viernes, 20 de septiembre de 2024

Poemas. Thomas Stearns Eliot (1888-1965)

Asesinato en la catedral. 


(...)
Desde que el dorado octubre declinó en sombrío noviembre
y las manzanas fueron recogidas y guardadas, y
la tierra se volvió ramas de muerte, pardas
y agudas, en un erial de agua y lodo,
el año nuevo espera, respira, espera, murmura en la sombra.
Mientras el labriego arroja a un lado la bota lodosa y tiende las manos al fuego,
el año nuevo espera, el destino espera su advenimiento.
¿Quién ha acercado las manos al fuego sin
recordar a los santos en el Día de Todos Santos,
a los mártires y santos que esperan? y ¿quién, tendiendo
las manos al fuego, negará a su maestro: y quién, calentándose junto al fuego, negará a su maestro?
Siete años, y ha terminado el verano,
siete años hace que el arzobispo nos dejó,
él, que fue siempre bueno con su rey.
Pero no estaría bien que regresara
El rey gobierna o gobiernan los señores,
hemos sufrido diversas tiranías;
pero casi siempre se nos deja a nuestros propios recursos,
y vivimos contentos si nos dejan en paz.
Tratamos de mantener nuestras casas en orden,
el mercader, tímido y cauto, se afana por reunir una modesta fortuna,
y el labriego se inclina sobre su pedazo de tierra, color de tierra su propio color,
y prefiere pasar inadvertido.
Ahora temo disturbios en las apacibles estaciones: el
invierno vendrá trayendo del mar a la muerte;
la ruinosa primavera llamará a nuestras puertas,
raíz y vástago nos comerán ojos y orejas,
el desastroso verano aplastará el lecho de nuestros arroyos
y aguardarán los pobres otro octubre moribundo.
¿Por qué el verano habría de consolarnos
de los fuegos del otoño y las nieblas invernales?
¿Qué haremos en el sopor del verano
sino esperar en estériles huertos otro octubre?
Alguna dolencia viene sobre nosotros. Esperamos, esperamos,
y los santos y mártires esperan a quienes serán mártires y santos.
El destino espera en la mano de Dios, que modela lo todavía informe:
yo he visto estas cosas en un rayo de sol.
El destino espera en la mano de Dios, no en las manos de los estadistas,
quienes, unas veces bien, otras mal, hacen proyectos y conjeturas
y abrigan propósitos que giran en sus manos en la trama del tiempo.
Ven, feliz diciembre, ¿quién te observará, quién te preservará?
¿Nacerá otra vez el Hijo de! Hombre en el pesebre del escarnio?
Para nosotros, los pobres, no hay acción, sino sólo esperar y dar testimonio.
(...)





El viaje de los magos.


"Qué helada travesía,
Justo la peor época del año
Para un viaje, y un viaje tan largo:
Los caminos hondos y el aire ríspido,
Lo más recio del invierno”.
' Y los camellos llagados, sus patas adoloridas, refractarios,
Tendidos en la nieve que se derretía.
A veces añorábamos
Los palacios de verano en las cuestas, las terrazas,
Y las niñas sedosas que nos servían sorbetes.

Iban los camelleros blasfemando, mascullando,
Huyendo, y pidiendo licor y mujeres,
Y las fogatas se extinguían y no había refugios,
Y las ciudades hostiles y los pueblos agresivos
Y las aldeas sucias y caras:
Cuánto tuvimos que aguantar.
Al final preferimos viajar de noche,
Dormir a ratos,
Con las voces cantando en nuestros oídos, diciendo
Que todo esto era locura.

Entonces llegamos al amanecer a un valle templado,
Húmedo, lejos de las nieves perpetuas, y olía a vegetación;
Con un arroyo y un molino de agua que golpeaba la oscuridad,
Y en el horizonte tres árboles,
Y un viejo caballo blanco se fue galopando hacia la pradera.
Luego llegamos a una taberna con hojas de parra en el dintel,
Seis manos junto a una puerta abierta
Jugaban a los dados por un poco de plata,
Y alguien pateaba los odres vacíos de vino,
Pero no había información, y seguimos
Y llegamos al anochecer, y justo a tiempo
Encontramos el lugar; era (podríamos decir) satisfactorio.

Todo esto fue hace mucho tiempo, recuerdo,
Y yo lo volvería a hacer, pero que quede
Esto claro que quede
Esto: ¿nos llevaron tan lejos
Por un Nacimiento o por una Muerte? Hubo un Nacimiento,
Teníamos pruebas y ninguna duda. Yo había visto nacer y morir,
Pero pensaba que eran distintos: este Nacimiento
Nos sometió a una dura y amarga agonía,
Como la Muerte, nuestra muerte.
Regresamos a nuestros lugares, estos Reinos,
Pero ya no estamos en paz aquí, bajo la antigua ley.
Con un pueblo extraño aferrado a sus dioses.
Cuánto gusto me daría otra muerte.





Cuatro cuartetos. Little guiding.


(…)En la hora incierta antes de mañana
Cerca del final de la noche interminable
En el fin recurrente de lo sin fin
Después de que el oscuro palomo de lengua llameante
Hubo pasado bajo el bajo el horizonte de su mensajera
Mientras las hojas muertas tintineaban aún como estaño
Sobre el asfalto donde un ningún otro sonido había
Entre los tres distritos de donde subía el humo
Encontré a alguién que andaba, araganeando y apresurado
Como empujado hacía mí lo mismo que las hojas metálicas
Que no ofrecen resistencia al viento urbano de la aurora.
Y así que escrute aquel rostro cabizbajo
Con esa aguda ojeada con la que desafiamos
Al extraño recién conocido en la penumbra vespertina
Capté la súbita mirada de algún maestro muerto
A quien yo hubiese conocido, olvidado, recordado a medias
Como uno y muchos a la vez; en los bronceados rasgos
Los ojos de un espectro familiar y complejo.
A la vez íntimo e inedintificable.
Asumí pues un doble papel y exclamé
Y oí la exclamación de otra voz. " ¡Cómo!, ¿estás tú aquí?"
Aunque no estábamos.
Yo era todavía el mismo,
Y sin embargo me reconocía como algún otro
Y a él como un rostro en formación aún;
no obstante las palabras bastaron
Para obligar al reconocimiento al que habían precedido.
Y así, obedientes al viento común,
Demasiado extraños el uno al otro para dejar de entendernos,
Concordes, en esta hora de intersección,
En encontrarnos en ninguna parte, ni antes ni después,
Anduvimos en ronda muerta por el pavimento,
Yo dije :"La extrañeza que experimento es sencilla,
Aunque la sencillez es causa de extrañeza. Habla, por tanto:
Puede que yo no entienda, puede que no recuerde."
Y él: "No tengo el menor deseo de repetir
La idea y teoría mías que has olvidado.
Estas cosas llenaron su propósito: dejalas estar.
Has lo propio con las tuyas, y ruega porque las perdonen
Otros, igual que yo te ruego a ti que perdones a los malos como a los buenos.
El fruto de la pasada estación ya ha sido comido
Y la bestia ahíta ha de cocear el cubo vacío.
Pues las palabras del pasado año pertenecen al lenguaje del pasado año
Y las palabras del próximo año esperan otra voz.
Pero, así como el paso no presenta ahora obstáculo
Al espíritu inaplacado y peregrino
Entre dos mundos que han llegado a parecerse mucho,
Así yo encuentro palabras que no pensé decir nunca
En calles que jamás pensé que visitara de nuevo
Cuando abandone mi cuerpo en una orilla remota.
Puesto que lo que nos concernía era el lenguaje y el lenguaje nos impulsaba
A purificar el dialecto de la tribu y a apremiar la pre-visión y post-visión de la mente,
Déjame descubrir los dones reservados a la vejez
Para poner una corona sobre el esfuerzo de tu vida entera.
Primero, la helada ficción del sentido que expira
Sin encanto, no ofreciendo promesa
Sino una insipidez amarga de fruto umbrío
Así que alma y cuerpo empiezan a separarse.
Segundo, la consciente impotencia de la rabia
Ante la locura humana y la laceración
De la risa ante lo que deja de divertirnos.
Y por último, la pena desgarradora de recrear
Todo cuanto habéis hecho, y sido; la vergüenza
De motivos tarde revelados, y el tener conciencia
De cosas mal hechas y hechas en perjuicio ajeno
Que antaño tomasteis por virtuoso ejercicio.
Pues la aprobación de los necios incita, y el honor se mancilla.
De error en error el espíritu exasperado
Prosigue, de no ser restaurado por ese fuego purificador
Donde debéis moveros con medida, como un bailarín"
Amanecía. En la calle desfigurada
Me dejó, con una especie de despedida,
Esfumándose al sonido de la trompeta. (...)





