jueves, 28 de noviembre de 2024

Poemas. Stanley Kunitz (1905-2006)

El retrato de mi padre. 


Mi madre jamás lo perdonó
por quitarse la vida,
sobre todo en un tiempo tan inoportuno
y en un parque
durante esa primavera
en que yo estaba a punto de nacer.
Ella guardó su nombre
en el armario más hondo
y no lo liberó
pese a que lo escuchaba
golpeando la madera.
Una noche salí de aquel desván
con el retrato desgastado en mis manos:
era un desconocido de labios alargados,
de bigote frondoso
y profundos ojos marrones.
Sin dirigirme la palabra,
mi madre lo hizo añicos
y me dio una bofetada.
Hoy, a mis sesenta y cuatro años,
aún puedo sentir
su fuego en mi mejilla.





Querida, ¿será tarde para la paz, tarde...


Querida, ¿será tarde para la paz, tarde
para que los señores se acompañen al pozo a tomar
el agua fresca; tarde para la amistad
y la risa en la forja; tarde
para decir, "tratémonos bien"?
Una por una se apagan las lámparas; el valle duerme;
cuido la última luz que ilumina los calmiles
y te guardo el recuerdo del amor vivo,
como la gente de letras cuidaba las brasas del fuego de Troya,
aprisionada en una época ignorante.
Aunque sitian ciudades y hasta las toman,
no toman al hombre. El corazón profundo,
su mensaje de la manota regordeta e infantil,
el asombro, el grito sencillo y solitario,
el sobre ensangrentado que lleva tu nombre,
es la historia, esa punzada amplia y mortal.


El hombre tiene dolor. Philip Lamantia (1927-2005)

El hombre tiene dolor
diez brillantes globos hienden el aire
cayendo a través de la ventana
sobre la cual su doble tiende una red de aire
para apresar los diez brillantes globos.

El hombre en un cuarto
donde la mano maléfica hace girar el picaporte
de la puerta del desconocido doble invisible.

El hombre tiene dolor
con el gancho de su ombligo prendido
en una cantera de piedra
donde diez brillantes globos se posaron
y donde la mano maléfica talla
en el aire gelatinoso la ventana
que se cerrará sobre la sombra de su cola.

Diez brillantes globos rebotan en la invisible
red del doble desconocido.
El hombre es una falsa ventana
a través de la cual su doble camina hacia la verdad
que cae como diez globos brillantes
lanzados al aire por la mano maléfica.

¡El hombre tiene dolor
diez clavos brillantes enclavados en la puerta!


Poemas. Philip Larkin (1922-1985)

XVI. La botella está vacía. 


A la una la botella está vacía,
a las dos el libro al fin cerrado,
a las tres los amantes ya duermen
dándose la espalda
terminados el amor y su comercio,
y ahora las luminosas manecillas
indican que son más de las cuatro,
esa hora de la noche en la que los vientos errantes
agitan la oscuridad.

Y estoy harto de este insomnio,
tanto que casi puedo creerme
que el silencioso río que sale a chorros de la cueva,
no es poderoso ni profundo,
tan solo una imagen, una metáfora forzada.
Me acuesto y espero a que llegue la mañana, y con ella los pájaros,
y los primeros pasos que bajan por la calle sin barrer,
y las voces de muchachas protegidas con bufandas.





Que este sea el verso.


Te joden tu mamá con tu papá.
Tal vez ellos no quieran, pero lo hacen.
Te llenan con defectos que tenían
y agregan otros, sólo para ti.

Pero en su turno a ellos los jodieron
giles de abrigo con sombrero antiguo,
que a medio tiempo fueron tontos graves,
la otra mitad, del cuello se agarraban.

Transmite el hombre la desgracia al hombre
Se profundiza cual fondo marino.
Escapa lo más rápido posible
y que no se te ocurra tener hijos.





Ventanas altas.


Cuando veo a una pareja de jóvenes
y supongo que él se la tira y que ella
toma pastillas o usa un diafragma,
sé que esto es el paraíso.

