viernes, 2 de agosto de 2024

Poemas. James Lansgton Hughes (1902-1967)

El negro habla de los ríos. 


He conocido ríos:
He conocido ríos antiguos como el mundo y más viejos que el
flujo de sangre humana en las humanas venas.
Mi alma se ha hecho profunda como los ríos.
Me bañé en el Eúfrates al comienzo de los amaneceres.
Me construí una cabaña cerca del Congo que arrullaba mis sueños.
Miré hacia el Nilo y sobre él alcé las pirámides.
Oí el canto del Mississippi cuando Abe Lincoln
bajó a Nueva Orleans, y vi su embarrado
pecho tornarse dorado al amanecer.
He conocido ríos:
Ríos antiguos, oscuros.
Mi alma se ha hecho profunda como los ríos.





Negro.


Soy negro:
Oscuro como oscura es la noche,
Oscuro como mi África profunda.
He sido esclavo:
César me hizo limpiar sus escaleras.
Cepillé las botas de Washington.
He sido obrero:
Bajo mi mano se alzaron las pirámides.
Hice la argamasa para el edificio Woolworth.
He sido cantante:
Desde África hasta Georgia
Llevé mis canciones tristes.
Interpreté ragtime.
He sido víctima:
Los belgas amputaron mis manos en el Congo.
Hoy todavía me linchan en Texas.
Soy negro:
Oscuro como oscura es la noche.
Oscuro como mi África profunda





Danza africana. 


El grave compás de los tamtanes,
El lento compás de los tamtanes,
Grave…lento
Lento…grave-
Agita tu sangre.
¡La danza!
Una muchacha cubierta con el velo de la noche
Gira suavemente dentro
De un círculo de luz.
Gira suavemente…lentamente,
Como una fina espiral de humo alrededor del fuego-
Y los tamtanes suenan,
Y los tamtanes suenan,
Y el grave compás de los tamtanes
Agita tu sangre.





De madre a hijo.


Déjame que te diga algo, hijo:
La vida para mí no ha sido una escalera de cristal.
La escalera ha tenido tachuelas,
Y astillas,
Y tablones levantados,
Y lugares en los que no había ni alfombra-
Pelados.
Pero en ningún momento
He dejado de subirla,
Ni de alcanzar rellanos,
Ni de torcer recodos,
Y a veces, he avanzado en la oscuridad
Allí donde no había luz.
Así que, no te des por vencido, hijo.
No te quedes abajo
Porque descubras que es difícil el ascenso.
No decaigas ahora-
Ya ves, cariño, que yo aún sigo,
Yo todavía sigo subiendo,
Y la vida para mí no ha sido una escalera de cristal.





Jazzonia.


¡Oh, árbol plateado!
¡Oh, ríos brillantes del alma!
En un cabaret de Harlem
Seis músicos tocan el jazz
Una bailarina de audaz mirada
se alza el vestido de seda dorada.
¡Oh, árbol cantor!
¡Oh, ríos plateados del alma!
¿Fueron de Eva los ojos
Allá en el primer jardín
Quizás demasiado osados?
¿Fue Cleopatra seductora
Con esos trajes dorados?
¡Oh, árbol brillante!
¡Oh, ríos plateados del alma!
En un cabaret vertiginoso
Seis músicos tocan el jazz.





Joven cantante.


Alguien que canta “chansons vulgaires”
En una cava de Harlem
Donde las bandas de jazz tocan
Desde el anochecer hasta que amanece
No lo va a entender
Deberías decírselo
Que ella es como una ninfa
Para algún fauno salvaje.





Yo también.


Yo, también, canto a América.
Soy el hermano oscuro.
Al que mandan a comer a la cocina
Cuando vienen los invitados,
Pero me río,
Y como bien,
Y crezco fuerte.
Mañana,
Me sentaré a la mesa
Cuando vengan los invitados.
Nadie se atreverá
A decirme
Entonces
“Come en la cocina”.
Además,
Verán lo hermoso que soy
Y sentirán vergüenza-
Yo, también, soy América.





La joven bailarina desnuda.


¿Bajo qué árbol selvático has dormido,
bailarina de jazz de medianoche?
¿Qué bosque ha colgado su perfume
como un dulce velo sobre tu enramada?
¿Bajo qué árbol selvático has dormido,
muchacha de piel oscura y ondulantes caderas?
¿Qué luna blanca ha sido tu madre?
¿A qué limpio muchacho has ofrecido tus labios?





Lamento amoroso.


Ojalá que mi niña
A un hombre nunca quiera.
Digo que ojalá que mi niña
A un hombre nunca quiera.
El amor te hace daño
mucho más que una fiera.
Yo voy por el río abajo
Y yo no voy a nadar;
Por el río voy abajo,
Y yo no voy a nadar.
Mi gran amor me ha dejado
Y allí en él voy a pensar.
El amor es como el whisky,
Como el vino, el vino rojo,
El amor es como el whisky,
Como el dulce vino rojo,
Hay siempre que estar queriendo
Para sentirse dichoso.
Voy a subir a una torre
Alta como el árbol es,
Allá arriba, a una torre
Alta como el árbol es,
Voy a pensar en mi hombre-
Y me dejaré caer.





El blues de la añoranza. 


