jueves, 19 de septiembre de 2024

Poemas. Flor Alba Uribe (1943-2005)

Una mujer, un hombre. 


Una mujer,
desnuda ante el espejo,
acaricia dulcemente su cintura,
la vital insurgencia de sus pechos,
la encendida penumbra de su sexo,
baja al río enlunado de sus muslos
y actualiza el edén su aroma claro.
Se sabe
para el hombre destinada.

Un hombre
se mira ante el espejo,
desnudo como un ángel se acaricia
-imagen que se mima en su reflejo-,
sus manos obedientes van soñando
el lento florecer de su estatura,
asedio memorioso, móvil fuego
fluyendo de los pies hasta la frente.
Se sabe
para la mujer predestinado.

Pero antes,
cuántos arcos triunfales por el suelo,
cuánta piedra hecha polvo en el mortero.





Suicidio de amor.


Se suicidó el amor esta mañana
porque a la libertad la encarcelaron.
Pierde el amor su escudo y su gardenia
cuando la libertad no es su legado.

Desanduvo esquelas y fragancias,
la breve sinrazón de los suspiros,
crepúsculos y citas clandestinas,
la oferta propicia de los lechos
donde el placer derrumba su cascada.

Al sur como visillos la nostalgia,
al norte hubo un degüello de palomas,
por oriente nevó el sol sobre los montes,
al occidente hizo guiños la tristeza.
La música su ritmo ha silenciado
y en la boca de todos los amantes
el beso deambuló desorientado.

¿Y qué haréis, ahora, enamorados,
si murió el arquitecto de los sueños,
para qué vuestras torres y castillos
en azules comarcas levantados?
¿Qué destino daréis a la sonrisa,
que fue para el amor puente y divisa
y en tiernas lides su mejor soldado?

Y la víscera roja del costado,
que llaman corazón, forja de ensueños,
¿detendrá su palpitar desamparado?

Ojos para el deseo iluminados,
desnudos cuerpos, sazonada fruta,
roja vendimia y deleitosa culpa,
perderán su irrevocable postulado?

Se suicidó el amor, jazmín y hoguera.





Presencia de la tristeza.


Nos toma sin un porqué,
sin hora señalada,
sin un tímido ademán sobre la espalda;
franquea el instante su presencia advenediza,
pálida huésped
con su viudez de fiesta.

Y se asila en silencio,
fibra a fibra
se instala en nuestro lecho y nuestra mesa,
trasgrede todo muro, toda puerta
donde el alma se defiende
en pro y en contra.

¡Ah, tristeza!
¡Tristeza!
Parásita insaciable,
necrófaga voraz,
te nutres de pretérito, revuelcas viejas ruinas.
Exhumas, siempre exhumas
las desoladas momias
que celan y vigilan batallas y naufragios,
soberbios esqueletos
de fracasadas fugas.
Engulles los despojos, cadáveres de sueños.
una pena extraviada, un rencor que no te atañe.
Entonces
lloramos la certeza
de un río subterráneo
que crece entre los huesos
y mucho más adentro.
Y el río se vuelve mar, y el mar se torna eco
que repite honda tras honda
idéntico lamento.





Poema desolado. 


Ya se que existen otras penas
con más pavura y más complejidad,
pero este es mi dolor y a él me aferro,
no pregunten por qué.

Hace tanto que olvidé mi cédula de arraigo,
extravié mi equipaje,
el principio de lo que no pude ser.

Hoy vigilo este dolor de medio tiempo,
esta alegría de fiesta equivocada,
este lamento que engendró la mascarada.

Esta pena mía, tan estricta y honda,
se adiestra en lo nocturno y allí azuza
cabal remordimiento, hora perdida,
y alimenta la mítica alimaña de mis miedos.





Paisaje con mar. 


Pardo lecho de arena,
playa inerte,
plural surtidor de toda raza,
cauce donde lo vital fluye y palpita.
La luz
divide el mundo
en hemisferios:
separa un duro azul bruñido luz arriba,
abajo el otro agita sus líquidos metales.
Lentas palmeras en el sopor creciendo,
el viento en cada giro las despierta
y son penumbra
sobre
las pieles húmedas.

El sol,
sensual hermafrodita,
husmea los cuerpos tan mansos e indolentes,
hornea la oscura cosecha entre los muslos,
penetra cada pliegue, lento asedio,
y los cuerpos se entreabren
como frutos.

El mar,
ensalmador de
sueños y de viajes,
va por la playa con la lengua de sus olas,
lame un vientre, un labio, un pezón de plácida
escarlata,
una barba de miel, la fina espada
y el sellado pubis
de un muchacho.

Múltiple
lengua de mar,
tibia saliva
que deja en largos besos salitrosos
lodo continental, residuos cósmicos,
itinerante resaca de los barcos,
la baba seminal de los mariscos
y el llanto liminar de
los ahogados.

Los cuerpos,
desalojados del ensueño,
van hacia el mar, patria de la nostalgia,
buscando su raíz de oscura ciencia,
cordón umbilical de la inocencia,
forma que vuelve al agua,
agua que la rescata.





Nostalgia. 


Regresa un viejo aroma y soy de nuevo
la niña solitaria y su paisaje:
los árboles,
riberas cenagosas,
y el río que traslada sus aguas sin premura.

La casa inagotable mimando aquel fantasma
materno, y nunca su presencia.
El ángel tutelar,
una canción antigua
cavando miel a miel en los futuros años.
Edad en transparencia, tiempo del fabulario
sazonando los frutos
de párvula cosecha,
el cielo se volcaba en la selva de noche
y convertía en hormigas las estrellas fugaces.

Un clima adolescente va trasegando el canto,
qué fácil la quimera,
la dicha qué improbable.
Crecer es ir rodando hasta el último acento
para cegar las lámparas
que encendió el fabulario.
Imperfecta costumbre de bordear el abismo
eludiendo el hechizo de su oscura llamada.





Narciso. 


¡Te dije que te amaba!
Mi grito pasional cubrió la tierra
y escaló galaxia tras galaxia
para trizar tu impavidez remota.
Pero tú, inalienable,
auscultabas el eco de tus pasos.

¡Te dije que sufría!
Oprobioso el dolor, mi fe precaria,
te mostré sin pudor mis ataduras,
mi crujiente avidez siempre burlada.
Pero tú, insobornable,
recreabas tu cuerpo en el verano.

¡Te dije que lloraba!
La salobre marea de mis lágrimas
fue sitiando implacable tu existencia
embargando tus diques y murallas.
pero tú, impenetrable,
perseguías tu sombra en los espejos.

¡Te dije que te odiaba!
Tu estéril vanidad y tu indolencia
lanzaron sus brigadas pordioseras
a mendigar lo que antes despreciabas.
Pero yo, inexorable,
desdeñé tus espléndidos escombros.





Momentos.


I

Cuando llega el amor nada es distinto.
La lluvia cae y su agrietada lámina
nos señala el relámpago inconstante.
El ebrio,
de tan siempre,
va más ebrio,
por la calle que conoce sus monólogos.

Pero ellos, la pareja, inician su deriva
buscando el arcoiris y la flor de las colmenas.
Anulan el pasado. Se declaran
recién nacidos en paños de ternura,
saben
que el minuto
es semilla de lo eterno
y parcelan el amor en íntimos instantes.