Cuatro cuartetos. East Cocker.


En mi comienzo está mi fin, en sucesión se levantan y caen casas,
se desmoronan, se extienden, se las retira, se las destruye, se las restaura,
o en su lugar hay un campo abierto, o una fábrica, o una circunvalación.
Vieja piedra para edificio nuevo, vieja madera para hogueras nuevas,
viejas hogueras para cenizas, y cenizas para la tierra, que ya es carne,
piel y heces, hueso de hombre y animal, tallo y hoja de maíz.
Las casas viven y mueren, hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y engendrar,
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo,
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.
En mi comienzo está mi fin. Ahora cae la luz a través del campo abierto,
dejando la hundida vereda tapada con ramas, oscura en la tarde,
donde uno se apoya contra un lado cuando pasa un carro,
y la vereda hundida insiste en la dirección hacia la aldea,
hipnotizada en el calor eléctrico.
En cálida neblina, la sofocante luz es absorbida, no refractada,
por piedra gris, las dalias duermen en el silencio vacío,
esperad el búho tempranero
(...)
Llevando el compás, marcando el ritmo en su danzar,
como en su vivir en las estaciones vivas,
el tiempo de las estaciones y las constelaciones,
el tiempo de ordeñar y el tiempo de segar,
el tiempo de aparearse hombre y mujer y el de los animales,
pies subiendo y bajado, comiendo y bebiendo, estiércol y muerte.
La aurora apunta, y otro día se prepara para el calor y el silencio.
Mar adentro el viento de la aurora se arruga y resbala.
Estoy aquí, o allí, o en otro lugar, en mi comienzo.(...)





Cuatro cuartetos. Los salvajes yertos. 


No sé mucho sobre dioses, pero pienso que el río
Es un fuerte dios pardo: arisco, indomado, intratable,
Paciente hasta cierto punto, aceptado al principio como frontera;
Util, poco digno de confianza como portador de comercio;
Después, nada más que un problema planteado al constructor de puentes.Ya resuelto el problema, el dios pardo está casi olvidado
Por los pobladores de las ciudades; pero siempre es implacable,
Puntual con sus estaciones y sus furias, destructor, recordativo
De lo que los hombres optan por olvidar. Sin ofrendas, sin ser propiciado
Por los adoradores de la máquina, pero a la espera, observando y a la espera.
Su ritmo estuvo presente en el dormitorio de los niños,
En el lozano ailanto del patio en abril,
En el aroma de uvas de la mesa otoñal
Y en el círculo nocturno de la invernal luz de gas.
El río está adentro nuestro, el mar nos rodea por todas partes;
El mar es el borde de la tierra también, el granito
Hasta el que llega, las playas donde lanza
Sus muestras de otra creación más primitiva
La estrella de mar, el límulo, el espinazo de ballena;
Las piletas donde brinda a nuestra curiosidad
Las algas más delicadas y la anémona marina.
Lanza al aire nuestras pérdidas, la red desgarrada,
Pedazos de olla para langosta, el remo roto
Y los equipos de extranjeros muertos. El mar tiene muchas voces,
Muchos dioses y muchas voces.
Hay sal en la rosa silvestre
La niebla está en los abetos.
El aullido del mar
Y el gañido del mar son voces diferentes
Que a menudo se escuchan juntas: los gemidos en el cordaje,
La amenaza y caricia de ola que rompe contra el agua,
La distante repetición en los dientes de granito,
Y el llanto que avisa desde el promontorio ya próximo
Son todas voces del mar, así como el quejoso que vira
Rumbo a casa y la gaviota;
Y bajo la opresión de la silenciosa bruma
La campana que tañe
Mide tiempo no nuestro tiempo, tocada por la marejada
Sin prisa, un tiempo
Más viejo que el tiempo de los cronómetros, más viejo
Que el tiempo contado por mujeres preocupadas hasta la angustia
Que se quedan despiertas, calculando el futuro,
Tratando de destejer, desenredar, desembrollar
Y reunir el pasado y el futuro,
Entre la medianoche y el alba, cuando el pasado es todo engaño,
El futuro sin futuro, antes de la guardia matutina
Cuando el tiempo se para y el tiempo no termina nunca;
Y la marejada, que está y estuvo desde el comienzo,
Tañe
La campana.





Los hombres vanos.


I

Somos los hombres vanos
Somos los atestados
Que yacen juntos.
Cabezal henchido de paja. ¡Ay!
Nuestras voces secas, cuando
Susurramos juntos,
Son calladas y sin sentido
Como viento en yerba seca
O patas de rata sobre vidrio roto
En nuestro sótano seco.

Horma sin forma, sombra sin color,
Fuerza paralizada, ademán sin movimiento.

Los que han cruzado
Con ojos directos, al otro reino de la muerte
Nos recuerdan -si acaso- no como extraviadas
Almas violentas, sino sólo
Como los hombres vanos
Los atestados.

II

Ojos que no me atrevo a ver soñar
En el reino de sueño de la muerte
Ellos no aparecen:
Allá, los ojos son
Sol sobre una columna rota
Allá, un árbol hay que oscila
Y hay voces
Que cantan en el viento
Más distantes y solemnes
Que una estrella fugaz.

Dejadme estar no más cerca
En el reino de sueño de la muerte
Dejadme así vestir
Tan adredes disfraces
Abrigo de rata, cuero de cuervo, desfondos cruzados
En un campo
Obrando como el aire obra
No más cerca
No ese final encuentro
En el reino sombrío.

III

Esta es la tierra muerta
Esta es tierra de cactus
Aquí las imágenes de la piedra
Son alzadas, aquí reciben
La súplica en la mano del cadáver
Debajo de los guiños de una estrega fugaz.

Es así como esto
En el otro reino de la muerte
Solos caminamos
A la hora en la que somos
Temblando con ternura
Labios que besarían
Desde plegarias hasta piedras rotas.

IV

Los ojos no están aquí
No hay ojos aquí
En este valle de estrellas que mueren
En este valle hueco
Esta rota mane mandíbula de nuestros reinos perdidos

En este último lugar de las reuniones
Nos congregamos
Y nos callamos
Plegados en la margen del crecido río

Ciegos, aunque
los ojos reaparezcan
Como perpetua estrella
Rosa multifoliada
Del reino sombrío de la muerte
La sola esperanza
De hombres vanos.

V

Vamos rodeando la tuna
Una tuna, una tuna
Vamos rodeando la tuna
A las cinco de la madrugada.