Es el puente del tren
Canción triste en el aire.
Es el puente del tren
Canción triste en el aire.
Siempre que pasa el tren
Quiero ser yo el que parte.
Bajé hacia la estación
Muy triste y apenada.
A la estación bajé
Muy triste y apenada.
En busca de un vagón
Que hasta el sur me llevara.
Añorar, es, Señor,
Lo peor que te puede pasar.
La añoranza es
Lo peor que te puede pasar.
Abro la boca y río
Me río por no llorar.





Desdicha. 


Un blues por favor.
Un blues por favor.
Ninguna otra música
me alivia el dolor
Canta un dulce canto.
Dime un dulce canto,
Porque el hombre que amo
Me ha hecho mucho daño.
¿Cómo no comprendes,
es que tú no entiendes
mi llanto por alguien
que no lo merece?
Cualquier chica negra,
Negra como yo
Si es muy desdichada
Quiere oír un blues.





Bailarina de medianoche.


A una bailarina negra en el “Pequeño Savoy”

Viña adolescente
De la noche con ritmo de jazz,
Labios
Dulces como rocío púrpura,
Pechos
Como las almohadas de todos los dulces sueños,
¿Quién aplastó
Las uvas de la dicha
Y derramó su jugo
Sobre ti?





Doctor en Filosofía. (Ph.D.) 


Nunca fue un niño estúpido de esos
Que cuchichean en clase y lanzan bolas,
O les tiran del pelo a niñas tontas,
O que incumplen cualquiera de las normas
Que hacen lugar de orden a la escuela
Donde se suma y se leen libros
Y en mapas de hule muestran agua y tierra
Reales para ti como anchos mundos.
No alzó los ojos de los libros nunca
Ese niño que ahora es un hombre
Al que asombra que allá a donde mira
La vida es un teatro que él no entiende,
Y el mundo se le muestra ajeno y ancho
Tan alejado de su pequeño rango.





Una postal de España.


Enviada a Alabama
Abril, 1938, Batallón Lincoln-Washington

Queridos todos:
He salido esta mañana
Y caían viejas granadas
Mientras caían silbaban
Cuando salí esta mañana.
Al otro lado del mundo
Bien lejos estoy de casa,
Pero no me siento solo
En este país, España.
Su gente aquí no me trata
Como los blancos solían.
Lo que os hacen a vosotros,
Conmigo antes lo hacían.
Pero ahora esto ha terminado
O yo me equivoco mucho:
La gente que he conocido
lucharían por mí igual que
Yo por España lucho.
Salud,
Johnny.





Harlem.


Aquí al borde del infierno
Se encuentra Harlem-
Recordando
Las viejas mentiras,
Las viejas palmaditas
En la espalda,
El viejo “tened paciencia”
Que ya nos habían dicho antes.
Sí, claro que recordamos.
Ahora, cuando el tendero de la esquina
Dice que el azúcar ha subido otros dos centavos,
Y que uno el pan,
Y que los cigarrillos llevan un nuevo impuesto-
Recordamos el trabajo que nunca tuvimos,
El que nunca pudimos conseguir,
Y el que no tenemos ahora
Porque somos de color.
Y aquí estamos
A la orilla del infierno
En Harlem
Y miramos hacia el resto del mundo
Preguntándonos
Qué vamos a hacer
A pesar de lo que
Recordamos.





La paloma.


…y aquí está
el viejo Picasso y la paloma
y los sueños tan frágiles
como la paloma de cerámica
blanca hecha de arcilla
marrón oscura como
marrón es la tierra
de nuestros viejos
campos de batalla…





La chica del jazz.


¿Jazz?
¿Te acuerdas de aquella canción
Del viento en los árboles
Cantándome bonitas melodías?
Estaba muy bien, ¿verdad?
¿Oyes ese violín?
Eh, tío, sabes,
es primavera y el campo
está lleno de flores.
¡Los de la banda! ¡Tocad!
¡Cielo santo, qué cansada estoy!
Claro, venga,
Invítame a un trago.


Poemas. Ted Hughes (1930-1999)

El punto tierno. 


Tus sienes, donde el pelo se hacía más tupido
eran el punto tierno. Para probar, un día
solté una lima entre los electrodos
de una batería de doce voltios: hizo explosión
igual que una granada. Alguien te llenó de cables.
Alguien bajó la palanca. Te arrojaron
el rayo en la cabeza.
Con sus delantales blancos, con sus caras de nada,
iban revoloteando
para ver cómo estabas, atada en tus correas,
si tenías los dientes intactos todavía.
La mano en la palanca calibrada,
sin sensación alguna a no ser por la falta
de toda sensación, bajó para buscar
algún resabio sensitivo. El miedo
era la nube que formabas
cuando esperabas los relámpagos;
vi la rama de un roble partida por el rayo;
y vos, la pierna de tu Papi. ¿Cuántos ataques
sufriste de ese dios que te arrastraba
de los pelos? Los informes
huían de regreso a las nubes. ¿Qué era lo que subía
hecho vapor? Donde los pararrayos vertían lágrimas de cobre
y el nervio se arrancó su propia piel
como una criatura chamuscada
huyendo de la bomba. Te arrojaron,
hecha un pedazo rígido de alambre retorcido
sobre el tendido eléctrico de Boston. Las luces
del Senado bajaron su tensión
cuando tu voz se zambulló hacia adentro
abriéndose camino más allá del refugio del sótano.
Emergió años más tarde,
sobreexpuesta como una placa radiográfica,
el mapa del cerebro todavía salpicado de negro
con esas cicatrices de tierra calcinada,
producto de tu huida. Y tus palabras, caras
de espaldas a la luz, que se aferraban
a sus propias entrañas.