II

Cuando llega el rencor nada es distinto.
Los días transcurren hacia el año,
la tierra gira en exacta servidumbre,
y el perro
vagabundo
fiel aguarda
la hora del mendrugo o la pedrada.

Pero ellos, la pareja, ahora desasidos,
sin escala de luz y sin colmena,
e miran como si jamás, como si nunca
hubieran dicho:
¡Ven, nosotros,
te amo tanto!

Ella hurga con su mano y saca
de su entraña una muerte pequeñita.
Él se palpa el costado y allí encuentra
su dolor en trance de alimaña.
Los dos toman el vacío por las dos puntas,
se cubren
las espaldas,
se vigilan,
y agobiados por pautas evasivas
cumplen la cita que les da el hastío.





Miedo. 


A veces pienso que tú y yo
es lo único que nos queda.
La gente se ha ido a la deriva buscando sus valores
extraviados,
cada espalda se ajusta, contra un muro eludiendo el saqueo
de la sombra,
y se palpan a tientas el costado, y ,preparan sus uñas
como espadas,
y rastrean sus venas pulso a pulso para saberse
vivos de repente.
Hay un viento que acosa toda llama, una ojera creciendo
en cada rama,
ya la espina se esconde de la rosa y la fe se ha exiliado
de sí misma.
Nadie inventa su vida sueño a sueño ni prepara taller
para el futuro,
cada quien recoge su cosecha y la traga de un golpe
o la destruye.
Fugitivos de todos los espejos donde aguarda el reverso
de la máscara,
acarrean ataúdes como cestos y vigilan la orilla
del sepulcro,
por si acaso la muerte los sorprende confirmando la farsa
de estar vivos.





Máscaras.


Nos sabíamos convidados a la fiesta
de la dicha perfecta.
La fiesta es legado de los dioses
para los seres puros.

Lo sabíamos
desde el prodigio inicial de las miradas,
desde el asombro de todas las palabras,
desde la mañana anterior a los recuerdos
y su parvo acontecer de la nostalgia,
desde el prestigio inviolable de los sueños
y su densa espiral de irrealidades.

El alma virginal
tallada en cristal vivo,
el cuerpo ennoblecido de erótico linaje
llegamos a la fiesta de la dicha perfecta.
pero nos fue vedada,
no se admitían máscaras.





La hora.


Hombre mío,
es la hora
de la pasión unánime,
la conjunción perfecta que nos brinda el instante.
¡Oh, pura incandescencia de cuerpos que se
buscan
y esperan anhelantes la dúplice ventura!

Tus brazos
que me anudan,
tu boca
empuja y desordena la sangre en mis arterias.

La hora del festejo para mis manos ávidas
que entre risas y besos
persiguen tu epidermis,
su límpida tersura trigueña, aire-soleada.
Sobre el dorado raso de tu piel-maravilla
desciende mi ternura
cual bandada de pájaros,
te palpo,
te conozco,
y aprendo de memoria llanuras y declives,
boscajes infinitos,
tu sexo hebra por hebra, fragancia por fragancia.

La hora de tus manos, palomas y tigresas,
marcando fuego a fuego su lento itinerario,
avanzan y regresan,
escalan y descienden
por suaves territorios y recodos salobres
izando en cada poro banderines de gozo.

Amor mío,
es la hora
de la ternura unánime,
una mujer y un hombre, de nuevo el paraíso.





Hastío. 


Llega el hastío,
presencia inapelable,
paciente jornalero del olvido,
y murmura al oído del amante:
es hora de partir
tu copa está vacía
Y el mirlo del deseo ya no canta.
Alza tu cuerpo,
¡libéralo!
Edifica
un nuevo sueño
en el vino de otra copa.

¡Ávida piel, desata tus amarras!

Y, obedientes,
atónitos, mutables,
el labio trémulo y la pisada en vilo,
los amantes olvidan sus promesas,
dejan el lecho
y se yerguen anhelantes,
como jóvenes caballos desbocados,
a la búsqueda de innúmero espejismo.





Germinal.


Hoy contiene mi cuerpo avidez de parcela.
Tendida, alegre,
abierta
bajo el sol llameante,
por los cuatro costados me recorre la vida
y destila en mi boca sus ardientes resinas.
Trasciende poro a poro mi desnudez propicia
pujante olor a tierra
blanda y recién volcada,
soy toda como un surco palpitante y ansioso,
un terreno baldío
que se vierte en promesa
y domina el primero que lo quiera sembrar

El sol, hoguera y lámpara, me dora e ilumina,
y cae sobre mi cuerpo
rotunda la mañana.
Y grito, danzo y giro,
y canto ennoblecida
por la suprema dicha
de reflejar la espiga
que tiembla en el fragante regazo de la tierra.





Génesis.


Entonces era el caos,
la sombra en desmesura. Apenas el vacío
al borde de la nada. Sopor de los abismos.

¡Soledad! ¡Soledad!

Y tú en el umbral empujaste las sombras,
milenios de silencio, baldías soledades.

Anulaste la nada.

Buscaron las galaxias posibles horizontes
y hallaron los planetas sus órbitas precisas.

Después comenzó el amor
y surgió el alfabeto, el ángel de la música
la flauta de los vientos.

El beso inventó unos labios
y fue posible la miel en los panales,
los ritos de la zafra, las uvas moscateles.

El deseo se hizo carne
y el fuego ardió en asombro ritual sobre la tierra,
fecundó los volcanes, habitó cada estrella.

Y, ya a merced del gozo,
desplegado oleaje de piel salobre y húmeda,
inventaste los mares, sus crestas, sus abismos,
y juntos navegamos el altamar del éxtasis.

Todo lo fue creando el germen de tu aliento,
toso edé, fue posible a partir de tu tacto.
Después dijiste: olvídame,
Y creaste tus mitos y leyendas.





Farsante.


¡Oh, deseado!
Cuánto amor profanado para hallarte,
cuánta fábula escrita sobre ruinas,
y el dolor clausurado en roca viva
para sellar tu fuga innumerable.

Pero fuiste
huella en el viento,
mediodía de tinieblas,
en el centro de la hoguera lodo y ceniza,
en la súplica del agua prólogo de fuego,
a la hora del dolor
medianoche de lobos.

Hasta que fui anulando tus escapes,
tus pasos hacia atrás,
tus negaciones,
levantando piedra a piedra la mazmorra
donde amurar la obsesión de tu vigilia.

Y ahora que,
total ya mi albedrío,
deshaces tu falacia de imposibles,
farsante de la hora qué poca cosa entregas:
desolación y hastío bajo ensayada máscara.
Tendrás que regresar a la nada, cuando eras
apenas bella fábula
y enigma de algún sueño.





Evocación.


En dónde estarás ahora, dulce amigo,
qué luz desatará de ti mi sombra,
qué boca lapidará lo que antes fuimos,
qué piel me exilará
de tu memoria.

En dónde estarás ahora, mientras bebe
su postrer arrebol un viejo cuervo
y cae la plomada del silencio
señalando al rencor
su dura lágrima.

En dónde ya sin mí, sin nuestro tiempo,
nuestro pacto de amor tras la batalla,
en dónde y hacia dónde tu deseo
y su terco llamear
en cada encuentro.

En dónde la respuesta mientras sumo
otra piel, otro vino y la certeza
de no poder ser ya por haber sido.
¡Terca es la pena
y es vano el simulacro!





