lunes, 28 de abril de 2025

Poemas. Pierre Reverdy (1889-1960)

Dureza del corazón. 


Jamás hubiera querido volver a ver tu triste rostro
Tus mejillas hundidas y tus cabellos al viento
Me fui a campo traviesa
Bajo aquellos húmedos bosques
Noche y día
Bajo el sol y bajo la lluvia
Bajo mis pies crujían las hojas muertas
A veces brillaba la luna

Volvimos a encontrarnos cara a cara
Mirándonos sin decirnos nada
Y ya no tenía bastante sitio para irme de nuevo

Quedé mucho tiempo amarrado contra un árbol
Con tu amor terrible ante mí
Más angustiado que una pesadilla

Alguien más grande que tú, por fin, me liberó
Todas las miradas llorosas me persiguen
Y esta debilidad contra la que no se puede luchar
Huyo rápidamente hacia la maldad
Hacia la fuerza que yergue sus puños como armas

Sobre el monstruo que me arrancó de tu dulzura con sus garras
Lejos de la opresión blanda y suave de tus brazos
Me voy respirando a pleno pulmón
A campo traviesa a bosque traviesa
Hacia la ciudad milagrosa donde mi corazón palpita.





Partida.


El horizonte se inclina
                                              Los días son más largos

                                              Viaje
               Un corazón salta en una jaula
                                              Un pájaro canta
                                              Va a morir
Otra puerta se va a abrir
              Al fondo del corredor
                                              Donde se enciende
                                              Una estrella
Una mujer morena
              La linterna del tren que parte.





Nocturno. 


La calle enteramente a oscuras y la estación no ha dejado huella.
Hubiera querido salir y retienen mi puerta. Sin embargo, allá arriba,
alguien vela y la lámpara está apagada.
     Mientras que los reverberos no son más que sombras, los anuncios
continúan a lo largo de las palizadas. Escucha, no se oye el paso de ningún
caballo. Sin embargo, un caballero gigantesco se precipita sobre una
bailarina y todo se pierde girando, detrás de un terreno baldío. Sólo la noche
conoce el lugar donde se reúnen. Cuando llegue la mañana revestirán
sus colores resplandecientes. Ahora todo calla. El cielo parpadea y la luna
se oculta entre las chimeneas. Los agentes de policía mudos y sin ver nada
mantienen el orden.





Horizonte.


Mi dedo sangra
Con él
Te escribo
El reinado de los viejos reyes se acabó
El ensueño es un jamón
Pesado
Que cuelga del techo
Y la ceniza de tu cigarro
Contiene toda la luz

En la curva del camino
Los árboles sangran
El sol asesino
Ensangrienta los pinos
Y a los que pasan por la pradera húmeda

La tarde en que se durmió el primer mochuelo
Yo estaba ebrio
Mis miembros laxos cuelgan ahí
Y el cielo me sostiene
El cielo en que lavo mis ojos todas las mañanas





Envidia. 


 Visión abigarrada y tenue en su cabeza, huyes de la mía. Posee los astros
y los animales de la tierra, los campesinos y las mujeres para servirse de ellos.
Lo ha mecido el Océano, a mí el mar, y fue él quien recibió todas las estampas.
Roza ligeramente los despojos que encuentra, todo se ordena y siento
mi cabeza pesada que aplasta los frágiles tallos.
     Si creíste, destino, que podría partir me hubieras dado alas.





El viento y el espíritu. 


  Es una quimera extraordinaria. La cabeza, más alta que aquel piso,
se ubica entre los dos alambres y se arrellana y se mantiene, nada
se mueve.
     La cabeza desconocida habla y no comprendo una palabra, no oigo
un sonido -abajo contra la tierra. Estoy siempre en la acera de enfrente
y miro; miro las palabras que va a arrojar más lejos. La cabeza habla y
no oigo nada, el viento dispersa todo.
     Oh gran viento, burlón o lúgubre, he deseado tu muerte. Y pierdo
mi sombrero que también tomaste. Nada tengo ya; pero dura mi odio
¡ay más que tú mismo!






Corazón a corazón.


Por fin heme de pie
He pasado por ello
Alguien pasa también por ello ahora
Como yo
Sin saber dónde va

Yo temblaba
Al fondo del cuarto el muro era negro
Y temblaba también
Cómo pude franquear el umbral de esa puerta

Se podría gritar
                   Nadie oye
Se podría llorar
                           Nadie comprende

Encontré tu sombra en la oscuridad
Era más dulce que tú misma
Otrora
Estaba triste en un rincón

La muerte te ha traído esa tranquilidad
Pero hablas hablas todavía
Querría dejarte
Si solo viniera un poco de aire
Si el exterior nos permitiera aún ver claro
Nos asfixiamos
El techo pesa sobre mi cabeza y me empuja
Dónde ponerme dónde partir

No tengo bastante sitio para morir
Dónde van los pasos que se alejan de mí y que escucho
Allá lejos muy lejos
Estamos solos mi sombra y yo
La noche desciende.





