Taedium Vitae.
Matar mi juventud con dagas ansiosas; ostentar
la librea extravagante de esta edad mezquina;
dejar que cada mano vil se hunda en mi tesoro;
trenzar mi alma al cabello de una mujer
y ser sólo un siervo de Fortuna. Lo juro,
¡no me agrada! Todo eso es menos para mí
que la fina espuma que se inquieta en el mar,
menos que el vilano sin semilla
en el aire estival. Mejor permanecer lejos
de esos necios que con calumnias se burlan de mi vida,
aunque no me conozcan. Mejor el más modesto techo
para abrigar al peón más abatido
que volver a esa cueva oscura de guerras,
donde mi alma blanca besó por vez primera la boca del pecado.
Su voz.
La intrépida abeja vaga de rama en rama,
Con su hirsuto abrigo y ligeras alas,
Ahora sobre el pétalo del lirio,
Ahora balanceándose en un jacinto,
En torno a él:
Estaba cerca el amor; y fue aquí, supongo,
Donde realicé mi voto.
Juré que dos almas deberían ser una,
Mientras las gaviotas amen el mar,
Mientras los girasoles amen el sol.
Será, dije, nuestra eternidad,
Tuya y mía.
Querida amiga, aquellos tiempos se han ido,
La red del Amor se ha cerrado.
Mira hacia arriba, donde los álamos
Danzan y danzan en el aire del estío,
Aquí en el valle, la brisa nunca
Agita los frutos, pero allí
Los grandes vientos soplan,
Y desde el susurro místico del mar
Arriban las olas que acarician la costa.
Mira hacia arriba, donde gritan las níveas gaviotas,
¿Qué pueden contemplar qué nosotros no vemos?
¿Acaso una estrella? ¿O quizás la lámpara que ruge
En algún lejano y perdido buque?
¡Ah, puede ser!
¡Hemos vivido en una tierra de sueños!
Y que triste parece.
Mi Vida, no queda nada por decir,
Salvo esto: el amor nunca se pierde,
El filo del invierno desgarra el pecho de mayo,
Y sus rosas carmesí brotan quebrando el hielo.
Los navíos de la tempestad
En alguna bahía encontrarán su muelle,
Así como nosotros deberíamos hacerlo.
Y no queda nada por hacer
Salvo besarnos una vez más, y partir.
No, no hay nada que debamos lamentar,
Yo tengo mi belleza, y tu el arte.
No, que nunca comience,
Un mundo no es suficiente
Para dos como tú y yo.
Silentium amoris.
Como a menudo el resplandeciente sol
Persigue a la pálida y reacia luna,
Impulsándola hacia su cueva sombría,
Donde ella también se retira furtiva
En busca de la singular balada de un ruiseñor,
Así tu Belleza me impulsa,
En mis labios fracasando,
Y donde todo mi dulce canto
pierde su melodioso color.
Y como al amanecer cruzando el velo del licor,
En alas impetuosas arremete el viento,
Quebrando los juncos con su beso violento,
El cual ha sido su único instrumento:
Así mi tormentosa pasión me ha extraviado,
Silenciando mi sentimiento por exceso de amor.
Pero es seguro que ante tí mis ojos no revelarán
Porqué soy silencioso, y porqué mi laúd ha muerto.
Hacia nuevas tierras deberíamos partir:
Tú hacia unos labios de dulces melodías,
Y yo hacia el refugio de mi estéril memoria,
Donde yacen besos apenas insinuados,
Y canciones nunca cantadas.
Requiescat.
Lean apaciblemente: Ella está cerca,
Debajo de la nieve.
Hablen suavemente: Ella puede oír
A las margaritas crecer.
Todo su brillante cabello dorado
En lóbrego óxido se ha empañado,
Ella, que era joven y encantadora
Ha caído bajo un manto polvo.
Hermana de las Lilas,
Blanca como la nieve,
Ella apenas sabía
Que era hermosa,
Por lo que dulcemente creció.
El sarcófago es tu hogar,
Una pesada lápida
Yace sobre tu seno,
Mientras en soledad lamento
Que tu descanso sea eterno.
