jueves, 21 de noviembre de 2024

Poemas. Edgar Lee Masters (1869-1950)

1. Antología de Spoon River: La colina.


¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el abúlico, el forzudo, el bufón, el borracho, el peleador?
Todos, todos están durmiendo en la colina.

Uno se fue por una fiebre,
uno se quemó en una mina,
uno fue muerto en una pendencia,
uno murió en la cárcel,
uno se cayó del puente donde trabajaba para sus hijos
y su mujer;
todos, todos están durmiendo en la colina...




2. Antología de Spoon River: Hod Putt. 


Yazgo aquí, junto a la tumba
del viejo Bill Piersol,
que se enriqueció traficando con los indios, y que
tiempo después aprovechó la ley de quiebras
y salió de eso más rico que antes.
Cansado de fatigas y de miseria
viendo como el viejo Bill y otros se hacían cada vez más opulentos,
una noche asalté a un viajero cerca de Proctor,
y sin querer lo maté,
por lo que fui procesado y ahorcado.
Esa fue mi manera de presentarme en bancarrota.
Ahora que nosotros, cada uno a su modo, hemos
aprovechado la ley de quiebras,
dormimos pacíficamente hombro a hombro.




8. Antología de Spoon River: Amanda Barker.


Henry me embarazó
sabiendo que no podía dar a luz
sin perder la vida.
Así fue que en mi juventud
pasé por los portales de polvo.
Viajero: en el pueblo donde viví se cree
que Henry me amó con amor de esposo,
mas proclamo desde el polvo
que por satisfacer su odio me mató.




10. Antología de Spoon River: Chase Henry. 


En mi vida fui el borracho del pueblo;
cuando morí el cura me negó el entierro
en suelo consagrado.
Eso me trajo buena fortuna.
Porque los protestantes compraron este lote
y sepultaron mi cuerpo aquí,
junto a la tumba del banquero Nicholas
y de su esposa Priscilla.
Tomad nota, almas discretas y piadosas,
de las contracorrientes de la vida
que confieren honor a muertos que vivieron en el
oprobio.




12. Antología de Spoon River: El juez Somers. 


¿Cómo ocurrió, decidme,
que yo, el más erudito de los abogados,
que conocía a Blackstone y a Coke
casi de memoria, que pronuncié el más notable discurso
que el tribunal hubiera oído nunca y escribí
un alegato merecedor del elogio del juez Breese?,
¿cómo ocurrió, decidme,
que ahora yazgo aquí, olvidado, ignorado,
mientras Chase Henry, el borracho de la ciudad,
tiene un pedestal de mármol, rematado por una urna
en la cual la Naturaleza, por irónico capricho,
ha sembrado césped en flor?




40. Antología de Spoon River: Theodore, el poeta. 


De niño te pasabas horas y horas
Sentado en la ribera del Spoon turbio.
Los ojos fijos en la entrada de la guarida,
Esperando que el cangrejo de río
Saliera y se arrastrara por la orilla arenosa.
Veías primero sus antenas trémulas,
Briznas de paja al viento.
Luego su cuerpo de color de greda,
Adornado por ojos negro-azabache.
Como en trance te preguntabas:
Qué sabe, qué desea, para qué vive el cangrejo.
Más tarde dirigiste la mirada
Hacia hombres y mujeres
Ocultos del destino en sus guaridas
De las grandes ciudades
Y esperaste que salieran sus almas
Para ver cómo
Y con qué objeto viven
Y para qué se arrastran con tanto afán
Por la orilla arenosa en la que falta el agua
Cuando termina el verano.




51. Antología de Spoon River: Lois Spears.


Yace aquí el cuerpo de Lois Spears,
nacida de Lois Fluke, hija de Willard Fluke,
esposa de Cyrus Spears,
madre de Myrtle y Virgil Spears,
niños de ojos claros y miembros sanos;
(yo nací ciega) .
Fui la más dichosa de las mujeres
como esposa, como madre y ama de casa,
ocupándome de los que amaba,
y haciendo de mi hogar
un sitio de orden y de generosa hospitalidad:
porque andaba por los cuartos
y por el jardín
con un instinto tan infalible como la vista,
como si tuviera los ojos en las puntas de los dedos;
Gloria a Dios en los cielos.




