jueves, 14 de noviembre de 2024

Poemas. María Sanz.

Una palabra. 


De nada sirve abrir una palabra
y vaciar por ella lo más duro,
lo más incomprensible, si no tienes
fuerzas para cerrarla cuando llega
la hora sin minutos del silencio,
cuando todo es espejo de tu solo
suspiro helado, voz que nadie toma
entre sus labios para convertirla
de nuevo en tu palabra y en la suya.





Un sitio en la palabra.


La verdadera historia no se escribe
sin dar al fracasado
un sitio en la palabra.
Y qué mejor motivo para hacerlo
que encontrar esas huellas
de los días envueltos con la propia renuncia,
ese final escrito sobre el aire.
Quién oyera la voz incandescente
de aquél cuyo silencio es su enemigo
y se sabe orador, y se responde
con la locuacidad de la derrota.
El hundido conoce como nadie
el sombrío dolor, la llama fría
que propaga su intento
de vivir, de alumbrarse.
Pero calla la vida, todo calla.
La verdadera luz se enciende sola.





Teoría de la verdad.


La verdad es que nada
de lo que yo quería
ha buscado mi techo
más de lo necesario,
ni remedió mi suerte
mejor que la tristeza.
Lo cierto es que no tuve
la verdad por delante
sino era en el fracaso
repentino, tras muchas
ilusiones gastadas.
Ahora no es distinto
lo falso de lo cierto,
ni me es imprescindible
averiguarlo. Busco
todo cuanto quería
que me hubiese buscado.





Sin título.


Tú y yo nos encontramos
en Washington Square.
Me invitaste a cenar
en un club, y la orquesta
tocó para nosotros
«Indian summer»... Bailamos
inmersos en la noche
neoyorquina. Más tarde, mi vestido
brillaba abandonado sobre el suelo
de aquel apartamento, donde era
muy distinta la música: palabras
y suspiros mezclados con sirenas
de los barcos lejanos...
Pero, ¿será posible
que no recuerde ahora,
mientras abro los ojos,
cómo se titulaba la película
donde vi estas escenas?





Por no tener.


Si yo hubiera tenido
las palabras exactas
para huir cuando, oscuro,
me cercaba el silencio;
si yo hubiera tendido
lo que a todos concede
la vida, para luego
morir en paz, quién sabe
si ahora escribiría
estos versos, como única
constancia de mis bienes.





Moradas sextas.


  "...Si no hubiera más luz, interior, no
                                 entendiera tan grandes misterios."
                                                                         Teresa de Jesús

Donde hayan apagado las estrellas
su sed de iluminar la faz del tiempo,
habitará el secreto de sentirse
mujer por un designio de lo alto.
...Si no hubiera más luz interior, no
entendiera tan grandes misterios.





La última esperanza.


Todavía conservo
la última esperanza
como un bien heredado
de todas mis carencias,
porque el dolor la exige
más y más cada día,
porque tanto silencio
lejano, perdurable,
descubre su horizonte
de infinitas llanuras.
La última esperanza
que conservo detiene,
como el dolor, mi vida
a las puertas del tiempo.





La profecía.


Aunque ahora estos versos vaticinen
tu vida en sus metáforas, tan sólo
serán la voz que clame en el destierro
al que fuiste a parar, después que nadie
reconociese el eco de tus pasos
sobre tantos adioses. Un poema
dirá de ti la última palabra.
Para entonces, tal vez hayas vivido.





La memoria. 


Si quieres olvidar, si no te basta
con ahuyentar heridas y desprecios,
acuérdate del día en que un poema
te liberó del mundo y sus engaños.





La estatua.


A un paso de la vida te sitúas.
Tienes la pierna adelantada, el busto
semidesnudo, pero el tiempo impide
que cruces unos límites, que huyas
en su nombre. Tan sólo estás a un paso
de conocer tu territorio. Sientes
tu soledad de mármol enclaustrada
entre el viento y la lluvia. Ah, si el tiempo
pasara por ti misma, liberándote...





Junio.


Y llegará el verano.
Yo sé que va a llegar,
con su espejismo
de nieve atravesando mis desiertos.
Será un verano umbroso,
con sol agonizante,
cuyos rayos
abrazarán la antigua
figura de quien tuvo
vientos para azotar múltiples alas,
pero que se estremece
al ver su tempestad a ras de tierra.
Verano
más cerca de la vida
que del tiempo.
¿Habrá espigas que doren su llegada?





Hombres al natural. 


Son seres grises,
inequívocamente masculinos,
que lo mismo me envían
algún ramo de rosas
con cuatro plenilunios de retraso,
que intentan sorprenderme
al llegar en su lata
(léase coche) último modelo
donde se sienten mágicos.

Seres brillantes,
portadores de un agua de colonia
que anuncia su presencia
con cuatro primaveras de adelanto;
hombres al natural, de calle y riesgo,
que buscan evadirse
llevándome a cenar. Puedo ingerirlos
antes de que caduquen,
pero se me indigestan
media hora después, y no merece
la pena estropear esa velada.

