lunes, 30 de junio de 2025

Poemas. Antonio González Bravo (1885-1962)

Mariposa de oro. 


Sobre el lago, hacia el azul
se eleva la mariposa;
oro brillante sus alas
reverberan con el sol.

Se copia en las aguas verdes
De la orilla, cavilando
Y, al despertar, tenue, agita
Cuernitos de filigrana.

Mariposa, sigue en vuelo!
O quieto oro,
Pensativa quédate!

En el totoral liviano
jugando la mariposa
igual que flor de caléndula
pétalo trémulo va.

De aquí para allí traviesa
Como una pluma dorada
Va perdiéndose en el aire.

¡Ay mariposa amarilla,
ya huyes, ya te me acercas!
También en el corazón
se acumulan los anhelos,
y hacia el puro azul del cielo
sube su entrañable brillo.

De todas las penas juntas
escondidas en el río
con su frágil aleteo
hace surgir la alegría.

Mariposa leve y breve,
sea tu vida perenne
y perenne tu alumbrar.





Brindis. 


Magníficos anillos, brazaletes, diademas,
oro y plata relumbran en rica pedrería;
la sal de la fiesta a luz de antorchas luce
tejidos de vicuña, cerámicas, plumajes.

Curacas, Apus, Mallcus, entrañables señores:
ya pasaron las lluvias, todo florece hoy dia.
Es el tiempo florido, la juventud del campo
De joven alegría el corazón se llena.

El maíz en los cantaros fermenta en oro cálido
trayéndonos de nuevo dulzor de las mazorcas;
en los vasos rituales se recobra la lumbre
del sol dormido en seno de eterna Madre Tierra.

Brindemos con la chicha! Levantemos el santo
vaso del corazón! Que tenga fuerza y claridad!
Rociemos unas gotas para la verde sementera;
para el ganado tierno. ! Recordemos días felices
y las glorias de los grandes Curacas difuntos!

Los años pasan pronto, la vida se termina,
y el corazón del hombre como la frágil caña
de la siringa, habla, y canta hasta morir
para ser después brizna arrojada en el polvo.

En esta noche espléndida, oro y plata el espacio,
oro y plata la casa, levantemos el santo
vaso del corazón! Todo florece.
También el corazón esta florido.





A la estrella de la tarde. 


Clara estrella de la tarde
de límpido cintilar,
en el cielo y en el alma
se enciende tu luz de plata.

Cuando el trabajo termina
Tu das alivio a la vida,
Y a negra noche que asoma
Suavizas con tu blancura.

¡Brillas en el firmamento;
y el corazón iluminas!

En esta existencia mísera
todo termina de prisa;
pero tu brillar eterno
a las noches se vacía.

Sólo al mirarte, en el alma
se vierte tu luz; y dentro,
como en lago transparente,
se refleja otro Universo.

¡Brillas en el firmamento;
y el corazón iluminas!

Bella estrella de la tarde
que alegraste a los abuelos,
desde los oscuros tiempos
antorcha de blanco fuego.

Y después será lo mismo
para los hombres que vengan:
con tu luz de plata en polvo
vas a embellecer la vida.

¡Brillas en el firmamento;
y el corazón iluminas!


Poemas. Álvaro Mutis (1923-2013)

Sonata 2. 


Por los árboles quemados después de la tormenta.
Por las lodosas aguas del delta.
Por lo que hay de persistente en cada día.
Por el alba de las oraciones.
Por lo que tienen ciertas hojas
en sus venas color de agua
profunda y en sombra.
Por el recuerdo de esa breve felicidad
ya olvidada
y que fuera alimento de tantos años sin nombre.
Por tu voz de ronca madreperla.
Por tus noches por las que pasa la vida
en un galope de sangre y sueño
Por lo que eres ahora para mí.
Por lo que serás en el desorden de la muerte.
Por eso te guardo a mi lado
como la sombra de una ilusoria esperanza.

De "Los trabajos perdidos"





Sonata.


Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
cono tren en la noche de las páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que enjuta la fiebre de los ghettos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.

De "Los trabajos perdidos"





Dos poemas. 


1. Si oyes correr el agua

Si oyes correr el agua en las acequias,
su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,
con el apagado sonido de algo
que tiende a demorarse en la sombra vegetal.
Si tienes suerte y preservas ese instante
con el temblor de los helechos que no cesa,
con el atónito limo que se debate
en el cauce inmutable y siempre en viaje.
Si tienes la paciencia del guijarro,
su voz callada, su gris acento sin aristas,
y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
es bueno que sepas que allí van a llamarte
con un nombre nunca antes pronunciado.
Toda la ardua armonía del mundo
es probable que entonces te sea revelada,
pero sólo por esta vez.
¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua
que se evade sin remedio y para siempre?

2. Como espadas en desorden

                                                              Mínimo Homenaje a Stéphane Mallarmé

Como espadas en desorden
la luz recorre los campos.
Islas de sombra se desvanecen
e intentan, en vano, sobrevivir más lejos.
Allí, de nuevo, las alcanza el fulgor
del mediodía que ordena sus huestes
y establece sus dominios.
El hombre nada sabe de estos callados combates.
Su vocación de penumbra, su costumbre de olvido,
sus hábitos, en fin, y sus lacerías,
le niegan el goce de esa fiesta imprevista
que sucede por caprichoso designio
de quienes, en lo alto, lanzan los mudos dados
cuya cifra jamás conoceremos.
Los sabios, entretanto, predican la conformidad.
Sólo los dioses saben que esta virtud incierta
es otro vano intento de abolir el azar.

De "Poemas dispersos"





Nocturno 3. 


Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el zinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.

De "Los trabajos perdidos"





Nocturno 2. 


Respira la noche,
bate sus claros espacios,
sus criaturas en menudos ruidos,
en el crujido leve de las maderas,
se traicionan.
Renueva la noche
cierta semilla oculta
en la mina feroz que nos sostiene.
Con su leche letal
nos alimenta
una vida que se prolonga
más allá de todo matinal despertar
en las orillas del mundo.
La noche que respira
nuestro pausado aliento de vencidos
nos preserva  y protege
"para más altos destinos".

De "Los trabajos perdidos"





Nocturno.


La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
f donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.

De "Los elementos del desastre"





Letanía. 


Esta era la letanía recitada por el gaviero mientras se bañaba
las torrenteras del delta:

     Agonía de los oscuros
     recoge tus frutos.
     Miedo de los mayores
     disuelve la esperanza.
     Ansia de los débiles
     mitiga tus ramas.
     Agua de los muertos
     mide tu cauce.
     Campana de las minas
     modera tus voces.
     Orgullo del deseo
     olvida tus dones.
     Herencia de los fuertes
     rinde tus armas.
     Llanto de las olvidadas
     rescata tus frutos.
     Y así seguía indefinidamente mientras el ruido de las aguas
ahogaba su voz y la tarde refrescaba sus carnes laceradas por
los oficios más variados y oscuros.

Extraído de ciertas visiones memorables de Maqroll El Gaviero
de la Obra poética.





La orquesta. 


1
     La primera luz se enciende en el segundo piso de un café. Un
sirviente sube a cambiarse de ropas. Su voz gasta los tejados y en
su grasiento delantal trae la noche fría y estrellada.