57. Antología de Spoon River: Diácono Taylor. 


Pertenecía a la iglesia
y al partido prohibicionista,
y los lugareños creyeron que había muerto
por comer sandía.
En verdad tenía una cirrosis hepática,
porque cada mediodía durante treinta años
me deslizaba detrás de la mampara de las recetas
de la botica de Trainor
y me servía un generoso trago
de la botella rotulada
"Sipiritus frumentis".




75. Antología de Spoon River: John Horace Burleson.


Gané el premio de ensayo en el colegio
aquí en el pueblo,
y publiqué una novela antes de los veinticinco años.
Fui a la ciudad en busca de temas y para enriquecer mi arte;
allá me casé con la hija de un banquero,
y más tarde llegué a ser presidente del banco;
esperando siempre estar desocupado
para escribir una novela épica sobre la guerra.
Entretanto era amigo de los grandes, y amante de las letras,
y huésped de Matthew Arnold y de Emerson.
Un orador de sobremesa, escritor de ensayos
para los círculos locales. Al final me trajeron aquí
—el hogar de mi infancia, sabéis—,
sin siquiera una pequeña lápida en Chicago
para mantener vivo mi nombre.
Oh la grandeza de escribir este solo verso:
"¡Agítate, profundo y tenebroso Océano azul, agítate!"




82. Antología de Spoon River: John M. Church.


Fui abogado de la “Q”
y de la compañía que aseguró
a los dueños de la mina.
Soborné a juez, jurado
y cortes superiores
para burlar al tullido,
la viuda y el huérfano;
así gané mi fortuna
y en el Colegio de Abogados
me colmaron de elogios elocuentes.
Los tributos florales fueron muchos
pero las ratas devoraron mi corazón
¡y una serpiente anidó en mi calavera!




108. Antología de Spoon River: Robert Davison. 


Crecí espiritualmente nutriéndome del alma de la gente.
Si veía un alma fuerte
la hería en su orgullo y devoraba su fuerza.
Los refugios de la amistad conocían mi astucia,
porque cuando podía robar a un amigo lo hacía.
Y toda vez que lograba ensanchar mi poder
socavando una ambición, lo hacía,
así calmaba la propia.
Y triunfar sobre las otras almas,
sólo para afirmar y demostrar mi fuerza superior
era para mí un placer,
el agudo regocijo de la gimnasia del alma.
Devorando almas hubiera podido vivir eternamente.
Pero sus indigestas sobras me provocaron una nefritis mortal,
con terrores, desasosiegos, depresiones,
odio, suspicacia, visiones perturbadoras.
Al fin me desplomé con un alarido.
Recordad a la bellota;
no devora a las otras bellotas.





109. Antología de Spoon River: Elsa Wertman.


Yo era una campesina que emigró de Alemania,
Robusta, alegre, sonrosada, de ojos azules.
Fui sirvienta en la casa de Thomas Greene.
Un día de verano, cuando no estaba su mujer,
Greene entró en la cocina, me abrazó
Y me besó en el cuello.
Intenté rechazarlo
Pero después ninguno de los dos
Pareció darse cuenta de lo que hacía.
Y lloré por lo que iba a ser de mí
Y continué llorando
Al ver que mi secreto era notorio.
La señora Greene me dijo que estaba al tanto
Pero no haría nada en mi contra.
Mujer estéril,
Se hallaba bien dispuesta a la adopción.
(Su esposo le obsequió una granja para aquietarla.)
Se recluyó en su cuarto
Y difundió rumores de embarazo
Y todo salió bien y nació el niño.
Conmigo se portaron muy amables.
Más tarde me casé con Gus Werthman
Y pasaron los años.
Pero en los mítines políticos,
Cuando aquellos sentados junto a mí
Pensaban que la elocuencia de Hamilton Greene
Me hacía derramar lágrimas,
Erraban por completo:
¡No! Yo quería gritarles:
¡Es mi hijo, es mi hijo!




