi cuenta de banco es tema de juicio en la corte,
No se nada. No puedo saber nada.
He perdido la capacidad de hacer un esfuerzo.
Pero ahora como antes mi amor por ti aumenta
Siempre tienes piedras que arrojarme, siempre:
Es verdad, desde la niñez.

Por primera vez en mi larga vida
soy casi feliz. El libro, casi terminado,
parece casi bueno. Perdurará, un monumento
a mis obsesiones, mi odio, mi disgusto.

Deudas e inquietudes persisten y me debilitan.
Satán se desliza ante mí, diciendo con dulzura:
"Descansa un día!" "Puedes descansar y divertirte hoy.
Trabajarás esta noche". Cuando llega la noche,
Mi mente aterrorizada por el retraso,
Aburrida por la tristeza, paralizada por la impotencia,
Promete: "Mañana: Trabajaré mañana".
Mañana la misma comedia tiene lugar
Con la misma resolución, la misma debilidad.

Estoy harto de esta vida de habitaciones amuebladas.
Estoy harto de tener gripes y dolores de cabeza.
Conoces mi extraña vida: Cada día trae
Su cuota de ira. Apenas conoces
La vida del poeta, querida madre: Debo escribir poemas,
La más fatigosa de las ocupaciones.

Estoy triste esta mañana. No me lo reproches.
Te escribo desde un café cerca del correo,
Entre el golpe de las bolas de billar, el tintineo de los platos,
El latido de mi corazón. Me pidieron que escriba
"Una historia de la caricatura". Me pidieron que escriba
"Una historia de la escultura". ¿Escribiré una historia
De las caricaturas de las esculturas tuyas en mi corazón?

Aunque te cueste incontable agonía
Aunque no lo creas necesario,
Y dudes que la suma sea la adecuada,
Por favor, envíame el dinero necesario por lo menos para tres semanas.





En la cama desnuda, en la caverna de Platón. 


En la cama desnuda, en la caverna de Platón,
Luces reflejadas se deslizaban lentamente sobre la pared,
Carpinteros martillaban bajo la ventana ensombrecida,
El viento agitó las cortinas toda la noche,
Una flota de camiones extendida cuesta arriba, rechinando,
Con la carga cubierta, como siempre.
El techo se encendió una vez más, el diagrama inclinado
Se deslizó lentamente hacia delante.
Al escuchar los pasos del lechero,
Su esfuerzo en la escalera, el tintineo de las botellas,
Me levanté de la cama, encendí un cigarrillo,
Y caminé hacia la ventana. La calle empedrada
Destacaba la quietud en la que permanecen los edificios,
La vigilia de los postes de luz y la paciencia del caballo.
El capital puro del cielo del invierno
Me hizo volver a la cama con ojos exhaustos.

La extrañeza crecía en el aire inmóvil. La vaga película
Se agrisó. Sacudiendo vagones, cataratas de cascos
Sonaban a lo lejos, cada vez más fuerte y más cerca.
Un auto tosió al arrancar. La mañana fundiendo
El aire suavemente, levantó sillas semicubiertas
Del fondo de los mares, iluminó el espejo,
Volvió visible la cómoda y la pared blanca.
El pájaro gritó tentativamente, silbó, gritó,
Trinó y silbó, así! Perplejo, todavía húmedo
Por el sueño, afectuoso, hambriento y frío. Así, así
Oh hijo del hombre, la noche ignorante, el afán
De la mañana temprana, el misterio de comenzar
Una y otra vez.
Mientras que la historia no perdona.





Hay quienes hablan de mí burlonamente con malicia. 


"Como en el agua un rostro responde al rostro, también
el corazón del hombre responde al hombre."
Proverbios 27:19