Madre Naturaleza,
los pones a mi alcance, y agradezco
tus sabias intenciones.
Pero yo siempre he sido
inequívocamente femenina,
y declaro ante ti que cada vez
es mayor la distancia que nos une.





En la morada de la luz escribo...


En la morada de la luz escribo
con una transparencia contenida,
que me hace hueco, que me desenvuelve
de tanta noche cruel y su amenaza.
Voy de camino, siempre voy, a solas
por las estancias donde iba antes
de saber que ya no tengo regreso.
En la morada de la luz, del cálido
perfume que conforta mis poemas
escribo hacia delante, como vivo.





Duro es sentirse humana a cada instante... 


Duro es sentirse humana a cada instante,
cuando se cruzan límites amargos
y hay que volver al punto de partida,
verso tras verso, con las alas rotas.

Y al ir hacia un paréntesis, te acuerdas
de que tienes un cáliz esperándote,
porque vivir es cosa de unos pocos
y tú sólo conoces lo imposible.





Del propio ser.


Es la segunda vez.
Como temblor de muerte,
azul de despedida,
sendero para un viento que destierra.

Ausencia y abandono
del propio ser. Locura sosegada
moviendo sus océanos.

Como ráfaga eterna,
como alas de mármol,
final para volver, ya sin principio.
Es la segunda vez que nace el cuerpo.





Calle de la guadaña. 


Una verdad me sigue por la calle.
Casi roza su sombra con la mía.
Oigo cómo se enreda
entre las buganvillas, cómo gime
implorando el abrazo de las tapias
hasta caer inerte sobre el suelo.

Dios mío, si es posible,
pase de mí su rostro,
este encuentro con ella a vida o muerte,
la tristeza tan larga que me augura.

La calle se hace ahora más estrecha,
más húmeda y extraña. Continúan
goteando su livor las buganvillas.
Vuelvo la vista atrás. Allí está ella,
erigida en el tiempo, modelada
por caricias. La miro.
Es sólo mi reverso.





Argonauta.


Intrépido muchacho
aquél... Buscó mi templo
entre cientos de islas
para verme de cerca,

por saber si era cierto que yo estaba
desnuda entre unas míticas columnas
cuyo blancor se alzaba sobre el índigo
sereno de las olas.

Bello muchacho aquél... Rozó mis piernas
que ardían con el sol, tentó mi talle
ceñido por la brisa, y en mis manos
sus dorados cabellos se prendieron.

Dulce muchacho aquél... Llegó a dormirse
junto a mi pedestal, mas con el alba
-siempre hay un alba-, regresó a su nave.

Nunca se han explicado los arqueólogos
estas huellas extrañas
en mi cuerpo de mármol.





Apunte cotidiano.


Esto que escribo ahora es un minúsculo
ensayo de mi vida,
solamente un intento
de llamar a las cosas por su nombre,
a los días de luz por su tristeza.
Esto que escribo ahora no tendría
la menor importancia, si no fuese
porque hay alguien que sigue
siendo mi punto de partida, el punto
que pongo en tantas íes como quedan
en pie tras un amago
de libertad con él, tras este intento
de ensayarme en su ausencia de mi vida.





Anónimo.


Porque el destino mira siempre al frente,
porque los cuatro puntos desleales
de mi vida se pierden en un mapa
cada vez más pequeño, yo diría,
aprovechando que no me oye nadie,
unas palabras, una frase, algo
más que esos versos. Porque si el destino
es una línea recta, si hay un norte
orientado a las luces de poniente,
yo quisiera decir o ser el eco,
tan sólo el eco ya, de algún poema,
aprovechando que no lee nadie
en este libro abierto de mi vida.





Al filo del alba.


La cal de las paredes
resbala por el aire.
El azulejo enmarca
peregrinos destellos.
Todo está en calma ahora.
Una extraña tiniebla
envuelve los perfiles
nocturnos. Cada instante
que pasa, resucita
convertido en recuerdo.

Pero toca a su fin tanta dulzura
cuando, al filo de alba,
me desatas de ti calladamente.





Ahórrate el dolor, no tienes miedo.


Ahórrate el dolor, no tienes modo
de convencer al mundo de tu huida
hacia aquellos placeres
donde te desangraste.
Los inviernos se siguen sin descanso,
trazan la soledad de tantas horas
como heridas, imponen
sus manos en tus sienes tumefactas.
Ahora no hay dulzor para más noches.
Ese fin al que nunca renunciabas
por mantener abierto tu desvelo,
ya diluyó sus límites
en un gozo transido,
negándote el amor interminable
después de la amargura.
Los inviernos alivian
el paisaje febril que te rodea,
pero no es suficiente
para alejar del mundo tu partida
hacia el delirio donde agonizaste.


Poemas. José Saramago (1922-2010)

Virginidad. 


No es esa que el pudor un día deja,
No es esa que fue espejismo y es engaño.
La última puerta es la que importa:
Cazador que porfía, caza alcanza.





"Vengo de lejos, lejos".


