viernes, 14 de junio de 2024

Poemas II. Emily Dickinson (1830-1886)

Cada pesar que me encuentro mido.


Cada pesar que me encuentro mido
con ojos atentos y escrutadores...
Me pregunto si pesa como el mío
o si su tamaño es más llevadero.

Me pregunto si lo aguantan de largo
o bien si justo acaba de comenzar;
la fecha del mío no puedo decir...
como un dolor tan añejo es sentido.

Me pregunto si les dolerá vivir,
si por seguir en pie han de afanarse
y si elegir les fuera permitido
acaso no preferirían morir.

Noto que algunos, con harta paciencia,
al cabo restablecen su sonrisa...
imitando a una de esas lámparas
con una pizca de aceite provistas.

Me pregunto si al irse acumulando
los años...unos miles...sobre el dolor
que temprano les hiriera, tal lapso
pueda procurarles algún remedio.

O si aún continuarán padeciendo
a lo largo de siglos de coraje,
iluminados hasta un sufrimiento
comparado con el amor más grande.

Multitud son los afligidos, dicen,
multitud son las causas y variadas,
la muerte tan sólo es una y sucede
de repente y sólo clava los ojos.

Hay el penar de escasez o de frío,
hay eso que llaman “desesperanza”,
hay el destierro de ojos naturales
privados de ver el aire natural.

Y si bien su especie con exactitud
sea incapaz de precisar, aun así,
un vivo consuelo me proporciona
marchar de paseo por el calvario.

En los modelitos de cruz fijarme
y ver cuales son las que más se llevan,
fascinada mucho más al sospechar
que algunas son réplicas de la mía.




Me fui temprano, me llevé a mi perro.


Me fui temprano -me llevé a mi perro-
a visitar el mar.
Las sirenas del sótano
salían a mirarme

y, en el piso de arriba, las fragatas
extendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
encallada en la arena.

No huí, con todo. Hasta que el flujo
me llegó a los zapatos
y al delantal y al cinturón
y enseguida al corpiño,

tal como si intentara devorarme
como a una gota de rocío
en una flor de diente-de-león.
Entonces salí huyendo.

Él me siguió. Venía detrás, cerca.
Sentía su tacón de plata
en mi tobillo y mis zapatos
rebosaron de perlas.

Los dos llegamos hasta el pueblo firme.
No parecía conocer a nadie.
me miró con dureza
y se fue, haciéndome una venia.




Los sueños son el sutil Don.


Los sueños son el sutil Don
que nos vuelve ricos por una hora
luego nos arrojan pobres.

Afuera de la púrpura puerta
En el precinto frío
Anterior antes poseído.




Sobreviví la noche de un modo secreto.


Sobreviví la noche de un modo secreto
y entro en el día.
Le basta al que está a salvo saber que fue salvado
aunque no sepa el cómo.

Tomo, pues, mi lugar entre los vivos,
como quien deja que lo lleven,
candidata al azar de la mañana
pero citada con los muertos.




En mi flor me he escondido.


En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuviera...
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.

En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.




En mi dedo tenía una sortija.


En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido, bello.
Y me quedé dormida sobre la suave hierba.
Al despertar miré sobresaltada
Mi mano pura en aquella tarde clara.
La sortija entre mis dedos ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
Es sólo un recuerdo de color dorado.




Mi vida se había parado. (Un arma cargada)


Mi vida se había parado -un Arma Cargada-
en los Rincones -hasta que un día
el Dueño pasó -me identificó-
y me llevó lejos-

Y ahora vagamos por Bosques Soberanos-
y ahora cazamos a la Cierva-
y cada vez que hablo por él-
las Montañas contestan diligentes-

Y sonrío, tal luz cordial
sobre el resplandor del valle-
es como si una cara Vesuviana
hubiera dejado su voluntad a su paso-

Y cuando en la noche -acabado nuestro buen día-
guardo la cabeza de mi amo-
Es mejor que haber compartido
la profunda almohada de plumón-

De Su enemigo -soy enemigo mortal-
ninguno se agita por segunda vez-
en quién pongo un ojo amarillo-
o un pulgar enfático-

Aunque Yo así como él -podamos vivir largamente
él debe vivir más -que Yo-
porque yo tengo el poder de matar,
Sin -el poder de morir-




El lujo de entender.