Entre la idea
Y la realidad
Entre los actos
Y el ademán
Cae la sombra

Porque Tuyo es el reino

Entre el concepto
Y la creación
Entre la emoción
Y la respuesta
Cae la sombra

La vida es muy larga

Entre el deseo
Y el espasmo
Entre la potencia
Y la existencia
Entre la esencia
Y el descenso
Cae la sombra

Porque Tuyo es el reino

Porque Tuya es
La vida es
Porque Tuyo es el

Y así se acaba el mundo
Y así se acaba el mundo
Y así se acaba el mundo
No con un estallar, con un sollozo.





Ojos que vi con lágrimas. 


Ojos que vi con lágrimas la última vez
a través de la separación
aquí en el otro reino de la muerte
la dorada visión reaparece
veo los ojos pero no las lágrimas
esta es mi aflicción.

Esta es mi aflicción:
ojos que no volveré a ver
ojos de decisión
ojos que no veré a no ser
a la puerta del otro reino de la muerte
donde, como en éste
los ojos perduran un poco de tiempo
un poco de tiempo duran más que las lágrimas
y nos miran con burla.





Conversación galante.


Digo: “¡Nuestra romántica amiga la Luna!
O tal vez (en el plano fantástico, lo admito)
Sea el globo del preste Juan
O un farol de abollada chatarra suspendido en el cielo
Para alumbrar pobres viajeros en su miseria.”
Ella comenta: “¡Cómo divagas!”

Prosigo: “Alguien compone en el teclado
Este exquisito nocturno con que nos explicamos
La noche, el claro de luna ...; acordes que hacemos nuestros
Para representamos la propia nada.”
Ella: “¿Eso se refiere a mí?”
“Oh, no: soy yo el fatuo.”

“Usted, señora, es la eterna humorista,
La eterna enemiga de lo absoluto
Que da a nuestro inestable numen un leve sesgo,
Y borra así, de un trazo, nuestra loca poética!...”
Y: “¡Pues qué serios estamos!”





La canción de amor de J. Alfred Prufrock.


Vamos, tú y yo,
a la hora en que la tarde se extiende sobre el cielo
cual un paciente adormecido sobre la mesa por el éter:
vamos a través de ciertas calles semisolitarias,
refugios bulliciosos
de noches de desvelo en hoteluchos para pernoctar
y de mesones con el piso cubierto de aserrín y conchas de ostra,
calles que acechan cual debate tedioso
de intención insidiosa
que desemboca en un interrogante abrumador...
Ay, no preguntes: «¿De qué me hablas?»
Vamos más bien a realizar nuestra visita.

En el salón las señoras están deambulando
y de Miguel Ángel están hablando.

La neblina amarilla que se rasca la espalda sobre las ventanas,
el humo amarillo que frota el hocico sobre las ventanas,
lamió con su lengua las esquinas del ocaso,
se deslizó por la terraza, pegó un salto repentino,
y viendo que era una tarde lánguida de octubre,
dio una vuelta a la casa y se acostó a dormir.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para el humo amarillo que se arrastra por las calles
rascándose sobre las ventanas.
Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preparar un rostro que afronte los rostros que enfrentamos.
Ya habrá tiempo para matar, para crear,
y tiempo para todas las obras y los días de nuestras manos
que elevan las preguntas y las dejan caer sobre tu plato;
tiempo para ti y tiempo para mí,
tiempo bastante aun para mil indecisiones,
y para mil visiones y otras tantas revisiones,
antes de la hora de compartir el pan tostado y el té.

En el salón las señoras están deambulando
y de Miguel Ángel están hablando.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.
Para preguntarnos: ¿Me atreveré yo acaso? ¿Me atreveré?
Tiempo para dar la vuelta y bajar por la escalera
con una coronilla calva en medio de mi cabellera.
Ellos dirán: «¡Ay, cómo el pelo se le está cayendo!»
Mi sacoleva, el cuello que apoya firmemente mi barbilla,
mi corbata, opulenta aunque modesta y bien asegurada
por un sencillo prendedor.

Ellos dirán: «¡Ay, cuán flacos tiene los brazos y las piernas!
¿Me aventuro yo acaso a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo suficiente
para decisiones y revisiones que un minuto rectifica.

Pues ya los he conocido, conocido a todos:
conocido las tardes, las mañanas, los ocasos;
he medido mi vida con cucharitas de café,
conozco aquellas voces que fallecen en un salto mortal
bajo la música que llega desde el rincón lejano del salón
Entonces, ¿cómo he de presumir?

Pues he conocido ya los ojos, conocido a todos,
los ojos que nos sellan en una mirada formulada
estando yo ya formulado, en un alfiler esparrancado;
bien clavado retorciéndome sobre la pared.
¿Cómo comenzar entonces
a escupir las colillas de mis costumbres y mis días?
Entonces, ¿cómo he de presumir?
Pues he conocido ya los brazos, conocido a todos,
brazos de pulseras adornados, níveos y desnudos
(mas al fulgor de la lámpara cubiertos de leve vello de oro).

¿Será el perfume de un vestido
lo que me hace divagar así?
Brazos sobre una mesa reclinados o envueltos en los
pliegues de un mantón.

Entonces ¿habré de presumir?
¿Y cómo he de comenzar acaso?

Diré tal vez: he paseado por callejuelas al ocaso
y he visto el humo que sube de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, sobre las
ventanas reclinados.

Hubiera preferido ser un par de recias tenazas
que corren en el silencio de oceánicas terrazas.
¡Y la tarde, la incipiente noche, duerme sosegadamente!
Acariciada por unos dedos largos,
dormida, exhausta... o haciéndose la enferma
sobre el suelo extendida, junto a ti, junto a mí.
¿Tendré fuerza bastante después del té y los helados y las tortas,
para forzar la culminación de nuestro instante?
Aunque he gemido y he ayunado, he gemido y he rezado,
aunque he visto mi cabeza (algo ya calva) portada en una
fuente,
yo no soy un profeta -y ello en realidad no importa
demasiado-
he visto mi grandeza titubear en un instante,
he presenciado al Lacayo Eterno, con mi abrigo en sus
manos, reírse con desprecio,
y al fin de cuentas, sentí miedo.

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre las porcelanas, en medio de nuestra charla baladí,
hubiera valido la pena
morder con sonrisas la materia,
enrollar en una bola al universo
para arrojarla hacia algún interrogante abrumador.
Poder decir: «Soy Lázaro que regresa de la muerte
para os revelarlo todo, y así lo voy a hacer»...
Y si al poner en una almohada la cabeza, una dijera:
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo fue. De ninguna manera».

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,
sí hubiera valido la pena,
después de los ocasos, las zaguanes, las callejuelas
salpicadas,
después de las novelas, de las tazas de té y de las faldas
por los pisos arrastradas.
¿Después de todo esto y algo más?
Me es imposible decir justamente lo que siento.
Mas cual linterna mágica que proyecta diseños de nervios
sobre la pantalla,
hubiera valido la pena, si al colocar un almohadón o
arrancar una bufanda,
volviendo la mirada a la ventana, una hubiese confesado:
«No. No fue esto lo que quise decir.
No lo fue. De ninguna manera».

No. No soy el príncipe Hamlet. Ni he debido serlo;
más bien uno de sus cortesanos acudientes, alguien capaz
de integrar un cortejo, dar comienzo a un par de escenas,
asesorar al príncipe; en síntesis, fácil instrumento,
deferente, presto siempre a servir,
político, cauto y asaz meticuloso.
A veces, en realidad, casi ridículo.
A veces tonto de capirote.

Me vence la vejez. Me vence la vejez.
Luciré el pantalón con la manga al revés.

¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me arriesgo a comer melocotones?
Me pondré pantalones de franela blanca
y me iré a pasear a lo largo de la playa.

He oído allí cómo entre ellas se cantan las sirenas.
Mas no creo que me vayan a cantar a mí.
Las he visto nadando mar adentro sobre las crestas de la marejada,
peinando las cabelleras níveas que va formando el oleaje
cuando de blanco y negro el viento encrespa el océano.
Nos hemos demorado demasiado en las cámaras del mar,
junto a ondinas adornadas con algaseojas y castañas,
hasta que voces humanas nos despiertan, y perecemos ahogados.