110. Antología de Spoon River: Hamilton Greene.


Fui hijo único
De Frances Harris, de Virginia,
Y Thomas Greene, de Kentucky,
Ambos de honrado e impecable linaje.
A ellos les debo cuanto llegué a ser:
Juez, representante en el Congreso, líder político.
De mi madre heredé la vivacidad,
El talento, el don de la palabra;
De mi padre, la voluntad, la lógica, el buen juicio.
Reciban ellos todos los honores
Por los servicios que presté en mi pueblo.




135. Antología de Spoon River: Roscoe Purkapile.


Ella me amaba. ¡Oh, cómo me amaba!
No logré nunca esquivarla
desde el día en que me vio por vez primera.
Pero después, cuando nos casamos, pensé
que podría demostrar su mortalidad y dejarme libre,
o que podría divorciarse de mí.
Pero pocas mueren, ninguna renuncia.
Entonces me escapé y anduve un año de parranda.
Sin embargo nunca se lamentó. Decía que todo saldría
bien, que yo volvería. Y volví.
Le dije que mientras remaba en un bote
había sido capturado cerca de la calle Van Buren
por piratas del lago Michigan,
y atado con cadenas, así que no pude escribirle.
¡Ella lloró y me besó, y dijo que eso era cruel,
ultrajante, inhumano!
Comprendí entonces que nuestro matrimonio
era un designio divino
y no podría ser disuelto
sino por la muerte.
Tuve razón.




136. Antología de Spoon River: Mrs. Purkapile.


Huyó y se fue por un año.
Cuando volvió me contó la historia tonta
de su rapto por piratas en Lago Michigan
que lo tuvieron encadenado, de modo que no pudo escribirme.
Fingí creerlo, aunque sabía muy bien
lo que había estado haciendo, y que de tanto en tanto
veía a la modista, Mrs. Williams, cuando ella iba a la ciudad
a comprar mercaderías, según declaraba.
Pero una promesa es una promesa
y el matrimonio es el matrimonio,
y dejando de lado mi propio carácter,
me negué a ser arrastrada al divorcio
por el ardid de un marido que simplemente se cansó
de su deber conyugal y de su voto.




149. Antología de Spoon River: Searcy Foote.


Quería ir a la universidad, lejos de aquí.
Pero mi tia, Persis, la rica, no me quiso ayudar.
Entonces fui jardinero, y rastrillé los céspedes
y con lo que gane compré unos libros de John Alden
y luché por la supervivencia.
Querîa casarme con Delia Prickett,
pero ¿cómo con lo que yo ganaba?
Y ahí estaba mi tía, Persis, septuagenaria,
instalada en su silla de ruedas, medio muerta,
su garganta tan paralizada que cuando comía
se le escurría la sopa como a un pato…
Y todavía no satisfecha, invertía sus ingresos
en hipotecas, nerviosa en todo momento
por sus acciones, rentas y papeles.
Ese día le estaba cortando leña
y leyendo a Proudhon en mis descansos.
Fui a la casa por un poco de agua,
y allí estaba, dormida en su sillón,
y Proudhon sobre la mesa,
y un frasco de cloroformo sobre el libro,
¡lo usaba a veces para dolor de muelas!
Vertí el cloroformo en un pañuelo
y se lo apliqué a la nariz hasta que murió…
Oh Delia, Delia, tú y Proudhon
firme mantuvieron mi mano, y el forense
dijo que fue su corazón.
Me casé con Delia y me dieron el dinero…
¿Verdad que te burlé, Spoon River?




181. Antología de Spoon River: Tom Merritt.


Al principio empecé a sospechar...
estaba tan calmada, casi ausente.
Y un día escuché al fondo de la casa un portazo
cuando entré por la puerta principal. Lo vi deslizarse
detrás de la ahumadora hacia el lugar
para alcanzar el campo abierto.
Quería matarlo a primera vista,
pero ese día, mientras caminaba cerca del puente,
sin siquiera un palo o una piedra a la mano,
lo vi de repente, parado ahí,
asustado por la muerte, agarrando sus conejos
y no pude decir más que “No, No, No”,
mientras el apuntaba y disparaba a mi corazón.