Imitar a Cristo. 


Vos no querías imitar a Cristo. Aunque tu Dios
era papá y no creías en otro, vos no querías
imitar a Cristo. Por más que caminabas
en el amor de tu papá. Por más que contemplabas
como a una intrusa a tu mamá.
¿Qué tuvo ella que ver con vos,
salvo apartarte de tu padre?
Cuando la luna de sus grandes ojos
de párpados caídos
bajó casi hasta el suelo
prometiendo la tierra que veías,
vos viste tu destino, y le gritaste:
¡Aléjate de mí! Vos no querías
imitar a Cristo. Vos querías
estar con tu papá,
adonde fuera que estuviese. Tu cuerpo
te impidió pasar del otro lado. Y tu familia
que era carne de tu carne y sangre de tu sangre,
hizo las veces de barrera. Y cualquier Dios
que no fuera tu papá
era un dios falso. Pero vos
no querías imitar a Cristo.





Teología.


No, la serpiente no
Sedujo a Eva con la manzana.
Todo esto simplemente es
Corrupción de los hechos.

Adán comió la manzana.
Eva comió a Adán.
La serpiente comió a Eva
Esto es el oscuro intestino.

Mientras la serpiente
Reposaba de su comida lejos del paraíso-
Sonreía al escuchar
Que los quejidos de Dios la llamaban.





Narcisos.


Recordás cómo recogíamos narcisos?
Nadie mas lo recuerda pero yo lo recuerdo.
Tu hija venía con su perjuicio; ansiosa y feliz
De ayudar en la cosecha. Ella lo ha olvidado.
Ella no puede recordarte. Y las agotamos.
Fuimos tan pobres? El viejo hombre piedra, el almacenero,
Aspecto de jefe, la presión de su sangre púrpura desde la raíz
( Fue su última oportunidad.
Como vos, moriría en el mismo gran frío),
Él nos persuadió. Cada primavera
Siempre los compraba: siete centavos una docena
‘Costumbre de la casa’.

Además de nunca estar seguros de querer
Nada para nosotros; principalmente estábamos hambrientos
Por transformarlo todo en provechoso.
Permaneciendo nómadas -permaneciendo extraños
A todas nuestras posesiones. Los narcisos
Fueron tesoros incidentales encontrados
En los dorados hechos. Ellos simplemente vinieron,
Siguieron llegando
Como si no saliesen del césped sino que cayeran del cielo
Nuestra vida, sin embargo, sorprendía nuestra propia buena suerte.
Sabíamos que viviríamos para siempre. No aprendimos
Que los narcisos son una fugaz mirada
De lo eterno. Nunca identificamos
Con nuestros propios días
El nupcial vuelo de las raras efémeras.

Apilamos la fragilidad de sus liviandades en un banco de carpintero
Distribuimos docenas de hojas-
Hoja combada – hojas flexibles; a tientas por el aire; cinc – plateada-
Conveniente para su descarnado tallo en el agua del balde.
Su carnoso tallo oval
Y los vendimos, siete centavos un banco –
Viento – heridas, espasmos de la oscura tierra
Con metales sin olores
Una inflamada purificación de las frías lápidas
Como si el hielo hubiese tomado aliento.

Por su palidez los vendimos.
Rápidamente cosechamos lo grueso y pudimos con lo fino.
Finalmente estuvimos abrumados
Y perdimos las tijeras del presente de boda.

Cada marzo se levantaron nuevamente
Fuera de los mismos bulbos, los mismos
Niños llorando al deshelarse
Bailarinas demasiadas cercanas a los estremecimientos de la música
En las alas de las corrientes de aire del año.
En este mismo maremoto de la memoria; flotando
Ellos regresan olvidando que te inclinaste allá
Detrás de la lluviosa cortina del oscuro abril.

Pero en algún lugar tus tijeras recuerdan. Dondequiera que estén.
Aquí en algún lugar las hojas abiertas de par en par,
Abril tras Abril
Profundamente hundidas
A través del césped – Un ancla, una cruz de herrumbre.





Emily Brontë. 


El viento de Crow Hill era su amado,
sólo ella sabía
el secreto de su historia ardiente,
pero su beso fue fatal.

En su oscuro Paraíso
reinaba el arroyo que ella adoraba tanto
y consumió su pecho.

El crespo y húmedo rey de ese reino
salvó el muro y yació en su cama
enferma de amor y zarapito

cubrió sus entrañas,
bajo su corazón creció la piedra,
su muerte es un llanto de niño por el páramo.





Rojo.


Rojo era tu color
Si no rojo, blanco. Pero rojo,
con que te envolvías
Rojo sangre.

Y tras la ventana
Finas amapolas se arrugan frágiles
Como la piel ensangrentada.





Salmo de los mosquitos.