Sweeney entre los ruiseñores. 


Sweeney, cuello simiesco, separa sus rodillas
dejando colgar sus brazos para reír,
listas de cebra a lo largo de su mandíbula
dilatándose hasta ser manchas de jirafa.

Los anillos de la luna tormentosa
se deslizan al poniente hacia el Río de la Plata,
la Muerte y el Cuervo se desvían arriba
y Sweeney custodia el pórtico encornado.

El tenebroso Orión y el Can
están velados; y apaciguados los estremecidos mares;
la persona con capa española
intenta sentarse sobre las rodillas de Sweeney

pero resbala y tira del mantel de la mesa,
vuelca una taza de café,
se recompone en el suelo,
bosteza y se sube una media;

el hombre silencioso vestido de castaño moka
se deja caer en el alféizar de la ventana y boquea;
el camarero trae naranjas,
bananas, higos, y uvas de invernáculo;

el vertebrado silencioso de traje castaño
se contrae y reconcentra, se hace a un lado;
Raquel née Rabinovich
arranca las uvas con garras asesinas;
ella y la dama de la capa
son sospechosas, se supone están aliadas;
en consecuencia el hombre de ojos pesados
rehúsa el gambito, demuestra fatiga,

abandona el cuarto y reaparece
asomado a la ventana, encorvándose,
ramas de glicina
circundan un rictus dorado;

el anfitrión conversa con alguien impreciso
al lado de la puerta,
los ruiseñores cantan cerca
del convento del Sagrado Corazón,

y cantaron en el bosque sangriento
cuando Agamenón dio alaridos,
y dejaron caer sus líquidos residuos
para mancillar el tieso, deshonrado sudario.





New Hampshire.


Voces de niños en el huerto
entre el tiempo de florecer y el tiempo de madurar:
cabeza dorada, cabeza carmesí,
entre la punta verde y la raíz.
Ala negra, ala parda, se cierne en lo alto;
veinte años y pasa la primavera;
hoy duele, mañana duele,
cubridme todo, luz en hojas;
cabeza dorada, ala negra,
agarrad, saltad,
brotad, cantad,
saltad hasta el manzano.





Usk.


No rompas bruscamente la rama, ni
Esperes hallar
El ciervo blanco detrás de la fuente blanca.
Mira de soslayo, no por lance, no desveles
Antiguos encantamientos. Deja entonces dormir.
"Moja suavemente, pero no muy hondo",
Alza tus ojos,
Donde los caminos bajan y suben los caminos
Busca sólo allí
Donde la luz gris se encuentra con el aire verde
La capilla del ermitaño, la plegaria del peregrino.





En la oscuridad...


1
En la oscuridad
de una buhardilla

2
Las constelaciones
se alojaban en sus estaciones

3
El zoo
del cielo de agosto

4
El Escorpión
todo solo

5
Con el aguijón en llamas
bailaba sobre un hilo

6
Casiopea
explicaba la Idea Pura

7
La Osa Mayor
sostenía una silla en equilibrio

8
Para mostrar la dirección
de la intelección

9
Pegaso caballo alado
ha explicado el esquema de la Fuerza Vita

10
Cero también, recurriendo a una sátira,
explicaba la relación entre la materia y la vida

11
En el apogeo del debate la Estrella Polar
explicaba la conveniencia de tener una Posición en la Vida

12
Bootes, perturbado
y claramente enfadado

13
Dijo ¿no serán todas estas cuestiones
fruto de indigestiones?.

14
Así vociferaban y charlaban
como si importara.





Una mañana desde la ventana. 


Platos resonantes del desayuno en las cocinas de los sótanos.

Junto con las pisadas al borde de la calle,
Me percato de las húmedas almas serviles
Que emanan con desaliento de umbrales cercanos.
Obscuras olas en la niebla me arrojan

Caras retorcidas al final de la calle
Y arrancan de una transeúnte con sombría falda,
Una sonrisa a la deriva que revolotea al aire
Y se desvanece por sobre los techos.





El viento saltó a las cuatro... 


El viento saltó a las cuatro
el viento saltó y rompió las campanas
meciéndose entre vida y muerte
aquí, en el reino de sueño de la muerte
el eco que despierta de un choque confuso
¿es un sueño o algo diferente
cuando la superficie del río ennegrecido
es una cara que suda con lágrimas?
Vi a través del río ennegrecido
la hoguera del campamento agitarse con lanzas extranjeras.
Aquí, a través del otro río de la muerte
los jinetes tártaros agitan sus lanzas.





El nombre de los gatos.


El nombre de los gatos es una cuestión delicada,
no es tan sólo uno de esos juegos para un día feriado;
ustedes pensarán que estoy loco como un sombrerero
cuando afirmo: un gato debe tener TRES NOMBRES DISTINTOS.
Primero, está el nombre que la familia emplea a diario,
como Pedro, Augusto, Alonso, Jaime,
como Víctor o Jonás, Jorge o Bill Baily,
todos ellos sensatos nombres cotidianos.
Si suponéis que suenan mejor, existen nombres más fantasiosos,
algunos para los caballeros, otros para las damas,
como Platón, Admeto, Electra, Deméter,
sensatos nombres cotidianos también estos.
Pero yo sostengo que un gato debe tener un nombre exclusivamente de él,
un nombre especial y más digno,
de otro modo, ¿cómo podría mantener erguida su cola,
o alardear de sus bigotes, o alimentar su orgullo?
Nombres de esa clase yo puedo sugerirles muchos
Mankustrap, Quaxo, o Coricopat,
Bombalurina, o bien Jellylorum,
nombres que nunca pertenecen a más de un gato.
Pero además de esos nombres todavía queda otro,
el nombre que jamás lograremos adivinar,
el nombre que ninguna búsqueda humana puede descubrir
pero que EL GATO CONOCE, aunque nunca habrá de confesarlo.
Cuando sorprendan a un gato en intensa meditación,
la causa, les advierto, es siempre la misma:
su mente está entregada a la contemplación
del pensamiento, del pensamiento, del pensamiento de su nombre,
su inefable, efable,
efinefable,
profundo e inescrutable Nombre único.





El Ron Ton Estirón. 


El Ron Ton Estirón es un gato curioso:
Si le ofreces faisán prefiere codorniz.
Si les das casa sola quiere un piso con mozo,
Y si les das el piso prefiere casa gris.
Si un ratón le señalas dirá que quiere rata,
Y si a la rata apuntas, no, de ratón se trata.
Hum, Ron Ton Estirón es un gato curioso-
Y nada por hacer hay al respecto:
Pues digan lo que digan quienesquiera
Él hará lo que quiera
Por más que lo repudie el intelecto.

El Ron Ton Estirón vive dando la lata:
Si lo pasan adentro, quiere salir afuera;
Si le abren la puerta, la cierra con su pata,
Y sintiéndose dentro, un paseíllo espera.
Le encanta reposar en un cajón,
Pero si no lo sacan, ¡menudo sofocón!
Sí, Ron Ton Estirón es un gato curioso-
Y no te quepa duda,
Pues digan lo que digan quienesquiera
Él hará lo que quiera
Contra todo consejo y sin ayuda.

