lunes, 5 de agosto de 2024

Poemas. Randall Jarrell (1914-1965)

La muerte del artillero de la cúpula blindada. 


Desde el sueño de mi madre caí en el Estado,
y me encorvé en su vientre hasta que mi mojada piel se heló.
A seis millas de tierra, separado de su sueño de vida,
me desperté ante una negra barrera antiaérea y la pesadilla de los caza.
Cuando morí me lavaron de la torreta con una manguera.





Campamento de prisioneros en un bosque prusiano.


Camino al lado de los prisioneros hasta la carretera.
Peso sobre sofocado peso,
sus cuerpos, apilados como madera mojada,
yacen confinados o llagados con sangre

cerca del calcinado almacén. Nadie viene hoy
como antes
a palpar las orificaciones de sus dientes;
la oscura, ahusada, común guirnalda

es doblada para sus tumbas-especie de dolor.
La hoja viva
se aferra al plantado provechoso
pino si es capaz;

las ramas suspiran, hito en el verde, calmo, respirante hito,
de esta muerta fila
que los planificadores disponían para ellos... Un año
enviaron aquí un millón:

aquí los hombres eran bebidos como agua, quemados como madera.
El sebo del bien
y del mal, la estrella de esperanza del pecho
convertidos en jabón.

Pinto la estrella que corté de un pino amarillo-
y la planto
en suelo que ahora no rehúsa
a sus cotidianos judíos
su primer asilo. Pero la blanca, diminuta estrella-
esta muerta estrella blanca-
nada esconde, nada paga; el humo
la ensucia, un amarillo juego,

las agujas de la guirnalda se tiznan de ceniza,
una capa de escombro
cubre los negros bosques con la muerte
de los hombres; y un último respiro

se encrespa en la monstruosa chimenea... Rió fuerte
una y otra vez;
la estrella ríe desde su podrido sudario
de carne. ¡Oh, estrella de los hombres!





Pérdidas. 


No fue el morir: todos mueren
No fue el morir: ya habíamos muerto antes
en los accidente rutinarios –y nuestros comandantes
llamaron a la prensa, escribieron a nuestras casas.
y aumentó la estadística, todo por causa de nosotros.
Morimos en una página de almanaque que no era la nuestra.
Desparramados sobre montañas a cincuenta millas una de otra,
cayendo de cabeza en un pajar, peleando con un amigo,
nos encendimos en las líneas que nunca vimos.
Morimos como tías o perritos o extranjeros.
( Cuando dejamos la escuela sólo estos habían muerto
para nosotros, y comprendimos que estábamos así.)

En nuestros aviones, con nuevas tripulaciones, bombardeamos
los blancos del desierto o de la costa,
disparamos sobre los objetivos espiados, esperamos a ver qué tantos
nos apuntamos, y pasamos a la respuesta, y despertamos
una mañana, sobre Inglaterra, en operaciones.
No fue diferente: pero si morimos
no fue por accidente sino por error
( pero un error muy fácil de cometer).
Leíamos nuestras cartas y contábamos nuestros vuelos—
En bombarderos con nombres de muchachas, incendiábamos
las ciudades que aprendimos en la escuela—
Hasta que se nos acabó la vida. Nuestros cuerpos quedaron
con los de un pueblo que matamos sin conocerlo.
Cuando duramos lo suficiente nos dieron medallas;
cuando morimos dijeron: “Nuestras bajas son pocas.”

Dijeron: “Aquí están los mapas”; quemamos las ciudades.
No fue morir –no el tener que morir:
Pero la noche que morí soñé que estaba muerto,
Y las ciudades me dijeron; “Por qué estás muriendo?
Estamos contentas porque lo estás; pero ¿por qué morí yo?





Artillero.


¿Me enviaron lejos de mi gato y de mi esposa
A un doctor que contó mis dientes y me empujó
Hacia una línea en el llano hacia una cocina de hierro en una tienda?
¿Les cabecee a las moscas de las escuelas?
¿Y los luchadores se enrollaron dentro del rastro como conejos—
La sangre congelada sobre mí entablillado como una costra
Ronqué, todo quieto y gris en la torreta
Hasta que las palmeras fuera del mar se volvieron rosa con mi muerte?
¿Y los finales del mundo aquí, en la arena de una tumba
Con todas mis guerras encima? ¡ Cuán fácil ha sido morir!
¿Tiene mi esposa una pensión para tantos ratones?
¿Las medallas hicieron regresar mi gato a casa?





El cisne negro. 