Cuando los mosquitos bailan al atardecer
garabatean en el aire, discuten desquiciados,
componen su loco vocabulario,
barajan su estúpida cábala,
a la sombra de las hojas

hojas y solamente hojas
se interponen entre ellos y los amplios golpes del sol
las hojas amortiguan las estocadas polvorientas del sol vespertino
protegen sus ojos frágiles y su temperamento crepuscular

bailan
bailan
escriben en el aire y luego lo borran todo
convierten sus letras en borrones y amasijos
todos son el yo-yo de todos
imanes inmensos se pelean en torno a un centro

no escriben ni tampoco luchan, sino que cantan
que los ciclos de este universo no importan
que no tienen miedo del sol

que el sol está está demasiado cerca
destruye su canción, la cual es de todos los soles
que ellos son su propio sol
Sus propios excesos
En lo grande de la nada
Sus alas nublan el resplandor
Cantando
que son las uñas
de las manos y los pies danzarines del dios-mosquito
que oyen el sufrimiento del viento
entre la hierba

y el sufrimiento del árbol de la tarde
el viento se inclina con largos gemidos de tripas
y los largos caminos de polvo
bailan al vientoel baile del viento

La danza del viento, la danza muerte, entrando en la montaña
Y la mierda de vaca de los pueblos amontonándose en polvo
pero no los mosquitos, su agilidad
ha sobrepasado ese umbral
y los mantiene un poco por encima de las garras de
la hierba
bailan
bailanbajo las sombras en forma de guante del sicomoro

Una danza que nunca será alterada
Una danza que ofrece sus cuerpos para ser quemados
Y sus caras de la momia nunca serán utilizada
sus pequeñas caras barbudas
tejiendo y meneándose en la nada
sacudiéndose en el aire, sacudiendo, sacudiendo
Y sus pies colgando como los pies de sus víctimas

oh, pequeños rabinos
vuestros propios cuerpos os llevan a la muerte
os lleváis vuestros cuerpos a la muerte
¡sois los ángeles del único cielo!
¡y Dios es un mosquito todopoderoso!
¡sois la mayor de todas las galaxias!
mis manos vuelan al aire, están locas
mi lengua cuelga de las hojas
mis pensamientos se han arrastrado a un rincón

vuestro baile
vuestro baile
hace que mi cráneo expectante salga dando vueltas
al espacio exterior.





Singular mañana de Marzo. 


Neblina azul. Abejas suspendidas en el aire, en la boca-colmena.
Obligadas por el sol a arrastrarse con asombro,
sobre el labio-colmena. Amarilis. Dos buitres,
las alas inmóviles, cada uno
atraído por el otro,
órbitas flotantes.
El ganado está parado, tibio. Encendida, feliz quietud.
Un cuervo, bajo la colina,
tose entre robles desnudos.
Aeronave, eufórico, azul cortante.
Ocio para aguantar. El lodo se endurece sobre el abrevadero,
a la altura de la rodilla. Corderos recién liberados, juguetones.

La tierra inválida, hidrópica, magullada, puesta
a tomar el sol,
después de la terrible cirugía.
Boca arriba, sus heridas desnudas al sol,
sanándose,
cubiertas del zigzagueante, frío viento del Norte,
recargada, ojos cerrados, exhausta, sonriente
en el sol. Quizá dormita un poco.
Mientras, nosotros sentados, y sonrientes, y esperamos, y sabemos
que ella no morirá.





Los perros se están comiendo a tu madre.


Eso no es tu madre sino su cuerpo.
Saltó de nuestra ventana
y cayó ahí. Esos no son perros
que parecen ser perros
tironeando de ella. ¿Te acordás del galgo flaco
que corría por el camino llevando en alto
la cruda bamboleante traquea y los pulmones
de un zorro? Ahora mirá quien
se arrastrará en cuatro al final de la calle
y abalanzándose hacia tu madre,
desgarrando sus restos, con su hocico
alzado como belfos de perros
en nuevas posiciones. Protegéla
y ellos te despedazarán
como si fueras más ella.
Les resultarás igual
de suculenta que ella. Demasiado tarde
para recobrar lo que ella fue.
La enterré donde cayó.
Vos jugabas alrededor de la tumba. Pusimos
conchas de mar y grandes guijarros estriados
traídos de Appledore
como si fuéramos ella. Pero una suerte
de hiena vino aullando viento en contra.
La desenterraron. Ahora se atracan
Con la cornucopia
de su cuerpo. Incluso
a mordiscones arrancan la cara de su lápida,
engullen los ornamentos de la tumba,
tragan hasta la tierra.
Dejála.
Dejá que sea su botín. Andá a envolver
tu cabeza en los ríos helados
del Brooks Range. Cubrí
tus ojos con los aires retorcidos
desde Nullarbor Plains. Dejálos
que meneen sus rabos, que se ericen y vomiten
sobre su symposia.
Mejor imaginála
tendida con cuidados sagrados sobre una rejilla
para que los buitres
la lleven de vuelta al sol. Imaginá
estas bocas tritura huesos las bocas
que trabajan para el escarabajo
que la rodará de nuevo al sol.





Wodwo.


¿Qué soy, que así husmeo y vuelvo las hojas
y sigo hasta el río una mancha desvaída del aire
y entro en el agua? ¿Qué soy, que así quiebro la vítrea
superficie al sumirme y alzando los ojos
sobre mí veo, invertido y clarísimo, el lecho del río?
¿Qué hago aquí a mitad del aire? ¿Me apasiona
esa rana porque escruto y hago mías
sus entrañas más secretas? Y esas hierbas, ¿me conocen,
me han visto antes entre sí, repiten mi nombre,
encajo en su mundo? Más bien separado
de la tierra parezco y no con raíces
sino caído al azar de la nada sin hilos
que a alguna cosa me amarren
me desplazo a mi antojo. Tal vez me concedieron
el libre uso de este sitio, ¿qué soy entonces?
Desprender la corteza de un madero putrefacto
no me place y es inútil, ¿por qué sigo haciéndolo?,
extrañamente mi acto y yo coincidimos.
¿Cuál es entonces mi nombre, soy el primero, tengo un amo,
qué forma tengo, qué forma tengo,
soy enorme? Si recorro hasta el final este camino
más allá de estos árboles más allá de aquellos árboles
hasta extenuarme sólo es uno de mis muros
lo que toco y si inmóvil permanezco me vigilan
inmóviles las cosas creo que soy el centro exacto
pero está todo esto ¿qué es? ¿Son raíces?
Raíces, raíces, raíces y aquí el agua
absurdo repito pero sigo buscando.