211. Antología de Spoon River: Columbus Cheney.


¡Este sauce llorón!
¿Por qué no plantáis unos cuantos
para los millones de niños que aún no han nacido,
y no sólo para nosotros?
¿Son acaso inexistentes o células dormidas sin mente?
¿O vienen a la tierra borrando con su nacimiento
el recuerdo de su vida anterior?
¡Responded! El campo de las intuiciones inexploradas es vuestro,
pero, en cualquier caso, ¿por qué no plantar sauces para ellos,
y no sólo para nosotros?


Poemas. Edwin Markham (1852-1940)

Círculo. 


Él dibujó un círculo y me encerró
un renegado, un hereje, algo para desobedecer
Pero el amor y yo somos perspicaces para ganar;
dibujamos un círculo que lo encerró dentro.





Epitafio.


Aquí yacen las cenizas de Edwin Markham
pero, Gloria a Dios, él no está aquí, está muy lejos
cumpliendo grandes tareas bajo los poderosos cielos
y apurándose para llegar a una estrella melodiosa.





El hombre de la azada.


Agobiado por el peso de los siglos,
se apoya en la azada y mira el suelo,
el vacío insondable en los ojos,
y en el hombro la carga del mundo.
¿Quién le privó de gozo y desaliento
y le hizo inmune al pesar y la esperanza,
un ser que, como el buey, es flema y pasmo?
¿Quién dejó así abierta la brutal boca?
¿De quién fue la mano que sesgó su frente?
¿De quién el soplo que extinguió sus luces?

¿Es éste el ser a quien el Señor hizo y otorgó
el dominio de tierras y mares,
seguir los astros, buscar el poder de los cielos,
sentir pasión por lo Eterno?
¿Es éste el sueño de quien formó los soles
y en el vacío atemporal trazó sus rutas?
Ni en la última sima de todas las grutas del averno
hay forma humana más terrible que ésta,
más clamante contra la ciega codicia del mundo,
más llena de negros augurios para el alma,
más cargada de peligro para el universo.

¡Qué abismos le separan de los serafines!
Esclavo de la brega cotidiana,
¿qué es Platón para él, y el vaivén de las Pléyades?
¿Qué las inmensidades de las cimas sonoras,
la rendija del alba, el arrebol de la rosa?
A través de esta forma espantosa mira un padecer de siglos;
la tragedia del tiempo habita en su doliente encorvadura;
a través de esta forma espantosa, la humanidad
engañada, expoliada, profanada y desheredada
grita su protesta a las Potencias que hicieron el mundo,
una protesta que es también profecía.

Oh, dueños y señores, dirigentes del orbe,
¿es ésta la obra que dais a Dios,
este monstruoso ser deforme con el alma a oscuras?
¿Cómo conseguiréis enderezar su forma,
bañarlo nuevamente de inmortalidad,
devolverle la mirada alta, la luz,
reponer en él la música y el sueño,
corregir las inmemoriales infamias,
las pérfidas ofensas, los incurables males?

Oh, dueños y señores, dirigentes del orbe,
¿cómo tratará el futuro con este Hombre?
¿Cómo responderá a su brutal pregunta cuando
el torbellino de la rebelión sacuda la tierra?
¿Qué será entonces de reinos y reyes,
de quienes lo moldearon en el ser que es,
cuando este mudo Terror se alce para juzgar al mundo,
tras el silencio de los siglos?


Poemas. Andrew Marvell (1621-1678)

A su esquiva amada. 


De tener tiempo y mundo suficientes,
no sería delito tu recato.
Dónde ir pensaríamos, sentados,
y en pasar nuestro amor en largo día.
Tú, en las riberas índicas del Ganges
en busca de rubíes; yo, plañendo
en las ondas del Humber. Te amaría
desde diez años antes del Diluvio:
y rehusar podrías, si quisieseis,
hasta la conversión de los judíos.
Mi vegetal amor se extendería
más vasto que un imperio y más despacio.
Unos buenos cien años yo daría
para alabar tus ojos y tu frente,
doscientos adorando cada pecho:
y quizá treinta mil en cuanto resta.
Mil años, por lo menos, cada parte,
si al fin tu corazón se me mostrase.
Pues, Señora, mereces tal respeto;
y amarte no podría a menos precio.