Erótica. 


Pon en guardia tu cuerpo y el ritmo de tus sueños.
Desde la médula del tiempo busco tu paraíso,
la mezcla de tu sangre,
el crisol de tu sexo
donde el futuro ensaya su cósmica simiente.

Estoy desnuda como el eco de la primer mañana,
con mi sed disparada como una bala al cosmos,
acechando tus manos, el cielo de tu boca,
la genital presencia entre tus muslos firmes.

Ah, pero mi amor no altera tus sólidos baluartes,
te sellas castamente para esquivar mi asedio,
estás sordo a mi grito,
al fragor de mi sangre,
a la insomne ternura que para ti alimento.

Déjame ser el vértigo que apura tu caída,
el vino que amedrenta tus íntimos pudores,
la hoguera donde crujan
tus huesos uno a uno,
el amor que aniquile tu párvula indolencia.

Dame tu luz, tu risa, la fuerza que te escuda,
el clima de arrogancia que yergue tu estatura,
tus ojos invasores
y esa vital delicia
que se aferra a tu cuerpo y dora tu epidermis.

Entrégame tu enigma, la descifrada clave
que me guíe al prohibido torreón donde sueñas.
Te escalaré en silencio,
exhausta de anhelarte
y seremos dos leños nutriendo el mismo fuego.





Deseo. 


La noche
traficante de eróticas consignas.
Los amantes transcurren hacia el éxtasis.
Un almizcle ritual de miel salobre
impregna el aire y su fervor me ubica
en el puntual laberinto del deseo.

Servidumbre
de labios suplicantes,
obstinada ambición que discrimina
todo gesto vital que no aproxime
la hoguera de otra piel, y el denso musgo.

Qué mercenario puñal,
qué ultrasonido,
qué atroz felicidad, qué fiera subterránea
podrá desvertebrar esta codicia,
este monstruo de sedas y pezuñas,
lengua en acecho, famélica pantera
que desoye la hora del que sufre,
el paso de la furia y sus escombros,
la complicidad
del aire en los violines,
y absorta en mi delirio sólo imploro
un cuerpo de varón, elemental, desnudo
que exorcice mis lúbricos fantasmas
mientras preso en mi vientre muere y vive.





Derrota.


Anuncio mi regreso al límite marcado.
Al reloj con sus rígidas señales,
a las siglas convenidas y ese rictus
que amedrenta
los símbolos vitales.
Sí, ya estoy aquí, vedme desnuda
de toda rebelión, de todo intento,
del fuego primordial de la esperanza,
fracción de vida
con su perfil anónimo.

Ya enjaulé mis ensueños migratorios,
exilié mis verdades insurgentes,
ahuyenté mis fantasmas libertarios
y renegué de
mis locuras esenciales.

Ya soy de nuevo la cifra en el rebaño,
la postulante de toda cobardía,
os invito, sin rencor, al gran evento,
de mis remordimientos
y nostalgias.





Delictia Carnis. 


Voy por tu cuerpo
con la avidez
gozosa
de un lobo que demarca
su nuevo territorio,
preciso tu latido,
tu miel,
tu levadura,
el tacto que me brinda
paraísos contrarios.
-Tu piel,
con su fragancia
de tierra lloviznada,
transpira como un niño
que juega entre la niebla-.
Con manos
como olas,
con labios
como insectos,
con el abrasado viento
de mínimas palabras
me aferro
a tus costados,
deambulo
por tu cuerpo,
convoco en tus fronteras
el solapado fuego.
Y, así,
de toque a beso,
de humedad a silencio
te creces en ternura,
te viertes
en codicia,
aprendo de tus manos
mi resplandor más hondo,
y bebo
en tu saliva
mis sales y mi aroma.





Consejos de Afrodita.


A la hora del amor llega desnudo,
desnudo y puro,
como quien vive su muerte y resucita.
Besa
hasta que sean de piedra tus labios
y tu lengua.
Acaricia
hasta que palidezcan los tigres camorreros.
Entrégate
con la avidez del sediento en la taberna,
con fervor, con pavor,
no retrocedas.

Y en la batalla de labios y de huesos,
en la apretada urdimbre de dos cuerpos
baja cantando, como un minero iluminado,
para cavar muy hondo entre dos muslos.





Capricho.


Hoy he besado a un hombre hechura de la tierra,
elemental,
agreste,
sin linaje ni aroma.
Capricho en el desgaste de una tarde cualquiera.

¡Dura carne de cobre para mi carne ardía.

Y aconteció, tan cierto, el regreso a la orilla
donde todo comienza:
la tierra, su inocencia,
y dos seres que aprenden el estupor de un niño
cruzando el lento abismo.

Obediencia de arcilla perpleja y clamorosa
horneada en el oscuro
resplandor del deseo.
El mundo en perspectiva, y el ojo de los astros
miro, visión del Génesis, los cuerpos anudados.

Y mientras Dios gestaba
la rosa, los metales,
la curva de los montes, los ríos iniciales,
un gemido y un canto de agonía deleitosa
diseñaron los sauces y el primer ruiseñor,
e inmersa en la fragante destilación del sexo
halló el mar tumultuoso
su vocación salina.





Canción tardía.


"Te amaré siempre, siempre"
Inapelable noria de las palabras que da vueltas,
al otro lado de la ausencia,
junto al vaciado pozo de los sueños.

"Tú y yo por la vida y por la muerte"
Quién retuerce el cáñamo para tejer la hora
de un pasado ilusorio.
Rumor que se aproxima, eco en suave curva
donde la realidad es fuga.

Quién envía señales de humo, palomas mensajeras,
ramas sobre el agua, almizcle en pos del viento
presagiando caminos de regreso
y así aniquila
el tráfago irrevocable del olvido.

Canción tardía. Voz de pájaro emigrante
que ha extraviado el rumbo, su estela monitora
y se abandona al sino de caprichosos vientos
mientras deplora la prematura llegada del invierno.





Amantes. 


Ascendente marea creciendo en lenta fiebre
los amantes se buscan y enlazan dulcemente,
como árboles que avanzan,
cumpliendo su destino de incendiada epidermis.
De pie son dos espadas que luchan tercamente
por distraer la muerte,
tendidos son dos ríos fluyendo hacia el instante
que anula la sellada consigna del olvido.

Y si el mundo, impaciente,
se sale de sus goznes, estalla o se disuelve,
los amantes lo ignoran, apenas necesitan
el canto de su sangre,
su vida recobrada en húmedas batallas
y las pequeñas muertes en cada despedida.


Poemas. Concha Urquiza (1941-1945)

Ya corre el corazón por este suelo... 


Ya corre el corazón por este suelo
Como antes del remanso el agua impura:
Aún lleva tierras en la entraña obscura
Y pretende copiar la faz del cielo.

Van creciendo el dolor y el anhelo,
La corriente se turba y se apresura,
Y es fuente el sedimento de amargura
Más que las alas con que intenta el vuelo.

Si tendieras la mano solamente
Y el agua temblorosa se aquietara,
Ya, contemplando el cielo largamente,

¡Oh Deseado!, el corazón dejara
flotar sobre su sueño transparente
la divina belleza de tu cara.

15 de junio, 1937





Una mujer aureolada por sus cabellos.