Poemas. Robert E. Howard (1906-1936)

Líneas escritas al saber que se acerca mi muerte. 


El negro umbral se abre, y el negro muro se eleva,
Al abrazo de la noche, el crepúsculo jadea.
Papel y polvo son las gemas que el hombre precia...
Las antorchas se agitan ante mi visión
Que mengua.

Los tambores de gloria se pierden en las eras,
Los pies decalzos flaquean en un roto sendero...
Que mi nombre se borre de las páginas impresas;
Palidecen cada vez más, visiones y sueños

El crepúsculo afluye y nadie me pude salvar.
Eso está bien, pues no me quiero quedar.
Hablaré a través de la piedra que me fue dada;
Ella nunca podrá decir lo que expresar deseaba.

¿Por qué sobrecogerme a la señal de mi partir?
Envuelta en una nube oscura está mi mente;
Ahora, en la noche, las hermanas para mí
Un sudario tejen.

Las torres se sacuden y las estrellas tiemblan,
En el templo del Diablo los cráneos se apilan;
Mis pies envueltos en un trueno que rueda,
Laceran mi mente chorros de agonía.

¿Qué será del mundo que dejo para siempre?
Formas fantasmales en mi visión que se rompe...
Me llevan, por el ébano torrente...
Hacia la noche.





El camino de los reyes. 


Cuando era un gran guerrero, resonaban
Los tambores en mi honor.
El pueblo esparcía polvo de oro ante
Los cascos de mi caballo.
Más ahora que soy rey, la gente murmura
a mi paso con disgusto.
Y temo hallar veneno en mi copa, y recibir
una cuchillada por la espalda.
Reluciente concha de una vieja mentira,
Fábula de derechos divinos,
Tú ganaste tu corona por herencia,
Pero la sangre fué el precio de la mía.
El trono que yo obtuve con sangre y sudor,
Por Crom, que jamás lo venderé,
Ni por un valle lleno de oro, ni ante la
Amenaza de los fuegos del infierno.
¿Qué se yo de los usos cultos, del lujo,
de sutilezas y mentiras?
Yo, que nací en una tierra inhóspita
Y que fuí amamantado bajo el cielo.
El lenguaje sutil, la astucia, todo fracasa
Cuando cantan las espadas.
Venid a morir, perros.
Sabed que fuí un hombre,
Antes de ser rey.





El monarca y el roble.


Antes de que las sombras asesinaran al sol, los halcones en libertad se remontaban
y Kull cabalgaba por el sendero del bosque, en la rodilla su roja espada;
y los vientos susurraban alrededor del mundo : "El rey Kull hacia el mar cabalga."

El sol murió carmesí en el mar, las largas y grises sombras cayeron;
la luna se elevó como un cráneo de plata que recita un conjuro diablesco,
pues en su luz, grandes árboles se erguían como espectros salidos del infierno.

En la luz espectral se erguían los árboles, monstruos opacos
e inhumanos; Kull vió en cada tronco una forma viva, un miembro nudoso en cada ramo,
Y llameaban espantosos ante él, ojos no mortales, malignos y extraños.

Las ramas se retorcían como serpientes entrelazadas, contra la noche latían;
Y un roble gris de espeluznante aspecto, que rígido se mecía,
arrancó sus raíces y bloqueó su paso, tenebroso ante la luz sombría.

Se enfrentaron en el sendero de la foresta, roble pavoroso y monarca;
sus grandes miembros lo plegaron en su abrazo, pero no se dijo una palabra;
y fútil en su férrea mano, surgió una afilada daga.

Y en entre los monstruosos árboles que se sacudían, se cantó un obscuro refrán
cargado con dos veces un millón de años de profundo odio, dolor y maldad:
"Nosotros fuimos lores antes que llegara el hombre, y el poder a nosotros volverá."

Kull percibió un imperio extraño y antiguo que al avance del hombre se plegaba
Como los reinos de las hojas del césped cuando las hormigas avanzan
Y el horror se apoderó de él; como de alguien en trance, al alba.

Se debatió contra un árbol quieto y silencioso hasta sus manos sangrar;
Como de una pesadilla despertó; un viento sopló hacia el pradal,
Y Kull de la soberbia Atlantis cabalgó silencioso hacia el mar.





Cimeria.


Recuerdo los tenebrosos bosques, oscuras pendientes
De colinas sombrías;
El perpetuo y ceniciento arco de las nubes grises;
Los arroyos crepusculares que fluían silenciosos,
Y los vientos solitarios que soplaban al bajar por
Las quebradas.

En una sucesión de visiones tras visiones, colina
Sobre colina, pendiente tras pendiente,
Oscurecidas por los hoscos árboles,
Yacía desnuda nuestra tierra.
Y al escalar un hombre un abrupto pico para observar,
Protegiéndose los ojos con las manos, vislumbraba
Sólo el paisaje sin fin...
Colina sobre colina, pendiente tras pendiente
Todas encapuchadas como hermanas.