Es Ron Ton Estirón curioso animalillo:
Su afán contradictorio lo tiene por costumbre.
Si le sirven pescado no lo querrá sencillo;
Si pescado no hay, no aceptará legumbre.
Si le sugieren crema, rehúsa con cinismo,
Porque sólo le gusta lo que ve por sí mismo;

Así que si lo suben a la usual alacena
Se acabará solito el almuerzo y la cena.
El Ron Ton Estirón es astuto y versado,
Al Ron Ton Estirón no seduce tu mimo
Mas te salta al regazo si te mira ocupado.
Ya que lo vuelve loco el importuno arrimo.
Sí, Ron Ton Estirón es un gato curioso-
Y no importa que yo se lo publique:
Pues digan lo que digan quienesquiera
Él hará lo que quiera;
Sin que de nada sirva mi público palique.





Viejo Deuteronomio.


Mucho ha vivido el viejo, viejo Deuteronomio,
Muchas vidas de gato en una larga historia
Precede su prestigio a la Reina Victoria,
Y lo cantan baladas compuestas en su encomio.
Enterró a nueve esposas el gran Deuteronomio-,
Y aún puede que fueran más bien noventa y nueve;
Hoy su innúmera prole prospera y se conmueve,
Y aplaude nuestra aldea su bien ganada gloria.
A la vista de aquel plácido rostro viejo,
Tomando el sol ahí, pacífico y ufano,
El anciano del pueblo gruñe: “¡Por mi pellejo...!
Será o no será... ¿Sí es...? Mi mente falla,
Lo admito. Pero... es el veterano,
O creo que sería, con el pelo ya cano,
El quintañón Deuteronomio, ¡vaya!”

El gran Deuteronomio se sienta en las callejas,
O en la Calle Mayor, en día de mercado;
Mujan los bueyes, balen las ovejas,
Los perros y pastores las apartan a un lado;
Rodarán sobre el prado los coches y camiones,
Pues la gente del pueblo las calles ha cerrado
Para que nada inquiete ni estorben los montones
El reposo del gato, tan cansado
Que no repara en ese general manicomio.
Entonces el anciano del pueblo gruñe: “¡Zas!
¿Será posible, o qué supones?
¡Válgame diablos rojos!
¡Aunque con la vejez no ven mis pobres ojos,
Intuyo que el causante contumaz
De todo esto es Deuteronomio!”

El gran Deuteronomio descansa sobre el suelo
Del Bar del Zorro Verde para dormir un pisto;
Y cuando la clientela reclama un licorzuelo
Antes de irse, la patrona: “Insisto
En que todos se marchen por la puerta trasera,”
Advierte, “porque yo, señores, no resisto
Tener que perturbar esta imagen señera,

Y llamaré a la guardia, si necesario fuera”-
Y todos se deslizan sin chistar por lo visto,
A fin de preservar la felina modorra
Que debe tutelarse por encima del momio,
Quiéralo o no el cachorro de la muy verde zorra:
Y el anciano del pueblo gruñe: “¡Por San Ignacio,
Ya me voy del espacio
Del Zorro y de la Zorra,
Pero con estas piernas me marcharé despacio,
Para no despertar al gran Deuteronomio”.





Marina.


Quis hic locus, quae regio,
quae mundi plaga?

Qué mares qué costas qué
grises rocas y qué islas
Qué aguas salpicando la
proa
Y esencia de pino y el zorzal
cantando a través de la
niebla
Qué imágenes vuelven
Oh hija mía.
Aquellas que afilan los colmillos del perro,
significando
Muerte
Aquellas que brillan con la
gloria del colibrí, significando
Muerte
Aquellas que se sientan en
la miserable morada del
contento, significando
Muerte
Aquellas que sufren el
éxtasis de los animales,
significando
Muerte.

Han perdido la sustancia,
reducidas por el viento,
Un aliento de pino, y la
silvestre canción de la niebla
Por esta gracia disuelta en
este lugar.

Qué rostro es éste, menos
claro y más claro
El pulso en los brazos,
menos fuerte y más fuerte-
¿Propio o ajeno? lejos de las
estrellas, cerca de los ojos
Susurros y risillas entre las
hojas y los pies apresurados
Bajo el sueño, donde las
aguas se encuentran.
El bauprés roto por el
viento y la pintura
resquebrajada por el sol.
Yo he hecho esto, y lo he
olvidado
Pero recuerdo.
El débil aparejo y las lonas
podridas
Entre un Junio y otro
Septiembre.
Lo hice sin saberlo, medio
conciente,
desconociéndome, a mí
mismo
La hilada del armazón se
deshace, y las costuras
necesitan calafateo.
Esta forma, este rostro, esta
vida
Viven para vivir en un
mundo, en un tiempo más
allá de mi; déjame
Renunciar a mi vida por esta
vida, a mi palabra por
aquella inefable,
La desvelada, los labios
abiertos, la esperanza, los
nuevos navíos.

Qué mares qué costas qué
islas de granito contra mis
cuadernas
Y el zorzal llamándome a
través de la niebla
¡Hija mía!





Gerontion.


Tú no tienes ni juventud ni vejez
Sino como si fuera una siesta después de comer
Soñando con ambas cosas.

Aquí estoy yo, un viejo en un mes seco,
con un niño que me lea, esperando la lluvia.
Ni estuve en las Puertas Calientes
ni combatí en la cálida lluvia
ni me metí hasta la rodilla en el pantano salobre, blandiendo un machete,
picado de moscas, combatido.
Mi casa es una casa echada a perder,
y el judío de encuclilla en el alféizar de la ventana, el propietario,
engendrado en algún cafetucho de Amberes,
lleno de ampollas en Bruselas, remedado y pelado en Londres.
El macho cabrío tose por la noche en el campo de arriba:
piedras, musgo, pan-de-cuco, hierro, mierdas.
La mujer guarda la cocina, hace té,
estornuda al anochecer, hurgando en el reclutante sumidero. Yo soy un viejo,
una cabeza opaca entre espacios con viento.
Los signos se toman por prodigios: "¡Queremos ver un signo!"
La palabra dentro de una palabra, incapaz de decir una palabra,
envuelta en pañales de tiniebla. En la adolescencia del año
llegó Cristo el tigre
en el depravado mayo, cornejo y castaño, floreciente árbol de judas,
para ser comido, para ser dividido, para ser bebido
entre cuchicheos; por Mr. Silvero
el de manos acariciadoras, en Limoges,
que dio vueltas toda la noche en el cuarto de al lado;
por Hakagawa, haciendo reverencias entre los Tizianos;
por Madame de Tornquist, en el cuarto oscuro
desplazando las velas; Fräulein von Kulp,
que se volvió en el vestíbulo, una mano en la puerta.
Vacías lanzaderas
tejen el viento. No tengo fantasmas,
un viejo en una casa llena de corrientes
al pie de una loma con mucho viento.
Tras de tal conocimiento, ¿qué perdón? Piensa ahora,
la historia tiene muchos pasadizos astutos, pasillos arreglados,
y salidas; engaña con ambiciones susurrantes,
nos guía por vanidades. Piensa ahora,
ella da cuando nuestra atención está distraída
y lo que da, lo da con tan sutiles confusiones
que la que da hace pasar hambre al que suplica. Da demasiado pronto
en manos débiles, lo que es pensado, se puede prescindir de ello
hasta que el rechazo propaga un miedo. Piensa:
ni miedo ni valentía nos salvan. Vicios antinaturales
son engendrados por nuestro heroísmo. Virtudes
se nos imponen a la fuerza por nuestros vicios desvergonzados.
Esas lágrimas son sacudidas del árbol cargado de ira.

El tigre salta al nuevo año. A nosotros nos devora. Piensa al fin,
no hemos alcanzado una conclusión cuando yo
me quedo rígido en una casa alquilada. Piensa al fin,
no he hecho este espectáculo sin un propósito
y no es por ninguna concitación
de los demonios que tiran hacia atrás.
Llegaría a coincidir contigo sobre esto honradamente.
Yo que estaba cerca de tu corazón fui apartado de él
para perder belleza en terror, terror en averiguación.
He perdido mi pasión: ¿por qué necesitaría conservarla
puesto que lo que se conserva debe ser adulterado?
He perdido mi vista, olfato, oído, gusto y tacto:
¿cómo habría de usarlos para tu contacto más cercano?