Todos los viejos lo han soñado en vida:
dejar los nudos y gestos de lado
como a una vieja trilladora y todos
los jóvenes en largos resbalines

a la felicidad, sin fin. Pregúntome
si alguien al verme hace cuarenta años
luego pensó, Así será la vida;
no más Dios ni sudar cuando esté oscuro

sobre el infierno y lo demás, debiendo
guardar tu opinión sobre el cura. Él
y su pandilla irán al resbalín
como malditos pájaros libres. Y de inmediato
más que en palabras, pienso en ventanas altas:
el vidrio que contiene al sol
y más allá de él, el profundo azul del aire, que muestra
nada, que está en ninguna parte y no tiene fin.





Al mar.


Pisar el muro bajo que divide
la calle de la acera de concreto en la costa,
recuerda bruscamente algo ya conocido
la alegre miniatura ribereña.
Todo va y se amontona bajo el leve horizonte:
playa empinada, agua azul, toallas, gorros de baño rojos,
el quiebre fresco y repetido de las pequeñas y calladas olas
sobre la arena cálida, amarilla
y a lo lejos un barco a vapor blanco, estancado en la tarde

¡Sigue pasando todo esto, sigue pasando!
el echarse y comer, dormirse oyendo espuma
(la oreja es un parlante y suena bastante manso
bajo el cielo), o llevar a niños inseguros
de arriba abajo suavemente, de punta en blanco
y asiendo el aire enorme, o girar a los viejos
tiesos para que aprecien un último verano,
sigue ocurriendo simplemente
a medias goce anual, a medias rito,

como cuando, contento de estar solo,
busqué en la arena a los Famosos Jugadores de Críquet,
o antes, cuando mis padres, oyentes
de ese mismo graznido de la costa, se conocieron.
Como un extraño ahora, veo la escena despejada:
la misma agua clara sobre las piedras ya pulidas,
el débil tiple de protesta en los lejanos bañistas
a sus afueras, y después los cigarros baratos,
papel de chocolate, hojas de té, y al medio

las rocas, latas de sopa oxidándose, hasta que las primeras
pocas familias vuelven a sus autos.
El barco a vapor blanco se ha marchado. Como respiración dentro
de un vidrio
la luz del sol se ha vuelto lechosa. Si quedarnos
cortos es lo peor de los climas perfectos,
puede que por costumbre éstos la hagan mejor,
viniendo al agua cada año tan torpemente desvestidos;
como payasos enseñando a niños;
ayudando a los viejos también, como se debe.





Al fracaso. 


No viniste al modo dramático, con dragones
de esos que se llevarían mi vida entre sus garras
y me arrojarían ya desecho tras las caravanas
con los caballos empanicados, ni como una frase
que se enuncia claramente para apaciguar lo que pudo perderse,
lo que sale del bolsillo y debe aguantar
lo gastos, ni como una fantasma al que se ve
ciertas mañanas correr por el pasto.

Son estas tardes sin sol en las que descubro
que te has instalado en mi hombro como el aburrimiento.
Los avellanos están cargados de silencio.
Soy consciente de que los días pasan más rápido que antes,
que huelen diferente. Y que una vez que quedan atrás
parecen arruinados. Ahí has estado por cierto tiempo.





Pésame en blanco mayor.


Cuando pongo en un vaso cuatro cubos
tintineantes de hielo, tres porciones
de gin y una tajada de limón;
dejo a un cuarto de litro de agua tónica
que se vacía en sorbos espumosos
suavizar todo el resto desde el borde,
y en una íntima plegaria brindo:
Él consagró su vida a los demás.

Mientras otros usaban como ropas
a los seres humanos en sus días
yo me planteé traer muestras perdidas
a quienes me entregaron su confianza;
no anduvo para mí ni para ellos,
pero el asunto fue cuánto más cerca
(nos parecía) que quedó la fiesta
a habérnosla perdido separados.

