jueves, 6 de febrero de 2025

Poemas. Audre Lorde (1934-1992)

Generación II. 


Una chica Negra
convirtiéndose
en la mujer
que su madre
deseaba
y por la cual rezaba
camina sola
y con miedo
de ambas iras.





Memorial II.


Genevieve
qué estás viendo
en mi espejo esta mañana
asomándote como un pájaro hambriento
desde atrás de mis ojos
estás buscando la forma de una chica
a quien me parezco cada vez menos
o recordás
que nunca pude aceptar tu cara agonizante
no te conozco ahora
seguramente tu visión se mantuvo más fuerte que la mía
Genevieve decime por dónde pasean las chicas muertas
después de su verano
quisiera poder verte de nuevo
lejos de mí -hasta
como un pájaro volando hacia el sol
tus ojos me están cegando Genevieve.





Mujer.


Sueño con un lugar entre tus pechos
para construir mi casa como un refugio
donde siembro
en tu cuerpo
una cosecha infinita
donde la roca más común
es piedra de la Luna y ópalo ébano
que da leche a todos mis deseos
y tu noche cae sobre mí
como una lluvia que nutre.





Quién dijo que era simple.


Tiene tantas raíces el árbol de la rabia
que a veces las ramas se quiebran
antes de dar frutos.
Sentadas en Nedicks
las mujeres se reúnen antes de marchar
hablando de las problemáticas muchachas
que contratan para quedar libres.
Un empleado casi blanco posterga
a un hermano que espera para atenderlas primero
y las damas no advierten ni rechazan
los placeres más sutiles de su esclavitud.
Pero yo que estoy limitada por mi espejo
además de por mi cama
veo causas en el color
además de en el sexo
y me siento aquí preguntándome
cuál de mis yo sobrevivirá
a todas estas liberaciones





El poder.


La diferencia entre la poesía y la retórica
es estar
preparado para matarte
tú mismo
en vez que a tus hijos.

Estoy atrapada en un desierto hecho de heridas a bala
todavía abiertas
y un niño muerto arrastra su rostro negro y destrozado
más allá del horizonte donde acaban mis sueños
la sangre de sus mejillas y de sus hombros perforados
es el único líquido a kilómetros a lo redonda y mi estómago
se revuelve al imaginar el gusto que tendrá, mientras
mi boca dividida en dos labios resecos
sin tener una lealtad o una razón para ello ,
está sedienta de su sangre húmeda
mientras naufragan en la blancura del desierto
donde estoy perdida
sin imaginación ni magia posible
tratando de convertir todo este odio y esta destrucción en un poder
tratando de curar con besos a mi hijo agónico
pero, nadie, salvo el sol limpiará sus huesos con rapidez.

El policía que, en Queens, derribó con un disparo al chico de diez años
estaba a su lado, con sus zapatos bañados con la sangre de él
y una voz dijo: "Muere, pequeño hijo de puta" y
hay videos que prueban esto. En el juicio
el policía dijo que fue en defensa propia:
"No reparé en el tamaño ni en ninguna otra cosa
salvo en el color." Y
hay videos que prueban esto también.

Hoy día, ese hombre blanco, de treinta y siete años,
con trece de servicio
ha sido puesto libertad por once hombres blancos
que dijeron que estaban satisfechos
porque se había hecho justicia
y una mujer negra que dijo:
"Me convencieron". Esto es:
ellos arrastraron su cuerpo de mujer negra, de un metro veinticinco de estatura,
por sobre los carbones ardientes de cuatro siglos de aprobación del macho blanco
hasta que ella renunció al único poder real que alguna vez tuvo
y decoró con cemento su propia cuna
para construir allí un cementerio para nuestros hijos.

No he sido capaz de palpar la destrucción dentro de mí.
Pero a menos que aprenda a usar
la diferencia entre la poesía y la retórica
mi poder también se corromperá como molde envenenado,
se volverá flojo e inservible como un alambre suelto
y un día tomaré mi enchufe rabioso
y lo conectaré al lugar más cercano,
violaré a una mujer blanca de ochenta y cinco años
quien es a su vez madre de alguien
y mientras la golpeo hasta dejarla sin sentido y le prendo fuego a su cama
un coro griego estará cantando una canción con ritmo del vals:
"Pobrecita. Ella nunca hirió a un alma. ¡Qué bestias son los negros!".