Cuando los cisnes conviertan a mi hermana en un cisne
Desde la ordeñadora, iré por la noche hasta el lago.
El sol observará a través de las cañas como un cisne
El rojo pico del cisne y el pico estará abierto
Y las estrellas y la luna ahí dentro, donde hubo oscuridad.
Afuera, en el lago, una chica reirá.
“Hermana, aquí está tu guiso.”
Llamaré y las cañas susurraran
“Vete a dormir, vete a dormir pequeño cisne.”
Mis piernas estarán todas duras y con membranas y los sedosos
Cabellos de mis alas sumergidos como estrellas a lo lejos
En los murmullos que corren hacia dentro y fuera de las cañas.
Escucharé a través del susurro y el silbo del agua,
Algunos “Hermana, hermana” lejos en la costa
Y entonces abriré mi pico para responder.
Escuchare mi risa áspera yendo hacia la costa
Y dirá – dirá al fin, nadando desde el pequeño
Terraplén del lago, piedra blanca de los cisnes,
El blanco nombre de los cisnes... “Todo esto es un sueño,”
Suspiraré y me extenderé desde debajo de la camilla
Hasta el susurro del agua y el silbido del piso.
“Duerme hermanita” cantaran todos los cisnes
Desde la luna y las estrellas y los sapos del suelo.
Pero el cisne de mi hermana pronunciará: “Duerme al fin, hermanita,”
Y con un ala negra de mis alas, la acariciaré toda la noche.





Refugiados.


En el gastado tren no hay asiento vacante.
Los niños dentro de la mascara rasgada
Tendidos imperturbables en el desierto
Del destrozado compartimiento ¿Es la calma de ellos extravagante?
Tienen caras y vidas como vos¿ Qué es lo que los poseyó
Para que tuvieran voluntad para unirse por esto?
La seca sangre centellea a lo largo de la mascara
Que ayer poseía
Un país más agradable que éste.
¿Lo tuvo? Toda la noche en el interior del gastado
Tren que se mueve silenciosamente, los rostros están vacíos.
¿Alguno de ellos habrá encontrado el costo extravagante?
¿Cómo pudieron? Dieron lo que poseían
Aquí todas las bolsas de dinero están vacantes.
¿Y, además, qué podrá satisfacer estas extravagantes
Lagrimas y deseos del Niño?
¿Es obligatorio aceptar la anulación de su terrible mascara
En los días y rostros y en las vidas que ellos derrochan?
Qué otra cosa es sus vidas excepto un viaje a la vacía
Satisfacción de la muerte? Y la máscara
Que ellos vistan esta noche continuara sus derrochados
Ensayos de Muertes. Es realmente extravagante
Leer en sus caras ¿Qué los poseyó
Para que no fueran involuntarios a unirse para esto?





Llamada de correo.


Las cartas siempre se evaden de las manos
Unas patinan como un destello dentro de una piedra, caen como pájaros.
Seguramente el pasado desde los cuales las cartas se levantan
Está esperando en el futuro ¿transcurrirá en las tumbas?
Todos los soldados han sido visitados por los fantasmas de sus vidas.
Ellos demandan desde su calidad pagada en papel
Que establece, como el olor, una presencia.
En cartas y en sueños ellos ven el mundo.
Esperan: y el convenio de los años
En una mano vacía, en un sonido indecible-
El soldado simplemente anhela su nombre


Poemas. Philippe Soupault (1897-1990)

Westego. (Fragmento) 


Hace calor y hoy es domingo
hay tristeza
el río es muy desgraciado
y los habitantes se han quedado en casa
Me paseo por la orilla del Támesis
una única barca se desliza para alcanzar el cielo
un cielo inmóvil
porque es domingo
y el viento aún no se ha levantado
es mediodía ahora son las cinco
uno no sabe adónde ir
un hombre canta sin saber por qué
así marcho yo
cuando uno es joven lo es para toda la vida
mi niñez enjaulada
en ese museo sonoro
de Madame Tusseaud
ahí está Nick Carter con su sombrero hongo
tiene en el bolsillo toda una colección de revólveres
y grilletes brillantes como blasfemias
a su lado el caballero Bayardo
que se le parece como un hermano
ahí está la historia sagrada y la historia de Inglaterra
al lado de los grandes criminales que han perdido sus nombres

Cuando salí en ninguna parte
se encuentran cafés
ni luces que espanten las palabras
ni mesa en que apoyarse
para no ver nada para no mirar nada
ni vasos
ni humo
solamente aceras tan largas como los años
donde por la tarde florecen manchas de sangre.





Uno, dos o tres.


Busquemos los hijos
los padres de los hijos
los hijos de los hijos
las campanas de la primavera
las fuentes del verano
las penas del otoño
el silencio del invierno.





Últimos cartuchos.