¿Murmuran a espaldas mías? ¿Hablan
de mi torpeza? ¿Se ríen de mí,
Remedando mis gestos, detallando mi vergüenza?
Me daré vuelta enfrentándolos, los denunciaré, diciendo
Que son unos desvergonzados, que son traicioneros,
Que ya no son mis amigos, que ya nunca más,
Jamás, entre un millar de encuentros en la calle,
Reconoceré sus caras, tomaré sus manos,
Ni por nuestro amor en común ni en recuerdo de otros tiempos:
Murmuraron a mis espaldas, me remedaron.
Sé por qué lo hacen, también yo lo he hecho
,Ser cruel por chiste, a espaldas de mi querido amigo,
Y para divertir traicioné su amor privado,
Su vergüenza nerviosa, el hábito de ella y las debilidades de los dos;
Los he remedado, he sido traicionero,
Por chiste, para divertir, porque su ser pesó
Demasiado crasamente por un tiempo, para ser superior,
Para lisonjear a los oyentes con esto, lo íntimo,
Traicionando lo íntimo, mas por lo íntimo,
Para liberarme de la necesidad de amistad,
Temiendo de tiempo en tiempo que ellos oigan,
Me denuncien y repudien, que digan de una vez para siempre
Que jamás volverán a estar conmigo, tomar mis manos,
Hablando de los tiempos idos y de nuestro amor en común.
¡Qué cosa tan inaudita es, en suma,
Amar a otro y ser amado por igual!
¡Qué tristeza y qué alegría! Cuán cruel resulta
Que el orgullo y el ingenio deformen el corazón humano,
Cuán vano, cuán triste, qué crueldad, qué necesidad,
Puesto que es cierto y triste que los necesito
Y que ellos me necesitan. ¿Qué es lo que puedo hacer?
Necesitamos
Mutuamente nuestras torpezas, mutuamente nuestro ingenio,
Mutuamente la compañía así como nuestro propio orgullo.
Yo necesito
Mi cara exenta de vergüenza, necesito mi ingenio, no puedo
Alejarme. Conocemos nuestra torpeza,
Nuestra debilidad, nuestras necesidades, no podemos
olvidar nuestro orgullo, nuestras caras, nuestro amor en común.





Seraut, Domingo a la tarde a orillas del Sena. 


A Meyer y Lillian Schapiro

¿Qué están mirando? ¿El río?
¿La luz del sol sobre el río, el verano, ocio
o el placer y la nada de la conciencia?
Una niña salta, un mono tití brinca,
como un canguro, atado a la correa de una dama.
(¿Cobra el marido impuestos al Congo por mantener al mono?)
El mono saltarín no puede seguir al caniche que corre adelante.

Todos sostienen el corazón en sus manos:

una plegaria, una promesa de gracia o gratitud,
una devota ofrenda al dios del verano, domingo y plenitud.

La gente del domingo contempla la esperanza misma.

Contempla la esperanza, bajo el sol, libre de la ansiedad dental,
la devoradora nerviosidad
que desgasta tantos días y años de la conciencia.

Quien los percibe, percibir el oro y verde
del domingo de verano es en sí invisible.
Porque él es resplandor dedicado y concentración suprema,
enhebrando fanáticamente las cuentas,
agujas y ojos -¡todo a la vez!- de la intensidad y permanencia.
Él es un santo del domingo al aire libre,
un fanático disciplinado por la pasión, coraje, pasión, habilidad, compasión, amor:
un único amor a la vida y amor a la luz, bajo el sol, con el amor a la vida.

En todos lados brilla el resplandor como un jardín floreciendo en la quietud.

Muchos están mirando, muchos sostienen algo o a alguien pequeño o grande;
algunos sostienen varias clases de quitasoles:
cada uno de los que sostiene una sombrilla lo hace de manera diferente.
Alguien se encorva bajo una sombrilla roja como si se escondiese
y mirase hacia el río furtivamente, o buscara estar
libre de la proximidad y el juicio de los otros.
Junto a él se sienta una dama que se ha convertido en piedra, o guijarro,
aunque su sombrero acampanado es rojo.
Una niña se aferra al brazo de su madre
como si fuese una verdad genuina y permanente.
Su sombrero de ala ancha es azul y blanco,
azul como el río, como los veleros blanco,
y su cara y su apariencia tienen la suave inocencia
honesta y alejada del miedo como ángeles tocando clavicordios.
Una adolescente sostiene un ramo de flores
como si contemplase y buscase su desconocido, deseado y temido destino.
Ningún vínculo es tan fuerte como la fuerza con la que los árboles
se aferran al suelo, se curvan hacia la luz en el cálido aire suave,
enraizados y elevándose con una tenacidad perfecta,
alejados del distraído y errático estado de la humanidad.
Cada sombrilla se curva y convierte en árbol,
y los árboles curvándose se elevan para convertirse y ser iguales a la sombrilla,
las campanas del domingo, el verano y el placer del verano.

