De en marcha.
Anteayer dormí en el prado
sobre el olor de la hierba,
ayer entre los pinares,
hoy en la tranquila selva,
mañana, raso con raso,
solo entre el cielo y la tierra.
El alba de cada sol
nuevo campo me revela,
y el sueño de cada noche
las mismas hondas estrellas.
En el día se recorre
lo que en la noche se sueña:
siempre la misma esperanza
bajo distinta promesa,
y en la noche se vigila
todo lo que el paso deja,
compañía militar
en camino de la ausencia.
¿Cuánto será lo que avanza
y cuánto lo que regresa?
Corazón aventurado:
¿qué miras en lo que sueñas?
La sangre, toda la sangre.
La tierra, toda tu tierra.
El amor desierto.
Quien le dé un corazón a este minuto
yerto, a este fluir sin armonía,
a esta mi sangre dolorosa y fría,
a este seco dolor sin voz ni luto.
Quien pula aristas al diamante bruto,
quien vuelva al ave su perdida guía,
quien haga soledad y compañía,
voz y silencio al cántico absoluto.
Quien me devuelva todos mis paisajes
y vea, en mis quietudes recogida,
costa anhelada y velo de mis viajes;
Quien la salud me torne con su herida,
quien a mis sueños vista con sus trajes,
¡ansia sin forma! cumplirá mi vida.
El idilio que sólo fue mirada.
Es, si en olvidos dolorosos entro,
tu voz jamás oída la que grita.
Fuiste eterno después y eterna cita
que no cumplió el minuto del encuentro.
Como órbita turbada por su centro
que en fugas torna y el contacto evita,
con la certeza del amor escrita,
vivías lejos y latías dentro.
Ni caricia ni voz se conocieron,
ni el aire sospechó nuestros amores
que en un tiempo sin horas se durmieron.
Ojos tuvo el amor, siembra sin flores,
y en aquellos sin llanto que me vieron
aún me verán las lágrimas que llores.
Elegía a un retrato.
Muerta que mueve a amor, presente vida
con la sangre arrastrada por pinceles
y de nuevo en mis ojos concebida.
Muerta en muerte nublada por laureles,
con los últimos llantos enterrados,
en el descanso de tu carne, fieles.
Muerta de los minutos reposados,
lejana de tus siglos de ceniza
y de tus breves años animados.
Caliente juventud que se eterniza
en el único vuelo de mirada
que a una luz sin edades paraliza.
Vida por blandas rosas encauzada,
venas al tiempo del mejor latido
vertidas en la boca enamorada.
Seno en la nieve del suspiro erguido,
frente en el frágil pensamiento fría
bajo oro en seda sin rubor ceñido.
Peso de nube, grave de armonía,
en cándido vestido sin materia
que de ascua cede al hielo su porfía.
Oh, muerte dulce, tu presencia sería
posada, sin atmósfera en el lecho
hiela del tiempo la fluida arteria.
La voz que guarda tu lejano pecho
habla en la risa de tu nueva esencia
adolescente, del ayer deshecho.
Tus ojos me revelan la evidencia
de aquellos ojos que brotaron flores
en polvo de tu muerte sin ausencia.
Tu talle, apenas arco de temores,
libra sus flechas hacia el bosque yerto,
en el que fueron ramas tus temblores.
Sólo mi amor para la angustia abierto
sufre de no llegar a las entrañas
del dolor a mis venas descubierto.
Oh, forma que a amor mueves y que engañas
-viva sin existir, muerta sin piedra-
al fuego frío que sin llanto bañas.
Dime cuál árbol de tus huesos medra,
señálame el verdor que te levanta
y al tronco limpio juntaré mi hiedra.
Pero en la fiel mudez de tu garganta
vuelvo a verte tan cierta y renacida
velada por un aire que no canta,
que se torna la muerte la fingida.
Y tú, la trenzadora del anhelo
que asciende casi eterno por mi vida,
confuso si de tierra o si de cielo.
Epitafio de la amada en la voz del amante.
No es, enterrada bajo sauce mudo,
piedra y silencio su presencia pura,
la encuentro en alas de tu voz segura
de vida y muerte en amoroso nudo.
Su luz erige tu clamor agudo
y en él anida su feliz ternura,
puebla del gozo la florida altura
y de los llantos el vergel desnudo.
Todo tu verbo de su pulso nace,
toda tu tierra se estremece y vive
de ser la tierra en que su forma yace.
Tu ser cumplido de su ayer recibe
este balido que en sus labios pace
hierba presente que el mañana escribe.
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