Pero, detrás de mí, yo siempre escucho
la carroza del tiempo, inexorable:
y allende de nosotros se dilatan
desiertos de la vasta eternidad.
No tendrás todo el tiempo tu belleza,
ni habrá de resonar en tu sepulcro
el eco de mi canto: pues gusanos
probarán tu inmortal virginidad:
tu honor sin par se habrá tornado polvo;
muertas cenizas todo mi deseo.
La tumba es un lugar íntimo y bello,
pero creo que allí nadie se abraza.

Por eso, ahora, cuando un fresco tinte
vive en tu piel cual matinal rocío,
y mientras tu alma diáfana transpire
por cada poro fuegos instantáneos,
vámonos a gozar mientras podamos;
como amorosas aves de rapiña,
devoremos al punto nuestro tiempo,
en vez de perecer entre sus fauces.
Envolvamos, pues, todas nuestras fuerzas,
nuestra dulzura toda, en una esfera:
nuestros placeres, bastos, adentremos
por el portal de hierro de la vida.
Si parar no podemos nuestro sol,
al menos obliguémoslo a correr.





La definición del amor.


Un nacimiento tuvo mi amor tan raro
Como extraño y elevado es su objeto;
Fue por la Desesperación engendrado
Y por la Imposibilidad, al tiempo.

Sólo la Magnánima Desesperación
Pudiera mostrarme algo de tan divina escala,
Allí donde la débil Esperanza nunca voló
Sino que en vano agitó sus alas doradas.

Y, sin embargo, veloz llegar yo podría
Donde mi alma extendida anhela;
Pero el Destino se interpone a porfía
Clavando ante mí cuñas férreas.

Si el Destino con ojo celoso adivina
Dos amores perfectos, les separa,
Pues con su unión fraguan su ruina
Y de su poder tiránico escapan.

Y, por tanto, sus designios de acero
Nos han situado lejos como los polos
(Aunque gire sobre nosotros el amor sincero)
Que no pueden abrazarse uno al otro.

A no ser que cayera el vertiginoso cielo,
Y por una nueva convulsión todo fuera quebrado,
Y, para unirnos, el mundo por completo
Se apretara en un solo plano.

Como las líneas, los amores oblicuos a veces
En cada ángulo se abrazan,
Pero los nuestros, tan paralelos siempre,
A través del infinito separados avanzan.

Por tanto, el amor que atado hemos,
Y al que el Destino cruel se enfrenta,
Es la conjunción del pensamiento,
Y contrario a las Estrellas.


Poemas. Katherine Mansfield (1888-1923)

Cuando fui un pájaro. 


Me trepé al árbol de karaka
y llegué hasta un nido hecho todo de hojas
pero suaves como plumas.
Inventé una canción que siguió cantándose sola
y sin palabras, aunque se volvía triste al final.
Había margaritas en el pasto bajo el árbol.
Les dije, para ponerlas a prueba:
"Les sacaré las cabezas de un mordisco para darles
de comer a mis hijitos".
Pero no creyeron que yo fuera un pájaro;
y siguieron bien abiertas.
El cielo parecía un nido azul con plumas blancas
y el sol era la madre pájaro que lo mantenía tibio.
Eso decía mi canción: aun sin palabras.
Mi Hermanito llegó por el campo empujando su carretilla.
Convertí mi vestido en alas y me quedé muy quieta.
Y cuando estuvo cerca dije: "Pío, pío!"
por un momento pareció sorprendido;
luego dijo: "Bah, no sos un pájaro; se te ven
las piernas".
Pero las margaritas realmente no importaban,
Y mi Hermanito realmente no importaba;
Yo me sentía igual a un pájaro.





Para L.H.B.