De buena cepa el tipo, muy decente,
tan recto como un roble, uno de los mejores,
ganador, un ladrillo, un deportista eximio,
cabeza y hombros sobre los demás;
¿cuántas vidas serían más opacas
si él no hubiera estado aquí en lo bajo?
Brindemos por el hombre más blanco que conozco -
aunque el blanco no sea mi color favorito.





Los árboles.


Los árboles se están volviendo hoja
como algo que está a punto de decirse;
brotes recientes ceden, se propagan,
su verdor es un tipo de congoja.

¿Es acaso que nacen otra vez
mientras envejecemos? No, ellos también mueren.
Su truco anual de verse nuevos
se anota en los anillos de la veta.

Pero aún los castillos insatisfechos trillan
en la espesa crecida cada mayo.
Murió el año pasado, parece que dijeran,
parte de nuevo, de nuevo, de nuevo.





Olvidar lo pasado.


Detener lo cotidiano
era aturdir la memoria,
partir desde la nada.

Algo ya no cicatrizado
por tales palabras, por tales acciones
como un desolado despertar.

Deseaba terminarlos,
apuré el entierro
y volví la vista

como guerras e inviernos
extraviados tras las ventanas
de una opaca niñez.

¿Y las páginas vacías?
Debería llenarlas
con observaciones

de celestes repeticiones,
el día que brotan las flores
el día que los pájaros se van.





Los viejos tontos.


¿Qué creerán que ha pasado, los viejos tontos,
que los ha dejado así? ¿Acaso supondrán
que se es más maduro cuando la boca cuelga abierta y babea
,y se anda uno meando solo y no se puede recordar
quién llamó esta mañana? ¿O que, si lo quisieran,
podrían alterar las cosas y volver a la época cuando bailaban la noche entera,o iban a sus bodas, o tiraban las manos algún septiembre?
¿o se imaginarán que realmente no ha habido cambio alguno,
y que siempre se habrían manejado como si fueran tiesos y tullidos,
o sentados a través de días de fina y continua ensoñación
mirando el movimiento de la luz? Y si no es así (y no pueden), es extraño:
¿Por qué no lloran?

Cuando mueres, te rompes: los pedazos que eras
comienzan a separarse velozmente los unos de los otros para siempre
y nadie lo ve. Es sólo el olvido, es cierto:
antes ya lo conocimos, pero entonces se estaba terminando,
y se hallaba todo el tiempo unido a la empresa
de hacer brotar la flor de mil pétalos de estar aquí.
La próxima vez no puede fingir
que habrá algo. Y estos son los primeros signos:
No saber cómo, no escuchar quién, el poder
de elegir terminado. Su aspecto muestra que están para eso:
pelo ceniciento, manos de batracio, caras de pasa...
¿Cómo pueden ignorarlo?

Quizás ser viejo consiste en tener habitaciones iluminadas
dentro de tu cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente que conoces, sin poder nombrarla; apareciendo cada una
desde puertas entornadas como una honda pérdida restaurada,

depositando una lámpara, sonriendo desde una escalera,
extrayendo un libro conocido desde el estante; o a veces
sólo las habitaciones, las sillas y el fuego encendido,
el aplastado arbusto en la ventana, o la tenue amistad del sol
en el muro cierta solitaria tarde de mediados de verano
después de la lluvia. Allí es donde viven:
No aquí ni ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
Por eso es que tienen

un aire de confusa ausencia, intentando estar allí
aunque permaneciendo aquí. Extendiéndose por las habitaciones,
dejando una incompetente frialdad, el constante esfuerzo de respirar
y ellos inclinándose ante el monte de la extinción, los viejos tontos, no percibiendo nunca
cuán cerca está. Esto debe ser lo que los mantiene quietos:
Aquel monte que nunca perdemos de vista dondequiera que vayamos
ya es para ellos un elevada cuesta. Pueden acaso decir qué los está retrasando
y cómo terminará. ¿No por la noche?

¿Ni cuando llegan extraños?
¿Jamás, a lo largo de toda esta espantosa inversión de la infancia?
Pues bien, ya lo averiguaremos.





Un sepulcro en Arundel.