Segura como los árboles es la dignidad deambulante
de la mujer burguesa que va del brazo de su marido
con la confianza natural y orgullo de quien es,
ella lo es, una emperatriz victoriana y reina.
La dignidad de su marido es tan sólida como su embonpoint.
Lleva un buen cigarro, y un delicado bastón, con bastante despreocupación.
Del brazo de su esposa, son propiedad el uno del otro.
Vestidos impecablemente y con sencillez, son amables y solemnes
como si fuesen inconscientes o estuviesen libres del tiempo y de la tumba,
-señor y señora del paseo del domingo- ¡de todo!
Porque ellos son los monarcas absolutos del mono tití.

Si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá extremadamente interesante;
si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá rico, múltiple, fascinante.

Si podés mirar cualquier cosa durante suficiente tiempo,
te regocijarás en el milagro del amor,
serás poseído y bendecido
por el maravilloso resplandor cegador del amor, serás resplandor.
La individualidad poseerá y será poseída como en la consagración del matrimonio,
el dominio de la vocación, el misterio del don del dominio,
la eterna relación entre paternidad y progenie.

Todas las cosas están fijas en una dirección.
Nos movemos con la gente del domingo de derecha a izquierda.

El sol brilla
en suave gloria.
La humanidad encuentra
la famosa historia
de paz y descanso, aliviada por un momento del cansancio de las mareas de los días de semana, la carcomiente ansiedad,
de la inseguridad y el miedo de la rutina semanal de toda una vida,
del profundo nerviosismo que en lo más hondo de la conciencia nos hace apretar los dientes, y que como
lo encontramos tan continuamente,
despiertos o
dormidos,
apenas percibimos que está ahí
o que quizá podríamos librarnos de su dolor y tormento,
abiertos y libres a toda experiencia.

El sol del verano brilla parejamente y con voluptuosidad
sobre los ricos y los libres, los cómodos, los rentier, los pobres,
y los que están paralizados por la pobreza.
Seurat es a la vez pintor, poeta, arquitecto y alquimista:
el alquimista apunta su varita mágica para describir y conservar el oro
del domingo.
Mezcla pequeños almizcles por mucho tiempo
porque desea mantener el ocio cálido y el placer de las vacaciones
en el fuego ardiente y la paciencia apasionada de su mente y mirada,
ahora y siempre. ¡Oh feliz, feliz multitud!
Es domingo para siempre, verano, libre: permanecerán siempre cálidos
en sus semillas chicas, sus pequeños granos negros.
Él construye y mantiene el poder y el placer
con el que el domingo de verano reina serenamente.

¿Es posible? ¡Es posible!
Aunque requiera los trabajos de Hércules, Sísifo, Flaubert, Roebling,
la brillantez y espontaneidad de Mozart, la paciencia de la pirámide,
y requiera todo esto del pintor que a los veinticinco
no sospecha que en seis años ya no estará vivo.
Sus maravillosas bolitas, cuentas o moléculas son puntos que la magia de la alquimia
transforma en diamantes de florecido resplandor, atrapando y bendiciendo la mirada:
Mirá cómo el sol brilla nuevo y nuevamente,
atravesado con serenidad por su apasionada obsesión
mientras él transforma la luz solar en materia de peltre,
destellando, elegante y seria, nítida como la manteca,
con solidez brillante, inmutable, un don elevándose a la inmortalidad.

La luz del sol, los árboles altísimos y el Sena
son como una gran red en la que Seraut busca atrapar y mantener
a todos los seres vivos en un desfile y paseo de suave y apacible calma.
El río temblando, azul plateado bajo la luz diversa,
está casi inmóvil. La mayoría de las personas del domingo
son como flores, caminando, moviéndose hacia el río, el sol y el río del sol.
Cada uno sujeta alguna cosa o a alguien, algún instrumento agarra,
tiene, sujeta, aferra o de algún modo toca
algún ser humano como si la mano y el puño al sujetar y poseer
solos, privadamente y en la intimidad,
fuesen el único vínculo verdadero o unión con la bendición.