El lujo de entender
el lujo sería
de mirarte una sola vez
y volverme un Epicuro

cualquiera de tus presencias sirve
de futuro alimento
apenas recuerdo haber muerto de hambre
tan bien surtida estaba -

el lujo de meditar
el lujo era
darme el festín de tu semblante
otorga suntuosidad

en días habituales,
cuya lejana mesa
como la certidumbre recuerda
está puesta con una sola migaja
la conciencia de ti.




Yo jamás he visto un yermo.


Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.

Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de a dónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero.




Velámenes de púrpura se mecen.


Velámenes de púrpura se mecen
con suavidad en mares de narciso;
marineros fantásticos se esfuman
y queda el muelle en la quietud sumido.




Poder discrecional tuve en mi mano.


Poder discrecional tuve en mi mano
y con denuedo contra el mundo fui;
dos veces temeraria lo he afrontado
tan sólo con la honda de David.

Aunque la piedra le arrojé segura
fui sólo yo la que me desplomé :
¿de Goljat fue muy grande la estatura
o quizá fue mayor mi pequeñez?




De las almas creadas.


De las almas creadas
supe escoger la mía.
Cuando parta el espíritu
y se apague la vida,
y sean Hoy y Ayer
como fuego y ceniza,
y acabe de la carne
la tragedia mezquina,
y hacia la Altura vuelvan
todos la frente viva,
y se rasgue la bruma...
yo diré: Ved la chispa
y el luminoso átomo
que preferí a la arcilla.




Tan lejos de la piedad como la queja.


Tan lejos de la piedad, como la queja-
tan frío a la palabra -como la piedra-
inconmovible a la revelación
como si mi oficio fuera de hueso-

tan lejos del tiempo -como la historia-
tan cerca de uno mismo -hoy-
como niños, a las bufandas del arco iris-
a la puesta de sol a su juego amarillo

a los párpados en el sepulcro-
¡cuán mudo yace el danzarín-
cuando las revelaciones del color se rompen-
y resplandecen -las mariposas!




A una Casa de Rosa.


A una Casa de Rosa no te acerques
demasiado, que estragos de una brisa
o el rocío inundándola -una gota-
abatirán su muro, amedrentado.

Y atar no intentes a la mariposa,
ni escalar setos del arrobamiento.
Hallar descanso en lo inseguro
está en el mismo ser de la alegría.




Él era débil y yo fuerte.


Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
y entonces yo era débil y él era fuerte,
y dejé que él me guiara a casa.

No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.

El día irrumpió, tuvimos que separarnos,
ahora ninguno de los dos era más fuerte,
él luchó, yo también luché,
¡pero no lo hicimos a pesar de todo!




Sentí un funeral en mi cerebro.


Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose- hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente

-y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor-
comenzó a batir -a batir- hasta que pensé
que mi mente se volvía muda-

y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio- comenzó a repicar,

como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí

-y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí-
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces -




A salvo en sus cámaras de alabastro.


A salvo en sus Cámaras de Alabastro
Insensibles al amanecer y al mediodía
Duermen los mansos miembros de la Resurrección
Viga de raso, y techo de piedra.

La luz se ríe de la brisa en su castillo sobre ellos
murmura la abeja en un oído imperturbable,
Trinan los dulces Pájaros en cadencia ignorada
-Ah, ¡Cuánta sagacidad aquí perecida

Solemnes pasan los años, crecientes , sobre ellos
los mundos recogen sus arcos -y los firmamentos reman-
Se arrojan diademas y se rinden los dogos
Tácitos como puntos -sobre un Disco de nieve-.




Podría estar más sola.


Podría estar más sola sin mi soledad,
tan habituada estoy a mi destino,
tal vez la otra paz,
podría interrumpir la oscuridad
y llenar el pequeño cuarto,
demasiado exiguo en su medida
para contener el sacramento de él,

no estoy habituada a la esperanza,
podría entrometerse en su dulce ostentación,
violar el lugar ordenado para el sufrimiento,

sería más fácil fallecer con la tierra a la vista,
que conquistar mi azul península,
perecer de deleite.




Soy nadie. ¿Tú quién eres?


Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.

Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca admiradora.




Presentimiento.


Presentimiento es esa larga sombra
que poco a poco avanza sobre el césped
cuando el sol sus imperios abandona...

Presentimiento es el susurro tenue
que corre entre la hierba temerosa
para decirle que la noche viene.


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