2
     Aparte en un tarro de especias vacío, guarda un mechón de pelo.
Un espeso y oscuro cadejo de color indefinido como el humo de los trenes
cuando se pierde entre los eucaliptos.

3
     Vestido de amianto y terciopelo, recorrió la ciudad. Era el pavor disfrazado
de tendero suburbano. Cuántas historias se tejieron alrededor de sus palabras
con un sabor de antaño como las nieves del poeta.

4
     Así a primera vista, no ofrecía belleza alguna. Pero detrás de un cuerpo
temblaba una llama azul que arrastraba el deseo, como arrastran ciertos ríos
metales imaginarios.

5
     Otra luz vino a sumarse a la primera. Una voz agria la apagó como se mata
un insecto. A dos pasos de allí, el viento golpeaba ciegas hojas contra ciegas estatuas.
Paz del estanque. ..luz opalina de los gimnasios.

6
     Sordo peso del corazón. Tenue gemido de un árbol. Ojos llorosos limpiados furtivamente
en el lavaplatos, mientras el patrón atiende a los clientes con la sonrisa sucia de todos los días.
     Penas de mujer.

7
     En las aceras, el musgo dócil y las piernas con manchas aceitosas de barro milenario.
En las aceras, la fe perdida como una moneda o como una colilla. Mercancías.
Cáscara débil del hollín.

8
     Polvo suave en la oreja donde brilla una argolla de pirata. Sed y miel de las telas.
Los maniquíes calculan la edad de los viandantes y un hondo, innominado deseo surge
de sus pechos de cartón. Mugido clangoroso de una calle vacía. Rocío.

9
     Como un loco planeta de liquen, anhela la firme baranda del colegio con su campana
y el fresco olor de los laboratorios. Ruido de las duchas contra las espaldas dormidas.
     Una mujer pasa y deja su perfume de cebra y poleo. Los jefes de la tribu se congregaron después de la última clase
y celebran el sacrificio.

10
     Una vida perdida en vanos intentos por hallar un olor o una casa. Un vendedor ambulante
que insiste hasta cuando oye el último tranvía. Un cuerpo ofrecido en gesto furtivo y ansioso.
Y el fin, después, cuando comienza a edificarse la morada o se entibia el lecho de ásperas cobijas.

De "Los elementos del desastre"





El deseo. 


  Hay que inventar una nueva soledad para el deseo. Una vasta  soledad de delgadas orillas
en donde se extienda a sus anchas  el ronco sonido del deseo. Abramos de nuevo todas las
venas del placer. Que salten los altos surtidores no importa hacia dónde.
Nada se ha hecho aún. Cuando teníamos algo andado, alguien se detuvo en el camino para ordenar sus vestiduras y todos se detuvieron tras él. Sigamos la marcha. Hay cauces secos
en donde pueden viajar aún aguas magníficas.
     Recordad las bestias de que hablábamos. Ellas pueden ayudarnos antes de que sea tarde
y torne la charanga a enturbiar el cielo con su música estridente.

De "Primeros poemas" 1948-1952





Diez Lieder. 


Diez Lieder.

V. Desciendes por el río...

Desciendes por el río.
La barca se abre paso
entre los juncos.
El golpe en la orilla
anuncia el término del viaje.
Bien es que recuerdes
que allí esperé,
vanamente,
sin pausa ni sueño.
Allí esperé,
tiempo suspendido
gastando su abolida materia.
Inútil la espera,
inútiles el viaje
y el navío.
Sólo existieron
el áspero vacío,
en la improbable vida
que se nutre
de la estéril materia
de otros años.

* * * * *

VI. En alguna corte perdida...

En alguna corte perdida,
tu nombre,
tu cuerpo vasto y blanco
entre dormidos guerreros.
En alguna corte perdida,
la red de tus sueños
meciendo palmeras,
barriendo terrazas,
limpiando el cielo.
En alguna corte perdida,
el silencio
de tu rostro antiguo.
¡Ay, dónde la corte!
En cuál de las esquinas del tiempo,
del precario tiempo
que se me va dando
inútil y ajeno.
En alguna corte perdida
tus palabras
decidiendo,
asombrando,
cerniendo
el destino de los mejores.
En la noche de los bosques
los zorros buscan
tu rostro. En el cristal
de las ventanas
el vaho de su anhelo.
Así mis sueños
contra un presente
más que imposible
innecesario.

* * * * *

VII. Giran, giran...

Giran, giran,
los halcones
y en el vasto cielo
al aire de sus alas dan altura.
Alzas el rostro,
sigues su vuelo
y en tu cuello
nace un azul delta sin salida.
¡Ay, lejana!
Ausente siempre.
Gira, halcón, gira;
lo que dure tu vuelo
durará este sueño en otra vida.

* * * * *

VIII. Lied de la noche.

                                     La nuit vient sur un char conduit par le silence.
                                                                                                              La Fontaine

Y, de repente,
llega la noche
como un aceite
de silencio y pena.
A su corriente me rindo
armado apenas
con la precaria red
de truncados recuerdos y nostalgias
que siguen insistiendo
en recobrar el perdido
territorio de su reino.
Como ebrios anzuelos
giran en la noche
nombres, quintas,
ciertas esquinas y plazas,
alcobas de la infancia,
rostros del colegio,
potreros, ríos
y muchachas
giran en vano
en el fresco silencio de la noche
y nadie acude a su reclamo.
Quebrantado y vencido
me rescatan los primeros
ruidos del alba,
cotidianos e insípidos
como la rutina de los días
que no serán ya
la febril primavera
que un día nos prometimos.


* * * * *

IX. Lied marino.

Vine a llamarte
a los acantilados.
Lancé tu nombre
y sólo el mar me respondió
desde la leche instantánea
y voraz de sus espumas.
Por el desorden recurrente
de las aguas cruza tu nombre
como un pez que se debate y huye
hacia la vasta lejanía.
Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del verano.
Con la noche que llega
regresan la soledad y su cortejo
de sueños funerales.





Ciudad. 


Un llanto
un llanto de mujer
interminable,
sosegado,
casi tranquilo.
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
Primero un ruido de cerradura,
después unos pies que vacilan
y luego, de pronto, el llanto.
Suspiros intermitentes
como caídos de un agua interior,
densa,
imperiosa,
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.
Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.

De "Los trabajos perdidos"





204. 


  Para Fernando López

I

    Escucha Escucha Escucha

la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

     Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
     donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
     el ronroneo de los ascensores

Escucha Escucha Escucha

a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
     y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
     sale un vaho tibio de campo recién llovido.

     ¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes como las banderas en los estadios!

     Escucha Escucha Escucha

el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que invade un resbaloso y maloliente verdín.
     Nada hay sino una sombra, una tibia y espesa sombra que todo lo cubre.

Sobre esas losas -cuando el mediodía siembre de monedas el mugriento piso-
     su cuerpo inmenso y blanco sabrá moverse dócil para las lides del tálamo y conocedor
     de los más variados caminos. El agua lavará la impureza y renovará las fuentes del deseo.

     Escucha Escucha Escucha

la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire queviene de la calle. Un desocupado
     la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.


II

De la ortiga al granizo
del granizo al terciopelo
del terciopelo a los orinales
de los orinales al río
del río a las amargas algas
de las algas amargas a la ortiga
de la ortiga al granizo,
del granizo al terciopelo
del terciopelo al hotel

     Escucha Escucha Escucha

la oración matinal de la inquilina
su grito que recorre los pasillos
y despierta despavoridos a los durmientes,
el grito del "204"
¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!