"Poder" es un poema escrito acerca de Clifford Glover, un niño negro de diez años de edad, quien recibió un disparo de un policía. Posteriormente, el policía fue absuelto por un jurado donde uno de los miembros era una mujer negra".


Poemas. Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)

La flecha y la canción. 


Lanzé al aire una flecha
que a la tierra cayó, no sé dónde
porque tan agil surcaba que la vista
no podía seguir su vuelo.

Al aire una canción lancé también
que a la tierra cayó, no sé dónde
porque ¿hay alguien que tenga vista suficiente
para seguir el vuelo de una canción?

Y mucho después encontré en un roble
la fecha aún intacta
y la canción de la primera a la última línea
la encontrés de nuevo en el corazón de un amigo.





La naturaleza.


Así como una madre tierna, cuando anochece,
da la mano a su niño y a la cama lo lleva,
sólo a medias gustoso y a medias con desgana,
pues sus rotos juguetes en el suelo abandona
y los contempla aún por la puerta entornada,
no del todo tranquilo ni consolado, oyendo
promesas de otros nuevos, en vez de los perdidos,
que, aunque fueran mejores, acaso no le gusten:
así Naturaleza con nosotros; se lleva
nuestros juguetes, uno a uno, y de la mano
nos conduce al descanso, tan suave, que sabemos
apenas si queremos ir con ella o quedarnos
,con demasiado sueño para ver claramente
cómo lo que ignoramos trasciende a lo sabido.





El barco fantasma.

En el Magnalia Christy,
de los viejos tiempos coloniales,
puede encontrarse la leyenda en prosa
de lo que aquí está puesto en rima.

Un barco partió de New Haven
y el frío aire que hinchaba las velas,
al zarpar, se llenaba con las
oraciones de los hombres buenos.

"Oh, Señor, si es tu voluntad",
rogaban al Divino,
"sepultar a nuestros amigos el océano
llévatelos, pues tuyos son".

Pero el capitán Lamberton murmuró y
dijo para sí:
"Este barco es tan raro y caprichoso
que temo que sea nuestra tumba".

Y los barcos que venían de Inglaterra,
cuando los meses de invierno pasaron,
no trajeron nuevas de este barco
ni del capitán Lamberton.

La gente se puso a rezar
para que el Señor les permitiera saber
lo que, en su gran sabiduría,
había hecho de sus queridos amigos.

Por fin sus oraciones tuvieron respuesta;
corría el mes de junio
y faltaba una hora para la puesta de sol
de una tarde de viento.

Cuando se vio un barco
dirigirse a tierra con rumbo seguro
y supieron que se trataba del amo Lamberton,
que había partido hacía tanto tiempo.

Se acercó con una nube de velas
contra el viento que soplaba,
hasta que la vista podía distinguir
los rostros de la tripulación.

Entonces cayeron sus firmes mástiles
enredados en los obenques,
y las velas se soltaron
y salieron volando como nubes.

Los palos cayeron, despacio,
uno a uno, arrastrando las jarcias
y todo el conjunto se desvaneció
como la niebla al sol.

Las gentes que vieron este prodigio
dijeron a sus amigos
que aquella era la imagen de su barco
y aquél su trágico final.

Y el pastor del pueblo
Dio gracias a Dios en su oración
Por haber enviado este barco por el aire,
Para calmar sus inquietos espíritus.





Salmo de la vida.


No me digas lamentándote,
¡la vida no es más que un sueño vano!
Puesto que muerta está el alma que dormita
y las cosas no son lo que parecen.

¡La vida es real! ¡La vida es grave!
Y la tumba no es su meta.
Polvo eres y en polvo te convertirás,
no se refería al alma.

Ni el goce, ni el pesar
son a la postre nuestro destino;
es actuar para que cada amanecer
nos lleve más lejos que hoy.

El tiempo es breve y el arte es largo
y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos,
todavía, al igual que tambores sordos,
tocan marchas fúnebres hacia la sepultura.

En el extenso campo de batalla de este mundo,
en el campamento de la vida,
¡no seas como buey mudo aguijado!
¡sino héroe en el conflicto!.