Lado a lado, los rostros borroneados,
yacen en piedra el conde y la condesa.
En propios hábitos muestran vagamente
armadura ensamblada, arruga tiesa,
e indicio del absurdo evanescente,
los dos perritos a sus pies echados.

Semejante llaneza prebarroca
difícilmente el ojo compromete
hasta que al fin descubre un guantele
tevacío en la otra mano asido
y con súbito asombro tierno enfoca
la mano que la de ella ha retenido.

No pensarían yacer tiempo tan largo.
La efigie de lealtad como testigo
era un detalle para los amigos,
y para el escultor un dulce encargo
llamado a prolongarles el enlace
de los nombres latinos en la base.

No se imaginarían cuán ligero
en su supino estacionario viaje
el aire haría un insondable ultraje
quitándoles las viejas propiedades;
cuán rápido los ojos venideros
sólo miran, no leen. En las edades

ellos siguieron rígidos y unidos
por la anchura del tiempo. Cayó nieve
intemporal. La luz, cada verano
rebasó del cristal. Brillante y leve,
un bullicio de pájaros rociaba
el pavimento de huesos retenidos.
Incontable, alterado, un río humano
por todos los senderos se allegaba

desdibujando sus identidades.
Ahora, inermes en el hueco de una
época sin heráldica ninguna,
una artesa de humo que se mece
como madejas, lentamente, invade
por encima los fragmentos de su historia,
y para su memoria
una actitud tan sólo permanece:

El tiempo los ha transfigurado
en no verdad. Y la lealtad que inscribe
la piedra, y que acaso no han deseado,
blasón final se ha vuelto; y un aserto
que nuestro casi instinto es casi cierto:
es el amor lo que nos sobrevive.





El mundo literario.


I
“Finalmente, después de cinco meses de mi vida —tiempo durante el cual yo no podía escribir nada que me satisfaciera, y por el cual ningún po­der me compensará...”

Mi estimado Kafka,
cuando hayas tenido cinco años, no cinco meses, sin escribir
cuando hayas tenido cinco años con una fuerza irresistible
encontrándose con un objeto inerte exactamente en tu ombligo,
entonces sabrás lo que es depresión.


Poemas II. Rudyard Kipling (1865-1936)

El segundo libro de la selva. (Canción nocturna de la aldea)


Los hermanos de Mowgli
Desata a la noche Mang, el murciélago;
en sus alas acarréala Rann, el milano;
duerme en el corral la vacada
y de corderos duerme el atajo;
tras las reforzadas cercas se esconden
pues hasta el amanecer con libertad vagamos.
Orgullo y fuerza, zarpazo pronto,
prudente silencio: es nuestra hora.
¡Resuena el grito! ¡Para el que observa
la ley que amamos, caza abundante!




El secreto de las máquinas.


Extraídas del lecho del mineral y de la mina,
en el horno derretidas y en el pozo—
fundidas y forjadas y golpeadas según diseño,
cortadas y alineadas y labradas y calibradas hasta encajar.
Un poco de agua, carbón y aceite es toda nuestra demanda,
y una milésima de pulgada para podernos mover:
y ahora, si a nuestra labor nos aplicas,
las veintincuatro horas del día te serviremos.

Podemos tirar e izar y empujar, levantar y conducir,
podemos imprimir y arar y tejer, calentar e iluminar,
podemos correr y acelerar y nadar, volar y bucear,
podemos ver y oír y contar y leer y escribir.

¿Llamarías a un amigo desde el otro medio mundo?
Si nos dejas tomar tu nombre, ciudad y estado,
podrás oír y ver tu pregunta reciente lanzada
a través del arco del cielo mientras esperas.
¿Ha respondido? ¿te necesita a su lado?
Esta misma tarde si quieres puedes partir,
y tomar el Océano Occidental al ritmo
de setenta mil caballos y pocas tuercas.

El barco expreso está esperando tus órdenes...