Era una tierra tenebrosa, que parecía capturar
Todos los vientos y las nubes y
Los sueños que escapaban al sol, con las ramas
Desnudas que crepitaban en los vientos solitarios,
Y los oscuros bosques propagándose
Por sobre todo, sin siquiera la luz del
Raro y opaco sol
Que convertía a los hombres en sombras
Agazapadas: la llamaban Cimeria, tierra de las tinieblas
Y de la noche profunda.

Fue hace tanto tiempo, y tan lejos que ya he olvidado
Hasta el nombre que me daban los hombres.
El hacha y la lanza con punta de piedra son como
Un sueño, y las cacerías y las guerras son como sombras.
Recuerdo sólo la quietud de aquella tierra sombría;
Las nubes que se apilaban para siempre sobre las colinas,
La penumbra de los eternos bosques.
Cimeria, tierra de tinieblas y de la noche.





Una canción de la raza.


Sentado en su alto trono estaba Bran Mak Morn
cuando el dios-sol se hundía y el oeste enrojecía;
llamó a una joven con su cuerno de beber,
y le dijo: «Cántame una canción de la raza».

Oscuros eran sus ojos como los mares de la noche,
rojos sus labios como el sol poniente,
en tanto que, como una rosa negra en la luz huidiza,
dejó correr sus dedos como en sueños

sobre las cuerdas de dorados susurros,
buscando el alma de su anciana lira.
Bran sentado inmóvil en el trono de los reyes,
rostro broncíneo cincelado por el fuego del crepúsculo.

«Los primeros en la raza del hombre—cantó—,
de una tierra lejana e ignota vinimos,
desde el borde del mundo donde cuelgan las montañas
y los mares arden rojos con la llama del crepúsculo.

"Somos los primeros y los últimos de la raza,
perdido está el orgullo y adorno del viejo mundo,
Mu es un mito del mar occidental,
por los salones de la Atlántida se deslizan los tiburones blancos."

Como una imagen de bronce, sentado e inmóvil el rey;
jabalinas escarlata asaeteaban el oeste;
rozó las cuerdas y un murmullo emocionado
recorrió los acordes hasta el tono mas alto.

«Escuchad la historia que narran los ancianos,
prometida desde antaño por el dios de la luna,
arrojada a la costa una concha del mar profundo,
esculpida en la superficie una runa mística:»

"Así como fuimos primeros en el místico pasado,
surgiendo de las nieblas borrosas del Tiempo,
así serán los hombres de tu raza los últimos
cuando el mundo se derrumbe", tal decía la rima.

»"Un hombre de tu raza, sobre picos que se enfrentan,
contemplará el torbellino del mundo bajo él;
con oleadas de humo lo ve chocar,
la niebla flotante de los vientos que soplan."

» "Polvo de estrellas cayendo para siempre en el espacio,
girando en el remolino de los vientos.
Vosotros, que fuisteis los primeros, sed la última de las
razas, pues uno de los vuestros será el último de los hombres".»

En el silencio se arrastró su voz,
y con todo resonó en la penumbra;
sobre los brezales el suave viento nocturno
llevaba el aroma del bosque almizclado.

Rojos labios se alzaron, y oscuros ojos soñaron;
girando vinieron los murciélagos sobre sus alas sigilosas.
Pero la luna dorada se alzó y relucieron las estrellas lejanas,
y el rey siguió sentado en el trono de los reyes.





Crónicas de Nemedia.


Has de saber, oh príncipe, que entre los años del hundimiento
de la Atlántida y sus brillantes ciudades, tragadas por los océanos,
y los años del nacimiento de los Arios, hubo una época no soñada
de reinos esplendorosos, diseminados por el mundo
como mantos azules bajo las estrellas.
Nemedia, Ophir, Brithunia, Hyperbórea,Zamora
con sus mujeres de cabellos negros y torres encantadas,
Zingaria con su hidalguía, Koth, que limitaba con las
tierras pastoriles de Shem, Stygia con sus sombrías
torres custodiadas, Hirkania, cuyos jinetes usaban acero,
y seda y oro. Pero el más soberbio reino del mundo
era Aquilonia, reinante supremo del Oeste.
Hacia acá vino Conan, el cimerio de cabellos negros,
Mirada hosca, espada en mano, un ladrón,
Un guerrero, un asesino.
Y pisoteó con sus sandalias los enjoyados
tronos de la tierra.


Poemas. Alfred Edward Housman (1859-1936)

Toque de Diana. 


Despierta, ya retorna el plateado
crepúsculo que asoma por la playa.
el barco del amanecer se incendia
encallando en el borde del Oriente.

Ya se rompe la bóveda de sombras
y el arco de la luz el suelo toca.
El traje de la noche se hizo harapos
y el cielo cobra una color pajiza.

Vamos, muchacho, arriba, se hace tarde.
Oye, suena el tambor de la mañana.
Escucha los sonidos en las rutas.
¿Quien marcha más allá de las colinas?

Las ciudades, los campos se engalanan
con faros y toques de campanario.
Nunca un muchacho que calzara cuero
compartió en una fiesta su alegría.

Vamos, que quien en un jergón incómodo
recibe luz de sol nunca prospera:
la luz inerte del alba en la cama
no debe recibirla un hombre vivo.

