sábado, 15 de febrero de 2025

Poemas. Thom Gunn (1929-2004)

La aniquilación de nada. 


Nada quedaba; Nada, el nombre protervo
Que cada noche repetía hasta ser arrastrado
A un sopor oscuro o sopor que contenía un sueño.

En él había una enorme ausencia contagiosa,
Más espacio que el espacio, sobre la nube y el fango,
Sólo demarcada por las intrusiones de su poder.

Reducido a la indiferencia ante los cambios del tiempo,
Cuyo fin conocía, me despertaba sin deseo
Y agasajaba el cero como un paradigma.

Pero ahora se rompe: las imágenes estallan con fuego
En la tranquila esfera donde he residido,
Mostrando el paisaje que aún se mantiene entero;

El poder que yo concebía, que presidía
Esencial en sus devastaciones abstractas,
Es simplemente cambio, los átomos que dividía

Completan, en la ignorancia, nuevas combinaciones.
Sólo una infinita finitud veo
En esas peculiares variaciones atrayentes.

Es la desesperación de que la nada no puede ser
Lo que destella en la mente y deja una marca humeante
De espanto.
Levanta la vista. Ni firme ni libre,
La materia sin sentido está suspendida en la oscuridad.





Mis tristes capitanes.


Uno a uno aparecen en la oscuridad:
unos pocos amigos,
y unos pocos con nombres históricos.
¡Qué tarde comienzan a brillar!
Pero antes de que se desvanezcan
Se levantan perfectamente personificados.

Y todo el pasado, como una manto de azar, los acaricia
Ellos fueron hombres quienes, pensé, vivieron
solamente para renovar las desperdiciadas fuerzas
gastadas en cada ardiente convulsión.
Pero ahora, a pesar de la distancia, permanecen en mí.

La verdad es que ellos no descansan aún,
porque ahora que están realmente
apartados, lejos de los fracasos,
se dirigen hacia otra órbita
para se vuelven, como las estrellas, hacia nosotros
con una sólida y generosa energía.





Desde la ola. 


Se remonta en el mar, cóncavo muro
con las costillas del brillo en descenso,
se impulsa hacia adelante y construye cimero
su empinado risco.

Surgen de su escondite
negras figuras sobre tablas
y se lanzan contra la orla blanca,
hacia donde se va jaspeando.

Sus pálidos pies se enroscan, se balancean
con sabia destreza.
La ola que remedan
es lo que los mantiene tan quietos.

Ahora los cuerpos marmóreos son
mitad ola, mitad humanos,
como si les injertaran pies de espuma
unos instantes, y luego,

lo más tarde posible, rebanan la superficie
en procesión acompasada:
en este lugar el equilibrio es un triunfo
y el triunfo es una conquista.

La insensata cresta en la que cabalgaron
sobre una fluida plataforma
se rompe cuando la sueltan, cae y demorada
se pierde.

Libres, los cuerpos enfundados, lisas focas,
se aflojan y estremecen;
y junto a la tabla el pie descalzo siente
la succión de los guijarros.

Siguen a flote en el bajío;
dos se salpican con agua;
luego nadan todos mar adentro hasta
que se vuelvan a juntar las olas buscadas.


Poemas. Francisco de la Torre (1534-1594)

Noche, que en tu amoroso y dulce olvido... 


¡Noche, que en tu amoroso y dulce olvido
escondes y entretienes los cuidados
del enemigo día y los pasados
trabajos recompensas al sentido!

Tú, que de mi dolor me has conducido
a contemplarte, y contemplar mis hados
-enemigos ahora conjurados
contra un hombre del cielo perseguido-

así las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren, y tu amiga frente
de beleño y ciprés tengas ceñida,

que no vierta su luz en este suelo
el claro sol mientras me quejo ausente;
¡De mi pasión bien sabes tú y mi vida!





Ninfas, de los Arabios y los Sabeos...


Ninfas, de los Arabios y Sabeos
olores de jazmín, acanto y nardos,
quaxad los aires y cubrid los cardos
destos lugares de sepulcros feos.

Después que derribaron mis trofeos
las prestas Parcas y los hados tardos,
no parecen los cielos, de mil pardos
turbios velos que quaxan mis deseos.

Quiera la magestad del que gouierna
la diuina y humana pesadumbre,
que adorne su beldad tu simulacro.

Dixo Damón, y oyó su endecha tierna
Iúpiter, y, tronando en la alta cumbre,
Iris resplandeció y el cielo sacro.





La blanca nieve y purpúrea rosa...


La blanca nieve y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni invierno,
el sol de aquellos ojos, puro, eterno,
donde el amor como en su ser reposa;

la belleza y la gracia milagrosa
que descubren del alma el bien interno,
la hermosura donde yo discierno
que está escondida más divina cosa;

los lazos de oro donde estoy atado,
el cielo puro donde tengo el mío,
la luz divina que me tiene ciego;

el sosiego que loco me ha tornado,
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de invisible fuego.





Este real de amor desbaratado.


Este Real de amor desbaratado,
de rotas armas y despojos lleno,
aguda roca y mal seguro seno
de mi doliente espíritu cansado,

al enemigo vencedor amado
rendido francamente como bueno,
de mí le siento eternamente ajeno,
por verse de contrarios ocupado.

Y el tirano cruel de mi contento,
burladas mis antiguas confianzas,
los vencedores escuadrones sigue.

¿quién podrá remediar mi perdimiento,
si faltan del amor las esperanzas,
y si quien amó tanto me persigue?





Ésta es, Tirsis, la fuente do solía...


Ésta es, Tirsis, la fuente do solía
contemplar tu beldad mi Filis bella;
este el prado gentil, Tirsis, donde ella
su hermosa frente de su flor ceñía.

Aquí, Tirsis, la vi cuando salía
dando la luz de una y otra estrella;
allí, Tirsis, me vido; y tras aquella
haya se me escondió y ansí la vía.

En esta cueva deste monte amado
me dio la mano y me ciñó la frente
de verde hiedra y de violetas tiernas.

Al prado y haya y cueva y monte y fuente
y al cielo desparciendo olor-sagrado,
rindo de tanto bien gracias eternas.





Cuántas veces te me has engalanado...


¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga noche! ¡Cuántas, llena
de oscuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!

Estrellas hay que saben mi cuidado
y que se han regalado con mi pena;
que, entre tanta beldad, la más ajena
de amor tiene su pecho enamorado.

Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.

Tú, con mil ojos, noche, mis querellas
oye y esconde, pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.





Bella es mi ninfa, si los lazos de oro... 


Bella es mi ninfa, si los lazos de oro
al apacible viento desordena;
bella, si de sus ojos enajena
el altivo desdén que siempre lloro.

Bella, si con la luz que sola adoro
la tempestad del viento y mar serena;
bella, si la dureza de mi pena
vuelve las gracias del celeste coro.

Bella si mansa, bella si terrible;
bella si cruda, bella esquiva, y bella
si vuelve grave aquella luz del cielo,

cuya beldad humana y apacible
ni se puede saber lo que es sin vella
ni vista entenderá lo que es el suelo.





Al silencio de la noche.


Sigo, silencio, tu estrellado manto
de transparentes lumbres guarnecido,
enemiga del sol esclarecido,
ave nocturna de agorero canto.

El falso mago amor con el encanto
de palabras quebradas por olvido
convirtió mi razón y mi sentido;
mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.

Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
la ocasión principal de mi tormento,
por quien fui venturoso y desdichado,

oye tú solo mi dolor, que al triste
a quien persigue cielo vïolento,
no le está bien que sepa su cuidado.