La noche tiene ojos sin pupilas
y largas manos
Qué buen tiempo hace
Hay una estrella roja
y largas serpientes nocturnas
Hace buen tiempo
Es necesario gritar para no estar triste
las horas danzan
Es necesario rugir para no matar
para no morir cantando
para no enrojecer de vergüenza
y de rabia
Nada mejor que irse
tomar el bastón
y caminar
Cuando uno agota los nervios
y se enfurece
Qué buen tiempo hace
las campanas repican a difuntos
y por la gloria de las armas
todo tiene que volver a empezar
Pese a la oscuridad veo
cómo caen cabezas en el cesto
bajo el golpe de la guillotina
diviso ahogados que flotan
y ahorcados que se balancean
Se oyen gritos en los hospitales
Qué buen tiempo hace
Uno se mira en el espejo
por placer
y se encuentra realmente feo
pero uno piensa en otra cosa
para no desesperar
Qué se ve
realmente
qué se ve
El cementerio es encantador
hay flores coronas
cruces e inscripciones
Qué buen tiempo hace
Qué se oye
el sol toca el clarín
en las puertas de los cafés
es la batalla definitiva
la ciudad muere al son de las ranas
y las flores caen
severamente
como árboles desarraigados
Aquí están los hombres
están tan pálidos como los vivos
llevan corbatas rojas
bastones con punteras de plomo
y diarios de todos los colores
Se detienen
y juegan
a cara o cruz
Cada vez hace mejor tiempo
Banderas y música al frente
inclinamos la cabeza
porque cada vez estamos más
solos
pálidos
feos
Tenemos que reiniciar la marcha
a cara o cruz a risa de vino y licores
Los cafés están empavesados
como las sonrisas de las damiselas
avancemos siempre
pronto sabremos lo que ha de venir
Realmente hace muy buen tiempo





Las fábricas.


En colaboración con André Breton.

Los animales extranjeros y los industriales generosos pertenecen al mismo círculo
La avenida de los besos
Enfermedad de los jóvenes
Los papeles de la pared de los techos de las jaulas y de los circos
Talleres de las salvaciones
Una danza rápido una danza
La química delicada
Tirad los dados
Un hombre al mar
Un hombre pasa quiero verlo
Corre azul más azul que mis dedos helados mancha de los rieles
Los ferrocarriles las usinas
El hierro arde
La madera
El tabaco de las prisiones madre de los sueños
Un bar plazoleta galantería enfermiza
Jueves jueves
Tomad vuestra mano la cabeza de los árboles
Calma de los soles
Cuerpos compuestos sales
Camiones traednos los resultados
Las sombras nuestras amigas
Un general manda sobre algunas manos
Los bellos relojes.





Hacia la noche.


Es tarde
en la sombra y en el viento
un grito asciende con la noche
No espero a nadie
a nadie
ni siquiera a un recuerdo
Hace ya tiempo que pasó la hora
pero ese grito que lleva el viento
y empuja hacia adelante
viene de un lugar que está más allá
por encima del sueño
No espero a nadie
pero aquí está la noche
coronada por el fuego
de los ojos de todos los muertos
silenciosos
Y todo lo que debía desaparecer
todo lo perdido
hay que volver a encontrarlo
por encima del sueño
hacia la noche.





Georgia.


No duermo Georgia
Lanzo flechas en la noche Georgia
espero Georgia
pienso Georgia
el fuego es como la nieve Georgia
la noche es mi vecina Georgia
oigo todos los ruidos sin excepción Georgia
veo el humo que sube y huye Georgia
camino a paso de lobo en la sombra Georgia
corro aquí está la calle aquí están los barrios Georgia
Aquí está una ciudad siempre igual
y que yo no conozco Georgia
Me apresuro aquí está el viento Georgia
y el frío y el silencio y el miedo Georgia
me escapo Georgia
corro Georgia
las nubes están bajas están por caerse Georgia
extiendo el brazo Georgia
no cierro los ojos Georgia
llamo Georgia
grito Georgia
llamo Georgia
yo te llamo Georgia
quizá vengas Georgia
pronto Georgia
Georgia Georgia Georgia
Georgia
no puedo dormir Georgia
espero Georgia.





Crepúsculo. 


Un elefante en su bañera
y tres niños que duermen
singular singular historia
historia de sol poniente.


Poemas. Ernst Maria Richard Stadler (1883-1914)

Poema IV. 


Ardo entonces durante noches para purificarme,
y siento enarbolados sobre mi cuerpo el látigo y la vara:
deseo liberarme por completo de mi propio ser
hasta haberme vertido en todo el mundo.
Deseo con tanto dolor alimentar mi cuerpo
que los males del mundo mi circunden como las estrellas-
En la sangre y martirio del pesar instigado
se realiza el amor, se libera el espíritu.