Paz, paz; Ella no puede oír
El canto de la lira
O el fervor de un soneto,
Mi vida ha sido enterrada aquí,
La tierra descansa sobre ella.
Mi voz.
Dentro de este inquieto, apresurado y moderno mundo,
Arrancamos todo el placer de nuestros corazones, tu y yo.
Ahora, las blancas velas de nuestra nave ondean firmes,
Pero ha pasado el momento del embarque.
Mis mejillas se han marchitado antes de tiempo,
Tanto fue el llanto que la alegría ha huido de mi,
El Dolor ha pintado de blanco mis labios,
Y la Ruina baila en las cortinas de mi lecho.
Pero toda esta tumultuosa vida ha sido para ti
No más que una lira, un luto,
Un sutil hechizo musical,
O tal vez la melodía de un océano que duerme,
La repetición de un eco.
La flor del amor.
Amor, no te culpo, pues mía ha sido la culpa, al no ser creado por la arcilla común
Escalé la mayor de las alturas, inalcanzable; ví el aire pleno, el día más grande.
Desde lo salvaje de mi desperdiciada pasión fui asaltado por una mejor, más clara canción.
Encendí una ligera luz de abnegada libertad, luché contra la envilecida cabeza de Hidra.
Han sido mis labios barridos hacia la música por tus besos, y han sangrado,
Y tu has caminado junto a los ángeles en aquella planicie verde y esmaltada.
He andado por el camino donde Dante contempló los soles brillando sobre siete círculos,
¡Ah! Tal vez observó a los cielos expandiéndose, como si se abriesen sobre Florencia.
Y las naciones poderosas que me han coronado, a mí, que sin corona yazgo sin nombre,
Y algún crepúsculo oriental me ha encontrado de rodillas sobre el umbral de la Fama.
Me he sentado en el círculo de mármol donde el viejo bardo es igual al joven,
Donde la pipa siempre gotea su miel, y las cuerdas de la lira siempre vibran.
Keats levantó los rizos de su himeneo desde el vino de las amapolas,
Con su boca de ambrosía besó mi frente, envolviendo el amor noble que hay en mí.
Y en la primavera, cuando las flores del manzano tiñen el seno de las palomas,
En la hierba yacen dos amantes que ha leído la historia de nuestro amor.
Han leído la leyenda de mi pasión, y conocido el secreto amargo de mi corazón,
Besándose como nosotros nos hemos besado, pero nunca lejos como nosotros lo estamos.
Pues la flor carmesí de nuestra vida es devorada por el gusano de la verdad,
Y ninguna mano recogerá los marchitos pétalos de la rosa de la juventud.
Sin embargo, no me arrepiento de amarte, ¿qué otra cosa puede hacer un muchacho?
Los ávidos dientes del tiempo corroen, persiguiendo las silenciosas huellas de los años.
El timón nos balancea en la tempestad, y cuando la tormenta de la juventud haya pasado,
Sin liras, sin laúd y sin coro, la tranquila muerte del navegante finalmente llega.
Y dentro de la tumba no hay placer, el ciego gusano consume las raíces,
Y el Deseo se estremece en cenizas, y el árbol de la pasión no da frutos.
¿Qué otra cosa puedo hacer sino amarte? La propia madre de Dios me es menos querida,
Y menos aún la dulce Afrodita elevándose como un lirio plateado sobre el mar.
He tomado mi decisión, he vivido mis poemas y, aunque la juventud se haya perdido en indolentes días;
He descubierto que la corona de mirto del amante es mejor que la del laurel sobre el poeta.
La casa de la ramera.
Seguimos las huellas de pies que bailaban
hacia la calle llena de luna
y nos detuvimos bajo la casa de la ramera.
Adentro, sobre el clamor y el movimiento,
oímos a los músicos tocando a gran volumen
el «Treues Liebes Herz» de Strauss.
Como formas extrañas y grotescas,
largas contorsiones arabescas,
corrían sombras detrás de las cortinas.
Vimos girar a los fantasmales danzantes
al ritmo de violines y de cuernos,
como hojas negras arrastradas por el viento.