Estos, con mil pequeñas deliberaciones
prolongan el beneficio de su congelado delirio,
excitan la membrana, cuando el sentido se ha enfriado,
con salsas picantes, multiplican variedad

en una selva de espejos. ¿Qué hará la araña,
suspender sus operaciones; se retrasará
el gorgojo? De Bailhache, Fresca, Mrs. Cammel, giraban
más allá del circuito de la Osa estremecida
en átomos fracturados. Gaviota contra el viento, en los ventosos estrechos
de Belle Isle, o corriendo al Cabo de Hornos,

Plumas blancas en la nieve, se las lleva el Golfo,
y un viejo empujado por los Alisios
a un rincón soñoliento.
Inquilinos de la casa.
Pensamientos de un cerebro seco en una estación seca.


Poemas. Luis Gonzaga Urbina (1868-1934)

Vieja lágrima.

Como en el fondo de la vieja gruta,
perdida en el riñón de la montaña,
desde hace siglos, silenciosamente,
cae una gota de agua,
aquí, en mi corazón oscuro y solo,
en lo más escondido de la entraña,
oigo caer, desde hace mucho tiempo,
lentamente, una lágrima.
¿Por qué resquicio oculto se me filtra?
¿De cuáles fuentes misteriosas mana?
¿De qué raudal fecundo se desprende?
¿Qué remoto venero me la manda?
¡Quién sabe... ! Cuando niño, fue mi lloro
rocío celestial de la mañana;
cuando joven, fue nube de tormenta,
tempestad de pasión, lluvia de ansias.
Más tarde, en un anochecer de invierno,
mi llanto fue nevasca...
Hoy no lloro... Ya está seca mi vida
y serena mi alma.
Sin embargo... ¿Por qué siento que cae
así, lágrima a lágrima,
tal fuente inagotable de ternura,
tal vena de dolor que no se acaba?
¡Quién sabe...! Yo no soy yo: son los que fueron;
mis genitores tristes; es mi raza;
los espíritus apesadumbrados,
las carnes flageladas;
milenarios anhelos imposibles,
místicas esperanzas,
melancolías bruscas y salvajes,
cóleras impotentes y selváticas.
Al engendrarme el sufrimiento humano,
en mí dejó sus marcas,
sus desesperaciones, sus angustias,
sus gritos, sus blasfemias, sus plegarias.

Es mi herencia, mi herencia la que llora
en el fondo del ánima;
mi corazón recoge, como un cáliz,
el dolor ancestral, lágrima a lágrima.
Así lo entregaré, cuando en su día,
del seno pudoroso de la amada,
corporizados besos, otros seres,
transformaciones de mi vida, salgan.



Estoy frente a mi mesa de trabajo.
La tarde es linda. Alumbra el sol mi estancia.
Afuera, en el jardín, oigo las voces
de los niños que ríen y que cantan.
y pienso: acaso, ¡pobres criaturas!,
sin daros cuenta, en medio a la algazara,
ya en vuestro corazón se filtra,
silenciosa y tenaz, la vieja lágrima...





Vespertina.


Más, apóyate más, que sienta el peso
de tu brazo en el mío; estás cansada,
y se durmió en tu boca el postrer beso
y en tus pupilas la última mirada.

¡Qué fatiga tan dulce, la fatiga
que precede a los éxtasis; pereza
del cuerpo y del espíritu, que obliga
a mezclar el amor con la tristeza!

Se ve la luz. Y la Naturaleza
parece que nos dice: Soy amiga
de todos los que se aman; soy amparo.
Ya os di alcobas de flores, ya os di asilos
misteriosos, descansad tranquilos
en la estrellada sombra que os preparo.

¡Oh, buena amiga! --el alma de las cosas
sigue de nuestro espíritu las huellas--:
primero para amar nos diste rosas;
después, para soñar, nos das estrellas.

La luz se duerme en el zafir, lo mismo
que en los profundos ojos de mi amada;
pero queda un fulgor en el abismo
y un toque de pasión en la mirada.
¡Sutil y misterioso panteísmo!
...Más, apóyate más; vienes cansada...





Última puesta de sol. 


Topacios y amatistas, zafiros y esmeraldas,
se funden en la hoguera de un ocaso imperial;
y, en negro, se dibuja, sobre las vivas gualdas,
al filo de las cumbres, una palma real.

Al lado opuesto sube, del monte   a las espaldas
-semiborrada esfera de mármol sideral-,
la luna. Y de los cerros las caprichosas faldas
extienden su lujosa verdura tropical.

Rico tisú bordado de perlas y diamantes,
el mar copia del cielo los lívidos cambiantes
y entrega al viento libre su manto de turquí.

Y arriba, en las profundas soledades de arriba,
la estrella de la tarde, doliente y pensativa,
se clava en un ardiente celaje de rubí.





Soneto. 


Beso tus ojos tristes como suele
sus reliquias besar, en tanto reza,
una anciana piadosa. Y tu cabeza
que a perfumadas liviandades huele,

beso, porque mi beso te consuele,
mi beso que es unción y que es tristeza,
mi beso que está limpio de impureza,
mi beso que no mancha y que no duele.

Yo bien sé que es romántica locura
besarte así, con beso que no alcanza
a encender la pasión sensual e impura;

mas gusto de juntar, en suave alianza,
mi aspiración de amor y de ternura
a tu ideal de ensueño y esperanza.





Redención.


Te quiero porque en tu alma vive el germen
de ternura infinita,
como diáfana gota de rocío
sobre una flor marchita.

Te quiero porque he visto doblegarse
tu espléndida cabeza;
porque sé bien que en medio de la orgía
te invade la tristeza;

porque has pasado por la senda estrecha
en los grandes zarzales de la vida,
sin desgarrar tus blancas vestiduras,
sin hacerte una herida;

porque has ido pidiendo por el mundo,
con el candor de un niño,
a cada corazón a que has tocado,
un poco de cariño;

porque indica profundo sufrimiento
tu pálida mejilla;
porque en tus ojos que placer irradian
también el llanto brilla.

Te quiero. Nada importa que cansado
tu espíritu se aduerma;
yo lo habré de animar, yo daré aliento
a tu esperanza enferma.

¡Mariposa que fuiste entre las flores
dejando tus bellezas y tus galas,
yo volveré a poner el polvo de oro
sobre tus leves alas.





Puesta de sol. 


Y fueron de la tarde las claras agonías:
el sol, un gran escudo de bronce repujado,
hundiéndose en los frisos del colosal nublado,
dio formas y relieves a raras fantasías.

Mas de improviso, el orto lanzó de sus umbrías
fuertes y cenicientas masas, un haz dorado;
y el cielo, en un instante vivo y diafanizado,
se abrió en un prodigioso florón de pedrerías.

Los lilas del Ocaso se tornan oro mate;
pero aún conserva el agua su policroma veste:
-sutiles gasas cremas en brocatel granate-.

Hay una gran ternura recóndita y agreste;
y el lago, estremecido como una entraña, late
bajo la azul caricia del esplendor celeste.





Nuestras vidas son los ríos... 


 A Eduardo Sánchez de Fuentes.


Yo tenía una sola ilusión: era un manso
pensamiento: el del río que ve próximo el mar
y quisiera un instante convertirse en remanso
y dormir a la sombra de algún viejo palmar.

Y decía mi alma: turbia voy y me canso
de correr las llanuras y los diques saltar;
ya pasó la tormenta; necesito descanso,
ser azul como antes y, en voz baja, cantar.