De "Los elementos del desastre"


sábado, 28 de junio de 2025

Poemas IV. Elías Nandino (1900-1993)

Pera verde.

Pera que espera en la rama
la mano que la desate;
fruta que juega al sabor
entre los labios del aire.

Pera que mece su forma
en el columpio del tallo;
fruta que prende su olor
en el cabello del árbol.

Pera que seno parece
en su verde adolescencia;
fruta de tierno color
que con mis ansias se besa.

Humana entraña de azúcar,
efeba fruta de jade:
¡cómo quisiera beberme
el aroma de tu carne!





Perfección fugaz.

                                     Para el poeta Carlos Pellicer

Pinté el tallo,
luego el cáliz,
después la corola
pétalo por pétalo,
y,
al terminar mi rosa,
la induje
a soñar su aroma.

¡Hice la rosa perfecta!
Tan perfecta,
que al día siguiente
cuando fui a mirarla,
ya estaba muerta.





¿Qué es morir?

-¿Qué es morir?
-Morir es
Alzar el vuelo
Sin alas
Sin ojos
Y sin cuerpo.





Recuerdo instántaneo.

Al ver los ceros
los pies de mi memoria
trepan por ellos.

1989





Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche...  
                               
                                                                A Xavier Villaurrutia

Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
para iniciar el cauce de acentos en vacío
que, me imagino, será el lenguaje de los muertos.

Si hubieras sido tú, de verdad, la nube sola
que detuvo su viaje debajo de mis párpados
y se adentró en mi sangre,
amoldándose a mi dolor reciente
de una manera leve, brisa, aroma,
casi contacto angelical soñado...

Si hubieras sido tú,
lo que apartando la quietud oscura
se apareció, tal como si fuera tu dibujo
espiritual, que ansiaba convencerme
de que sigues, sin cuerpo, viviendo en la otra vida.

Si hubieras sido tú la voz callada
que se infiltró en la voz de mi conciencia,
buscando incorporarte en la palabra
que tu muerte expresaba con mis labios.

Si hubieras sido tu, lo que al dormirse
descendió como bruma, poco a poco,
y me fue encarcelando
en una vaga túnica de vuelo fallecido...

Si hubieras sido tú la llama llama
que inquemante creó, sin despertarme
ni conmover el lago del azoro:
tu inmaterial presencia,
igual que en el espejo emerge
la imagen, sin herirle
el límpido frescor de su epidermis.

Si hubieras sido tú...

Ya despierto, después de la vigilia,
o del sueño o del ensueño,
me pregunto a mí mismo:
¿Quién más pudo venir a visitarme?

Recuerdo que, contigo solamente,
platicaba del amoroso asedio
con que la muerte sigue a nuestra vida.

Y hablábamos los dos adivinando,
haciendo conjeturas,
ajustando preguntas, inevitando respuestas,
para quedar al fin
sumidos en derrota,
muriendo en vida por pensar la muerte.

Ahora tú ya sabes descifrar el misterio
porque estás en su seno, pero yo...

En esta incertidumbre secretamente pienso
que si no fuiste tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
entonces quizá fue
una visita de mi propia muerte.





Silencio en poema.

Para poder decirte lo que ansío
busco lo más sutil, lo más celeste,
lo que apenas se acerque al alba pura
de iniciar su existencia,
sin haber sido herido
ni por una mirada
ni tampoco por nadie imaginado.

El aroma del sueño,
la estela sin color que va quedando
cuando la nube avanza,
la oración que se eleva de la espuma
al nacer y morir,
la queja que pronuncia la corola
cuando vuela el rocío
o el íntimo gorjeo
del agua que abandona su venero:
no pueden ayudarme
porque ya están violados sus secretos
y opacan la avidez
del solo intento de querer pensar
lo que anhelo decirte.

No hay palabra, ni canto de paloma,
ni roce, ni suspiro, ni silencio,
que puedan expresar la frase virgen
con que yo quiero hablarte.
Es idioma que traigo sumergido
en estado naciente, inmaculado,
que lucha atravesando mis tinieblas
como la luz de estrellas ignoradas
que viene, desde siglos, descendiendo
para tocar la tierra...
Así es la profunda voz sedienta
que llevo atesorada
como raíz de antigua resonancia
en mi marino caracol de entraña,
y que vive conmigo, desde siempre,
brotando del amor inapagado
del amor primitivo de otros seres
que amaron antes, con el mismo amor,
y prosiguen en mí
fundidos en espera
enamorando aún lo inalcanzable.

Para poder decirte lo que anhelo
me falta lo inasible, lo perfecto,
y al no poder tenerlo:
con sombras duras, con dolor desnudo,
con el creciente caos de mi delirio
y el humo intacto del callar que oprimo,
escarbo el pozo donde entierro a solas
la forma del intento,
el inmóvil temblor
de quererte expresar los inexpresable.





Soy verdad.

Soy verdad -verdad impura-,
transparente, sin recodo:
no puedo ser de otro modo,
ni transformar mi estructura.
En mis entrañas fulgura
la obsesión de un pensamiento
que es hambre sexual que siento
en mi cerebro encendida.
Es incurable mi vida:
¡soy y seré de sexo hambriento!





Tengo miedo de ti...

Tengo miedo de ti,
de mí,
del mundo, del aire,
del amor, de la sombra.
Tengo miedo de todo.
¡Tengo miedo del miedo!
Tengo miedo a caer
sin nombre,
sin memoria y sin cuerpo,
en la eternidad
del olvido y del silencio.

¿Para qué soy
si para siempre dejaré de serlo?





Usted.

Usted es la culpable
de todas mis angustias
y todos mis quebrantos.

Usted llenó mi vida
de dulces inquietudes
y amargos desencantos.

Su amor es como un grito
que llevo aquí en mi sangre
y aquí en mi corazón.

Y soy, aunque no quiera,
esclavo de sus ojos,
juguete de su amor.

No juegue con mis penas
ni con mis sentimientos
que es lo único que tengo.

Usted es mi esperanza,
mi última esperanza,
comprenda de una vez.

Usted me desespera,
me mata, me enloquece,
y hasta la vida diera
por vencer el miedo
de besarla a usted.





Vigor animal.

Una gallina
con sus doce pollitos
pica y camina.

1989





Voz de mí.

No sé cómo mirar para encontrarte,
horizonte de amor en que me excito,
distancia sin medida donde habito
para matar las ansias de tocarte.

No sé cómo gritar para llamarte
en medio de mis siglos de infinito
donde nace el silencio de mi grito
movido por la sangre de buscarte.

Mirar sin que te alcance la mirada
sangrar sin la presencia de una herida,
llamarte sin oírme la llamada;

y atado al corazón que no te olvida,
ser un muerto que tiene por morada
un cuerpo que no vive sin tu vida.


Poemas III. Elías Nandino (1900-1993)

Nocturno.

Cada mañana, al despertar, resucitamos;
porque al dormir morimos unas horas
en que, libres del cuerpo, recobramos
la vida espiritual que antes tuvimos
cuando aún no habitábamos la carne
que ahora nos define y nos limita,
y éramos, sin ser, misterio puro
en el ritmo total del Universo.