Mas recuerda la ley que rige nuestras vidas;
No estamos construidos para entender mentiras,
No podemos amar, llorar ni perdonar.
Si nos manejas mal, encontrarás la muerte.
Somos mayores que el Hombre o los Reyes.
Sé humilde cuando te arrastres por debajo de nuestras bielas,
Nuestro toque puede cambiar todas las cosas creadas.
Somos todo en el mundo salvo los dioses.

Aunque nuestro humo oculte los cielos de sus ojos,
Desaparecerá y las estrellas volverán a brillar;
Porque pese a nuestra fuerza, peso y magnitud,
No somos más que el producto de su intelecto.




Canción de los galeotes.


Remamos para que avanzaras con el viento en contra y las velas bajas.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
Pan y cebolla comíamos cuando tomabas ciudades, o rápido regresábamos a bordo
si te perseguía el enemigo.
Los Capitanes paseaban de proa a popa sobre cubierta con el buen
tiempo, cantando canciones; nosotros estábamos abajo.
Desfallecíamos, la barbilla sobre los remos, y no te dabas cuenta pues
seguíamos meciéndonos hacia adelante y hacia atrás.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
La sal dejaba el palo de los remos como la piel del tiburón; nuestras
rodillas abiertas hasta el hueso con cristales de sal; pegado
el pelo a la frente; y nuestros labios cortados hasta las encías,
y nos dabas con el látigo porque no podíamos remar.
¿No nos dejarás nunca en libertad?
Pero, pronto escaparemos, a través de los ojos de buey, igual que
corre el agua por los palos de los remos, y, aunque ordenes
a los otros que nos persigan, no podrás nunca prendernos a
menos que empuñes tú los remos y encierres los vientos en la
panza de la vela. ¡Aho!
¿No nos dejarás nunca en libertad?




El camino a través de los bosques.


Cerraron el camino que cruzaba los bosques
hace setenta años.
El tiempo y la lluvia lo han deshecho otra vez
,ahora ya no podrías saber
que una vez hubo un camino a través de los bosques
antes de ser los árboles plantados.
Está debajo de los sotos y de los brezos
y de las anémonas delgadas.
Sólo el guarda ve
allí, donde los pichones aprenden a volar,
y los tejones escarban con más facilidad,
una vez hubo un camino a través de los bosques.

Sí, si entras en los bosques
del verano, al anochecer,
cuando el aire de la noche se enfría en los estanques de truchas
donde la nutria silba a su pareja,
(no temen al hombre en los bosques
porque se ven tan pocos).
Oirás los golpes de las uñas de un caballo,
y el chasquido de unas faldas en el rocío,
firmemente a medio galope a través
de la soledad, de la bruma,
como si perfectamente conocieran
el viejo camino a través de los bosques...
Pero no hay camino que cruce los bosques.




Una canción en la tormenta.


Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que aparezca
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestra salvación,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.

De la niebla salen rumbo a la tiniebla
las olas que brillan y se encrespan.
Casi estas aguas sin conciencia se comportan
como si tuviesen alma
casi como si hubieran pactado sumergir
nuestra bandera debajo de sus aguas verdes:
sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que pueda verse, etc.

Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento
en reserva guardan ráfagas aún más poderosas,
que los que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del Destino
dondequiera que se desvele, etc.

No importa que sea barrida la cubierta
Y se rompan la arboladura, el madera
mende cualquier pérdida podremos sacar provecho
salvo de la pérdida del regreso.
Por eso, entre estos Diablos y nuestra astucia
deja que la cortesía de las trompetas suene,
y que sea bienvenida la descortesía del Destino,
dondequiera que se encuentre, etc.

Asegúrate bien, aunque en poder nuestro
nada quede para dar
salvo sitio y fecha para encontrar el fin,
y deja de esforzarte por vivir,
que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene
nuestro Servicio aquí nos ata.

Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
,dondequiera que aparezca,
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestro triunfo,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.




Para ser un hombre.


Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila
cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fé que te niegan
y no desprecias nunca los dardos que ellos tengan.
Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera.
Si engañado, no engañas.
Si no buscas más odio, que el odio que te tengan.
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres.
Si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.
Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo.
Si piensas y rechazas lo que piensas en vano.
Si tropiezas al triunfo y llega la derrota,
y a los dos impostores los tratas de igual forma.
Si logras que se sepa la verdad que has hablado,
a pesar del sofisma del Orbe encallado.
Si vuelves al comienzo de la obra perdida,
aunque esta obra sea la de toda tu vida.
Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría
tus ganancias de siempre y la suerte de un día,
y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea,
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.
Si logras que tus nervios y el corazón te asistan,
aún despues de su fuga de tu cuerpo en fatiga,
y se agarren contigo cuando no quede nada,
porque tu lo deseas, lo quieres y mandas.
Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud.
Si marchas junto a reyes con su paso y su luz.
Si nadie que te hiera llega a hacerte la herida.
Si todos te reclaman y ni uno te precisa.
Si llenas el minuto inolvidable y cierto
de sesenta segundos que te llevan al Cielo,
Todo lo de esta Tierra será de tu dominio,
y mucho más aún ...¡Serás Hombre, hijo mio!




El segundo libro de la selva. (Canción de caza de la manada de Seeonee) 


Ya el sambhur baló al amanecer
¡una vez, dos veces, tres!
Saltó un gamo, un gamo saltó
del lago, do va el ciervo a beber.
Lo pude ver yo, yo solo en acecho,
¡una vez, dos veces, tres!

Ya el sambhur baló al amanecer
¡una vez, dos veces, tres!
Regresóse el lobo, tornóse atrás
para la noticia pronto llevar a los demás:
de la ansiada pista, vámonos detrás
¡una vez, dos veces, tres!

La tribu ululó al amanecer
¡una vez, dos veces, tres!
Pies que pisan, y ni huella notarás!..
¡Ojos abiertos en la noche, y ven claro al mirar!...
¡Gritos! ¡Estruendo!... ¡Torna a escuchar!...
¡Una vez, dos veces, tres!




El segundo libro de la selva. (La caza de Kaa) 


Del leopardo orgullo son sus manchas, honor del búfalo son sus cuernos.
¡Limpio! Pues del que caza se juzga a fuerza por el color de su piel.

Si acaso el toro te embiste y aterra, o una cornada del sambhur recibes,
por narrarlo el trabajo no abandones, pues cosa es que tenemos ya olvidada.

Nunca del cachorro débil y ajeno abuses; cual a un hermano debes mirarle,
que, aunque débil y torpe, es probable que a una osa -puede ser- tenga por madre.

Nadie corno yo! -jáctase el cachorro cuando a sus plantas ve la primera pieza.
Pero él es pequeño, y grande, la Selva: que medite en calma, porque ahora apenas empieza.

Máximas de Baloo




El segundo libro de la selva. (Canción de los Bandar-log al ponerse en camino)


¡Como un festón flotante aquí estamos,
lanzados hacia la envidiosa luna!
¿Querrían ustedes ser uno de los nuestros?
¡Más de dos manos tener! ¡Oh, dicha!
¿Y esta cola, cual arco de cupido,
no envidian? ¿Gustaríales una?
Pero, tranquilícense, hermanos,
se adivina, sí, en su espalda, el rabo.

¡Sobre la fronda quietos estamos,
en largas filas hermosuras sin fin meditando;
imaginando cosas grandes que, ¡vamos!,
al momento se trocarán en realidades;
algo que noble, grande y bueno sea...
que con desearlo sólo, se conquiste!
¡Lo verán, sí! ¡Pero, hermanos,
se adivina, en su espalda, el rabo!

Tantas voces de fieras o aves,
o bien de los murciélagos que chillan
(de animales que tengan escama, pluma o pelo),
cuantas en nuestra vida hayamos escuchado,
mezclemos, y repitiéndolas cien veces
produzcamos rápida y confusa algarabía.
¡Grandioso, excelente! Como los hombres
al hablar harían, esa pauta nosotros seguimos.
¿No lo somos?... Hermanos,
se adivina, sí, en su espalda, el rabo.
Costumbres son éstas del pueblo
de los monos, y ésta es la vida.