Cara a cara.


  Se adelanta y la rigidez de su paso tímido traiciona su aplomo.
Las miradas no abandonan sus pies. Todo lo que brilla en aquellos ojos,
de donde brotan malos pensamientos, alumbra su caminar titubeante.
Va a caerse.
     En el fondo del salón una imagen conocida se yergue. Su mano tendida
va hacia la suya. Ya no ve sino aquello; pero de pronto, tropieza
contra sí mismo.





Blanco y negro. 


Cómo vivir en otra parte sino cerca del gran árbol blanco
de aquella lámpara
               El anciano arrojó uno a uno sus dientes de marfil
Para qué seguir mordiendo a esos niños que no mueren nunca
               El anciano
                           Los dientes
                                  Sin embargo no era el mismo sueño
Y cuando se imaginó que era tan grande como Dios mismo cambió
su religión y abandonó su vieja cámara oscura
              Después compró nuevas corbatas y un armario
Pero ahora su cabeza tan blanca como un árbol ya no es en efecto
más que una miserable bolita abajo de las gradas
                                  De lejos la bola se mueve
             Hay un perro al lado y en su forma
De lejos cuando el perro se mueve ya no se sabe si es la bola.





Arrugas del tiempo.


Cuanto más grito más fuerte es el viento
La puerta se abre
Arrastra la piel y las plumas
Y el papel que vuela
Corro por el camino tras las hojas
Que echan a volar
El techo se rebela
Hace calor
El sol es un imán
Que nos sostiene

Desde kilómetros
Me gusta el ruido que haces
Con tus pies
Me dicen que corres
Pero nunca llegarás nunca

El Viejo aficionado al arte tiene una sonrisa idiota
Falsario y ladrón
Animal nuevo
Todo le da miedo
Se apergamina en un museo
Y participa en las exposiciones
Lo he puesto dentro de un volumen en el ultimo anaquel

Ya no cae la lluvia
Cierra tu paraguas
Que vea tus piernas
Abrirse al sol.


Poemas. Carles Riba (1893-1959)

Un amante grita el nombre. 


Dios pudo hacer abrirse el brote
de una rosa más, la más noble
en alba de una isla sin hombres;
por remoto cambio nocturno,
romper, entre un cielo y el suyo,
en sonrisa un astro, el más puro;
y en golfo secreto, acabar
con la dulzura del gran mar
en la ola que brilla más:
prefirió dijera un amante
un nombre, solo en triste calle,
de súbito el nombre inefable,
lo gritase al viento brutal
que hace temblar todo rosal,
la vela del que cruza el mar,
y que rosa la noche vuelve
al viandante sin albergue.





Tankas del recuerdo.


41
Otra llamada,
no del bosque, hace pura
la umbría insomne.
Voy delante. ¿Me sigues?
No me vuelvo. ¿Me amas?



45
Siguiendo siempre
Las invisibles aves
de la esperanza,
¿hasta dónde se ha ido
esta vez, que no vuelve?



56
La noche, el día,
el sueño con sus sueños,
la pena, el gozo,
parece nos escondan
y mejor nos despierten.



62
¡Pura te siento
hecha de tantas voces,
patria, de tanta
esperanza que se alza
aún más que las banderas!





Tankas de las cuatro estaciones.


Vastedades.

2
Luz en el viento
y en un viaje el mundo.
¡Ah,juventud
dentro de esta mirada,
dentro de mi añoranza!



3
Celosa, el alba
ha robado a mi sueño
beso y garganta.
Tres rosas me esperaban:
he perdonado al día.



6
A la memoria
te acercas cual la luna.
¿Vives? ¿Has muerto?
Nunca podré saberlo:
ya no vienes al alba.



8
Qué enfurecidas
oigo correr las aguas
de nuestro amor,
si a ti voy por el débil
puente de una caricia!



15
Una hoja más
desiste de la rama;
siempre parece
mayor el jardincillo
y que ya nos olvida.



25
Toda la vida
veré cómo te alzaste
desde ti misma,
nuda y nueva como el alba
y veraz como un sueño.



30
Sobre el silencio
de un ruiseñor atónito
llora la lluvia
en la noche de frondas
y sobre mi añoranza.





Segunda elegía de Bierville.