Porque al dormir morimos sin saberlo;
nos vamos al espacio en ágil vuelo
sin perder la unidad que nos integra,
y somos como somos: idénticos, sin cambio,
extensos y desnudos
como el azul en el temblor del aire.
No extrañamos el cuerpo; no sufrimos
la ausencia de la piel que nos cobija;
somos como antes de nacer: etéreos,
vivos en plenitud de firmamento
y penetrantes como luz en sombras.

Y nadie, cuando duerme, acaso piense
que yace en los dominios de la muerte:
porque el cansancio, apenas agonía,
nos borra la razón,
desciende con ternura nuestros párpados,
apaga nuestros ojos,
anestesia la carne y nos separa de ella
para dejarnos vivos en el sueño.

Y esta costumbre de morir a diario,
sin dolor, sin sorpresa,
natural como el agua
que se deja atraer por el declive,
no nos deja pensar que es una muerte
cada vez que dormimos,
y que, de cada muerte transitoria,
aprende nuestro ser
la verdad de morir su muerte eterna.





Nocturno a la luna.

La luna, que brincó por la ventana,
en el piso del cuarto se restira
rebotando en el muro que la mira
y del rebote, la penumbra emana.

Su luz, entre las sombras deshilvana
un metálico brillo que delira,
y el espejo sediento le suspira
desde el rincón, como presencia humana.

Perforada la sombra, se estremece,
y el rayo de la luna me parece
escalera pendiente de los cielos.

Y asido a la visión que me rodea,
el afán de mi alma se recrea
al subir por el rayo sus anhelos.





Nocturno a tientas.

A oscuras, yacentes
en el mismo lecho,
somos brasas despiertas
que vigilan
el pulso de sus lumbres.
Me animo y aventuro
mi mano por su cuerpo:
voy encontrando
laderas y llanuras,
asomo de pezones
y un par de lomas redondas
que en un precipicio
aparta,
haciendo entre las dos
una cañada.
A tientas
en su fondo palpo
un inasible vello
casi sueño...
Parece que ando cerca
de las puertas del cielo.
El merodeo prosigue
y después
de subidas y bajadas,
bajadas y subidas,
doy con algo
inédito y matrero.
- ¡Hallazgo afortunado
que al fin me queda
como anillo al dedo!-





Nocturno alquimia de mis sueños.

Cuanto más y más alabes al ser que amas:
más y más lo alejas de tus manos.

Yo te amo como se ama a una estrella:
puedo atreverme a contemplar tu albor,
a sentir tu pureza luminosa,
a escalar con mis ansias
la altura en que te asomas;
pero nunca a tocarte
ni a sembrar mis caricias
en la fulgente piel de tu misterio.

Yo sé dónde apareces diariamente,
conozco el sitio exacto
y la hora precisa
en que tu rostro enciende su hermosura.
Aprendí de memoria
tu órbita celeste,
el instante glorioso
en que brillas más cerca de mis ojos
y también el momento
en que huyendo me robas tu semblante.

Yo sé que soy tu dueño en la distancia
que al descubrirte me gané el derecho
de salir cada noche
a mirar tu expresiva luz errante,
tu joven brillantez inmaculada,
sin tener ni la mínima esperanza
de estrechar tu verdad entre mis brazos.

Te inventé con la alquimia de mis sueños
te vestí de imposible,
en tus pupilas inicié un poema
y en lo más alto entronicé tu imagen.

Con barro de mi angustia te di forma
igual a la de un ángel que no existe.

Cuando llega la noche
y te encuentro rielando en el espacio:
yo te aspiro y te gozo,
platico desde lejos con tu nimbo
sin pronunciar tu nombre.
Sin esperar tampoco que desciendas
ni que el roce de mi tacto te defina:
porque anhelo que ignoren mis sentidos
que eres de carne y hueso,
que tu cuerpo es mortal,
y que hasta el nítido esplendor que irradias,
carece de luz propia.

¡Sigue alumbrando allá! ¡Brilla unos días!
Pronto la muerte bajará mis párpados
y tú, al instante, quedarás a oscuras.





Nocturno amor.

Naciste en mí, a sangre vinculado,
en creciente raíz, cósmico nudo;
de mi selva interior el potro rudo
que anhela libertad enamorado.

Soy mortaja y estoy, amor, tajado
por tu evasión continua que no eludo,
sino que vuelo en ti y en mí me escudo,
para que al volver seas amparado.

Venero de tus ímpetus, me ligo
a tu fuga celeste, a tu caída,
a la expansión total de tu secreto;

pero de noche, cuando estoy contigo,
recobro con tu fuerza sumergida
la sola soledad de estar completo.





Nocturno cuerpo.

Cuando de noche, a solas, en tinieblas,
fatigado de no sé qué fatiga
se derrumba mi cuerpo y se acomoda
en la impasible superficie oscura
que le sirve de apoyo y de mortaja,
yo me tiendo también y me limito
al inerme contorno que me entrega,
a la isla de olvido en que se olvida.

Separado de él y en él hundido
recuerdo que lo llevo todo el día
como cárcel de fiebre que me oprime,
como labios que dicen otras frases,
como instinto que burla mis deseos
o acciones desligadas de mi fuerza;
pero al mirarlo así, rendido fardo
indiferente en su actitud de piedra,
tigre de bronce, charco de silencio,
columna de cinismo derribada,
ciega figura en su lección de muerte:
yo lo percibo como carne intrusa
como dolencia de una llaga ajena,
cómplice de un destino que no entiendo,
mudez que no lesiona mi palabra,
verdugo en anestesia secuestrado.

Y por eso al sentirme dividido
y a la vez por su molde aprisionado,
analizo, sospecho, reflexiono
que sus muros endebles que me cercan
son fuego en orfandad, tierra robada,
agua sujeta en venas sumergidas
y aire sin aire arrebatado al aire;
que soy un prisionero de elementos
en honda combustión, que están buscando
fundir los eslabones que los unen
para volver a la pureza intacta
del sitio universal donde eran libres:
la tierra pide su reposo en tierra,
el aire, su acrobacia transparente;
el fuego, la delicia de su llama;
y el agua: la blancura de su hielo,
su cauce, o el prodigio de ser nube.

Al lado de él, alado y enraizado,
lo toco, lo examino desde adentro:
interior de una iglesia ensangrentada,
góticos arcos, junglas musculares,
entretejida pulsación de yedras,
laberinto de lumbre de amapolas
y entraña de una cripta en que se esconde
el numérico albor del esqueleto.

Y yo en medio de juez y de culpable,
de rebelde invasor y de invadido,
de mirar que descubre y se descubre,
de unidad que contempla sus facciones,
de pregunta privada de respuesta,
de espectador que sufre en propia carne
el corporal desgaste de que brotan
sus crecientes acopios de agonía.

Si soy su dueño ¡por qué lo palpo extraño,
despegado de mí -sombra de un árbol-,
corteza sofocante de mi angustia,
vendaje que me oculta, ademe frágil,
imán que me atesora y me difunde,
materia que yo arrastro y que me arrastra?

Y estoy en él, presente, inevitable,
unido en el monólogo y la espera,
crecido en su reverso, y denunciado
por sus manos, sus ojos, sus pasiones,
la quemante ansiedad de sus delirios,
las brumas de sus tiempos de zozobra
y los relámpagos de su alegría.