Un chico toca la flauta, inclinándose por el placer de la actividad musical,
de espaldas al Sena, la luz del sol y el día girasol.
Un dandy apuesto con sombrero de copa contempla distraídamente el Sena.
La casual delicadeza con que sostiene su bastón se parece a la elegancia de su traje.
Se sienta con postura educada, impecable y erguido,
fijo en su rincón: él es como su bigote.
Cerca, un trabajador se pasea con los hombros caídos, bastante cómodo,
vagando o recostándose, apoyándose en el codo, fumando su pipa,
mirando solitario, a gusto, o abstraído y desdeñoso,
a pesar de estar tan cerca del caballero elegante.
Detrás un sabueso negro olfatea el verde, azul suelo.
Entre ellos, una esposa baja la vista hacia el tejido en su falda,
como en profundo escrutinio de un libro difícil.
Su mirada atenta no se encuentra en su cara casi oculta,
sino en sus manos que aferran el tejido como nadie aferra
sombrilla, barrilete, vela, flauta o quitasol.

Ésta es la inquieta realidad del tiempo y el fuego del tiempo que convierte
lo que sea en otra cosa, alterando y cambiando continuamente toda identidad.
Mientras el enorme fuego del tiempo consume (aspirando, volando y muriendo)

todas las cosas se elevan y caen, viviendo, saltando y marchitándose, cayendo
-como llamas extinguiéndose, floreciendo, volando y muriendo-
en el incontrolable resplandor del tiempo y la historia:

Aquí Seurat busca en la cueva de su mente y mirada para encontrar
un monumento permanente al simple placer del domingo, busca la alegría
sin fin a través de los ojos de la inmortalidad;
se esfuerza apasionada y pacientemente
por superar la cualidad insconstante y errática de la realidad viviente.
En esta tarde de domingo sobre el Sena
existen muchos cuadros dentro de la escena del domingo:
cada uno es un mundo en sí mismo, un mundo en sí mismo
(y como un niño une generaciones, reconcilia a los separados y ancianos,
por eso un nieto es un segundo nacimiento, y el renacimiento de lo irracional,
de aquellosque se sienten perdidos, resignados o implacables).
Cada pequeño cuadro une lo amplio y lo chico, agrupando los objetos grandes,
conectándolos con cada puntito, semilla o grano negro
que son como modelos, una maravillosa red y tapicería,
pero que tienen también la frescura fortuita y el resplandor
de los ondulantes destellos del río y de los sorprendentes sistemas de la helada
cuando aparecen en la mañana andante, una pura, delicada quietud blanca y minuet.
En diciembre, a la mañana, gallardetes blancos veteando la vidriera.

Él es fanático: es a la vez poeta y arquitecto,
buscando la evocación total en figuras tan fuertes como la torre Eiffel,
sutil y delicado también como alguien que tocó una sonata de Mozart, solo,
bajo la cima de Notre-Dame.
Rápido y completamente sensible, puramente real y práctico,
haciendo un mosaico de pequeños puntos en un mural de esplendor y orden.
Cada pequeño modelo es el macrocosmos soñado o imaginado
en el que todas las cosas, grandes o chicas, con buena voluntad y amor
se rinden al júbilo y la paz de la luz del domingo, al placer de la luz del sol,
a la profunda moderación y orden de la proporción y relación.

Se extiende más allá de la brillante espontaneidad
de los deslumbrados impresionistas que siguen la luz
cambiante cuando oscila, cambiando, minuto a minuto,
disponiendo, encantando y concediendo libre y continuamente
la frescura y renovación a todo lo que se manifiesta y fluye.

A pesar de ser muy cuidadoso, es completamente cándido.
A pesar de ser totalmente impersonal,
tiene la frescura de la juventud y, tal es su candor,
su mirada es única y por eso intensamente personal:
nunca es fácil, vana o mecánica, su visión es simple:
pero también amplia, compleja, enojada, y profunda
emulando la totalidad de la naturaleza al madurar,
perdurar yavanzar con dificultad en el caos de la actualidad.

