Solo.
Grises, doradas redecillas
de la luna hacen de toda la noche
un velo; los faroles del lago
dormido arrastran zarcillos de laburnio.
Los astutos juncos susurran
un nombre a la noche, el nombre de ella,
y toda mi alma es una delicia,
vergüenza que se desmaya.
Recuerdo de quienes a la medianoche se hablan ante el espejo.
Mascullando el lenguaje del amor.
Rechinando los trece dientes de tus magras
mandíbulas con una mueca. Tu inquietud
y tu miedo azotando. En ti el aliento
del amor se ha hecho viejo, fue dicho
y cantado, tan agrio como aliento de gato,
áspera lengua.
Este gris que te clava los ojos
no miente, escueta piel y hueso.
Su beso grasientos deja los labios.
Ninguno escogerá a la que tú ves
para mascullarla. Hambre terrible
sostiene su hora. Ánimo y adelante,
corazón tuyo, sangre salobre, fruto
de lágrimas. Ánimo y a devorar.
Gas de un mechero.
Damas y caballeros, estáis aquí reunidos
para oír por qué cielo y tierra se conmovieron
por culpa de las siniestras, negras artes
de un escritor irlandés en el extranjero.
Hace diez años que su libro me envió.
Más o menos lo leí unas cien veces,
de delante hacia atrás, de abajo a arriba,
a través de los dos extremos del telescopio.
Completo lo imprimí, hasta la mismísima última palabra.
pero gracias a la merced del Señor,
las tinieblas de mi mente se rasgaron,
y vi el intento repugnante del autor.
Pues un deber tengo hacia Irlanda:
su honor con mi mano guardo.
esta hermosa tierra que siempre envió
sus escritores y artistas el destierro,
y con espíritu típico de chanza irlandesa
a sus adalides traicionó uno a uno.
Fue el seco, mojado humor de Irlanda
el que cal viva arrojó a los ojos de Parnell;
son los cerebros irlandeses quienes de su destino
salvan el resquebrajedo barco del Obispo de Roma,
porque todo el mundo sabe que el Papa no puede
eructar sin el consentimiento de Billy Walsh.
Oh Irlanda, primera y sola querencia mía,
donde Cristo y César mano y guante son.
Oh hermosa tierra donde el trébol crece.
(Permitidme, señoras, que me suene).
No me importa un bledo deciros, para que me censuréis,
que publiqué los poemas de Mountainy Mutton,
y una comedia que escribió (seguro estoy
de que la leísteis) donde se habla de «Bastardo»,
«fornicador» y «ramera», y otra obra
sobre La Palabra y el Santo Pablo y de algunas
piernas femeninas que no puedo recordar,
todo ello escrito por Moore, caballero genuino,
que vive del diez por ciento de su heredad
he impreso libros místicos por docenas:
el libro de recetas de Coussins, aunque
(y os ruego que me perdonéis) sobre el verso diré
que envidia daría a vuestros traseros el no haberlos
escrito: El folklore del Norte y del Sur
por Gregory, La de la Boca Dorada publiqué:
tristes, tontos, solemnes poetas imprimí:
Patrick, cómo-se-llama-Colm: al ilustre
John Milicent Synge, quien el espíritu eleva
sobre angélica ala con la muda del trotamundos,
quien como hato la robó de la bolsa de viaje
de un director de Maunsel. Pero la cruz
y raya trazo sobre ese condenado sujeto
que por aquí anduvo, vestido de amarillo austriaco,
declamando italiano que O'Leary Curtis
y John Wyse Power pagaban por horas,
quien escribió sobre Dublín, sucia, amada, de tal
forma que ningún impresor, por muy africano,
de tan negro que sea, podría tolerarlo.
¡Mierda y cebollas! ¿Pensasteis que imprimiría
el nombre del monumento a Wellington,
el de Sydney Parade, y el del tranvía de Sandymount,
el de la pastelería de Downes, el del jamón
de William? ¡Maldito sea si así lo hago! iQue al fuego
me condene! ¡Hablar sobre los Irish Names of Places!.
Me maravilla pensar, y sobre mi alma lo juro
el que el autor olvidara mencionar el Curly's Hole.
No, señoras, mi imprenta no tomará parte
en un libelo tan basto sobre la Madrastra Erin.
Piedad tengo del pobre, por ello tomé
a un escocés pelirrojo para que vigile mi libro.
iEscocia, pobre hermana! Su destino es derrumbarse;
más Estuardos que vender ya no encuentra
Delicada es mi conciencia como seda china:
mi corazón tan suave como el requesón.