De dentro a afuera, de raíz a ramas,
presiono, me sublevo, abro mis fuerzas
para cavar, para acabar los muros
que viven de tenerme prisionero;
pero un amor me nace y me detiene,
un fanatismo de vital amparo,
el apego del ánima y las células,
la intimidad de forma y contenido
acoplando sus ciegas superficies;
y me quedo conforme, sosegado
a la ajustada cárcel que me cubre
para seguir formando el mundo en fiebre
por el que siento que en verdad existo.

Agua, tierra, fuego y aire, en continua
aspersión de sus químicos halagos,
inmersos en la furia de sus hambres,
en escondida trabazón de empujes,
mandando y succionado sus mareas,
haciendo y deshaciendo lo que se inician,
comiéndose a sí mismos, recreando
el desnudo valor de su estructura
en pugnas, atracciones y repechos,
porque quieren, anhelan, buscan, labran
la persistente acción que les devuelva
el vuelo original que poseían.

Esta unión de elementos, este nido
de físicas batallas, de incesantes
reacciones, es mi solo respaldo,
el trágico venero de la fuerza
que me sostiene aún hablando a solas.





Nocturno difunto.

Desde que despojada de tu cuerpo
te escondiste en el aire,
yo siento mi existencia más honda en el misterio,
como si mis manos, alargadas por las tuyas
inmensas en el cielo,
en levantado avance
ya tocaron la astronomía sin fin...

Estoy como en los ríos
que a pesar de correr sumisos a su cauce,
por su mortal marino abocamiento
también están ligados
a las aguas del mar donde se acendran.

Por la ventana que al morir dejaste
abierta en la penumbra,
he podido mirar
mi aventajada muerte
persiguiendo tus huellas espaciales,
y tengo la certeza de que me estoy rodando
indeteniblemente
en el hambre del vaso universal,
igual que el humo libre que la atmósfera atrae
y no puede, aunque quiera, regresarse a su lumbre.

Estoy seguro de que cada día
mi sangre que te busca, se evapora
ganando altura transformada en nubes,
y parte de mí
ya vuela en el espacio, emparentada.

Desde tu muerte, siento que te guardo
como un lucero íntimo
que medita en la noche de mi entraña,
disuelto como el azúcar en el orbe líquido
y que, muchas veces, te denuncias asomando
tu espiritual dulzor en mi saliva amarga.

Desde que tu voz, por el silencio amortaja,
dejó de hablar para encender palomas
sobre el árbol del viento, en que cantan
con insepultos ecos
la profunda madurez
del idioma flotante de tu ausencia,
yo palpo -al escuchar-
el molde vivo que en el aire horada
tu falta de materia, que es ternura
siempre en acecho que acaricia y roba.

Yo creo que tu cósmico deleite
es atraerme a tu pasión de vuelo,
a tu girar errante,
porque ya tu misión es recoger
esta fracción de ti que aún perdura
en el fluvial ramaje de mis venas.

No puedo definir dónde te encuentras,
pero sí te adivino circundante
en un arribo de alentada fuga,
que exacerba mis ansias en un filial apego
al resplandor sin luz de tus imanes.

¡Qué plenitud vacía
te dibuja en el fondo de mis ojos
que no te ven, pero que sí me permiten
que hasta la fuente de mis sueños bajes
y quedes a su impulso vinculado!
¡Cuánto tiempo de estar solo y contigo
habitándome a solas,
como la llama al fósforo en el letargo,
o a la uva, el espíritu del vino!

Yo soy una ambulante sepultura
en que reposa tu fugitiva permanencia
que me va madurando, lentamente,
hasta que mi energía entumecida
se adiestre en vuelo que recobre estrella.

Inmerso en mi conciencia desarrollas
un pensante silencio que se atreve
a conversar sin mí. Yo lo descubro
reviviendo recuerdos en mi oído:
es como el nacimiento de sollozos
que se produce cuando el agua cae
sobre la carne viva de las brasas.

Al derribarse tu estatura en polvo
formaste la marea
del vislumbre mortal que me obsesiona,
y no hay sitio, temor, espera o duda
en donde tú, como trasfondo en alba,
no finques la silueta de tu amparo.

En mi vigilia, a oscuras,
como los ciegos sigo con el tacto
los relieves que escribes en el papel nocturno,
y los capto agitados en asedio amoroso:
amor de un muerto que jamás olvida
la sangre que ha dejado trasvasada.

Yo quisiera que la imagen que de ti conservo
se azogara la espalda,
para mirar, siquiera unos instantes,
cómo el deslinde al incolor procrea
tu claridad auténtica de ángel.





Nocturno íntimo.

Soy prisionero de la entraña negra
de estos muros sin rostro en donde escucho
los pasos sin sonido de las horas.
Pienso, respiro, palpo. Sueño en sueños
que quisiera soñar. Cierro los ojos
para mirar mejor. Abro la mano
y oprimo mi otra mano. -"No estoy muerto".
Sobre mi piel la soledad resbala
y me dice al oído: -"No estás solo".

Mi lecho es un regazo que atesora
mis friolentos recuerdos que recuerdan
y los cubre con roces tropicales.

Pienso, respiro, palpo. Casi duermo
sin poderme dormir. Me quedo quieto
en mi nido de sábanas y suelto
mi muscular engrane. (Siento alivio
al desatarme de mi propio cuerpo.)

A mi lado soy yo sin ser yo mismo.
Una mortaja de negrura absorbe
mi yacente silueta pensativa
y nos nace un idilio de silencios.

No alcanzo a comprender cómo es posible
que yo sea un extraño que contemple
la muerte en vida que en mi sangre corre.

No hay ley de gravedad en la vigilia.
Mi brazo se levanta sin esfuerzo
y flota sobre el agua de la noche.
Yo no sé si me mueven o me muevo
o si soy un espejo atormentado
que asesinó la imagen de su imagen.

No me quiero dormir. Estoy viviendo
ese desdoblamiento tan preciso
de solidez caída y suave fuga
en que soy lo que escapa y lo que queda.

Los
       párpados
                        se
                               rinden.
                                             Ya
                                                   no
                                                        miro.
Soy un pez que en la nada está nadando.
Se derrama la sombra y me comprime.

En mi molde naufrago y me acomodo
como el agua en el vaso. Apenas oigo.
Mi pensamiento dice en pensamiento:
"Muerte mía, despiértame mañana".





Nocturno llanto.

Ese llanto tan mío, tan de todos y ajeno,
expansión comprimida de atávicas nostalgias
que no alcanzan la lluvia que las hunda en la tierra
para seguir por ella, en humedades hondas,
persiguiendo el declive
que las retorne a su raíz marina.

Ese llanto de todos acendrado en el mío,
ese llanto tan mío en que fluye el de todos
-agua y sal trasvasadas en angustia ambulante-,
que circula enclaustrado
como altura caída que anhela levantarse,
y al no poder hacerlo,
se retuerce en el centro de su lumbre vacía
para seguir luchando contra el blindaje sordo
que no puede llorarlo.

Llanto ciego que brota de la oculta resaca
de una sangre viajera en su cárcel de agobio.
El calor dilatado de musculares zonas
que sube hasta la orilla
de la flor sin corola del insomnio sediento.