Y tenía una sola ilusión, tan serena,
que curaba mis males y alegraba mi pena
con el claro reflejo de una lumbre de hogar.

Y la vida me dijo: ¡Alma, ve turbia y sola,
sin un lirio en la margen ni una estrella en la ola,
a correr las llanuras ya perderte en el mar.





Nocturno sensual. 


Yo estaba entre tus brazos. y repentinamente,
no sé cómo, en un ángulo de la alcoba sombría,
el aire se hizo cuerpo, tomó forma doliente,
y era como un callado fantasma que veía.

Veía, entre el desorden del lecho, la blancura
de tu busto marmóreo, descubierto a pedazos;
y tus ojos febriles, y tu fuerte y obscura
cabellera... y veía que yo estaba en tus brazos.

En el fondo del muro, la humeante bujía,
trazando los perfiles de una estampa dantesca,
nimbaba por instantes con su azul agonía
un viejo reloj, como una ancha faz grotesca.

Con un miedo de niño me incorporé. Ninguna
vez, sentí más silencio que en esa noche ingrata.
El balcón era un marco de reflejos de luna
que prendía en la sombra sus visiones de plata.

Temblé de ansia, de angustia, de sobrecogimiento;
y el pavor me hizo al punto comprender que salía
y se corporizaba mi propio pensamiento...
y era como un callado fantasma que veía.

Los ojos de mi alma se abrieron de repente
hacia el pasado, lleno de fútiles historias;
y entonces supe cómo tomó forma doliente
la más inmensamente triste de mis memorias.

¿Qué tienes? -me dijiste mirándome lasciva.
-¿Yo? Nada... y nos besamos.
Y así, en la noche incierta,
lloré, sobre la carne caliente de la viva,
con la obsesión helada del cuerpo de la muerta.





Metamorfosis.


Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.

Y sucedió que un día,
aquella mano suave,
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire se volvió suspiro.





Mañana de sol. 


Palpitan, como alas de pájaros en fuga,
las velas que sacude la brisa matinal,
y el aire, a flor de onda, menudamente arruga
la seda azul, tramada de estambres de cristal.

De la dorada costa la placidez subyuga,
y tiene el viento puro delicadeza tal,
que al refrescarme el rostro, parece que me enjuga
las lágrimas pueriles, el beso maternal.

Una bandada de aves por los espacios sube;
decora la brillante blancura de la nube
y mancha el inviolado zafir de la extensión .

Y en la solemne calma de estas horas divinas,
esparcen a lo lejos, dos voces femeninas,
quién sabe qué ternura que moja el corazón...





Madrigal.


Déjame amar tus claros ojos. Tienen
lejanías sin fin, de mar y cielo,
y sus fulgores apacibles vienen
hasta mi corazón como un consuelo.

Deja que con tus ojos, se iluminen
mis viejas sombras y se vuelvan flores;
deja que con tus ojos se fascinen,
como aves de leyenda, mis dolores.

Que vea en ellos astros errabundos,
que en ellos sueñe inexplorados mundos
que en ellos bañe mi melancolía...
Son tristes, luminosos y profundos,
como puestas de sol, amada mía...





Lubrica Nox.


Miré, airado, tus ojos, cual mira agua un sediento,
mordí tus labios como muerde un reptil la flor;
posé mi boca inquieta, como un pájaro hambriento,
en tus desnudas formas ya trémulas de amor.

Cruel fue mi caricia como un remordimiento;
y un placer amargo, con mezcla de dolor,
se deshacía en ansias de muerte y de tormento;
de frenesí morboso de angustia y de furor.

Faunesa, tus espasmos fueron una agonía.
¡Qué hermosa estabas ebria de deseo, y qué mía
fue tu carne de mármol luminoso y sensual!

Después, sobre mi pecho, tranquila te dormiste
como una dulce niña, graciosamente triste
que sueña ¡sobre el tibio regazo maternal!





Las perlas.


Como al fondo del mar baja
el buzo en busca de perlas,
la inspiración baja a veces
al fondo de mis tristezas
para recoger estrofas
empapadas con mis penas.
Y en cada uno de mis versos
viven, con vida siniestra,
mis deseos, mis temores,
mis dudas y mis creencias
¡Qué mucho que yo los ame!
¡Qué mucho que yo los lea,
si son hojas arrancadas
al libro de mi existencia!

Cuando en mi oscura memoria
la frase brillando queda,
como en un jirón de nube
el reflejo de una estrella,
es porque bajó tan hondo
la inspiración a cogerla,
que en esa frase palpita
el corazón del poeta.

Siempre que a soñar me pongo
encantadoras quimeras,
imposibles ideales,
seres de extraña belleza
que habitan en luminosas
arquitecturas aéreas;
formas que flotan aisladas
y diáfanas, y serenas,
como los ángeles blancos
de la Divina Comedia,
la realidad de la vida,
inflexible, me despierta,
y quedo confuso y triste
sintiendo angustias supremas,
como esas aves que huyen
en busca de primavera
y en alta mar las sorprende
el furor de la tormenta.

Entonces escribo, escribo
con una ternura inmensa,
que sólo cuando hago versos
el alma llora y se queja,
y la inspiración se hunde
en el mar de las tristezas
para recoger estrofas
empapadas en mis penas.
Y sin embargo, en el fondo,

Cuántos dolores se quedan
sin expresión, tan intensos
que no caben en la idea,
porque son, deseos vagos,
aspiraciones inmensas,
alas que exploran espacios,
sueños de cosas eternas,
nostalgias de extraños mundos,
citas de lo que no llega...
La inspiración es un buzo
que no ha pescado esas perlas.





La herida. 


¿Qué si me duele? Un poco; te confieso
que me heriste a traición; mas por fortuna,
tras el rapto de ira vino una
dulce resignación.... Pasó el exceso.

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso?
El amor es un huésped que importuna;
mírame como estoy, ya sin ninguna
tristeza que decirte. Dame un beso.

Así, muy bien; perdóname, fui un loco;
tú me curaste  –gracias-,  y ya puedo
saber lo que imagino y lo que toco.

En la herida que hiciste, pon el dedo.
¿Qué si me duele? Sí; me duele un poco,
mas no mata el dolor.... No tengas miedo.





La balada de la vuelta del juglar. 


A Rubén Campos.

-Dolor: ¡qué callado vienes!
¿Serás el mismo que un día
se fue y me dejó en rehenes
un joyel de poesía?
¿Por qué la queja retienes?
¿ Por qué tu melancolía
no trae ornadas las sienes
de rosas de Alejandría?
¿Qué te pasa? ¿Ya no tienes
romances de «yoglería»,
trovas de amor y desdenes,
cuentos de milagrería?
Dolor: tan callado vienes
que ya no te conocía...

Y él, nada dijo. Callado,
con el jubón empolvado,
y con gesto fosco y duro,
vino a sentarse a mi lado,
en el rincón más oscuro,
frente al fogón apagado.
Y tras lento meditar,
como en éxtasis de olvido,
en aquel mudo penar,
nos pusimos a llorar,
con un llanto sin rüido...



Afuera, sonaba el mar...





La agonía blanca.


Blanca como esta noche no he visto cosa alguna:
ni el mármol, ni la nieve, ni el armiño. Semeja
el cielo, un gran abismo de plata, que refleja
su luz, en otro abismo de cristal: la laguna.

Sólo, de tarde, en tarde, pasa, pequeña y bruna,
la góndola, que efímero surco ondulante deja;
y cuando, hacia las brumas rutilantes, se aleja,
todo es latir de astros; todo, fulgor de luna.

¿Donde están los colores? En uno se han fundido.
El negro huyó a esconderse. El azul se ha dormido.
El blanco, puro y virgen, sus imperios rescata.

Y en silencio vasto, sideral y profundo,
parece que esta noche se va a morir el mundo
con una inmensa muerte de cristal y de plata.