¡Sunion! Te evocaré de lejos con un grito de alegría,
a ti y a tu sol leal, rey de la mar y el viento:
por tu recuerdo, que me eleva, feliz de sal exaltada,
con tu mármol absoluto, noble y antiguo yo como él.
¡Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas
que en el fondo de tu salto, bajo la ola risueña,
duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura,
por el marinero, que por ti orienta su rumbo;
por el ebrio de tu nombre, que a través del desnudo carrascal
viene a buscarte, extremo como la certeza de los dioses;
por el exiliado que a través de oscuras arboledas te vislumbra
súbitamente, ¡oh preciso, oh fantasmal!, y conoce
por tu fuerza la fuerza que lo salva de los golpes de fortuna,
rico de lo que ha dado, y en su ruina tan puro.





Por tres fulgores conocí el amor.


 Por tres fulgores conocí el amor,
         tres fulgores nocturnos:
         por astros blancos, pecho abierto,
         fucilar del ocaso mustio.

Que venida de lejos los brazos extendías,
¡cómo yacías en tu cuerpo que brillaba!
Te veía y tomaba fuera de nuestros días,
y eras cierta en la orilla de una oscura mar brava.

          Por tres caminos encontré el amor ,
          por tres se ha escabullido:
          por astros reyes, por congoja,
          por alba de oriente florido.





Más allá.


Como proa con ola,
como luz con el vidrio,
como amante y amada,
me encontraré contigo,
Esperanza, Esperanza,
tú adusta, yo firmísimo.

No sabré si es amor
o si una brava lucha;
si fasto o languidez.
Será la prueba pura,
Esperanza, Esperanza,
¡más allá, más ventura!





La noche quiso que fuésemos noche...


La noche quiso que fuésemos noche
también nosotros, térreos
como la sombra y como los animales
que vagan desnudos a la caza del deleite.
El aire, entre tu pecho y mi pecho,
se cargó de hondas sales;
corríamos en fuentes abismales;
inundábamos de luna islas de olvido.

Nuestra vida, pobre si la entendíamos
según la luz, se había expandido
en ardiente, oscura flor.

Todo en la Aventura cambiaba:
si me mirabas, no era yo;
si te reías, no eras impura.





Don del poema.


   ¿A quién sino a ti diré
la hora llorada en la soledad invisible,
amor, donde crece y calla el ansia imposible,
donde es incierto el astro, nocturno el verde es,
donde sed de más sed hace el ansia imposible?

               ¡Me llamas, real amor vero!
Puedo huir: todo lazo arde en tu llama púrpura;
puedo morir: ¡el fruto me es dado en tu dulzura!
Pero resto en tu vida, nazco a lo que más quiero
desde el centro secreto de tu propia dulzura.

               Vivo, y no por antiguos sueños,
amor, yo te traeré el inefable poema,
sino por la hora tuya, pura en su rama extrema,
o por pobres trabajos de mis manos empeño
por imitar la flor -¡oh inefable poema!





Conjugaría.


 Conjuraría, en súplica, a la noche
          y con la noche a una tormenta ardiente:
grandes vientos que alteran los armoniosos lagos,
en dulzuras de umbría, cuernos de acoso huraño,
bruscas muertes de estrellas; y súbita, más tarde
          una brillante aurora que te hablase
                  -conjuraría, suplicante, al cielo,
                  para llenar tus brazos abiertos.

          Precisaría, mi mano en tu frente,
          el habla de un lenguaje inexistente:
violines entre nácares de un marino silencio,
alondras sobre el mundo en su primer destello,
silabear de fuentes; y súbito, más tarde
          tu nombre cotidiano despertarte
                  -como escolta sólo precisos,
                  amor, mis sueños ofrecidos.





Canción en la calma muerta. 


¡Melancolía en calma!
¡Ni aire ni pena viva
para animar las velas
de este día sin islas!
El tiempo es sólo ámbito,
el ámbito es huida
de ojos hacia un allá;
sin llenar los vencía.
La hora viene sin ola,
queda sin agonía:
como muerta desnuda
que nuda y triste iba.
No tienen peso ni alas
palabras que diría:
que en aire un aire fueran
poco se sentiría.
La noche habrá venido,
y me apercibiría,
no por pasos contiguos
ni por guía que brilla,
sino por rodearme
así de mi salida,
cual si, de mi sobrando,
dejarme no querría:
de mí, con el destino
y nombres que no signan,
con la esperanza negra.
y la memoria a trizas.