Himnos de Mercia VI - VII.
VI
Los príncipes de Mercia eran tejón y cuervo. Esclavo de su libertad, yo excavaba y atesoraba. Huertos fructificados sobre grietas. Yo bebía de los panales de arenisca helada.
«Un niño inadaptado en casa, solitario entre hermanos ». Mas yo, que ninguno tenía, alentaba una extrañeza, me entregaba a juguetes inalcanzables.
Velas de resina nudosa, ramas de manzano, el muérdago pegajoso. «Mira», decían, y de nuevo, «mira». Pero yo corría despacio; el paisaje se disipaba, de regreso a su fuente.
En el patio del colegio, en los baños, los niños mostraban orgullosos sus cicatrices de moco seco, muñecas y rodillas adornadas de impétigo.
VII
Gasómetros, su rojo entre los campos. Represas de molino, piscinas de marga en completo reposo. Enjambres de anguilas. Coágulos de ranas: en una ocasión, con ramas y trozos de ladrillo, golpeó una acequia llena; luego se alejó furtivamente de la quietud y el silencio.
Ceolred era su amigo y lo siguió siendo, incluso tras el día del caza perdido: un biplano, ya entonces obsoleto e irremplazable, dos pulgadas de tosca planta densa. Ceolred lo dejó caer en barrena por un hueco abierto entre los tablones del suelo de la clase, suavemente, sobre excrementos de rata y monedas.
Después del colegio atrajo a Ceolred, que se reía de miedo, hasta las viejas canteras, y lo despellejó. Luego, tras abandonar a Ceolred, viajó durante horas, solo y tranquilo, en su camión de arena privado, derrelicto, de nombre Albión.
Oración al Sol.
In memoriam Miguel Hernández
1
Oscuridad
sobre todas las cosas
el sol
se levanta
2
Los zamuros
saludan su carne
a mediodía
(el Infierno
calla)
3
Ciego sol
destructor nuestro
bendícenos
para que podamos
dormir.
Historia como poesía.
Poesía como saludo; sabor
de la exangüe fiesta de Pascua.
Azules heridas. Atrocidades de la lengua.
La poesía desentierra de en medio de los mudos muertos
Lázaro mistificado, vulgar hombre de muerte.
Los lirios alzan su ciselado rostro
desde la estipulada tierra.
Afortunados augurios; zumbidos; alquitranados excrementos dorados:
“Una resurgencia”, como dicen ellos.
Los viejos laureles moviéndose con los nuevos: ¡Selah!
loado así el pisoteado hueso y así
irrebatible el don de lenguas.
Hay una tierra que llamamos Pérdida...
Hay una tierra que llamamos pérdida
que vive en nuestros pensamientos vive en paz.
La luna, llena en la helada,
hace más vivas estas cabezas de piedras.
Al ver el viento en Hope Mansell.
Si son o no sombras de la sustancia
es tal la expectación que puedo
esperar para sorpredner a mi visión cuando un viento
entra al valle: repentino y silente
al llegar, convirtiendo en grito
lo invisible, haciendo de cristal las torres
que estaban tomadas por el cielo; ese viento,
que con poderes como de tormenta, arrasa
el jardín diminuto; que cabalga
sobre esos olmos firmes, que rastrilla la ceniza como de luz,
que aparta esos tejos que brillan como una cumbre.
Entre luz tumultuosa y afuera de ella
regenta, rehace, esta hecho de nubes, ordalía del sol,
vuela sobre los parterres, cruza los campos.
Ovidio en el Tercer Reich.
non peccat, quaecumque potest peccasse negare,
solaque famosam culpa professa facit.
Amores, III, xiv
Me gustan mi trabajo y mis hijos. Dios
queda lejos, difícil. Las cosas son así.
Muy cerca de los viejos bebederos de sangre,
la inocencia no es arma de este mundo.
Una cosa he aprendido: a no menospreciar
tanto a los condenados. Ellos, en su otra esfera,
armonizan extrañamente con el amor
divino. Yo, en la mía, me sumo al coro amante.
El niño saltarín.
1
Aquí está el saltarín, el muchacho
que salta mientras hablo.
Se siente en casa en la calle principal,
bajo el llamado de la casa enorme, de su gablete
ciego, de los árboles. Yo conozco este sitio.
El camino, que en anchos contorneos se pierde de vista,
se detiene en cualquier sitio salvo en Lyonnesse
aunque de LyonGnesse te sacaré,
por entre huertos lúgubres, por entre la tierra de humo
en la que todo se devuelve
al futuro de la memoria.
2
Salta porque encuentra
una alegría seria en el salto. No pueden
verlo los ojos de la niña
ya que ella está a cubierto y en secreto
y se nos concede saberlo sin saber el cómo.
Apuesto a que ella adora su cráneo
plebeyo, las zapatillas
de Hermes alado, el abollado sombrero de lata y de juguete
que un elástico sostiene. Él le gana
a la efímera guerra justa
de la gravedad.
3
Puede ser levitar. Yo
podía hacerlo. Otorgo mis recuerdos
a este su nuevo cuerpo. Cosas así acontecen.
4
Salta, salta más lejos, saltarín. El niño que fui
te pide gritando que te marches.
Génesis.
I
Contra el aire fornido afiancé el paso
gritando los milagros del Señor.
Y lo primero fue obligar al mar
a sostener el peso de la tierra;
y al oír mi plegaria, las olas florecieron,
los ríos desovaron sus arenas.
Y en los ríos colmados y salinos
el duro y obstinado salmón se desveló
por alcanzar los montes apacibles
venciendo la corriente y el golpe de las aguas.
II
En el segundo día me levanté y miré
al águila abatirse con garras extendidas,
salpicando de plumas sangrientas la ribera
hasta dejar desnudo el tendón palpitante.
Y al tercer día proclamé: "Temed
la suave voz de la lechuza, la mueca del hurón,
el arco intencionado del halcón en el aire,
y el frío de sus ojos y el metal de sus cuerpos,
para siempre entregados a la presa".
III
Y al cuarto día, renuncié
a esta feroz e impenitente arcilla,
al tiempo que erigía el Leviatán acuoso
como un inmenso mito para el hombre,
y al albatros, de largas alas, le hice
blanquear la ceniza de los mares
donde se cruzan Cero y Capricornio,
una inmortalidad meditabunda
como la que posee el hechizado fénix
en el árbol inmarchitable.
IV
El fénix arde, frío como la escarcha;
semejante a un espectro legendario,
el pájaro-fantasma escapa y se extravía,
volteado sobre un mar anodino.
Así, en el quinto día retorné
a la carne y la sangre y al dolor de la sangre.
V
Y al sexto día, mientras cabalgaba
impaciente entre las obras de Dios,
con espuelas saqué la sangre del caballo.
Por la sangre vivimos, la fría, la caliente,
para asolar y redimir al mundo:
no hay mito que sin sangre se mantenga.
Por la sangre de Cristo se liberan los hombres
aunque sus cuerpos yazcan en sudarios
bajo el pellejo áspero del mar;
aunque la tierra envuelva en sus entrañas
los huesos incapaces de soportar la luz.