Colm puede deciros que hice una rebaja
de cien libras sobre el presupuesto
que le di para imprimir su Irish Review.
Amo a mi pais, ¡por los arenques que lo amo!
Quisiera que ver pudierais las lágrimas
que sollozo al pensar en el barco, en el tren
de los emigrantes. Por tal causa para todo el mundo
publico esta guía de ferrocarriles tan ilegible.
A la puertas de mi imprenta la pobre,
digna prostituta, juega cada noche a la lucha libre
con su británico artillero de calzones ajustados, y el extranjero
el don de la locuacidad aprende
de la borracha, desaliñada, ramera Dublín.
¿Quién fue el que dijo, «No resistid al mal»?.
Ese libro quemaré, aunque el diablo me lleve.
Cantaré un salmo mientras veo cómo se incendia,
y las cenizas guardaré en un ánfora.
Penitencia haré con vientos y gemidos,
de hinojos, sobre mis canillas. La próxima
cuaresma me desnudaré las penitentes
nalgas al aire, y gimoteando, junto a la imprenta
confesaré mi espantoso pecado.
Mi capataz irlandés, de Bannockburn,
hundirá la mano derecha en la urna,
y firmará con pulgar reverente una equis,
Memento homo sobre mi culo.
El santo oficio.
Por mí mismo, a mí mismo me bautizo
con el nombre de Catarsis-Purgativo.
Yo, quien desgreñado abandoné camino
por defender la gramática de los poetas,
llevando a tabernas y burdeles
la mente del ingenioso Aristóteles.
Aquí mi intérprete debe estar
por si acaso los bardos lo intentan
y se equivoca, por lo que, ahora
de mis labios reciben ciencia peripatética.
para entrar en el cielo, viajar al infierno,
ser piadoso o terrible, uno, positivamente,
necesita el alivio de las indulgencias
plenarias. Porque cada auténtico místico
de nacimiento es un Dante, sin prejuicio,
quien, a salvo en el rincón de la chimenea,
por poderes se arriesga a extremos de
heterodoxia, como quien halla una alegría
en la mesa, alabando las estrecheces.
Si uno rige su vida por el sentido común,
¿cómo puede dejar de ser profundo?
Pero no debéis considerarme como a uno
de aquella compañía de mojiganagas.
Con aquel, quien se apresura a calmar
las frivolidades de sus damas veleidosas,
mientras ellas le consuelan cuando él
hace pucheras con orlas celtas bordadas en oro,
o aquel que sorbe todo el día
imprudencias mezclan su comedia,
o quien cuya conducta parece tener
preferencia por un hombre de «tono»,
o el que hace de remiendo harapiento
para los millonarios de Hazelhatch,
más llorando después de la santa cuaresma,
confiesa todo su infiel pasado,
o quien tiene voluble sombrero,
no para la malta, ni para el crucifijo,
sino para mostrar a todos cuán pobremente
vestida va su alta cortesía castellana,
o quien a su dueño ama con delirio,
o quien con temor bebe su vaso de cerveza,
o aquel que una vez, cuando estuvo cómodamente
acostado, vio a Jesucristo sin cabeza,
y con esfuerzo intento salvar para nosotros
las obras de Esquilo, perdidas hace tiempo.
Más todos estos hombres de quien hablo
me hacen ser la cloaca de su pandilla.
Mientras ellos sueñan sus soñados sueños,
yo les saco las corrientes apestosas,
porque si estas cosas hago por ellos
fue porque mi diadema perdí,
Esas cosas por las que severamente la Abuela
Iglesia me dejo plantado.
Así les alivio los tímidos anos, y mi oficio
hago de Catarsis. Mi escarlata blancos
como la lana los deja. A través de mí
evacúan la panza llena. Para hermanar
máscaras, a una y a todas, como vicario
general actúo, y para cada doncella,
nerviosa y tímida, similar servicio realizo.
Que sin sorpresa reconozco la belleza
sombreada de sus ojos, el «no osad»
de la dulce virginidad contestando
a mi corrupto «quisiera». Nunca ella
parece que piensa en ello, cuando en público
nos vemos, mas por la noche, cuando
encerrada en el lecho, descansa y siente
la mano entre los muslos,
mi pequeño amor, de luz vestido, reconoce la suave
llama que s el deseo. Pero las patrias de Mammón
bajo la prohibición tiene las costumbres
de Leviatán, y ese alto espíritu batalla
siempre con los innumerables secuaces
de Mammón. Que nunca puedan ellos verse libres
de este tributo de desprecio. Así vuelvo
la vista, distante da las vacilaciones
de ese heterogéneo séquito, esas almas
que odian la fortaleza que la mía tiene,
acerada en la escuela del viejo Aquino.