Igual que marionetas tiradas de sus hilos
las siluetas de secos esqueletos
se deslizaban por la cuadrilla.
Tomados de la mano
bailaban su majestuoso desafío;
y el eco de las risas era agudo y crispado.
A veces un muñeco de reloj apretaba
una amante inexistente contra el pecho,
y otras parecían querer cantar.
A veces una espantosa marioneta
se asomaba fumando al umbral
Como si estuviese vivo.
Entonces, volviéndome a mi amor dije,
«Los muertos bailan con los muertos,
el polvo se mezcla con el polvo».
Pero ella escuchó el violín,
se apartó de mi lado y entró:
entró el Amor en casa de Lujuria.
Súbitamente, desentonó la melodía,
se fatigaron los valses,
las sombras dejaron de girar.
Y por la larga y silenciosa calle,
en sandalias de plata, asomó el alba
como una niña asustada.
En el salón dorado.
Una armonía
Sus manos de marfil sobre las teclas
extraviadas en sorpresiva fantasía;
así los álamos agitan sus hojas lánguidas.
Como la espuma a la deriva en el mar inquieto
cuando las olas muestran los dientes a la brisa.
Cayó un muro de oro: su pelo dorado.
Delicado tul cuya trama se hila
en el disco impávido de las maravillas.
Girasol que se retuerce para encontrar el sol
cuando las sombras de la noche negra pasaron,
y la lanza del lirio está coronada.
Y sus dulces labios rojos sobre estos labios míos
ardieron como el fuego de rubíes incrustados
en el candil inquieto de la capilla carmesí,
o en sangrantes heridas de granadas,
o en el corazón del loto solitario
en la sangre vertida del vino rojo.
El verdadero conocimiento.
Tú que lo sabes todo; sabes que busco en vano
Semillas y tierras para cultivar con certeza,
Pero la tierra es oscura entre la maleza,
Indiferente a la lluvia o lágrimas que derramo.
Tú lo sabes todo; sabes que me siento y espero,
Con las manos frágiles y los ojos ciegos,
Hasta el último pliegue del velo,
Hasta el ocaso de la puerta.
Tú lo sabes todo; sabes de mi vanidad,
Confío en que mi vida no es en vano,
En que algún día nos tomaremos de la mano
En una extraña y divina eternidad.
El nuevo remordimiento.
El pecado era mío; yo no lo entendía,
Ahora en su cueva yace la melodía,
A salvo donde en vano agita la marea
Los inquietos y escasos remolinos.
Y en el hueco marchito de esta tierra
El verano ha cavado tan profundo su tumba,
Que apenas los sauces plomizos pueden desear
Un dorado capullo en manos del invierno.
¿Pero quién es aquel que viene por la costa?
(No, Amor, mira hacia allí y maravíllate)
¿Quién es este que llega con prendas teñidas del sur?
Es tu nuevo Señor, y él habrá de besar
Las encadenadas rosas de tus labios;
Yo te adoraré en mi llanto, como lo hice antes.
El lamento de la hija del rey.
Hasta las estrellas sobre el agua calma,
Y Siete en el impasible Cielo;
Siete pecados de la Hija del Rey
Descansaban en lo profundo de su alma.
Rosas rojas yacen a sus pies,
(las rosas son rojas en su dorado cabello)
Y cuando sus frágiles senos se rozan,
Rosas rojas se esconden allí.
Gentil es el caballero que cae inerte,
En medio de las prisas y el verde.
Ved a los magros peces revueltos,
Devorando un festín de hombres muertos.
Dulce es su lecho de eternidad,
(La tela de oro es una buena presa)
Ved a los negros cuervos en el aire,
Negros, negros como la noche son.
¿Qué hacen allí, tan crudos y fríos?
(Hay sangre sobre su mano tímida)
¿Porqué las lilas se tiñen de rojo?
(Hay sangre sobre la arena del río)
Hay dos que cabalgan del sur hacia el este,
Y dos del norte hacia el oeste,
Pues el cuervo oscuro está de fiesta
Sobre la helada Hija del Rey.