Ese llanto sin llanto, percepción absoluta
del íntimo goteo
que al nacer se derrama nuevamente hacia dentro,
porque le dieron vida lacrimales sin parto,
o porque lo producen las vertientes secretas
de siglos de memoria
que quisieran rodarse
por el salto mortal de nuestras lágrimas.

Ese llanto inllorado, ese llanto en deseo
de volcarse en el llanto;
esas olas de miedo, de ansiedad, de tormento
que se agolpan y piden
el nacer repentino de su líquida fuga.

Ese llanto sin llanto empotrado en la frente,
que se muere sin agua y se bebe a sí mismo
para seguir formando
el manantial sin cauce
que detrás de la carne presiona con su asfixia,
y transforma la vida en un volcán sin cráter
o alud que sin espacio se rebulle en su sitio.

Ese llanto sin llanto, ese impulso encerrado
de un brotar que no puede encontrar desahogo
y que vive en nosotros, comprimido, creciente,
porque es llanto de hombre que no cabe
en el hombre
y que tiene, por fuerza, que vivir sumergido
hasta el instante trágico
en que la muerte hiera,
y se llore fundido al corporal derrumbe.





Nostalgia de la tierra.

Tierra hambrienta, maternal atracción;
sepultura vacía en asedio amoroso;
sólido mar de espera
en el que presiento y siento
el reposo para mis pies cansados;
yo capto el lento ascenso
de tus leves caricias
arropando mis ansias
y escucho en mi conciencia
tus palabras de aroma cortejando mi cuerpo.

Tierra y vientre, acecho infatigable
que se posa en mi piel
como sedienta brisa
de un agresivo amor que me persigue...
yo sé que tu energía circula por mis venas
y que somos, los dos
incompletas fracciones
que buscan refundirse.

Soy tuyo, madre tierra:
me invade el parentesco
inevitable y hondo
de tu ritmo en mi sangre,
porque pese a mi miedo, a mi apego a la vida,
hay algo en mis adentros
que espera y desespera
por regresar a ti...

Mi vegetal instinto, mis árboles de fiebre
sin raíces ni sitio, están pidiendo ansiosos
su parcela segura,
su isla inamovible
donde dormir a solas su letargo yacente.
Tierra voraz, oscuro hogar bendito
donde el dolor se apaga,
yo quiero reposar bajo tus sábanas
de secretas ternuras germinales
y así, cual la semilla
que se oculta en tus húmedas tinieblas
resurge transformada:

Ya en la longeva beatitud de un árbol
o en los brotes de flores temporales
que las lluvias despiertan en los campos:
renacer de tu entraña
y subir los peldaños
que en la escala de vidas
mi evolución alcance;
porque vengo de ti, soy lodo en trance
que a fuerza de nacer y de morir,
ha de llegar a definir su esencia
para ser en el cosmos vida eterna.

Tierra insaciable, intimidad perfecta,
cuando caiga en tu seno
incinera mi carne, y después, con amor
alienta mis cenizas, porque quiero
proseguir cultivando mi poesía,
al volver a vivir con nuevo cuerpo.


Poemas II. Elías Nandino (1900-1993)

Dentro de mí.

Con los ojos
altamente asomados a la noche
contemplo las estrellas
y, dentro de mí,
en el río incansable de mi sangre,
las siento y las descubro
reflejadas,
luminosas y hondas,
como si mi entraña fuera
el mismo cielo
en donde están ardiendo.





Desasosiego.

El fuego quemo y consume.
El hielo quemo y conservo.

I

Esta inquietud indomable
de estar sin querer estar
y al pisar otro lugar
regresar inconsolable.

Este anhelar incansable
de partir para llegar
sin nunca poder llenar
mi soledad inmutable.

Este meditar extremo
que inquiere, desesperado,
a lo invisible que temo.

Y en mi fuego, congelado
solo y a solas me queme
en deshielo enamorado...

II

Esta esperanza encendida
que me lanza a caminar
en un constante buscar
la emoción desconocida.

Esta lucha sumergida
de creer y de dudar
y, a mi juventud perdida,
sin que la pueda olvidar.

Este pensar que no sabe
nada de nada y que quiere
que ya la vida se acabe,

y la muerte que no hiere,
y el alma que ya no cabe
y en lenta asfixia se muere.





En la sombra.

Era sed de muchos años
retenida por mi cuerpo,
palabras encadenadas
que nunca pude decir
sino en los labios del sueño.

Era la tierra agrietada,
reseca, sin una planta,
que espera sentir la lluvia
en un afán de caricia
que le sacie la garganta.

Era yo vuelto hacia ti
que nunca te conocía,
porque fuiste de mil modos
en los sueños, en las horas
y en los ojos de la vida.

Eras todo lo que encierra
una expresión de belleza:
la rosa , el fruto, los ríos;
el color de los paisajes
y la savia de los pinos.

Y de pronto, junto a mí,
al alcance de mi mano,
como manojo de trigo
que pudiera retener
sobre mi pecho guardado.

¡Todo tu cuerpo en mi cuerpo,
por el sueño maniatados,
y tan cerca de la muerte
que la vida no sabía
cómo volver a encontrarnos!





Erotismo de mente.

De desnuda donde está,
brilla la estrella
Rubén Darío
Cuando en noches anuentes
de intimidad celeste
contemplo las estrellas
desnudamente bellas:
me invaden arrebatos
de cósmica lujuria
y sufro y desespero
al no poder siquiera
coger alguna de ellas.





Imposible.

Mi corazón se pierde en la nevada
ascensión de tu cuerpo, sin consuelo,
y enfrías la fuerza del anhelo
en medio de tu carne congelada.

Cada día te ofrezco una alborada
de ilusión y de vida, todo un cielo
palpitante de sol, que funda el hielo
y transforme tu cuerpo en llamarada.

Pero toda mi vida es poca vida
para matar la muerte que se esconde
y circula en tu sangre adormecida.

Has desatado el nudo de tus brazos,
tu voz a mi llamado no responde,
y es sólo un eco el paso de tus pasos.



 

Íntima.

Estás en mí, como latido ardiente,
en mis redes de nervios temblorosos,
en mis vetas de instintos borrascosos,
en los mares de insomnios de mi frente.

Estás fuera de mí, como corriente
de voces imprecisas, de sollozos,
de filos de secretos tenebrosos.
de roces de caricia inexistente.

Me cubres y me encubres, sin dejarme
un espacio de ser sin tu presencia
un átomo sin linfa de tu aliento.

Estás en mí, tocándote al tocarme,
y palpita la llama de tu esencia
hasta en la entraña de mi pensamiento.





Me duele presentir.

                                  En el fondo sabía que no se puede ir más allá
                                                                                           porque no lo hay.
                                                                                                            Cortázar

De manera distinta
cada cual debe morir su propia muerte
y afrontar el naufragio
en la perenne inmensidad del polvo.

Nadie ha vuelto del seno de la muerte,
por esto
su misterio se conserva intacto,
amenazante.

Sin saber si es amiga o enemiga,
ángel que nos transporte al otro lado
para ganar la ubicuidad eterna,
o fuerza que nos retorne a la materia:
todos vivimos la medrosa espera
resignados a la sorpresa de su encuentro
y al suplicio mortal que nos imponga.