Donde ellos se agacharon, se arrastraron y oraron
yo permanezco, destinado por mí mismo,
sin miedo, sin hermanarme, sin amigos y solo,
indiferente como espina de arenque, firme
como cordillera de montañas, donde
mis astas centellean al aire. Dejad
que sigan como hasta ahora, necesarios
son para mantener el equilibrio. Aunque
se esfuercen hasta la tumba mi espíritu
nunca será de ellos. Ni mi alma con las suyas
una será de ellos. Ni mi alma con las suyas
una sea hasta que el Mahamanvantara
se cumpla: que aunque a puntapiés de su puerta
me echen, mi alma les despreciará para siempre jamás.
I. Por la tierra y por el aire las cuerdas...
Por la tierra y por el aire las cuerdas
endulzan la música;
cuerdas que bogan por el río
al encuentro de los sauces.
Por todo el río se oye música
porque por ahí vaga el Amor,
cual pálidas flores sobre su manto
y hojas oscuras en el cabello
Todos tocan en sordina,
la cabeza inclinada hacia la música,
los dedos recorriendo
su instrumento.
II. De amatista el crepúsculo se torna...
De amatista el crepúsculo se torna
azul y luego azul más profundo,
una lámpara ilumina de verde pálido
los árboles de la calle.
En el viejo piano suena una tonada
suave y sedante y alegre;
ella se concentra en las teclas amarillentas
inclinando la cabeza.
Tímidos pensamientos, ojos desmesurados y manos
que recorren a su gusto el teclado…
El crepúsculo se torna oscuramente azul
con brillos de amatista.
III. A esa hora en la que todas las cosas...
A esa hora en la que todas las cosas reposan
Tú, solitario admirador de los cielos,
¿alcanzas a escuchar los vientos nocturnos y los suspiros
de las liras complaciendo el Amor que reabra
las pálidas puertas de la aurora?
Cuando todas las cosas reposan, ¿acaso sólo tú
despiertas para oír el sonido de las dulces liras
que anteceden el Amor y tocan para él en su camino
y el viento nocturno responde en antífona
hasta el fin de la noche?
Toquen, liras invisibles, a nombre del Amor,
cuyo camino hacia la gloria brillando está
a esa hora en que las tenues luces van y vienen,
suave y dulce música en el firmamento
así como aquí abajo en la tierra.
IV. Cuando la tímida estrella avanza por los cielos...
Cuando la tímida estrella avanza por los cielos
recatada y desconsolada toda,
escucha en la somnolienta tarde
a aquel que canta a tu puerta.
Su cantar es más suave que el rocío
y él ha llegado a visitarte.
Ah deja tus ensoñaciones
cuando él llegue al anochecer,
no te preguntes: ¿quién podrá ser este cantor
cuya canción mueve mi corazón?
Reconoce por esto, el son del amante,
Que soy yo quien te visita.
V. Asómate a la ventana...
Asómate a la ventana,
cabellos de oro
Te escuché cantar
Una alegre tonada.
Mi libro estaba cerrado;
ya no leía más,
veía tan solo bailar el fuego
sobre el piso.
He abandonado mi libro
he abandonado mi habitación
pues te he escuchado cantar
en la oscuridad
Cantar y cantar
una alegre tonada,
asómate a la ventana,
tú, cabello de oro.
VI. Qué contento me sentiría en ese pecho...
Qué contento me sentiría en ese pecho
(qué dulce y qué bello es!)
donde ningún ventarrón pudiera tocarme.
Por motivos de triste austeridad
cómo me gustaría estar en ese pecho.
Me quedaría por siempre en ese corazón
(¡toco suavemente y suavemente le suplico!),
donde sólo la paz me corresponde.
La austeridad sería más dulce
si por siempre estuviera en su corazón.
VII. Mi amor se viste ligero...
Mi amor se viste ligero
entre los manzanos,
donde lo que más desea el viento amable
es estar acompañado.
Ahí, donde el viento amable se detiene a cortejar
a las hojas jóvenes en su camino,
mi amor avanza despacio, siguiendo
su sombra entre la hierba;
y donde el cielo es como una pálida copa azul
sobre la sonriente tierra.
mi amor avanza ligero, recogiéndose
la falda con mano delicada.