Una infinita variedad dentro de un marco simple.
¡Incontables variaciones sobre un solo tema!
¡Vibrante con qué clase de lujuria, qué alegría calma!
Ésta es la celebración de la contemplación,
ésta es la conversión de experiencia a pura atención,
aquí está lo sagrado de todas las cosas pequeñas que se nos ofrecen,
descubiertas por nosotros, transformadas en las más viva consciencia,
detrás de la superficialidad o ceguera de la experiencia,
detrás de las superficies empañadas, cubiertas de hollín que,
desde el Edén y desde el nacimiento,
convierten a todas las pequeñas cosas en triviales o invisibles,
en boletos rotos con rapidez y arrojados lejos
en un viaje en tren hacia una fiesta cada vez más lejana.
Aquí nos hemos detenido, aquí hemos entregado nuestros corazones
a la ciudad real, la vívida ciudad, la ciudad en la que habitamos
y la que ignoramos, o miramos sin atención,
la mayoría de los días luminosos!

...El tiempo pasa: nada cambia, todo permanece igual.
Nada es nuevo bajo el sol. También es cierto
que el tiempo pasa y todo cambia, año tras año, día tras día, hora tras hora.
El domingo a la tarde de Seurat a orillas del Sena se ha ido lejos,
se ha ido a Chicago, cerca del lago Michigan,
todas sus flores brillan en una inmensa quietud satisfecha.
Y sin embargo, continúa en otro lado y en todos los lugares donde las imágenes
deleitan la vista y el corazón, y se convierten en los deseables, admirables,
anhelados íconos de consciencia purificada.
Lejos y cerca, cerca y lejos,
no podemos oír, a menos que escuchemos lo que Flaubert quiso decir,
al percibir a un hombre con su mujer y su hijo en un día como este:
Ils sont dans le vrai! Ellos tienen la verdad,
han encontrado en la tierra el camino hacia el reino de los cielos
en un domingo de verano.
¿No es cada vez más y más claro?
No podemos oír también la voz de Kafka, siempre triste,
en la desesperación de su enfermedad tratando de decir:
"Flaubert tenía razón: Ils sont dans le vrai!
Sin antepasados, sin matrimonio, sin herederos,
pero con un salvaje anhelo de antepasados, matrimonio y herederos:
Todos me estiran sus manos: pero están tan lejos de mí!"





El pesado oso que va conmigo.


El pesado oso que va conmigo,
una argamasa de miel para untar su rostro,
torpe y moviéndose pesadamente por aquí y por allá,
la tonelada central en todo lugar,
el hambriento camorrero bruto
enamorado de los caramelos, la furia y el sueño,
desquiciado factótum, que todo lo despeina,
escala los edificios, patea el balón de fútbol,
y boxea con su hermano en la ciudad regida por el odio.

Respirando a mi lado, aquel pesado animal,
el pesado oso que duerme conmigo,
aúlla en su sueño por un mundo de azúcar,
una dulzura íntima como la caricia del agua,
aúlla en su sueño debido a que la dura cuerda
se tensa y muestra la oscuridad del más allá.
El que se pavoneaba y se lucía está ahora aterrado,
vestido en su traje de gala, abultando sus pantalones,
tiembla al pensar que su carne estremecida
pueda al final encogerse hasta la nada misma.

El inevitable animal camina conmigo,
me ha seguido desde la negrura del útero,
se mueve donde yo me muevo, deformando mi gesto,
una caricatura, una sombra engullida,
un estúpido payaso del motivo del espíritu,
queda perplejo y se ofende con su propia oscuridad,
la vida secreta de la panza y los huesos,
opaco, demasiado cercano, íntimo, aunque desconocido,
se estira para abrazar a la muy querida
con quien yo caminaría sin tenerlo cerca,
la toca a ella obscenamente, aunque una palabra
podría desnudar mi corazón y dejarme en evidencia,
tropieza, cae y urge ser alimentado,
arrastrándome con él en su preocupación bucal,
entre los cientos de millones como él,
la vigorosa lucha por apetito en todos lados.





La balada de los hijos del Zar.


1
Los hijos del Zar
jugaron con un balón

n la mañana de mayo, en el jardín del Zar,
se lo lanzaban y lanzaron.

Cayó entre los arriates
o se fugó a la puerta norte.

Una luna diurna colgaba
del cielo a poniente, calva y blanca.

Como la cara de Papá, dijo Hermana,
arrojando la pelota blanca.

2
Mientras, yo me comía una papa asada
a seis mil millas de distancia,

En Brooklyn, en 1916,
edad dos años, irracional.

Cuando Franklin D. Roosevelt
era un anuncio de camisas Arrow.

¡Oh, Nicolás! ¡Ay! ¡Ay!
Tosió en tu ejército mi abuelo.