Noche de solsticio.


Febriles se agachan los arbustos
en el goteo de velos marrones y en el mecer
de mariposas nocturnas en torno a ardientes trepadoras.
Ahora atizamos en las llamas las hojas secas y amarillas

y hacemos fiesta contoneándonos en bailes perdidos
y canciones que refluyen con el tibio olor,
la huidiza ebriedad de las ascuas de estío
y muchachas de pelo suave trenzado con coronas

y reflejando palidez en el destello flotante
esparcen ardiendo la oscura adormidera y los claveles macilentos.
Y temblando sentimos cómo la noche se marchita.
Y más salvajes brillan los fuegos en la oscuridad.





En estas noches.


En estas noches mi sangre siente frío, amada, por tu cuerpo.
Ah, mi ansia es como un agua oscurecida que retiene las puertas de una esclusa,
descansando con la tranquilidad de mediodía,
inmóvil, acechando, ansiosa de estallar. Tormenta de verano
pesadamente retenida en foscos nubarrones.
¿Cuándo caerás, rayo, a quien golpea y carga con placer, a quien
            desencadena como balsa,
que abres de par en par los muslos prietos de la presa? Quiero
llevarte conmigo sobre las almohadas como gavilla de nacientes tréboles
en la tierra mullida. Yo soy el jardinero
que te tiende con suavidad. Nube que te rocía
y el aire que te envuelve.
En tu tierra deseo plantar mi fervor delirante
yalflorecercon ansia resucitar sobre tu cuerpo.





Crepúsculo.


Pesado cayó el crepúsculo sobre las callejas de la ciudad.
Sobre el gris de las tejas de adobe y las torres esbeltas,
sobre la suciedad y el polvo de la gran ciudad, su placer, su pesar y su mentira
con implacabilidad majestuosa.

Arrancados de piedras gigantes, los bloques de nubes se oscurecían
incubándose, con rigidez... Y había en el aire
como una obcecación enloquecida, un encresparse que no muere-
al oeste, distante, el día agonizaba.

Entre los castaños pardos del otoño chisporroteaba la tormenta nocturna,
como cuando los mundos se despiertan despabilados
para la última y sangrienta batalla decisiva.

Terquedad en el corazón y sueños salvajes de lucha y desamparo y triunfo arrollador,
me apoyaba en la verja de hierro de mi balcón y veía
el lamer de mil fuegos y las rojas barbas temblar,
ví aún una vez más al coloso herido alzar la bandera llameante.

Una vez más aún martillear la vieja canción salvaje de los héroes
en un torbellino de acordes-
y desmoronarse
y retumbar
sordamente a lo lejos...
Un chirriar de carros en la calle. Música. Canturrean soldados.
Sobresaltado, me estremezco-
sobre las torres y tejados ruge la noche.





Apóstrofe.


No soy más que una llama, un grito, y fuego y sed.
Por las angostas hondonadas de mi corazón se lanza el tiempo
como agua oscura, raudo, violento, inadvertido,
y arde en mi cuerpo un signo: la caducidad.

Pero tú eres el redondo espejo por el que resbalan
los crecidos arroyos de la vida
tras cuyo fondo áureo y abundante
las cosas que murieron radiantes resucitan.

En mí arde y se extingue lo mejor. Una estrella alocada
que cae en un abismo de azules noches de verano,
pero la imagen de tus días está en alto y distante,
señal eterna, situada como protección alrededor de tu destino.





Al alba.


La silueta del cuerpo está oscura ante la turbia luz
de corridas persianas. Acostado, siento tu rostro vuelto hacia mí como una
          imagen de la eucaristía.
Cuando te desprendiste de mis brazos, tu susurrar "tengo que irme", sólo
          alcanzó los más lejanos portales de mi sueño.
Ahora veo tu mano como a través de un velo, cómo ligeramente pasa la blusa
          blanca por los pechos. Las medias,
ahora, después la falda, el pelo recogido. Ya eres otra mujer, una extraña
          ataviada para el mundo y el día.
Entreabro la puerta. Te beso. Te devuelves, mientras avanzas, un adiós. Y
          te alejas.
Acostado de nuevo oigo cómo se pierde tu pisada suave por el hueco de las
          escaleras,
vuelvo a estar encerrado en el aroma de tu cuerpo que, brotando de las
          almohadas, cálidamente invade mis sentidos.
Amanece aún más. Las cortinas ondulan. Un viento joven y un sol temprano
          quieren penetrar.
Se levantan los ruidos. Música del amanecer. Me duermo suavemente
          arrullado por sueños matutinos.