(Vivo pensando en el trágico momento
que me transforme en ausencia sin regreso,
nombre sin rostro huyendo hacia el olvido,
absoluto silencio que se ahogue
en la ciega pupila del vacío,
o sombra que se incolore en la distancia.)


(Me duele presentir y también creer
que después de la muerte,
nadie podrá ir más allá del polvo,
del polvo donde debe consumar su fin eterno.)





Mi corazón.

Es mentira
que mi corazón porque palpita
esté despierto.
Sus latidos son tan sólo
el goteo
de su llanto glacial
como el que llora al fundirse
el témpano de hielo.

Es mentira
que mi corazón porque palpita
esté despierto.
Su misión se reduce
a mantener de pie
a un muerto
que esperanzado
aún persigue sus sueños.





Mi primer amor...

El azul es el verde que se aleja
-verde color que mi trigal tenía-;
azul...de un verde, preso en lejanía,
del que apenas su huella se despeja.

Celeste inmensidad, donde mi queja
tiende su mudo velo noche y día,
para buscar el verde que tenía,
verde en azul...allá donde se aleja...

Mi angustia, en horizonte liberada,
entreabre la infinita transparencia
para traer mi verde a la mirada.

Y en el azul que esconde la evidencia:
yo descubro tu faz inolvidada
y sufro la presencia de tu ausencia.





Nocturna suma.

Deletreo el espacio y no comprendo
esas gotas de luz en plena noche
que tiemblan, que se ensanchan, que se encogen,
y expresan desde el cielo
las frases de su pulso luminoso.

Yo no sé si es altura o es abismo
el sitio en donde asoman,
o si son o no son; pero las miro
como enjambre de islas en incendio
y sufro su atracción, su intenso brillo,
su tímido mirar...

Las cuento, muchas veces, muchas veces...
Me olvido de la cuenta y me detengo
para empezar la cuenta nuevamente,
y la vuelvo a perder, cayendo siempre
en la fuga de un número disperso.

Las cuento, muchas veces, muchas veces...
Y si gozo al contar, es porque siento
que capto más y más, al Creador,
cuando sumo y me sumo en sus estrellas.


Poemas I. Elías Nandino (1900-1993)

Amor sin muerte.

                        Polvo serán, mas polvo enamorado.
                                                                                Quevedo

Amo y al amar yo siento
que existo, que tengo vida
y soy mi fuga encendida
en constante nacimiento.

Amo y en cada momento
amar, es mi muerte urgida,
por un amor sin medida
en incesante ardimiento.

Mas cuando amar ya no intente
porque mi cuerpo apagado
vuelva a la tierra absorbente:

todo será devorado,
pero no el amor ardiente
de mi polvo enamorado.





Atmósfera de ausencia.

Vivir la tempestad de los silencios
de tu ausencia inmortal,
palpar tu imagen cóncava, sitiando
mi enardecida espera
con el temblor constante
de no ser y de ser al mismo tiempo.

Delgada sepultura de zozobra
que se ajusta a mi cuerpo
como traje de pulso,
piel a piel confundida;
que camina conmigo a todas partes
sin estorbar mis pasos,
y forma con su tacto de vacío
el idioma del roce
que con mi muda soledad conversa.

Transparencia desnuda
de tu semblante en viento derramado,
que con muros de aroma
encarcela mi cuerpo
y me obliga a vivir, hombro con hombro,
del molde palpitante
de tu ternura muerta,
que de cerca me mira
con sus ojos de helada lejanía...

Latidos invisibles de tu fuga
acosando mi angustia
que, desolada, aspira
el zumo virgen de un llegar a solas
que toma forma, se define en brisa,
me toca, me conmueve, me abandona,
y no deja de estar, huyendo siempre,
pero abrazado de mi pensamiento.

En el vaso febril de mi delirio
la vida exacta de tu ausencia cae
como gota de luz que no se agota
y, de tanto caer, forma una línea
que hiere mi tiniebla
y enciende la obsesión
de sentir que respiro tu presencia.

El aire te pronuncia
con sílabas de asedio,
y estoy seguro que a mi lado vive,
incorpórea y precisa,
la huella misteriosa de tu forma
alumbrando la noche
del profundo universo de mi sangre.





Aventura.

No sé cómo viniste hasta mis manos
a llenar las tinieblas de mi lecho,
y a juntar tus encantos con mi pecho
realizando las horas que gozamos.
Aventura perfecta que libamos
en un secreto, bajo el mismo techo,
hasta llegar al goce satisfecho
y sin saber porqué nos encontramos.
¡Vibración de contacto sin historia;
un recuerdo grabado en la memoria
ignorando con quién fue compartido;
porque llegaste al beso de la noche
calmaste mi pasión con tu derroche
y te fuiste dejándome dormido.





Búsqueda espacial.

I

Antes de haber nacido, cuando apenas
en las galaxias era calofrío,
o sed en rotación por el vacío,
o sangre sin la cárcel de las venas;
antes de ser en túnica de arenas
un angustiado palpitar sombrío,
antes, mucho antes que este cuerpo mío
supiera de esperanzas y de penas:
ya buscaba tu nombre, tu semblante,
el disperso latir de tu vivencia,
tu mirada en las nubes esparcida;
porque, desde el asomo delirante
de mis instintos ciegos, tu existencia
era ya por mis ansias presentida.

II

¿Cuántas transmutaciones has pasado?
¿cuántos siglos de luz, cuántos colores,
nebulosas, crepúsculos y flores
para llegar a ser, has transitado?
¿En qué constelaciones has brillado?
¿Después de cuántas muertes y dolores,
de huracanes, relámpagos y albores
la forma corporal has conquistado?
No puedo concebir mi pensamiento
esa edad atmosférica que hicimos
en giratoria espera; mas yo siento
que milenios de lumbres anduvimos
esperanzados en el firmamento,
hasta unir este amor con que existimos.





Casi a la orilla.

                                     Al  poeta José Emilio Pacheco

Después de lo gozado
y lo sufrido,
después de lo ganado
y lo perdido,
siento
que existo aún
porque ya,
casi a la orilla
de mi vida,
puedo recordar
y gozar
enloquecido:
en lo que he sido,
en lo que es ido...





Con mi soledad a solas.

Amorosamente mi soledad desnuda
me cubre
como sábana de tierna sombra tibia.
Confundidos somos el orbe
donde la palabra impronunciada
construye el diálogo
que el pensamiento escucha.
Su compañía es el regazo
de un amor a oscuras
que, sobre mi piel esperanzada,
inventa la resurrección de los recuerdos.
Junto a sus ojos abro mi conciencia
y leemos los biográficos pasos
que caminan hacia atrás de nuestra historia:
fuegos fatuos, diseños, rostros, ecos,
en inquemante desfile momentáneo
que brota de los olvidos insepultos.

Estoy solo,
con mi soledad a solas,
amoldado a ella
como el vino a los muros de la copa,
y viviendo la íntima galaxia
parpadeante,
de una conversación en las tinieblas.





Crimen.

¡Qué puñalada
le ha propinado el viento
a la granada!

1928





Debo llegar...

                                               Para el poeta Carlos Montemayor

Cuento las horas: fuga indetenible,
vendado navegar en mar sin agua:
incesante caer de vida inerte
en el hambre insaciable del vacío,

Cuento las horas: gotas agotadas,
creciente angustia en resignado avance
que rueda en la cascada del olvido;
rostros que emigran y no vuelven nunca.