Tu rostro en tu cabellera
es el faisán en el nido;
Eros en la red ligera
de la sonrisa primera
detenido.

Es de Astartea el rostro aciago
sobre sus muslos de oro,
espantable fruto ¡Y mago!
entre las ramas de un vago
sicomoro.

Es luna en las arboledas
y chispa sobre la fragua
y es, con su temblor de sedas
un puñado de monedas
en el agua.

Café París
2 de mayo de 1936





Una canción de despedida.


Adiós, amor que se queda,
dormido y desnudo al viento;
huellas en tus callejones
prolongarán mis ensueños,
huellas adentro del alma
cultivarán tu recuerdo;
adiós, mi tierra de amor,
dormida y desnuda al viento.

Del vasto mundo, del mundo
ya nada tengo ni quiero;
mas guardado en las montañas
hay un rincón de silencio,
una embriaguez a los ojos,
una ansiedad a los pechos,
y una canción a los labios
que me aguarda en todo tiempo.

Y he de tornar y tornar
como el péndulo viajero,
y como torna la niña
cuando se mira al espejo.
Silencio de mis montañas,
Pátzcuaro de doble cielo,
yo he de tornar y tornar
como el péndulo viajero!

19 de diciembre, 1941





Un soñar con el pálido ramaje...


Un soñar con el pálido ramaje
y las llanuras donde cuaja el trigo,
un aspirar a soledad contigo
por los húmedos valles y el boscaje:

un buscar la región honda y salvaje,
un desear poseerte sin testigo,
un abrazado afán de estar conmigo
viendo tu faz en interior paisaje:

tal fue mi juventud más verdadera;
en el clima ideal de tu dulzura
maduró mi divina primavera:

y tuve mi esperanza tan segura,
como que en la hermosura pasajera
se me entregaba, intacta, Tu hermosura.





Tus ojeras. * 


Para mi hermana María Luisa

Hay en tus ojeras luna diluida
y olor de jazmines, y triste cantar,
la nostalgia en ellas quedóse dormida,
disuelta en las perlas de un dulce llorar...

Cuando lloras cantan tus lágrimas puras
los himnos sagrados que Eros formó,
y hay en tus arcanas pupilas oscuras
los hondos misterios que Apolo cantó.

Desmayan los sueños en sus tristes rasos
que mudos semejan pálidos ocasos...
pálidos ocasos de riente ilusión...

Mientras sus hogueras tus labios encienden
y tus dos ojeras en tu rostro prenden
el lirio azul pálido de su corazón...

México, julio de 1922

*Concha tenía 12 años de edad cuando escribió este poema.





Sulamita. 


Pues ya si en el exido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido,
que andando enamorada...
San Juan de la Cruz.

Atraída al olor de tus aromas
y embriagada del vino de tus pechos,
olvidé mi ganado en los barbechos
y perdí mi canción entre, las pomas.

Como buscan volando las palomas
las corrientes mecidas en sus lechos,
por el monte de cíngulos estrechos
buscaré los parajes donde asomas.

Ya por toda la tierra iré perdida,
dejando la canción abandonada,
sin guarda la manada desvalida,

desque olvidé mi amor y mi morada,
al olor de tus huertos atraída,
del vino de tus pechos embriagada.

23 de junio, 1937





Sed moriar. 


Perdido he mi soledad contigo,
mas esta noche tornaré a buscarte
-tierra los labios y en el alma trigo-,

cuando rendido en su postrer baluarte
el viejo compañero de mi vida
sepa el grito del ave que se parte.

¡Oh mar, oh vasta tierra desmedida,
luz de abismo en los ojos dilatados,
antorchas en el fondo de la herida!

Jamás con ansia cierta deseados,
jamás predichos en la misma nota,
jamás en claro verbo disfrutados!

La tensa vela al viento se alborota,
mueve el viento sus ágiles corceles,
la roja espuma de la quilla brota.

Ya cuerpo y vida te serán tan fieles
que volverán a dar, con buena tierra,
pan en tu espiga y sol en tus claveles.

Y una vez más se moverá la sierra,
en la simiente alada de algún pino,
por todos los confines de la Tierra.

Pero yo, sin vereda ni camino,
ni espacio ni color, ni franca puerta
al tiempo, turbulento peregrino.

Yo, sólo llama pura y sed alerta,
sed como roja flor transfigurada,
bajo las bocas del torrente, abierta.

He aquí que se ha mojado la enramada
de savia y temporal, y el agua fluye,
brota la vid, se hincha la granada.

Tras el grito del pájaro que huye
has venido a llamar tan tiernamente,
que nuevo amor el corazón arguye.

¡Y es tiempo, tiempo! Caiga la simiente
sobre las horas que han llegado tarde
y que van a ceñir otra corriente.

¡Nosotros hasta aquí! fruto que arde
en rojizos otoños, mi paisaje
se desprende del seno de la tarde.

El universo todo está de viaje,
resbalando por lánguidas pupilas
donde no tiene amor que lo agasaje.

Hacia los siglos donde tú cavilas
los días de mi historia gravitando,
encontraron profetas y sibilas.

Hoy, sólo encuentra el ardoroso bando
el "diuturno silencio" prometido,
las áureas pajas, y aquel pecho blando
que te dio amor, en leche convertido.

12 y 13 de diciembre, 1941





Ruth.


La quieta soledad, el lecho oscuro
De inmortales tinieblas coronado,
El silencio en la noche derramado,
Y el cerco de la paz, ardiente y puro.

Ruth detiene el aliento mal seguro,
Descubre el rostro de dolor turbado,
Y por largos anhelos agitado
Con dura mano oprime el seno duro.

Duerme Booz en tanto; su sentido,
En misterioso sueño sumergido,
La presencia tenaz de Ruth ignora.

Mas su despierto corazón medita..
Y la noche fugaz se precipita
Hacia los claros lechos de la aurora.

Agosto de 1937





Romance de la lluvia.


¡Ay, corazón quexoso, cosa desaguisada!
¿Por qué matas el cuerpo do tienes tu morada?
Libro de buen amor, 786

Corazón, bajo la lluvia
herido de amor te llevo;
te cerca el campo mojado,
la lluvia te dice versos,
el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.
La roja tierra del monte
entreabre el húmedo seno;
en el regazo del valle
ríen los pétalos tersos,
y hacen blanco en el río
las flechas de los luceros.

Bajo la lluvia liviana
herido de amor te llevo;
muchas aguas han llovido
sobre tu herida de fuego;
muchas noches te han cegado,
muchas albas te han envuelto*,
¡tengámonos a gustar*
el dulce llanto del cielo!

Corazón, corazón mío,
descansa bajo mi pecho;
mira cómo se deshojan
las nubes de lento vuelo;
¡cierra la sangrienta boca
y dame un trago de sueño!

Descansa, viajero ardiente,
descansa, ya llegaremos
-allá detrás de la lluvia-
al claro "allá" , de tu anhelo;
ya abrevarán en tu herida
aquellos labios sedientos,
ya templarán tus ardores
aquellos ojos sin tiempo,
ya bajarás al abismo
deleitoso de su pecho,
y anudarás tus latidos
a sus latidos eternos...!

Corazón, bajo la lluvia
herido de amor te llevo:
por los labios de tu herida
silban rimando los vientos,
y el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.

