miércoles, 5 de marzo de 2025

Poemas. George Herbert (1593-1633)

Seguro, Lord, allí es bastante duro. 


Seguro, Lord, allí es bastante duro para secar
los océanos de la Tinta; para que como el Diluvio hizo
cubra la Tierra, que usted y Doth tengan la Majestad:
cada Nube destila la alabanza suya, y Doth la prohíbe

Poetas para girarlo a otro empleo.
Las rosas y las lilas hablan despacio; y hacer
un par de las Mejillas de ellos, es el abuso suyo.
¿Por qué debería tomar ojos de mujer para el cristal?

Tal invención pobre se quema en su mente baja,
cuyo fuego es salvaje, y Doth no va hacia arriba
para elogiar, y sobre Lord Thee, alguna Tinta concede.

Abra los huesos, y usted no va ha encontrar nada
en la mejor cara, pero habrá suciedad, cuando Lord Thee
tenga la mentira de la belleza por descubrimiento.





Alas pascuales.


Señor, que hiciste al hombre rico y con recursos,
dones que tontamente malgastó
en su continua decadencia,
hasta quedar
pobrísimo.
Contigo
quiero alzarme,
con la armonía de la alondra
cantar en este día tus victorias,
que la caída aliente aún más el vuelo en mí.

Mi tierna edad viví en cuitas envuelto,
tú, con enfermedades y vergüenza
tanto castigaste el pecado
que me quedé
flaquísimo.
Contigo
quiero mezclarme
y sentir hoy tu victoria,
que si injerto en tus alas yo las mías,
el vuelo hará Aflicción que avance en mí.





Amor.


Amor me abrió la puerta; y aun el Alma temía,
culpable de polvo y pecado
Pero Amor, con prontos ojos viendo mi duda
y mi retraimiento,
se acercó y dulcemente me preguntó:
- ¿Acaso hay algo que eches en falta?
- Un invitado digno -dije- de estar aquí.
- Serás tú -dijo Amor-.
- Yo ? Con mi ingratitud y mi maldad? Ah, mi amado,
yo no puedo mirarte.
Amor tomó mi mano y replicó sonriendo:
- ¿Quién hizo esos ojos, sino yo ?
- Es verdad, Señor; pero yo los profané;
deja que mi vergüenza vaya donde merece.
- ¿Y no sabes -dice Amor- quién asumió la culpa ?
- Mi amado, entonces yo serviré. -
Debes sentarte -dice Amor- y comer mi carne.
Me senté pues, y comí


Poemas. Robert Merrick (1591-1674)

A las flores. 


Hermosas promesas de árbol fructífero,
¿por qué caéis tan deprisa?
Vuestro día no ha pasado tanto,
sino que podéis quedaros aquí un rato,
para sonrojaros y sonreír gentilmente;
e iros al fin.

¿Qué, nacisteis para ser
deleite de una hora o media,
y así dar las buenas noches?
Fue una lástima que la naturaleza os diera a luz
meramente para mostrar vuestra valía
y perderos del todo.

Pero sois adorables hojas, donde
leemos lo pronto que las cosas tocan
a su fin, aunque nunca tan bellas:
y después de mostrar su orgullo
como vosotras un rato, se deslizan
a la tumba.





Los ritos funerarios de la rosa.


La rosa estaba enferma, y sonriendo murió;
y, habiendo de ser santificada,
en torno al lecho suspirando estaba
la dulce hermandad floral.
Unas inclinaban la cabeza, mientras algunas llevaban,
para lavarla, agua de la fuente.
Unas la extendían, mientras otras lloraban,
pero todas solemne ayuno guardaban.
Las santas hermanas entre varias
las sagradas elegías y trenos cantaban.
Pero ah, ¡qué dulzuras se olían por doquier,
cual si el cielo hubiera agotado todos los perfumes allí!
Al fin, cuando las oraciones fúnebres
y los ritos se hubieron completado,
llorando extendieron una tela herbosa
y la cubrieron como en una tumba.





El deleite del desorden.


Un dulce desorden en el vestido
enciende en las ropas un capricho:
un pañuelo alrededor de los hombros soltado
en fina distracción;
un lazo errante, que aquí y allí
cautiva el ceñidor carmesí;
un puño negligente, y por él
cintas que fluyen confusamente;
una atractiva onda, digna de atención,
en las tempestuosas enaguas;
un cordón descuidado en el zapato, en cuyo lazo
veo una civilidad salvaje:
me embrujan más que cuando el arte
es demasiado preciso en cada parte.


Poemas. Geoffrey Hill (1932-2016)

Himnos de Mercia VI - VII.


VI

Los príncipes de Mercia eran tejón y cuervo. Esclavo de su libertad, yo excavaba y atesoraba. Huertos fructificados sobre grietas. Yo bebía de los panales de arenisca helada.
«Un niño inadaptado en casa, solitario entre hermanos ». Mas yo, que ninguno tenía, alentaba una extrañeza, me entregaba a juguetes inalcanzables.
Velas de resina nudosa, ramas de manzano, el muérdago pegajoso. «Mira», decían, y de nuevo, «mira». Pero yo corría despacio; el paisaje se disipaba, de regreso a su fuente.
En el patio del colegio, en los baños, los niños mostraban orgullosos sus cicatrices de moco seco, muñecas y rodillas adornadas de impétigo.