Hay un hombre que la ama de verdad
(Roja, roja es la mancha de sangre)
Él ha cavado una tumba bajo el umbroso tejo,
(Una tumba en la que caben cuatro)
No hay luna en el cielo calmo,
Nada se refleja en el agua oscura,
Los Pecados de su alma son Siete,
El Pecado sobre él es Uno.
Desesperación.
Las estaciones derraman su ruina mientras pasan,
Pues en la primavera los narcisos alzan sus rostros
Hasta que las rosas florecen en ígneas llamas;
Y en el otoño brotan las violetas púrpuras
Cuando el frágil azafrán suscita la nieve invernal,
Pero los decrépitos y jóvenes árboles renacerán,
Y esta tierra gris crecerá verde con el rocío del verano,
Y los niños correrán entre un océano de frágiles prímulas.
¿Pero qué vida, cuya amarga voracidad
Desgarra nuestros talones, velando la noche sin sol,
Alentará la esperanza de aquellos días que ya no retornarán?
La ambición, el amor, y todos los sentimientos que queman
Mueren demasiado pronto, y sólo encontramos la dicha
El los marchitos despojos de algún recuerdo muerto.
La balada de la cárcel de Reading. (Fragmento)
Sin embargo -¡Y escuchen bien todos!-
Todos los hombres matan lo que aman:
Unos con una mirada de odio,
Otros con una palabra acariciadora;
El cobarde con un beso,
El valiente con la espada.
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
Otros cuando ya son viejos,
Unos lo ahogan con las manos de la lujuria,
Otros con las manos del oro;
Los más compasivos se sirven de un cuchillo,
Del cuchillo que mata sin agonía.
El amor de unos es demasiado corto,
Demasiado largo el de otros;
Unos venden y otros compran;
Unos hacen lo que deben hacer con lágrimas,
Otros sin un sólo suspiro;
Pues todos los hombres matan lo que aman,
Aunque no todos tengan que morir por ello.
Bajo el balcón.
¡Oh, hermosa estrella de boca carmesí!
¡Oh, luna de cejas doradas!
¡Se elevan, se elevan desde el fragante sur!
Iluminan el sendero de mi amor,
Para que sus delicados pies no se extravíen
En el viento que corre por la colina.
¡Oh, hermosa estrella de boca carmesí!
¡Oh, luna de cejas doradas!
¡Oh, bote que te agitas en el desolado mar!
¡Oh, barco de húmedas, blancas velas!
¡Vuelve, vuelve hasta el puerto por mi!
¡Pues mi amada y yo deseamos ir
A la tierra en la que los narcisos soplan
Sobre el corazón de un valle púrpura!
¡Oh, bote que te agitas en el desolado mar!
¡Oh, barco de húmedas, blancas velas!
¡Oh, fugaz ave de graves, dulces notas!
¡Oh, ave que descansas en el rocío!
¡Canta, canta con tu voz suave en el vacío!
¡Mi amor en su pequeño lecho
Te escuchará, alzará su cabeza de la almohada
Y seguirá mi camino!
¡Oh, fugaz ave de graves, dulces notas!
¡Oh, ave que descansas en el rocío!
¡Oh, flor que cuelgas en el aire trémulo!
¡Oh, flor de labios nevados!
¡Desciende, desciende hasta el cabello de mi amor!
¡Has de morir en su cabeza como una corona,
Has de morir en un pliegue de sus vestidos,
En el pequeño brillo de su corazón has de reposar!
¡Oh, flor que cuelgas en el aire trémulo!
¡Oh, flor de labios nevados!
Amor intellectualis.
A menudo pisamos los valles de Castalia
y de viejas cañas oímos la música silvestre,
ignorada por el común de las gentes;
e hicimos nuestra barca a la mar
que las Musas tienen por imperio,
y libres trazamos surcos en olas y espuma,
y hacia tierras seguras no izamos reacias velas
hasta bien rebosar nuestro navío.
De tales tesoros despojados algo queda:
la pasión de Sordello y el verso de miel
del joven Endimión; altivo Tamerlán
portando sus jades tan cuidados, y, más aún,
las siete visiones del Florentino.
Y del Milton severo, solemnes armonías.