viernes, 25 de abril de 2025

Poemas III. Dionisio Ridruejo (1912-1975)

Manos orantes.

Como tibia azucena adelantada
castamente, entre el alba y el rocío;
orante nieve, cúpula de frío,
ojiva pura, levedad trenzada.

Como ramo del alma, revelada
pulcramente a la luz sin atavío
como la fe del suspirante brío
en un vuelo de carne sosegada.

Como un sueño de amor encaminado,
en alba de gemelos surtidores,
al éxtasis del cielo recatado.

Como ave par, alzada sin temblores,
calmando en un misterio desposado
la desazón humana de las flores.





Memoria.

Y resbaló el amor estremecido
por las mudas orillas de tu ausencia.
La noche se hizo cuerpo de tu esencia
y el campo abierto se plegó vencido.

Un ayer de tus labios en mi oído,
una huella sonora, una cadencia,
hizo flor de latidos tu presencia
en el último borde del olvido.

Viniste sobre un aire de amapolas.
Como suspiros estallando rojos,
bajo el ardor de las estrellas plenas,

los labios avanzaron como olas.
Y sumido en el sueño de tus ojos
murió el dolor en las floridas venas.





Nostalgia del primer amor.

Tu soledad de nieve reclinada,
virginal y sencilla, en mi memoria,
como agua fiel de fatigada noria
viene a regar mi voz enamorada.

¡Cómo recrea el alma sosegada
la penumbra y dulzor de aquella historia
con resplandores de tardía gloria
entre abejas y frutos constelada!

¡Oh, delicada llama, ardor primero
velado en llanto y celestial mirada,
par del trino, la fuente y la azucena!

Mírame combatido y prisionero
volver a tu ilusión breve y tronchada
como un temblor en la desierta arena.





Serena tú mi sangre, clara fuente.

Me está dejando casi sin entrañas
este tremendo amor enarbolado
-¡Oh, páramo de ardores dilatado!-
en que escucho mis voces como extrañas.

Serena tú mi sangre en las cabañas
íntimas de tu ser y tu cuidado,
y guárdame en el aire enamorado
con que a veces mi dolor engañas.

Si mi lumbre te duele, ¡Oh, clara fuente!,
yo borraré los húmedos celajes
que tus párpados prenden tibiamente.

Volveré a tus cielos sus paisajes
clavándote en los ojos hondamente
los mansos huertos de mi ardor salvajes.





Ven a mis dulces campos de ribera...

Ven a mis dulces campos de ribera
que suspiran en álamos por verte.
Hacia la brisa que tu aliento vierte
levantará sus hierbas la pradera.

Se cuajará de flor la primavera
que al peso de tu sueño se despierte.
Saldrán de las raíces de la muerte
las alas de la vida que te espera.

Las aguas de la espuma de tu baño
se abrirán como labios, como orillas,
para besar la luz en tu tamaño.

Y ahora que sólo de inminencia brillas,
mira en mi corazón, año tras año,
pleno el mundo y las horas de rodillas.


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