La sangre es vagabunda, no es arcilla.
El aliento es materia que se agota.
Vamos muchacho, cuando el viaje acabe
tendrás para dormir tiempo de sobra.





Cuando tenía veintiún años...


Cuando tenía veintiún años
un hombre sabio me avisó:"
Regala libros, guineas, coronas,
pero nunca tu corazón.

Regala perlas y rubíes, pero
mantén en libertad tus fantasías".
Tenía veintiún años
y de poco valía aconsejarme.

Cuando tenía veintiún años
el hombre sabio me insistió:
"Entregar el corazón
no se hizo en vano nunca"

Se paga con suspiros y amargura,
con arrepentimiento interminable".
Ya tengo veintidós y todo
lo que me dijo era verdad.





No mires en mis ojos, por temor...


No mires en mis ojos, por temor
a que reflejen lo que yo contemplo
y te veas demasiado claro el rostro
y lo ames y te pierdas como yo.

En largas noches uno ha de tenderse
suspirando frustrado bajo el cielo.
Pero ¿por qué has de perecer?
No mires e mis ojos fijamente.

La canción oigo de un muchacho griego
Lo amaron muchos, mas todos en vano.
En el bosque se asomaría a un pozo
y su mirada no pudo emerger

Entre las flores de la primavera,
con la mirada triste, cabizbajo,
resiste a la llovizna en aquel césped,
el narciso que fue un muchacho griego.





A un joven atleta muerto...


El día que ganaste la carrera,
todos te paseamos por la plaza
Hombres y niños coreamos tu nombre,
y en hombros te llevamos a tu casa.

Hoy por la carretera te llevamos
en hombros a la que es tu nueva casa;
te dejaremos en el cementerio
y habitarás la ciudad mas tranquila.

Muchacho astuto, te marchaste pronto
allí la donde la gloria importa.
Sabías que el laurel que crece rápido
se marchitaba antes que la rosa.

Cerrados ya tus ojos por la Noche,
no podrás ver cómo tu récord cae,
pero el silencio no es peor que el éxito
una vez que la Tierra te ensordece.

No rugirá la multitud ya más
ni te harán los muchachos sus ofrendas.
De corredores que alcanzan la fama
se olvida antes el nombre que la imagen.

Antes de que los ecos se hagan humo,
nos hemos acercado hasta tu umbral.,
Encontramos en el dintel la copa
que no podrás ya nunca defender.

El laurel rodeando tu cabeza
todos observarán, pero estás muerto.
Se ha marchitado pronto la guirnalda
a la que diste una vida tan breve.





Cuando por la pradera paséabamos...


Cuando por la pradera paseábamos
mi amor y yo no hace siquiera un año
sobre la piedra y el portillo, el álamo
hablaba en voz baja para sí mismo.
"¿Quienes son estos que ante mi se besan?
Son sólo dos enamorados.
Tal vez pronto se casen.
Llegarán hasta el lecho con el tiempo,
pero ella yacerá bajo la tierra
y él dormirá junto a su nuevo amor"

Fue cierto. Ahora camina junto a mi
por la misma pradera un nuevo amor.
Y el álamo en la cumbre esta agitando
sus hojas plateadas que al sonar
me recuerdan la lluvia. No consigo
comprender sus murmullos. Quizás ahora
le hable a ella con frases muy sencillas,
y le estará contando que muy pronto
yo dormiré bajo los tréboles
y ella junto a su nuevo amor.





Si la verdad del corazón... 


Si la verdad del corazón del hombre
algo influyera en el poder del Cielo,
mi amor por ti no dejaría
que se muriese nunca.

Si la firmeza de unos sentimientos
o el solo pensamiento me bastara,
podría el mundo terminar mañana
que tú jamás conocerías tumba.

Es tan grande mi amor por ti,
tan fuerte mi deseo de quererte,
que si ellos fueran suficientes
por siempre vivirías.

Pero las cosas son de otra manera,
y al menos sé gentil con este
perdido corazón antes de que hayas
de irte allí donde no tendrás amigos.





Allá lejos destella la mañana...


Allá lejos destella la mañana.
Al levantarse el sol yo me levanto
y me aseo, me visto, desayuno,
miro todas las cosas, hablo y pienso
y trabajo. ¿Por qué ? Dios lo sabrá.

Oh, después de asearme y de vestirme
¿os he mostrado a veces mi dolor?
Diez mil horas de lo mejor de mi
os he dado y os las daré otra vez.





Leyes de Dios y leyes de los hombres.


Leyes de Dios y leyes de los hombres
que os cumplan quienes puedan, quienes quieran,
pero no yo. Que Dios y el Hombre
hagan cumplir sus leyes a sus súbditos,

pero no a mi pues no soy como ellos
y siento ajeno todo lo que es suyo.
Juzgo sus hechos, los condeno a veces
mas ¿cuando me atreví a dictarles leyes?

Sólo les pudo que a otro lado miren,
pero ellos necesitan arrancarle
lo suyo a sus vecinos,
para hacerlos bailar como desean,

con cárceles, con horcas, con fuegos del Infierno.
¿Cómo podría superar
esa maldad de Dios y de los Hombres?
Tengo miedo y me siento extaño

en un mundo que no he creado yo.
Son ellos quienes mandan,
tienen la fuerza aunque sean dementes.
Y como de momento no es posible

escaparse a Saturno o a Mercurio,
no nos queda remedio, guardaremos
- aunque sintamos que nos son ajenas -
las leyes de los Hombres y de Dios.