VII

Gasómetros, su rojo entre los campos. Represas de molino, piscinas de marga en completo reposo. Enjambres de anguilas. Coágulos de ranas: en una ocasión, con ramas y trozos de ladrillo, golpeó una acequia llena; luego se alejó furtivamente de la quietud y el silencio.
Ceolred era su amigo y lo siguió siendo, incluso tras el día del caza perdido: un biplano, ya entonces obsoleto e irremplazable, dos pulgadas de tosca planta densa. Ceolred lo dejó caer en barrena por un hueco abierto entre los tablones del suelo de la clase, suavemente, sobre excrementos de rata y monedas.
Después del colegio atrajo a Ceolred, que se reía de miedo, hasta las viejas canteras, y lo despellejó. Luego, tras abandonar a Ceolred, viajó durante horas, solo y tranquilo, en su camión de arena privado, derrelicto, de nombre Albión.





Oración al Sol.


In memoriam Miguel Hernández

1

Oscuridad
sobre todas las cosas
el sol
se levanta

2

Los zamuros
saludan su carne
a mediodía
(el Infierno
calla)

3

Ciego sol
destructor nuestro
bendícenos
para que podamos
dormir.





Historia como poesía.


Poesía como saludo; sabor
de la exangüe fiesta de Pascua.
Azules heridas. Atrocidades de la lengua.
La poesía desentierra de en medio de los mudos muertos

Lázaro mistificado, vulgar hombre de muerte.
Los lirios alzan su ciselado rostro
desde la estipulada tierra.
Afortunados augurios; zumbidos; alquitranados excrementos dorados:

“Una resurgencia”, como dicen ellos.
Los viejos laureles moviéndose con los nuevos: ¡Selah!
loado así el pisoteado hueso y así
irrebatible el don de lenguas.





Hay una tierra que llamamos Pérdida...


Hay una tierra que llamamos pérdida
que vive en nuestros pensamientos vive en paz.
La luna, llena en la helada,
hace más vivas estas cabezas de piedras.





Al ver el viento en Hope Mansell. 


Si son o no sombras de la sustancia
es tal la expectación que puedo
esperar para sorpredner a mi visión cuando un viento
entra al valle: repentino y silente
al llegar, convirtiendo en grito
lo invisible, haciendo de cristal las torres
que estaban tomadas por el cielo; ese viento,
que con poderes como de tormenta, arrasa
el jardín diminuto; que cabalga
sobre esos olmos firmes, que rastrilla la ceniza como de luz,
que aparta esos tejos que brillan como una cumbre.
Entre luz tumultuosa y afuera de ella
regenta, rehace, esta hecho de nubes, ordalía del sol,
vuela sobre los parterres, cruza los campos.





Ovidio en el Tercer Reich. 


non peccat, quaecumque potest peccasse negare,
solaque famosam culpa professa facit.
Amores, III, xiv

Me gustan mi trabajo y mis hijos. Dios
queda lejos, difícil. Las cosas son así.
Muy cerca de los viejos bebederos de sangre,
la inocencia no es arma de este mundo.

Una cosa he aprendido: a no menospreciar
tanto a los condenados. Ellos, en su otra esfera,
armonizan extrañamente con el amor
divino. Yo, en la mía, me sumo al coro amante.





El niño saltarín.


1

Aquí está el saltarín, el muchacho
que salta mientras hablo.
Se siente en casa en la calle principal,
bajo el llamado de la casa enorme, de su gablete
ciego, de los árboles. Yo conozco este sitio.
El camino, que en anchos contorneos se pierde de vista,
se detiene en cualquier sitio salvo en Lyonnesse
aunque de LyonGnesse te sacaré,
por entre huertos lúgubres, por entre la tierra de humo
en la que todo se devuelve
al futuro de la memoria.

2

Salta porque encuentra
una alegría seria en el salto. No pueden
verlo los ojos de la niña
ya que ella está a cubierto y en secreto
y se nos concede saberlo sin saber el cómo.
Apuesto a que ella adora su cráneo
plebeyo, las zapatillas
de Hermes alado, el abollado sombrero de lata y de juguete
que un elástico sostiene. Él le gana
a la efímera guerra justa
de la gravedad.

3

Puede ser levitar. Yo
podía hacerlo. Otorgo mis recuerdos
a este su nuevo cuerpo. Cosas así acontecen.

4

Salta, salta más lejos, saltarín. El niño que fui
te pide gritando que te marches.





Génesis. 


I

Contra el aire fornido afiancé el paso
gritando los milagros del Señor.

Y lo primero fue obligar al mar
a sostener el peso de la tierra;
y al oír mi plegaria, las olas florecieron,
los ríos desovaron sus arenas.