Anoche, por primera vez desde tu muerte
caminamos juntos, hermano mío, en mi sueño.
Estábamos otra vez en casa, junto al arroyo
bordeado de grandes arbustos de bayas blancas y rojas.
"No las toques: son venenosas", te decía.
Pero tu mano lo intentó, y vi un destello
de una risa extraña, luminosa que te sobrevolaba
Y cuando te inclinaste vi las bayas centellear.
"¿No recuerdas? ¡Las llamábamos Pan de Muerto!"
Me desperté y se oía el quejido del viento y el rugido
de las olas oscuras despeñándose allá en la costa.
¿Dónde- dónde está el sendero del sueño para mis pasos ansiosos?
Junto al arroyo evocado está mi hermano
me espera con bayas en las manos... "
Son mi cuerpo. Hermana, tómalas y come".





El golfo. 


Un golfo de silencio nos separa
Me detengo a un lado del golfo -tu al otro
No puedo verte ni oírte -pero sé que estás allí-
Suelo llamarte por tu apodo infantil
Y simulo que el eco de mi llanto es tu voz
Cómo podríamos unir el golfo -nunca a través de la palabra o el tacto.
Alguna vez creí que podríamos llenarlo con nuestras lágrimas
Ahora deseo romperlo con nuestras risas.





¿Por qué el Amor es ciego?


El pequeño Cupido, cansado de los días de invierno
Lloraba lamentándose por el cielo triste
Hasta que, ¡niño tonto! Lloró todos sus ojos;
Y crecieron las violetas





Temprana primavera.


Los campos ya no están nevados
Hay pequeños lagos azules y banderas de un verde mullido.
La nieve ha sido atrapada en el cielo
Tantas nubes blancas -y el azul del cielo es frío.
El sol pasea ahora por el bosque
Toca las ramas y los tallos con su dedo dorado
y tiemblan, y despiertan de su sueño.
Sobre las ramas áridas sacude sus rizos amarillos.
Aún está el bosque cubierto del sonido de las lágrimas...
Y el viento baila sobre los campos
Claro y penetrante el sonido de su risa al caminar,
Aún se estremecen los pequeños lagos azules
Y las banderas de verde mullido vibran y flamean.





El encuentro.


Empezamos a hablar
Nos miramos; dejamos de mirarnos
Las lágrimas subían a mis ojos
Pero no podía llorar
Deseaba tomar tu mano
Pero mi mano temblaba.
No dejabas de contar los días que faltaban
Para nuestro próximo encuentro
Pero las dos sentíamos en el corazón
Que nos separábamos para siempre.
El tictac del relojito llenaba la habitación en calma­
Escucha, dije, es tan fuerte
Como el galope de un caballo en un camino solitario
Así de fuerte - un caballo galopando en la noche.
Me hiciste callar en tus brazos
Pero el sonido del reloj ahogó el latido de nuestros corazones.
Dijiste `No puedo irme: todo lo que vive de mí
Está aquí para siempre'.
Después te fuiste.
El mundo cambió. El ruido del reloj se hizo más débil
Se fue perdiendo –se tornó minúsculo-
Susurré en la oscuridad: “Moriré si se detiene”.





Te de manzanilla.


Afuera el cielo está encendido de estrellas
Un hueco bramido llega del mar¡
Y qué pena las pequeñas flores del almendro!
El viento estremece el almendro.

Nunca imaginé un año atrás
En aquella horrible casucha en la ladera
Que Bogey y yo estaríamos sentados así
Tomando una taza de té de manzanilla.

Leves como plumas vuelan las brujas
El cuerno de la luna es fácil de ver
Sobre una luciérnaga debajo de un junquillo
Un duende tuesta una abeja.

Podríamos tener cinco o cincuenta años
¡Estamos tan cómodos, juiciosos, cercanos!
Bajo la mesa de la cocina
La rodilla de Jack oprime la mía.

Pero los postigos están cerrados el fuego está bajo
Gotea la canilla con suavidad
Las sombras de la olla en la pared
Son negras y redondas y fáciles de ver.





Malade. 


El hombre del cuarto vecino
tiene el mismo mal que yo
Cuando me despierto a la noche lo oigo darse vuelta
Y después tose
Y toso yo
Y después de un silencio yo toso. Y él vuelve a toser
Esto sigue mucho tiempo.
Hasta que siento que somos como dos gallos
llamándose en un falso amanecer
Desde granjas distantes y escondidas.