Cuando se acaba el día... 


Cuando se acaba el día
y emiten sus destellos las estrellas
cerca de mi cabaña forestal
truena furioso el bosque de los sueños

Hundidos en arena de alta mar
todos los corazones que me amaron
y que no volverán a amarme nunca,
vienen hasta mi puerta a reclamarme.

Dormid inmóviles, volved a aquellas
arenas que os cubrieron con olvido.
En lejanas moradas, sobre lechos
vacíos, descansad.

Sobre el eterno polvo o en el cieno
allí donde no perturbéis mis noches.
Dormid allí. Que nunca mas volváis
a derribar mi puerta y reclamarme.





Epitafio para un ejército de mercenarios.


El día que el cielo se estaba cayendo,
Cuando los cimientos de la tierra huían,
Ellos, siguiendo su vocación mercenaria,
Tomaron sus pagas y ahora están muertos.

Sus hombres mantuvieron suspendido el cielo;
Se sostuvieron, y los cimientos de la tierra quedaron;
Lo que Dios abandonó, ellos lo defendieron
Y salvaron la suma de las cosas por dinero.


El fantasma acusador. Daniel Defoe (1659-1731)

Escuché una historia, que creo verdadera, de cierto hombre a quien llevaron a la corte de justicia bajo sospecha de asesinato, la cual, sin embargo, sabía él que no había poder humano capaz de comprobar. Cuando llegó a declarar alegó no ser culpable y la corte comenzó a perderse en búsqueda de pruebas, pero sólo descubrieron sospechas y circunstancias aparentemente verdaderas. Sin embargo, teniendo, como tenían, testigos, los examinaron como es de costumbre, de pie sobre un pequeño escalón, para que fueran visibles ante toda la sala.

Cuando el tribunal pensó que ya no tenía más testigos para examinar y que pronto el hombre sería liberado, éste hizo un brusco movimiento hacia el tribunal, como si estuviera asustado. Pero, recobrando su compostura, estiró un brazo hacia el lugar donde los testigos se ponen de pie para dar su testimonio en los juicios y, señalando con la mano, dijo en voz alta:

- Señor, ¡esto no es justo! Esto no está de acuerdo con la ley. Ése no es un testigo legal.

La corte estaba atónita y no podía entender qué quería decir el acusado. Pero el juez, un hombre de mayor penetración, aceptó la insinuación y conteniendo a uno del tribunal que estaba por hablar y que tal vez haría entrar en razón al hombre, dijo:

- ¡Silencio! Este hombre ve algo que nosotros no vemos. Empiezo a entenderlo. - Y después, hablándole al prisionero preguntó -: ¿Por qué no es un testigo legal? Yo creo que la corte le permitirá testimoniar con todo derecho cuando venga a declarar.
- ¡Oh, Señoría! No es justo. No puede permitírsele - dijo el prisionero, con una confusa ansiedad en su semblante que mostraba tener un corazón audaz, pero una conciencia culpable.
- ¿Por qué no, amigo? ¿Qué razones dais para ello? - preguntó el juez.
- Su Señoría, no puede permitírsele a ningún hombre ser testigo de su propio caso. Él es parte, señor, no puede ser testigo.
- Os equivocais - dijo el juez -, porque vos estáis acusado en nombre del Rey, y el hombre puede ser testigo del Rey, como en el caso de un asalto en un camino; nosotros siempre admitimos que la persona asaltada es testigo legal: sin esto ningún salteador podría ser convicto. Pero oiremos lo que tiene que decir cuando sea examinado.

Así habló el juez, con tal gravedad y de manera tan sencilla y natural, que el criminal contestó:

- Bien, si vos permitís que él sea testigo legal, entonces yo soy hombre muerto.

Dijo las últimas palabras con voz más baja que el resto, pero sin pedir una silla para sentarse. La corte ordenó que le trajeran asiento, pues si no lo hubiese tenido se hubiera desplomado sobre la plataforma. Cuando se hubo sentado, todos observaron que mostraba gran consternación y que levantaba las manos repetidas veces, pronunciando una y otra vez las palabras «Hombre muerto, hombre muerto».

El juez se sentía algo perdido, sin saber como actuar, y toda la corte parecía sumida en una extraña perplejidad, aunque nadie veía otra cosa que el hombre en el estrado.

Al fin el juez le dijo:

- Mirad, Mr... - llamándolo por su nombre -. Solo conozco un camino para vos y lo leeré en las Escrituras.

Y así, pidiendo la Biblia, buscó el libro de Josué y leyó el versículo VII:19: Y Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria al Señor Dios de Israel, y confiesa y declárame qué has hecho: no me lo encubras.

Ante esto el criminal autocondenado estalló en lágrimas y tristes lamentaciones por su miserable condición, e hizo una confesión completa de su crimen. Y cuando lo hubo hecho, dio la siguiente relación de su caso y las razones que tenía para estar bajo la influencia de tal sorpresa y presión: que él había visto a su víctima de pie en el estrado de los testigos, lista para ser interrogada en contra de él y dispuesta a mostrar el cuello que el prisionero le había cortado; y según dijo, contemplándole de lleno con un terrible continente. Esto lo sumió en confusión, como bien podría suponerse, y sin embargo no hubo real aparición, ni espectro, ni fantasma ni trasgo. Todo había sido figurado por la fuerza de su propia culpa y la agitación de su alma excitada y sorprendida por influjo de la conciencia.