San Luis. 5 de junio, 1940

*  en otros textos aparece con estas variaciones:
muchas albas te han abierto*
* ¡tengámonos a mirar*





Quiero decir que te amo y no lo digo... 


-Diligis me plus his?...

Quiero decir que te amo y no lo digo
aunque bien siento el corazón llagado,
porque para mi mal tengo probado
que soy tibio amador y flaco amigo.

No amarte más es culpa y es castigo,
que de ansias de tu amor me has abrasado,
y con sólo dejarme en mi pecado
extremas tu rigor para conmigo.

Sólo quiero vivir para buscarte,
sólo temo morir antes de hallarte,
sólo siento vivir cuando te llamo;

y, aunque vivo ardiendo en vivo fuego,
como la entera voluntad te niego
no me atrevo a decirte que te amo.

14 de julio, 1939





Primavera. 


Hoja a hoja la tierna primavera
el verdor de los campos restituye
y, desatado de los hielos, huye
el arroyo burlando la pradera.

Despierto ayer a la canción primera,
el salvaje gorrión el ala intuye
y por la luz que se derrama y fluye
sube y baja la escala pajarera.

Ya la amapola su fulgor deshoja
y el dientecillo su dorada pluma;
todo a la fiesta del color se arroja;

sólo en el claro azul, que nada bruma,
flota una nube desgarrada y floja
cual recinto brevísimo de espuma.

9 de septiembre, 1944





Nostalgia de lo presente. 


Suspiro por las cosas presentísimas,
y no por las que están en lontananza:
por tu amor que me cerca,
tu vida que me abraza,
por la escondida esencia
que por todos mis átomos me embriaga.

Suspiro por el fuego que secreta-
mente consume mi alma,
por la sutil presencia
que el hondo abismo de mi ser alcanza,
sin que fuerza del cielo ni la tierra
pudiesen disiparla.

Nostalgia de lo más presente..., angustia
de no poder captar la luz cercana;
inmenso anhelo del abrazo mismo
que ya va taladrando las entrañas.

¡Oh miserable angustia de buscar lo presente
y morirse de sed mientras los labios
tocan la faz del agua!

Amor, la tierra dulce
ya me va pareciendo tan liviana,
que se desprende de los ojos mudos
desnuda de color y resonancia,
y no encuentra el sentido
línea donde posarse la mirada...
La tierra, amor, la tierra
se ha tornado hace mucho tan liviana,
que sola se desprende de los ojos
hacia un tedioso abismo en la distancia.

Ya los cambiantes lagos de mi pueblo,
las ágiles montañas,
los gloriosos crepúsculos ardientes,
la música olvidada,
el arrullo de aquellos senderillos,
no tienen resonancia,
ni hay dulce faz sobre la faz del mundo
que haga temblar el alma de mi alma.

Una sola presencia es la que anhelo,
y la poseo toda, enmimismada;
un solo amor, y es mío;
un abrazo, y en él estoy atada!
Y en el sentido frío
y el corazón de hielo, se dilata
un mundo desprovisto de sentido,
de luz, color y forma...; y en el alma,
otro desierto helado
donde estás tú..., bajo mi vida exhausta,
que sostienes y alientas,
que iluminas y abrazas,
y angustias con anhelos imposibles,
y que no te conoce... y que te ama!

Erongarícuaro, 9 de diciembre, 1941





Miente mi corazón cuando te ama... 


Miente mi corazón cuando te ama,
hecho intérprete fiel de mi sentido,
como el eco en abismo percibido
que el viento, no la voz, forma y derrama.

Este imperioso afán que te reclama
no en el centro del alma fue nutrido:
me ha turbado sin mí, como el sonido,
es ajeno a mi ser, como la llama.

Cuando la sangre el corazón satura
de sólo tu sabor -término medio
en loco silogismo de amargura-,

inaccesible al implacable asedio,
como trozo de plomo en agua obscura
húndese el alma en silencioso tedio.





Mi cumbre solitaria y opulenta... 


Mi cumbre solitaria y opulenta
declinó hacia tu valle tenebroso,
que oro de espiga ni frescor de pozo
ni pajarera gárrula sustenta.

En tu luz gravitante y macilenta,
quebrado el equilibrio del reposo,
vago sobre tu espíritu medroso
como un jirón de bruma cenicienta.

Libre soy de tornar a mis alcores
do Eros impúber la zampoña toca
ceñido de corderos y pastores;

mas a exilio perpetuo me provoca
la chispa de tus ojos turbadores,
la roja encrespadura de tu boca.





Las piedras del camino se llenan de ternura... 


Las piedras del camino se llenan de ternura
y de musgos; los cielos contemplan con dulzura
los senos azulosos del agua que se estanca.

Clareando entre los charcos de solo todos deshechos,
se hinchan de luz las agrias venas de los helechos
tendidos sobre el fresco terror de la barranca.





La canción intrascendente.


Tonadilla de viajero:
del corazón a la boca,
y de la boca, al sendero.

Siembra los rumbos del viento
y quién sabe
si vayas a hacer granero
en la garganta de un ave.

Por los valles y los montes
anda a probar tu fortuna:
los cabellos de los pinos
huelen a viento y a luna.

El río tiene su flauta
y la fuente sus espejos:
quédate y canta con ellos,
nosotros vamos más lejos.

Tu padre no quiere oírte
después de haberte engendrado:
no eres más que una canción
que el viento se habrá llevado.

Viajeros somos, viajeros
que andamos nuestro camino:
luna y monte, monte y luna,
manta y silbo, pan y vino.

Y como es recio el camino,
llevamos por equipaje:
en el pecho, el corazón,
y en la boca una canción
para el viaje.

13 de junio, 1940





La canción de Sulamita. 


Indica mihi, quem diligit anima mea, ubi
pascas, ubi cubes in meridie, ne vagare incipiam
post greges sodalium tuorum.
Cant. I, 6


Hazme saber, Amor, dónde apacientas,
dó guías tus rebaños, dónde vagas,
no huelle tras las ínsulas aciagas
las rutas de la tarde cenicientas.

Tu grey, oh tierno Amor, dó la sustentas
y con pastos riquísimos halagas,
mientras mi torpe corazón amagas
con sendas largas, y con horas lentas.

No principie a seguir de los pastores
los dispersos rebaños. Vida mía;
muestra, lejos, el sol de tus amores;

¡dime dónde apacientas todavía!,
y seguiré tu rastro entre las flores,*
por los fuegos del áureo mediodía.

11 de junio, 1937

En otros manuscritos aparece como "La segunda canción de Sulamita"
con esta variación:
*y seguiré tu rastro y tus olores.





La canción de Junio. 


Junio, brazada de soles
por el campo florecido,
¿qué le dirás a mi alma
que quiera prestarte oído?
¿Qué le dirás a mi alma,
Junio, de verde vestido?

El amor de los donceles
se fue por el monte arriba;
el amor de las doncellas
siguiendo sus pasos iba;
ni un brote abierto dejaron,
ni una flor dejaron viva...
Pan ha callado el arrullo
de su flauta primitiva.

Junio, mojado de lluvia,
Junio, dorado de trigo,
rojo de tierra del monte,
rostro de sátiro amigo,
¿si creerás que como otrora
hoy me embriagaré contigo?

Casa de olvido me dieron
-muros altos, blancas tejas-;
mi Amado cercó la entrada
del vellón de sus ovejas;
la paz me besó en el rostro
tras los hierros de las rejas...
Por el bosque sosegado
Eros olvida sus quejas...

