La aniquilación de nada.
Nada quedaba; Nada, el nombre protervo
Que cada noche repetía hasta ser arrastrado
A un sopor oscuro o sopor que contenía un sueño.
En él había una enorme ausencia contagiosa,
Más espacio que el espacio, sobre la nube y el fango,
Sólo demarcada por las intrusiones de su poder.
Reducido a la indiferencia ante los cambios del tiempo,
Cuyo fin conocía, me despertaba sin deseo
Y agasajaba el cero como un paradigma.
Pero ahora se rompe: las imágenes estallan con fuego
En la tranquila esfera donde he residido,
Mostrando el paisaje que aún se mantiene entero;
El poder que yo concebía, que presidía
Esencial en sus devastaciones abstractas,
Es simplemente cambio, los átomos que dividía
Completan, en la ignorancia, nuevas combinaciones.
Sólo una infinita finitud veo
En esas peculiares variaciones atrayentes.
Es la desesperación de que la nada no puede ser
Lo que destella en la mente y deja una marca humeante
De espanto.
Levanta la vista. Ni firme ni libre,
La materia sin sentido está suspendida en la oscuridad.
Mis tristes capitanes.
Uno a uno aparecen en la oscuridad:
unos pocos amigos,
y unos pocos con nombres históricos.
¡Qué tarde comienzan a brillar!
Pero antes de que se desvanezcan
Se levantan perfectamente personificados.
Y todo el pasado, como una manto de azar, los acaricia
Ellos fueron hombres quienes, pensé, vivieron
solamente para renovar las desperdiciadas fuerzas
gastadas en cada ardiente convulsión.
Pero ahora, a pesar de la distancia, permanecen en mí.
La verdad es que ellos no descansan aún,
porque ahora que están realmente
apartados, lejos de los fracasos,
se dirigen hacia otra órbita
para se vuelven, como las estrellas, hacia nosotros
con una sólida y generosa energía.
Desde la ola.
Se remonta en el mar, cóncavo muro
con las costillas del brillo en descenso,
se impulsa hacia adelante y construye cimero
su empinado risco.
Surgen de su escondite
negras figuras sobre tablas
y se lanzan contra la orla blanca,
hacia donde se va jaspeando.
Sus pálidos pies se enroscan, se balancean
con sabia destreza.
La ola que remedan
es lo que los mantiene tan quietos.
Ahora los cuerpos marmóreos son
mitad ola, mitad humanos,
como si les injertaran pies de espuma
unos instantes, y luego,
lo más tarde posible, rebanan la superficie
en procesión acompasada:
en este lugar el equilibrio es un triunfo
y el triunfo es una conquista.
La insensata cresta en la que cabalgaron
sobre una fluida plataforma
se rompe cuando la sueltan, cae y demorada
se pierde.
Libres, los cuerpos enfundados, lisas focas,
se aflojan y estremecen;
y junto a la tabla el pie descalzo siente
la succión de los guijarros.
Siguen a flote en el bajío;
dos se salpican con agua;
luego nadan todos mar adentro hasta
que se vuelvan a juntar las olas buscadas.