Humorismos tristes. 


¿Que si me duele? Un poco; te confieso
que me heriste a traición; mas por fortuna
tras el rapto de ira vino una
dulce resignación... Pasó el acceso.

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso?
El amor es un huésped que importuna;
mírame cómo estoy; ya sin ninguna
tristeza que decirte. Dame un beso.

Así; muy bien; perdóname, fui un loco;
tú me curaste -gracias-, y ya puedo
saber lo que imagino y lo que toco:

En la herida que hiciste pon el dedo;
¿que si me duele? Si; me duele un poco,
mas no mata el dolor... No tengas miedo...





Hechicera. 


No sentí cuando entraste; estaba oscuro
en la penumbra de un ocaso lento,
el parque antiguo de mi pensamiento
que ciñe la tristeza, cual un muro.

Te vi llegar a mí como un conjuro,
como el prodigio de un encantamiento,
como la dulce aparición de un cuento:
blanca de nieve y blonda de oro puro.

Un hálito de abril sopló en mi otoño;
en cada fronda reventó un retoño;
en cada viejo nido, hubo canciones;

y, entre las sombras del jardín –errantes
luciérnagas– brillaron, como antes
de mi postrer dolor, las ilusiones.





En mi angustia, callada y escondida...


En mi angustia, callada y escondida,
sé tú como enfermera bondadosa,
cuya mano ideal viene y se posa,
llena de suave bálsamo, en la herida.

Ríe en mi tedio –sepulcral guarida–
como un rayo de sol en una fosa;
perfuma, como un pétalo de rosa,
el fango y la impureza de mi vida.

Del corazón en el silencio, canta;
entre las sombras de mi ser, fulgura;
mi conturbado espíritu levanta;

enciende la razón en mi locura,
Tengo hambre y sed de bien, dame una santa
limosna de piedad y de ternura...





El ruiseñor cantaba. La noche era divina... 


El ruiseñor cantaba. La noche era divina,
toda cendal de nieve, toda cristal azul;
y en el jardín de plata, la coruscante encina
alzaba entre la sombra su cúpula de luz.

El ruiseñor cantaba. Y en un ambiente extático
dormían las praderas. Cantaba el ruiseñor;
y el viento flebil, alitendido y aromático,
soplaba el adorable cantar, de flor en flor.

Y repintó las cumbres la aurora ardiente y flava,
y levantó la alondra su trino matinal,
y abrió su seno el día...y el ruiseñor cantaba
soñando en el nocturno misterio de cristal.

Vino la siesta cálida; la tarde pensativa
vino; la noche negra sus lumbres apagó,
y el ruiseñor cantaba, como si la votiva
lámpara de la luna colgase de un crespón.

Estío, otoño, invierno, primavera... Y el canto
surgía de las verdes entrañas del jardín,
alegre o melancólico -ora risa, ora llanto-
inacabable y único, magnífico y sin fin.

El ruiseñor se había vuelto loco; se había
embriagado de luna, de sueño y de pasión,
y ¡cantaba, cantaba...!





Desolación. 


Ha muerto ya la pasión loca
después de una larga agonía.
No busques besos en mi boca.
Se quedó la jaula vacía.

Barrí los últimos despojos
de ilusiones y de ternuras.
No busques brillo en mis ojos.
¿No ves que la casa está a oscuras?

Es inútil que tiendas la mano.
Ni una flor en el parque en ruina.
No tiendas la mano. Es en vano,
te pudieras clavar una espina.

Sólo musgo en las lápidas nace.
Ya lo ves: camposanto de olvido.
¡Vete! Y cierra el portón podrido.
Déjame a solas con mis muertos.





Confesión. 


Bien está: me río
porque es una forma de pudor la risa;
pero muy adentro, muy solo, muy mío,
un pesar cansado se me vuelve hastío
y un último anhelo se me extingue aprisa.
Mas no me contemples tan sólo la cara;
acerca a mi espíritu -que es vaso pequeño-
tu vida, radiante de júbilo, para
gustar de la gota de miel de un ensueño.
Del juvenil cántico,
un eco remoto queda todavía
en tal cual epigrama romántico,
y en una que otra sutil ironía.
Hace tiempo adquirí la destreza
de ser frívolo. Ve mi alegría:
¿que de cuando en cuando sale la tristeza
en un gesto ambiguo de melancolía?
Vivo y basta. Muerdo los frutos amargos
de mi otoño, anuncio de un vecino invierno;
para mi fastidio los días son largos,
ásperas las piedras, y el camino, eterno.

¡Bah! ¡No importa! Deja que alumbre mi paso
una intermitente luz de poesía;
yo voy como todos, sin rumbo, al acaso...
Bebe, y no preguntes si hay hiel en el vaso:
¡Déjame que ría!





Así fue.


Lo sentí; no fue una
separación, sino un desgarramiento;
quedó atónita el alma, y sin ninguna
luz, se durmió en la sombra el pensamiento.

Así fue; como un gran golpe de viento
en la serenidad del aire. Ufano,
en la noche tremenda,
llevaba yo en la mano
una antorcha con qué alumbrar la senda,
y que de pronto se apagó; la oscura
asechanza del mal y del destino
extinguió así la llama y mi locura.

Vi un árbol a la orilla del camino,
y me senté a llorar mi desventura.
Así fue, caminante
que me contemplas con mirada absorta
y curioso semblante.

Yo estoy cansado, sigue tú adelante;
mi pena es muy vulgar y no te importa.
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino
soplo de la ilusión y la locura;
tuve la antorcha, la apagó el destino,
y me senté a llorar mi desventura
a la sombra de un árbol del camino.





¡Aleluya!


¡Aleluya, aleluya,
aleluya, alma mía!
Que en un himno concluya
mi doliente elegía:
Ya me dijo: ¡Soy tuya!
Ya le dije: ¡Eres mía!
Y una voz encantada,
que de lejos venía,
me anunció la alborada,
me gritó: ¡Ya es de día!

Todo es luz y tibieza
lo que fue sombra fría;
se apagó la Tristeza,
se encendió la alegría.
Ya le dije: ¡Eres mía!
Ya me dijo: ¡Soy tuya!
-¡cuánto sol tiene el día!-
¡Aleluya, alma mía!





A Erigone. 


Deja que llegue a ti, deja que ahonde
como el minero en busca del tesoro,
que en tu alma negra la virtud se esconde
como en el seno de la tierra el oro.

¡Alma sombría, ayer inmaculada!
Tu caída me asombra y me entristece.
¿Qué culpa ha de tener la nieve hollada
si el paso del viajero la ennegrece?

No mereces castigo ni reproche.
Entre los vicios tu virtud descuella;
en el pliegue más negro de la noche
brillará más que la lejana estrella.

La mano aleve que al rosal arranca
su flor más bella, y luego la deshoja;
la que manchó tu vestidura blanca,
la que en los brazos del placer te arroja;

la que apagó en tu frente de azucena
la llama del pudor y la alegría,
y ornó tu sien, marchita por la pena,
con las deshechas flores de la orgía,

es la que al verte desvalida y sola,
te empuja hacia el abismo, sin aliento;
la que tu amor y tu pureza inmola
por el amargo pan del sufrimiento.

Me admiran tus heroicos sacrificios;
me admira que no temas, que no dudes,
y que en la árida roca de los vicios
puedan colgar su nido las virtudes.

Por eso llego a ti... ¿No lo imaginas?
A ver surgir, cual gratas ilusiones,
luz entre sombras, flores entre ruinas,
¡amor entre los muertos corazones!

Vengo a cubrirte de brillantes galas,
a ser tu protección y tu consuelo,
y a desatar tus poderosas alas
¡para que puedas ascender al cielo!