Junio, pintado de luna,
Junio, de ardores ceñido,
¿qué le dirás a mi alma
que quiera prestarte oído?
¿Qué le dirás a mi alma
Junio, de lluvia vestido?





Jezabel.


Palidez consumada en el deseo,
suma de carne transparente y fina,
ya sellada, en profética rutina,
para el soldado y para el can hebreo.

¡Oh desahuciada fiebre, oh devaneo
que oscila como péndulo en rüina,
de un viñedo que el sol mimba y fulmina
a cruenta gloria y militar trofeo!

Horror de pausa y de silencio, acaso
para no conocer turbias carreras
del corazón, hacia el fatal ocaso,

ni sentir que en sus válvulas arteras
se endulza ya la sangre paso a paso
para halagar las fauces de las fieras.

24 de agosto, 1944





Invitación al amor.


(Ensayo de rima interna)

Para María del Rosario Oyarzun.

Amigo, ten el paso presuroso;
mira este valle umbroso, esta pradera
donde la primavera se derrama
y su sagrada llama va agitando,
el cáliz desatando de las flores
que escondidos amores enardecen.
Mira cómo se mecen en el viento
con leve movimiento rama y nido.
Pon atento el oído al son del agua
donde el paisaje fragua un espejismo,
amándose a sí mismo en ser ajeno.
Gusta el soplo sereno de la brisa,
y la tierna sonrisa de este cielo,
y el misterioso anhelo de las cosas.

Las formas portentosas adivina
que la noche divina engendra y brota,
la música remota de los mundos
los acordes profundos y distantes
que en voces consonantes se responden
allí donde se esconden en el seno
del infinito lleno de fulgores;
los oscuros temblores de la tierra
que la simiente encierra y torna a vida,
y acaso, enardecida con la muerte,
del mismo cuerpo inerte y miserable
el fruto deleitable en sí concibe.

El aullido percibe de la fiera
que de su madriguera en noche oscura
llama con hambre dura su pareja.
Oye cómo se queja la floresta,
y en la selva repuesta y misteriosa
el ave rumorosa, a par de viento,
el grado amarillento al pico lleva
con que la flor renueva, e hinche el tallo.

Y aun los amores callo de que el hombre,
eternizando el nombre del proscrito,
pobló el tiempo infinito de su nada.
Basta que la mirada desenvuelvas
y el ámbito revuelvas de la tierra,
y cuanto el mar encierra, y a ti mismo
-si a tan profundo abismo el pie se atreve-,
luego los ojos mueve a aquella altura
do brilla la hermosura de los astros,
verás de Amor los rastros por doquiera:
Amor es ley primera, suave y fuerte,
ley que vence la muerte, y como ella,
desde la blanca estrella hasta el gusano,
nos lleva de la mano por el mundo.

En esta ley me fundo, caro amigo;
cuando en verdad te digo que no aciertas
en antes querer muertas tus lozanas,
tus briosas, tus galanas primaveras,
y tus flores primeras destruidas,
que no al amor rendidas dulcemente.
No sea que, cruelmente derrocado,
vengas por tierra echado como hiedra
que del muro de piedra no se abraza.

Y si el amor que pasa presuroso
arguyes de engañoso y deleznable,
por otro no mudable Amor lo deja,
donde no tiene queja el tiempo aleve,
ni el olvido se atreve a la mudanza,
y que, firme esperanza y llama fuerte
traspasa las fronteras de la muerte.

1 de julio, 1939





Dicha. 


Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece:
eso que fue la vida
se anubla y oscurece
y en un vago horizonte desparece.

De estar tan descuidada
del mal de ayer y de la simple pena,
pienso que tu mirada
-llama pura y serena-
secó del llanto la escondida vena.

En su dicha perdido,
abandonado a tu dulzura ardiente,
de sí mismo en olvido,
el corazón se siente
una cosa feliz y transparente.

La angustia miserable
batió las alas y torció la senda;
¡oh paz incomparable!
un día deleitable
nos espera a la sombra de tu tienda.

La más cruel amargura
con que quieras herirme soberano,
se henchirá de dulzura
como vino temprano
apurado en el hueco de tu mano.

hiere con saña fuerte
si sólo no desciñes este abrazo,
que aun la faz de la muerte
-con ser tan duro lazo-
pienso que ha de reír en tu regazo.

25 de octubre, 1940





Del ser que alienta y del color que brilla... 


Del ser que alienta y del color que brilla
me separa tu cálida presencia,
clausurando el sentido en la vehemencia.
de una noche sin fondo y sin orilla.

En ella mi tortuosa pesadilla
te confiere su trágica opulencia,
y tórnase inmortal como una esencia,
siendo que eres trivial como una arcilla.

Te he engendrado en mi lumbre y mi universo,
en tu forma plural he proyectado
la queja vaga y el afán disperso.

Dudando está el espíritu sitiado
si eres mi sangre disculpada en verso
o mi dolor en carne figurado.

San Luis Potosí, 7 de julio, 1943





David. 


¡Oh Betsabé, simbólica y vehemente!
Con doble sed mi corazón heriste
Cuando la llama de tu cuerpo hiciste
Duplicarse en la onda transparente.

Cerca el terrado y el marido ausente,
¿quién a la dicha de tu amor resiste?
No en vano fue la imagen que me diste
Acicate a los flancos y a la mente.

¡Ay de mí, Betsabé, tu brazo tierno,
traspasado de luz como las ondas,
lió mis carnes a dolor eterno!

¡Qué horrenda sangre salpicó mis frondas!
¡En qué negrura y qué pavor de invierno
se ahogó la luz de tus pupilas blondas!

Agosto, 1944.





Canciones en el bosque. 


Variaciones de los Cantares.

Yo cantaré mi amor contigo a solas
que escuchas en el viento sosegado
sobre los vastos campos de amapolas,

pasando por los montes y collado,
soplando en las corolas encendidas,
acariciando el brote malogrado;

contigo en las veredas escondidas
donde vagan arroyos silenciosos
y están las azucenas florecidas;

contigo en los parajes nemorosos,
donde el cansado corazón se entrega
por los espesos cedros rumorosos

y sombra de dolor el alma niega;
por los ardientes valles dilatados
que el sol calienta, que la lluvia riega,

donde suenan los vientos derramados;
en caminos que suben desde el suelo,
rodeando los montes levantados,

hasta la faz clarísima del cielo;
contigo, Amor, entre las hojas de oro
donde toda la luz detiene el vuelo.

Allí tendré mi canto, allí mi lloro,
allí podré contarte mi desvelo
donde todas las aves forman coro.



No más la soledad aborrecida
que el corazón henchía de amargura,
no más dolerse de la paz perdida,

no más el ruido de la turba impura;
ya no en las noches el gemido triste,
el falso amigo, la compaña oscura

El corazón do entero te vertiste
tu camino forzando entre despojos,
y el duro sello de tu amor pusiste,

¿qué puede ya buscar sino tus ojos?
¿qué desear, sino morir contigo
por los caminos de tu sangre rojos?

Si no en ti, ¿dónde gozará de abrigo?
¿ni en qué ricos manjares tendrá halagos
más que en la hartura de tu pan de trigo?