Oculto en un tonel apestoso a vino
tres días en Bucarest

Se fue luego a América
y llegó a ser rey.

3
Yo soy el padre de mi padre,
tú eres la culpa de tus hijos.

En la piedad y el terror de la historia
el niño es de nuevo Eneas;

Troya está en el cuarto de los niños,
el caballico de madera en llamas.

¡Explotación de menores! Cargue el niño
los padres a su espalda.

Y puesto que pasaron tantas cosas
y que la historia no es sino tristor

Para el individuo,
el que bebe té, el que se acatarra,

Generalícese la furia:
odio cosas abstractas.

4
Hermano y hermana rebotaban
el invicto balón obligado,

Del sol cayeron añicos
como espadas sobre aquel juego,

Marchoso hacia levante entre estrellas
y hacia octubre y febrero.

Mas los vientos de mayo rozaron sus mejillas
como madre que vigila un sueño,

Y si pelean un poco
por culpa del balón

Y la hermana pellizca al hermano,
y el hermano le atiza en las canillas,

¡Pues sí! Así es el corazón humano:
flor de cacto.

5
El jardín donde el balón rebota
es otro balón que retoza.

El remolino rotatorio del orbe
impide el júbilo del albedrío.

Rueda en su foco oscuro de luz,
muy grande para sus manos.

Cosa despiadada sin fin,
capricho y perseverancia,

No se hizo para niños, para juegos,
se hizo para perseguirse.

De los inocentes se apoderan,
no son inocentes.

Son los padres del padre,
el pasado inevitable.

6
Ahora, en este octubre
de esta mala racha,

Veo mi segundo año,
me como mi papa asada.

Mi mundo untado con manteca
que atiza mi torpe mano

Cae de la silla alta
y me echo a chillar.

Y veo el balón rodar bajo
la verja cerrada de hierro.

Grita la hermana, chilla el hermano,
el balón evadió sus albedríos.

Pensar que hasta un balón
es incontrolable,

Y está bajo la tapia del jardín.
El terror se apodera de mí

Si pienso en los padres del padre,
y en mi propio albedrío.


Poemas. Siegfried Sassoon (1886-1967)

Ellos. 


El Obispo nos dijo: Cuando los muchachos regresen
No serán los mismos. Por que ellos pelearon
En una causa justa: lideraron el último ataque
Contra el Anti Cristo; su sangre de camaradas compró
El nuevo derecho para multiplicar una raza honorable,
Ellos retaron a la muerte y la enfrentaron cara a cara.”

“¡Ninguno de nosotros es el mismo!”, Replicaron los muchachos.
Para George fue perder sus dos piernas; y Bill esta ciego como una piedra;
Al pobre Jim le perforaron los pulmones y le gustaría morirse;
Y a Bert se lo llevó la sífilis: Usted no encontrará
Un chico que no haya tenido un cambio al servir”
Y el Obispo dijo: “Los caminos de Dios son extraños.”





El general. 


“Buen día; buen día ¡” dijo el General
Cuando lo encontramos el último fin de semana en nuestro camino al frente.
Ahora los soldados a quienes él sonreía, están muertos en su mayoría.
Y maldecimos a su estado mayor por puerco e incompetente.
“Él es un viejo anuncio de cereza”; le gruño Harry a Jack
A medida que marchaban hacia Arras con rifle y mochila.

Pero él hizo para ellos dos su plan de ataque.





La gloria de las mujeres. 


Ustedes nos aman cuando somos héroes, cuando estamos de licencia,
O cuando somos heridos en una batalla memorable.
Ustedes idolatran las condecoraciones; creen
que el honor redime la tragedia de la guerra
Nos hicieron proyectiles. Al escuchar con placer
Las historias de inmundicia y peligro ustedes se emocionan con candor.
Se enorgullecen de nuestro entusiasmo mientras combatimos,
Y lamentan nuestras homenajeadas vidas cuando estamos muertos.
No pueden creer que las tropas británicas se “retiran”
Cuando el último horror del infierno las desgarra, para escapar
Pisoteando los espantosos cadáveres-cubiertos con sangre.
¡Oh! madre alemana que reposas al lado del fuego,
Mientras tejes calcetines que mandarás a tu hijo,
Su rostro se hunde más y más en el fango.