Vengo de lejos, lejos, y canto sordamente
Esta vieja, tan vieja, canción de rimas tuertas,
Y dices que la canté a otra gente,
Que otras manos me abrieron otras puertas:

Pero, amor mío, yo vengo a este paso
Y grito, desde la lejanía de los caminos,
Desde el polvo mordido y el temblor
De las carnes maltratadas,
Esta nueva canción con que renazco.





Signo de escorpión.


Sabrás que para ti no habrá descanso,
La paz no está contigo, tampoco la fortuna:
El signo así lo ordena.
Te pagan bien los astros esta guerra:
Por más breve que sea la cuenta de tu vida,
Pequeña no será.





Laberinto. 


En mí te pierdo, aparición nocturna,
En este bosque de engaños, en esta ausencia,
En la neblina gris de la distancia,
En el largo pasillo de puertas falsas.

De todo se hace nada, y esa nada
De un cuerpo vivo enseguida se puebla,
Como islas del sueño que entre la bruma
Flotan, en la memoria que regresa.

En mí te pierdo, digo, cuando la noche
Sobre la boca viene a colocar el sello
Del enigma que, dicho, resucita
Y se envuelve en los humos del secreto.

En vueltas y revueltas que me ensombrecen,
En el ciego palpar con los ojos abiertos,
¿Cuál es del laberinto la gran puerta,
Dónde el haz de sol, los pasos justos?

En mí te pierdo, insisto, en mí te huyo,
En mí el cristal se funde, se hace pedazos,
Mas cuando el cuerpo cansado se quiebra
En ti me venzo y salvo, en ti me encuentro.





Inventario.


De qué sedas están hechos tus dedos,
De qué marfil tus muslos lisos,
De qué alturas llegó a tu andar
La gracia de gamuza con que pisas.

De qué moras maduras se extrajo
El sabor acidulado de tu seno,
De qué Indias el bambú de tu cintura.
El oro de tus ojos, de dónde vino.

A qué mecer de ola vas a buscar
La línea serpentina de tus caderas,
De dónde nace la frescura de esa fuente
Que sale de tu boca cuando ríes.

De qué bosques marinos se soltó
La hoja de coral de tus puertas,
Qué perfume te anuncia cuando vienes
A rodearme de deseo las horas muertas.





Intimidad.


En el corazón de la mina más secreta,
En el interior del fruto más distante,
En la vibración de la nota más discreta,
En la caracola espiral y resonante,

En la capa más densa de pintura,
En la vena que en el cuerpo más nos sonde,
En la palabra que diga más blandura,
En la raíz que más baje, más esconda,

En el silencio más hondo de esta pausa,
Donde la vida se hizo eternidad,
Busco tu mano y descifro la causa
De querer y no creer, final, intimidad.





Hasta la carne.


Otros dirán en verso otras razones,
Quién sabe si más útiles, más urgentes.
Éste no cambió su naturaleza,
Suspendida entre dos negaciones.
Ahora, inventar arte y manera
De juntar el azar y la certeza,
Se lleve en eso, o no, la vida entera.

Como quien se muerde las uñas cercenadas.





Estudio de desnudo.


Esa línea que nace de tus hombros,
Que se prolonga en brazos, después mano,
Esos círculos tangentes, geminados,
Cuyo centro en cono se resuelve,
Agudamente erguidos hacia los labios
Que ansiosos de los tuyos se desprenden.

Esas dos parábolas que te encierran
En el quebrar ondulado de cintura,
Las calipigias cicloides superpuestas
Al trazo de las columnas invertidas:
Tibios muslos de líneas envolventes,
Torneada espiral que no se extingue.

Esa curva tan suave que dibuja
Sobre tu vientre un arco reposado,
Ese triángulo oscuro que fulgura,
Camino y sello de la puerta de tu cuerpo,
Donde el estudio que de desnudo hago
Se transforma en cuadro terminado.





"En el corazón, quizá". 


En el corazón, quizá, o más exacto:
Una herida rasgada con navaja,
Por donde se va la vida mal gastada,
Con total conciencia nos apuñala.
El desear, el querer, el no bastar,
Equivocada búsqueda de la razón
Que el azar de ser nos justifique,
Es eso lo que duele, quizá en el corazón.





El beso.


Hoy, no sé por qué, el viento ha tenido un
     hermoso gesto de renuncia, y los árboles han
     aceptado su quietud.
Sin embargo (y es bueno que así sea) una guitarra
     organiza obstinadamente el espacio de la soledad.
Acabamos sabiendo que las flores se alimentan en
     la fértil humedad.
Ésa es la verdad de la saliva.





Catorce de Junio.


Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
Como de sí mismos se desnudarían dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos.
Es nada lo que nos ha sido dado.
No hablemos pues, sólo suspiremos
Porque el tiempo nos mira.
Alguien habrá creado antes de ti el sol,
Y la luna, y el cometa, el espacio negro,
Las estrellas infinitas.
Ahora juntos, ¿qué haremos? Sea el mundo
Como barco en el mar, o pan en la mesa,
O el rumoroso lecho.
No se alejó el tiempo, no se fue. Asiste y quiere.
Su mirada aguda ya era una pregunta
A la primera palabra que decimos:
Todo.