Y en los ríos colmados y salinos
el duro y obstinado salmón se desveló
por alcanzar los montes apacibles
venciendo la corriente y el golpe de las aguas.

II

En el segundo día me levanté y miré
al águila abatirse con garras extendidas,
salpicando de plumas sangrientas la ribera
hasta dejar desnudo el tendón palpitante.

Y al tercer día proclamé: "Temed
la suave voz de la lechuza, la mueca del hurón,
el arco intencionado del halcón en el aire,
y el frío de sus ojos y el metal de sus cuerpos,
para siempre entregados a la presa".


III

Y al cuarto día, renuncié
a esta feroz e impenitente arcilla,
al tiempo que erigía el Leviatán acuoso
como un inmenso mito para el hombre,

y al albatros, de largas alas, le hice
blanquear la ceniza de los mares
donde se cruzan Cero y Capricornio,
una inmortalidad meditabunda
como la que posee el hechizado fénix
en el árbol inmarchitable.

IV

El fénix arde, frío como la escarcha;
semejante a un espectro legendario,
el pájaro-fantasma escapa y se extravía,
volteado sobre un mar anodino.

Así, en el quinto día retorné
a la carne y la sangre y al dolor de la sangre.

V

Y al sexto día, mientras cabalgaba
impaciente entre las obras de Dios,
con espuelas saqué la sangre del caballo.

Por la sangre vivimos, la fría, la caliente,
para asolar y redimir al mundo:
no hay mito que sin sangre se mantenga.
Por la sangre de Cristo se liberan los hombres
aunque sus cuerpos yazcan en sudarios
bajo el pellejo áspero del mar;

aunque la tierra envuelva en sus entrañas
los huesos incapaces de soportar la luz.


Poemas. Edward Hirsch.

Tristan Tzara. 


no existe nada como una conferencia dada
un manifiesto se dirige a todo el mundo
me opongo a todos los sitemas salvo a uno
el azar es irracional y tú eres la razón

un manifiesto se dirige a todo el mundo
pero repican sin motivo las campanas
el amor es irracional y tú eres la razón
soy un puente que cruza tu oscuridad

pero repican sin motivo las campanas
eres un viento fresco asaltado por las velas
soy un puente que cruza tu oscuridad
no nos atemos a los mástiles

eres un viento fresco asaltado por las velas
soy una herida que dispersa tu sal
no nos atemos a los mástiles
no nademos al compás del canto de los marinos

soy una herida que dispersa tu sal
embajadores del sentimiento odian nuestro coro
no nademos al compás del canto de los marinos
arrojemos nuestras anclas a la distancia

embajadores del sentimiento odian nuestro coro
no pueden contaminar nuestros sentimientos más de humo
arrojemos nuestras anclas a la distancia
dirijamos nuestros botes al otro mundo

no pueden contaminar nuestros sentimientos más de humo
cada uno tiene mil virginidades
dirijamos nuestros botes al otro mundo
te doy toda mi nada

cada uno tiene mil virginidades
aún nos consideramos encantador
este doy toda mi nada
he dudado de todo salvo de esto

aún nos consideramos encantadores
no existe nada como una conferencia dada
he dudado de todo salvo de esto
me opongo a todos los sistemas salvo a uno





Edward Hopper y la casa junto a la vía del tren.


Aquí fuera en el centro exacto del día,
esta casa desgalichada y rara tiene la expresión
del que sufre una mirada fija, del que contiene
el aliento bajo el agua, mudo y expectante;

esta casa se avergüenza
de sí misma, de sus mansardas fantasiosas
y su porche pseudogótico, se avergüenza
de sus hombros y sus manazas torpes.

Pero el hombre del caballete es implacable.
Es tan brutal como el sol, y cree
que la casa tuvo que hacer algo espantoso
a los que en otro tiempo la habitaron

para estar ahora tan atrozmente vacía,
tuvo que hacerle algo al cielo
para que también el cielo esté desierto
y no diga nada. Por ningún lado

crecen árboles ni arbustos: la casa
tuvo que hacerle algo a la tierra.
Lo único presente es una sóla vía
que va recta a lo lejos. No pasa el tren.

Ahora el forastero viene por aquí a diario,
y la casa sospecha que también él
está desolado; desolado
y avergonzado, incluso. La casa empieza

a mirarle de frente. Y sin saber cómo,
la tela en blanco va tomando despacio
la expresión de alguien acobardado,
que contiene el aliento bajo el agua.

Hasta que un día el hombre se va.
Es una última sombra de la tarde
que atraviesa la vía y se encamina
por el inmenso campo anochecido.

Pintará otras mansiones abandonadas,
y cristaleras de cafetería borrosas,
y escaparatesmal rotulados al borde de los pueblos.
Tendrán siempre la misma expresión,

la desnudez total de alguien que sufre
una mirada fija, alguien americano y desgalichado.
Alguien que va a quedarse solo
una vez más, y ya no lo soporta.