Él cruzará los ondeantes lagos,
y llevándote asido dulcemente
buscará el seno de los montes vagos:

allí estará contigo tiernamente;
allí sabrá decirte que te ama;
se abrazará de ti, como la fuente

por cuyo rostro el cielo se derrama,
se abraza de ese cielo transparente
sobre su asiento de flexible lama.



Volvámonos, Amor, y semejante
al cervato en los bosques esparcidos
sobre las altas cumbres, vaga errante

(como vagan los pájaros perdidos,
de sus tiernos hijuelos olvidados,
en tu vuelo suavísimo mecidos).

Huye, Amor, sobre montes y collados;
yo esperaré tu paso, y entre tanto
buscaré los parajes más callados,

en soledad, para ensayar mi canto.
y tendida en praderas deleitosas
donde brota el romero y amaranto,

veré los días de oro, las graciosas
tardes, donde ya brillan los luceros,
y el giro de las noches luminosas.

¡Que vuele la canción por los oteros
y escuchen a la siesta los pastores
los gritos del deseo lastimeros;

y el  Austro, desatado entre las flores,
recoja el canto claro y armonía
que responde a la voz de los amores.

Yo desearé tus besos como el día
y diré que tus pechos son mejores
que el vino, dador nuestro de alegría.

18 de junio, 1937





Cancioncilla.


¿A quién contaré mis quejas,
mi lindo amor,
a quién contaré mis quejas
si a voz non?...
Canción popular del s. XV

Amor, corriente escondida
que pechos adentro va,
como un manantial que está
alimentando mi vida;
en turbias aguas perdida
abreva el alma dolor:
si no te la cuento, Amor,
¿a quién contaré mi herida?

Flauta y risa, pan y abrigo,
levanten gritos de guerra;
lágrimas brota la tierra
que amargan la vid y el trigo;
zumo de dardo enemigo
la dulce vida envenena:
¿cómo lloraré mi pena
si no la lloro contigo?

Negras alas han manchado
el claro cielo de estío;
se encrespa el seno del río
de recias olas turbado:

cómo pasaré este vado
sino en tus brazos, amor?
¿Cómo beberé el dolor
si no lo bebo a tu lado?

10 de junio, 1940





Caminos. 


Oh dulce canto de viaje,
mi alegría y mi caudal,
más que en las velas el viento
más que el surco en el mar!

Por los senderillos negros
nubes cargadas de afán,
por los senderillos rojos
alardes de tempestad,
por las llanuras inmensas,
soledad...,
pero una canción de viaje
me llena de oro el morral.

Cuán largo camino largo
desde esta noche a la aurora!
mas un cantarcillo alegre
los labios sedientos moja:
"¡Qué amor y qué amores tengo
allá en fronteras remotas!
¿qué camino será largo
siendo camino de bodas?"

La luna viaja de incógnito
tras las nubes borrascosas;
y galopa el duro viento
con el girón de su antorcha;
en la soledad vibrante
se adelgaza cada nota,
y siguiendo la carrera
de la senda voladora,
como una cinta de onix
la noche se desenrolla.

Negro camino impaciente
cárcel que vuela hacia el mar;
hilillo de oro lo enfrena
la música de un cantar:
"¿qué camino será triste
que a tus labios dulces va?"

Agosto, 1942





Aunque tu nombre es tierno como un beso...


Aunque tu nombre es tierno como un beso
y trasciende como óleo derramado,
y tu recuerdo es dulce y deseado,
rica fiesta al sentido y embeleso;

y es gloria y luz, Amor, llevarlo impreso
como un sello en el alma dibujado,
no basta al corazón enamorado
para alcanzar la vida todo eso.

Ya sólo, Amor, perdido en tus abrazos,
cabe tu pecho detendrá su empeño:
no aflojará las redes y los lazos,

verá la paz ni gozará del sueño,
hasta que tenga paz entre tus brazos
y duerma en el regazo de su Dueño.

6 de julio, 1937





Arrepentimiento. 


Por lo que te he ofendido, dulce cariño mío,
quiero ser a tu anhelo cual sería el rocío:
tierna, dócil y humilde como el agua que mana
y se ofrece a las llagas de la miseria humana.

Yo enseñaré a mis manos a ser mansas contigo,
tal como las entrañas sonrosadas del higo,
para que te acaricien con tan suave caricia
como la voz del ave de la blanca novicia.

Yo enseñaré a mis plantas a que pisen tan quedo
como el viento que mueve las hojas del viñedo,
ya mis claros cabellos a quebrarse en tus manos
como frágiles tallos de lirios franciscanos.

Apoyaré mis dedos sobre tu excelsa frente
y será mi caricia sosegada corriente
para que fertilice tu pensamiento bello
y haga brillar tus ojos con singular destello.

Seré quieta y humilde como la arena rubia
y rozaré tus labios como agua de la lluvia
para llenar las horas del dulzor de las vidas,
hasta que tú perdones y para siempre olvides.


Poemas. Jorge Urrutia.

Muerte en Venecia. 


"Los mitos son igual que guantes grises"
 Leopoldo de Luis.

Suave es el mar como una mano. Cuentan
que en el invierno entra por un guante
y cada dedo llena el hueco de sí mismo.
Lo ha aprendido ya todo en la humedad del tiempo
y, pacífico, avanza con la sabiduría
de quien conoce cosas que nadie más conoce.

Como una mano es que, ya enguantada,
se apoya sobre un brazo,
se oculta por el pliegue de una manga
o se funde en la niebla de su pecho.
Si suave es el mar, lo arrastra todo
con una voz muy tenue,
como surge la duda o crece la sospecha.





La mirada de Ulises. 


Se levantó del lecho y abrió una cerveza.
Soñaba que dormía de nuevo con Penélope
pero se despertaba con la cara de Circe.
Dormir, soñar, vivir acaso
en un sueño imposible, una esperanza
condenada al fracaso.
Amar, sólo se ama lo que uno mismo crea
y él hubiera creado una nueva mujer que mantuviese
la forma de sus manos, el olor de su aliento,
el calor de su pecho.
Pensó en Narciso y dijo: «Me amo sólo a mí mismo».
Termina la cerveza y se mira al espejo
que reflejaba el rostro del triste Leopold Bloom.





(La inclemencia del verbo)


Como un hilo, un ovillo, una madeja,
una débil corriente infructuosa
busca un final que el principio no sea.
Como una nube en nube convertida
que amenaza un diluvio y no concluye,
como un amor en desamor marchito
que sólo entrelazara los dedos y no manos,
la palabra se usa, se atormenta, derrama
y no suena a sonido convincente.
Sobre la mesa crece y se desborda
entre dientes agudos y brillantes.
Sólo la espuma queda, el resto es aire.





¿Huída? 


¿Por qué se escribió huida? No se huye
cuando sólo una acción es la posible.
Es viajero obligado, que sabe cómo niega
su propia voluntad.
No hay dioses,
sin embargo
organizan la vida de los hombres.
No hay creencias
sostenibles más allá de la duda,
de los bultos que la niebla permite
adivinar.





Huída.


Son diecisiete días. No adivina
que las bonanzas nunca son eternas.
Perderá el agua dulce. Rodarán
los pellejos de vino.
De nada servirán las diecisiete noches
mirando a las estrellas, ni la filosofía,
barata,
que el amplio mar sugiere.