¡Desconfía del futuro por agradable que sea!
Deja que el pasado entierrre a sus muertos.
¡Actúa, actúa en el vivo presente
el corazón firme y Dios guiándote!
Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan
que podemos sublimar las nuestras,
y al partir tras de sí dejan
sus huellas en las arenas del tiempo.

Huellas por las que quizás otro que navegue
por el solemne océano de la vida,
un hermano naúfrago desolado,
al verlas, vuelva a recobrar la esperanza.

En pie y manos a la obra,
con ánimo para afrontar cualquier destino.
Logrando y persistiendo,
aprendiendo así a trabajar y a esperar.





La cruz de nieve.


Durante las largas e insomnes vigilias de la noche,
un gentil rostro —el rostro de quien murió hace tiempo—
me observa desde la pared mientras el candil
proyecta a su alrededor un halo de pálida luz.
Aquí murió, en esta habitación; el martirio del fuego
nunca llevó al reposo una alma más pura
ni tampoco puede leerse en ningún libro
la leyenda de una vida más bendita.
Lejos de aquí, en el distante Oeste, hay una monte
que desafía el sol y muestra una cruz de nieve
en las profundas quebradas de una de sus laderas.
Así es la cruz que llevo hace dieciocho años
sobre el pecho, a través de la mudanza de estaciones
y paisajes, inmutable desde el día en que ella murió.





Santa Filomena.


(...)Los heridos en la batalla,
en lúgubres hospitales de dolor;
los tristes corredores,
los fríos suelos de piedra.

¡Mirad! En aquella casa de aflicción
Veo una dama con una lámpara.
Pasa a través de las vacilantes
tinieblas y se desliza de sala en sala.

Y lentamente, como en un sueño de felicidad,
el mudo paciente se vuelve a besar
su sombra, cuando se proyecta
en las obscuras paredes.(...)





Dos ángeles.


El ángel de la vida y el de la muerte un día
pasaron con el alba sobre mi humilde aldea;
la luz daba en sus rostros; cada cosa parecía
con el humo un carruaje de penacho que ondea.

Iguales en su aspecto y en su actitud iguales,
Idénticos sus rostros y sus nevadas vestes;
mas el uno ceñía corona de inmortales,
el otro de narciso y aureolas celestes.

De súbito pararon el vuelo; con espanto
dije: “Corazón mío, si lates, con violencia
descubrirás los seres queridos que amas tanto,
los seres que hacen dulce y alegre tu existencia.”

Desciende el que narcisos ceñía. Llega, toca
a mi puerta; mi alma dentro de sí se sume,
cual fuente que, si tiembla la tierra, por la boca
de hervoroso mana, al punto se consume.

Reconocí, temblando, las vagas agonías,
las penas que en mi infancia de terror me llenaron
y que en esos momentos feroces y sombríos
con triplicadas fuerzas de mí se apoderaron.

Abrirle por fin la puerta al santo mensajero:
a oír al Ser Supremo que todo bien ordena
dispúteme callado, sin atreverme, empero,
ni a sonreír de gozo ni a sollozar de pena.

Entonces, con sonrisa que iluminó mi estancia,
Exclama: “Soy el ángel que anuncia sólo vida”;
y antes de responderle, difundiendo fragancia,
desapareció dejando mi vida oscurecida.

De tu hogar a las puertas llegase en el momento
el ángel que ceñía corona de inmortales,
y con frases henchidas de tristísimo acento
pronunció, de la muerte los cantos sepulcrales.

Aquella faz de tu hija, graciosa y perfilada,
marchitóse y tu pecho se colma de tristeza;
un ángel entró solo, ¡oh amigo!, a tu morada,
y dos de allí salieron volando con presteza.

Todo a Dios pertenece. Cuando extiende su mano
apíñanse las nieblas, el cielo se encapota,
hasta que sonriente mira el valle, el Océano,
desde la oscura nube que huye a la región remota.

El ángel de la vida y el ángel de la muerte
Jamás sin tu mandato de la morada abierta
Traspasan los umbrales. ¿Quién pues, con mano fuerte
Podrá a sus mensajeros cerrar audaz la puerta?