VIII. ¿Quién va entre la espesura...
¿Quién va entre la espesura del bosque
con la primavera adornándola toda?
¿Quién va entre el alegre bosque verde
para hacerlo aún más alegre?
¿Quién pasa a la luz del sol
por senderos que reconocen la sutil huella?
¿Quién pasa por la dulce luz del sol
con aire virginal?
Todos los caminos del bosque
brillan con un fuego dorado y suave:
¿Por quién porta el soleado bosque
tan bello atuendo?
Ah, es por mi bella amada
que los bosques lucen sus mejores galas;
ah, es a nombre de mi amada,
que luce tan joven y tan bella.
IX. Vientos de Mayo, que bailan...
Vientos de mayo, que bailan en el mar
en jubiloso círculo
de ola en ola, mientras que en la cresta
la espuma asciende para ser coronada
en arcos plateados que cruzan el aires,
¿han visto a mi amada por ahí?
¡Ay de mí, ay de mí
con estos vientos de mayo!
El Amor es infeliz cuando el amor está ausente.
X. Bonete reluciente y estandartes...
Bonete reluciente y estandartes
canta por el campo:
vengan, vengan
todos aquellos que aman,
dejen los sueños a los soñadores
que no buscan seguirnos,
cantos y risas
ya no los conmueven.
Con cintas al aire
él canta con más brío;
en torno a su hombro
huestes de abejas zumban
y el tiempo de soñar
ha terminado:
de amante a amante,
cariño, me acerco a ti.
XI. Dile adiós, adiós, adiós...
Dile adiós, adiós, adiós,
dile adiós a tus días de niña,
la felicidad del Amor ha llegado a cortejarte
y a cortejar tus gestos infantiles;
la parte que te ha hecho tan bella,
la diadema de tus rubios cabellos.
Cuando haya escuchado mencionar su nombre
a las trompetas de los querubienes,
empieza lentamente a descubrirle
tu seno infantil
y lentamente a despojarte de la diadema
que es el signo de la doncellez.
XII. ¿Qué consejo la luna encapuchada te ha...
¿Qué consejo la Luna encapuchada te ha
sembrado en el corazón, mi tímida hermosura,
de Amor en antiguo plenilunio,
de gloria y estrellas a sus pies,
que no es sino pariente y amiga
del fraile capuchino?
Créeme pues mi sapiencia
es desconfianza a lo divino,
la gloria brilla en aquellos ojos
y tiembla a la luz de las estrellas. ¡Mía, solo Mía!
Que no haya más lágrimas ni en la luna o la neblina
Para ti mi bien sentimental.
XIV. Mi paloma, mi hermosa...
Mi paloma, mi hermosa.
¡ Ven, ven!
Yace de noche el rocío
Sobre mis ojos y labios.
Tejen los perfumados vientos
Una música de suspiros:
¡Ven, ven,
Mi paloma, mi hermosa!
Te aguardo junto al cedro,
Mi hermana, mi amor,
Pecho blanco de paloma,
El mío será tu lecho.
Yace el pálido rocío
Como un velo sobre mí.
Mi linda, mi linda paloma,
¡Ven, ven!
XV. Sal, mi alma, de los helados sueños...
Sal, mi alma, de los helados sueños,
Del profundo sueño del amor y de la muerte,
Pues ¡mira! de suspiros se llenan los árboles
Cuyas hojas reprende la mañana.
Domina al este la gradual aurora
Donde brotan suaves fuegos,
Agitando aquellos velos
De gris telaraña de oro.
Mientras dulce, gentil, secretamente,
Repican las campanas de flores matinales
Y el sabio coro de hadas
Empieza (¡innúmero!) a escucharse.
XVII. Al oír de cerca tu voz...
Al oír de cerca tu voz
Produje en él dolor,
Al tener de nuevo tu mano
Dentro de la mía.
No hay frase ni señal
Que lo puedan disuadir
Para mí es hoy un extraño
El que mi amigo fuera.
XX. En el cerrado bosque de pinos...
En el cerrado bosque de pinos
Quisiera yacer contigo,
En la sombra fresca
Del mediodía.
¡Cuán hermoso yacer ahí,
Hermoso el besar,
Donde la floresta de pinos
Se colma de paseos!
Tu beso descendería
Más dulce
entre el suave rumor
De tus cabellos.
Oh, hacia el bosque de pinos
Al mediodía
Vámomos hoy,
Dulce amor.