        Los troncos de la balsa fijó en cuatro jornadas.
Un abrazo fugaz. Un beso. Despedida
de un hermoso paréntesis, un lapso
en la vida o la muerte.
No preveía nadie el fin de la bonanza,
la huida de la paz, de la sonrisa el luto.
Agua, sudor y hierro en la firmeza,
el ciego sol, el alma dura apenas.

        Las cosas, al fin y al cabo,
son como son las cosas. Simplemente.





Entrega.


At bounds of boundless void. *
Samuel Beckett.

Un sonido muy tenue, un roce apenas,
un perfume que alcanza la costumbre,
incerteza, tal vez alguna duda,
punto difuminado, o finísima línea.
Una saliva es un gusto amargo y dulce,
una mano que, abierta, deja pasar la arena,
un nombre susurrado y una larga
caída. O es un derrumbe
hasta el fondo más hondo de sí mismo.

*Hasta los límites del vacío sin límites.





El humo de Ítaca. 


¿Hay un hogar? ¿Se parte de algún sitio?
Siempre de las ruinas, pero exigen
las ruinas hogar un día construido.
Se parte de algún sitio, del derrumbe
del manto, de la saya
caída,
de la camisa rota,
del ánimo cortado por no se sabe qué,
por no se sabe quién.
Y se encamina uno hacia el pasado.





El espacio del tiempo.


Es un tiempo vacío el de este nuevo espacio.
Sabe que no estás tú y que no debe
llenarlo con tu sombra.
Busca la luz, en cambio. La alimenta
cuando llega la aurora. Habla con ella
porque conviene, dicen, hablarles a las plantas,
decirles las palabras limadas que aprendimos.

Si crece la mañana es que arde el rostro.
Va llenándose el bosque con los árboles
nacidos de su propia sombra.
Bulle lejos el río. Óyese el tráfico
Como un mugido suave.
Y una tranquilidad desconocida
aniquila los gritos del pasado.





Echando la vista atrás.


Ha habido reposos en su vida,
lentos atardeceres, serenas tardes prietas
de amor y mansedumbre,
sonrisas y caricias, besos, manos cogidas
como se coge el agua, como se ahoga
el corazón nervioso, emocionado.
La pluma recorría delicada el papel,
surgía la palabra lamiendo la garganta.
Que la inquietud es bella si aquieta los recuerdos
dolorosos. Recuerdos.





Descanso. 


Este viejo colchón siempre vino del cielo,
abrazó con su frío
y construyó un hogar para que el tiempo
se muriese en su espejo y descansara.
Y se frotó las manos.
Este blanco colchón es la sirena,
hacia el abrazo lleva, mortal o, por lo menos,
rompe los ligamentos y arrodilla
nuestras últimas fuerzas.





Tiempo del espacio.


A place. Where none. For the body. To be in.
Move in. Out of. Back into. No. No out.
No back. Only in. Stay in. On in. Still.*
Samuel Becket.

        Busca un espacio en ti, un territorio
que lo más íntimo hiera suavemente.
Huerto sin fruto. Jardín iluminado.
Regato silencioso donde flotan nenúfares.
Oscura luz que ordena el más oculto tacto.
¿Entróse un día? Ningún recuerdo queda
y tampoco hay recuerdo de haber estado ya,
de que estuviese alguien. Descubrimiento.
Nunca habitó este espacio cuerpo alguno
pues no hubo cuerpo nunca que en el cuerpo estuviera,
ni su cuerpo invadió cuerpo distinto.

Estar en el principio, en el quedarse,
origen es del tacto de todo lo intangible
tocado al fin. Sentido que se sabe
la palabra más alta del silencio,
el presente absoluto del presente.

* Un sitio. Donde ninguno. Para el cuerpo. Que esté. Que entre. Salga.
Vuelva. No. No se sale. No se vuelve. Sólo se está. Dentro. Dentro aún.
Quieto.





Testimonio.


De nada le sirvió olvidar el olvido,
anular lo anulado, borrar lo que la goma
nunca borrara bien y ha quedado una mancha,
difuminada esencia de la cierta presencia.
Estuvo y fue.
Depositó su tacto sobre la superficie de una tibia memoria
porque no sirve nunca olvidar el olvido.
Que no se agita nunca y muere con nosotros.





(Ser es estar) 


Está de nuevo aquí, frente a la vida
que pasa y viene. Se contempla
en el rostro de cada sorprendido
individuo que cruza, que se mira y se marcha.

        Está de nuevo aquí. El puente.
La salida del metro.
Las mesas del café. La pluma con que escribe.
Es la gente de siempre o ha cambiado,
y es cada cual que deja balbuciendo
una palabra abierta, un testimonio
de que circula el aire en sus pulmones.

        Está de nuevo aquí. El río seguro
que corre abajo tras el muelle.
Sin duda el viento riza
las pequeñas orillas y despeina
el perfil tan hermoso de la joven
que atraviesa la calle decidida.





(Saber es conocer) 


Porque es tocar origen de los conocimientos.
Tocar las cosas simples, cotidianas:
mesas y platos, tazas, cucharillas,
el transparente cristal que nos separa
de las gentes, los árboles, los frutos.

        Es tocar todo el ser, el existir,
saberse vivo, respirando y bebiendo,
tocando el vaso,
acariciando el aire.

        Ha sujetado mástiles, velámenes y jarcias,
con el tacto orientado la nave entre las olas,
entre las rocas negras y las masas oscuras de los hombres.
Ha sentido sus dedos comidos por el agua,
hecha arrugas su piel y blanquecina.

        Porque es tocar origen de los conocimientos
y el recuerdo es memoria de tu piel
tocada un día y convertida en mundo.
Tocada un día
y hecha universo, realidad invisible.
Por el tacto ya suya para siempre
en su mirada.





Recuerdo de Penélope.


Te despiertas y miras. La penumbra
es como un horizonte descompuesto.
Otros mundos pudieran ofrecerse
detrás de los espejos o al fondo del armario.
Vuelve el rostro pues sabes
que el mundo es sólo tú y que estarás
a su izquierda dormido, en el dominio
de la inquietud tan cómoda que ofrece el abandono.





Poema de Calipso. 


Batallas son de amor, también de sueño.
O son sueños de amor o, sólo en sueños,
amor. Batallas son
que libra con su cuerpo y con el cuerpo
de ti.
        Con tus manos sujetas
su sueño, construyes
su amor, destruyes...
¿Qué destruyes si en tus manos es sueño
y si sueña tan sólo con tus manos?





Noticias de las llegada. Ecos de la partida.


Y se fue sin marchar.
Salió, pero se queda
una marca sin duda en el acantilado.

        Escribía al llegar un telegrama,
la clave adolescente de los arcos maternos.
Llegué. Aquí estoy. Sonrío. París es tan hermoso...
¿Qué queda
de aquel signo de amor que concluía
cada tramo feliz de los viajes?
Hola, hola, llegué. He conseguido
un logro en el trabajo, un beso deseado,
escribir un poema. Estoy contento.
Se iba sin marchar. He visto Troya,
sus enormes murallas. Cientos de naves
han llegado conmigo.
Las cartas. Telegramas. El teléfono.
Se me acaba la vida. Aquí te aviso.
Llega la funeraria. El ataúd
se cierra.

        Algo quedó de él sobre la playa
y en el bolsillo guarda una piedra redonda.