¡Corran entre los pinos, busquen la vid silvestre;
formen en nuestras filas, vengan con nosotros!
¡Qué ruido metemos al despertarnos se escucha!
¡Que haremos cosas grandes, no puedan dudarlo!




El segundo libro de la selva. (La ley de la jungla)


Esta es la Ley de la Jungla -como el cielo vieja y cierta;
prosperará el Lobo que la cumpla. mas el Lobo que la transgreda habrá de morir.
Igual que trepa la hiedra alrededor del tronco del árbol avanza la Ley y retrocede...
pues es el Lobo la fuerza de la Manada. y la fuerza del Lobo está en la Manada.
Cada día lávate desde el hocico hasta la cola; bebe mucho, pero no muy deprisa nunca;
y recuerda que la noche para la caza está hecha, y no olvides que el día se debe al sueño.
Puede el Chacal seguir al Tigre, pero, Cachorro, cuando te hayan crecido los bigotes,
recuerda que el Lobo es un cazador -sigue adelante y por tu cuenta consigue la comida.
Mantén la paz con los Señores de la Jungla el Tigre, la Pantera, el Oso;
y no importunes a Hathi el Silencioso, ni te burles del Jabalí en su guarida.
Si una Manada con otra Manada se encuentra en la Selva, y no quiere ninguna retroceder,
descansa hasta que los jefes hayan hablado -tal vez las palabras justas prevalezcan.
Cuando pelees con un Lobo de la Manada, debes enfrentarte a solas, alejado,
pues otros tomarían parte en la disputa, y la batalla debilitaría la Manada.
La Guarida del Lobo es su refugio, donde ha construido su hogar,
ni siquiera el Jefe de la Manada puede entrar, ni siquiera el Consejo.
La Guarida del Lobo es su refugio, pero si no es profunda,
el Consejo enviará una orden y deberá otra vez mudarse.
Si antes de medianoche matas, hallo en silencio y no despiertes al bosque con tu aullido,
asustarás a los ciervos que en la maleza se esconden, y regresarán con las manos vacías tus hermanos.
Para ti puedes matar y para tus compañeros y para tus cachorros tanto como necesiten;
pero no mates por el placer de matar, y siete veces nunca mates al Hombre.
i robas la Presa de uno más débil, no la devores con orgullo;
el Derecho de la Manada es el del más humilde, cédele pues la cabeza y la piel.
La Presa de la Manada es la carne de la Manada. Debes comerla allí donde se encuentre;
y nadie podrá llevar esa carne a su guarida, o morirá.
La Presa del Lobo es la carne del Lobo. Con ella puede hacer su voluntad,
y, hasta que dé su permiso, no puede la Manada comer de esa Presa.
El Derecho del Cachorro es el derecho del Primero. De cualquiera puede exigir en su Manada,
y hartarse de comer cuando haya comido el Cazador; y nadie podrá negárselo.
El Derecho de la Guarida es el derecho de la Madre. De cualquiera de su misma edad puede exigir
una pata de cada presa para su camada; y nadie podrá negárselo.
El Derecho de la Cueva es el derecho del Padre ---(azar a solas para sí:
libre para no seguir a la Manada; por el Consejo sólo juzgado.
Por su edad y su astucia, por su fuerza y sus garras,
en todo aquello que la Ley deja abierto, es Ley la palabra del Jefe de los Lobos.
Estas son las Leyes de la Jungla. muchas y muy rígidas;
pero la cabeza y las uñas de la Ley y la patas y el lomo es ¡Obedece!




El segundo libro de la selva. (Al tigre! Al tigre!) 


-¿Qué tal de caza, fiero cazador?
-Largo fue el ojeo; el frío, atroz.
-¿Dónde la pieza que fuiste a cobrar?
-En el bosque, hermano, creo que estará.
-¿Dónde tu orgullo, tu pujanza?
-De ambos la herida trajo mudanza.
-¿Por qué corriendo vienes a mí?
-¡Ah, hermano! A casa voy, a morir.