Ya se acerca el final. ¡Playa a la vista!
La orden de bajar vibra en el aire.
Debo llegar... Pero llegar ¿a dónde?
y si llego sin mí... ¿para qué llego?

Crece mi duda ante el dilema trágico
en que debo sufrir el desenlace:
de abandonar mi cuerpo a la deriva,
o morirme con él, eternamente.

Sin mi cuerpo no hubiera yo tenido
el infierno carnal que me dio temple,
por eso en él me quedo, hasta que juntos,
al mismo tiempo nos volvamos tierra.





Décimas de amor.

I

Amor, amor traicionado
por mí -que tanto te quiero-
al imponerte el sendero
en que has sido desdichado.
Amor, por mí atormentado:
ya no puedo remediar
mi culpa y hacer llegar
lo que tu anhelo esperaba.
Amor, mi vida se acaba,
ya no es tiempo de empezar.

II

Amor: avidez errante,
torbellino incontenible,
esencia de lo terrible
en incendio alucinante.
Con tu codicia incesante
en mí vives arraigado
y exiges que, enamorado
me entregue cuando me doy.
Amor: ¿no sabes que estoy
sólo de ti enamorado?

III

Eres, amor: sed y anhelo,
hambre, delirio, locura,
azúcar de la amargura
y amargura del desvelo.
Eres infierno, eres cielo,
la esperanza enardecida,
el desangre sin herida,
lo que nos forma y deshace.
Eres la muerte que nace
continuamente en la vida.

IV

Amor: has amado tanto
y sin embargo te siento
férvido, puro, sediento,
sin decepción ni quebranto.
No te mina el desencanto
por lo que has sufrido ya,
ni te importa si será
mentira lo venidero:
porque eres como el venero
que existe por lo que da.

V

Amor, inaudita hoguera
e la entraña del invierno
de mi vida, atroz infierno:
¡cómo crecerte quisiera!,
mas sin dicha y sin espera
a mi muerte me adelanto
y preso en el desencanto
es mi corazón senil:
hielo en martirio febril
descongelándose en llanto.





Décimas al corazón.

I

Corazón: no te atormentes
porque traicionen tu amor,
espera un tiempo mejor
y jamás te desalientes.
Soporta el dolor que sientes
hasta que tu vida obtenga
la rebelión que te abstenga
de añorar lo que se fue,
y a solas medita que
no hay mal que por bien no venga .

II

Corazón: no estoy cansado
de tanto querer amar
y de amar para buscar
el amor que no ha llegado.
Sigue conmigo enraizado
en un pacto que persista
mientras la esperanza exista,
que aunque Suframos engaños
no hay mal que dure cien años
ni cuerpo que lo resista.

III

Corazón: ¡cómo has sufrido
por mi culpa! , yo lo sé;
pero no pierdas la fe
ni ya te des por vencido.
El amor que no ha venido
pronto vendrá, ten confianza,
y sin medir la tardanza
que en mí tu vigor perdure:
que mientras la vida dure
lugar tiene la esperanza.

IV

Antes, al verte sufrir,
corazón, yo no entendía,
y aunque tus penas veía
nunca las pude asumir.
En cambio, hoy sé compartir
el suplicio que te enciende,
porque ya mi vida entiende
que existen, en conclusión:
razones del corazón
que la razón no comprende.


viernes, 27 de junio de 2025

El poema de la ropa sucia. Erica Jong.

Este es el poema de la ropa sucia
porque hemos viajado de ciudad en ciudad
acumulando ropa blanca sucia y sudadas camisas,
blue-jeans costrosos y grumosos de nuestro jugo
y remeras ajadas por nuestra gloriosamente desordenada pasión
y ropa interior tiesa por nuestro gozo.

He vuelto a casa a lavar mis ropas,
dan golpecitos en el piso del baño como lluvia,
el agua se lleva goteando los días hasta ti
el agua sucia me habla de amor.

Vaporosa en las burbujas de nuestro amor,
he zambullido mis manos en agua caliente
como podría zambullirlas
en tu corazón.

Después de años de manchas y chapoteos
estoy finalmente limpiándome.
Volaré hacia ti con una valija de nueva ropa sucia,
me despojaré de mi ropa, la amontonaré en el suelo,
y dejaré que friegues mi cuerpo con tu amor.


Poemas. Linton Kwesi Johnson.

Carta de Sonny (Poema anti-Sus) 


Prisión de Brixton, Avenida Jebb Londres Sudoeste 2 Inglaterra

Querida Mamá,
Buen día.
Espero que cuando
estas pocas líneas den contigo,
te halles bien de salud.

Mamá,
realmente no sé cómo decirte esto,
porque te hice la promesa solemne
de cuidar del pequeño Jim
y hacer lo mejor por velar por él.

Mamá,
realmente he tratado de hacer lo mejor
y sin embargo
siento mucho tener que decirte
que el pobre del pequeño Jim fue arrestado.

Fue en medio de la hora pico
cuando todo el mundo anda en el ajetreo
de llegar a casa para ducharse
yo y Jim estábamos
esperando el bus
sin causar alboroto
cuando de pronto
una patrulla de la policía se detuvo.

Tres policías salieron,
todos traían rolos.
Luego caminaron derecho hacia nosotros.
Uno de ellos agarró a Jim

Jim le dijo que lo dejara ir
que él no estaba haciendo nada
y que no era un ladrón,
tampoco un buscapleitos.
Jim empezó a escabullirse
el policía empezó a reírse burlonamente.

Mamá,
déjame decirte qué le hicieron a Jim
Mamá,
Déjame decirte que le hicieron a él

lo golpearon en la barriga
hasta sacudírsela como gelatina
lo golpearon en la espalda
hasta que le crujieron las costillas
Le golpearon en la cabeza
Pero la tumusa es espesa
le patearon la entrepierna
hasta que le empezó a sangrar

Mama,
yo no podía quedarme ahí
sin hacer nada:

Así que le pegué a uno de ellos en el ojo
y empezó a llorar
golpeé a uno en la boca
y empezó a gritar
pateé a uno en la espinilla
y empezó a dar vueltas
lo golpeé en el mentón
y cayó en un cubo de basura

y crujió
y murió.

Mamá,
vinieron más policías
y me lanzaron al piso:
arrestaron a Jim por Sus,
me arrestaron por asesinato.

Mamá,
no temas,
no te deprimas
ni entristezcas.
Mantén tu coraje
hasta que vuelva a saber de ti.

Queda de ti
tu hijo,
Sonny.





Cinco noches de sangre.


Locura... Locura...
Locura atenazando las cabezas de los rebeldes
La amargura hace erupción como una ráfaga caliente
rompe vidrios
Rituales de sangre en el incendio
Servidos por una cruel pelea interna
Cinco noches de horror y de sangre
rompen vidrios
Frías navajas tan afiladas como los ojos del odio
Y las puñaladas
Es la guerra entre los rebeldes
Locura... Locura... Guerra.






Nuevo orden de las palabras (1). 


los asesinos de Kigale (2)
deben ser trabajadores sanitarios
los carniceros de Butare (3)
deben ser trabajadores sanitarios
los salvajes de Shatila (4)
deben ser trabajadores sanitarios
las bestias de Bosnia (5)
deben ser trabajadores sanitarios
en el nuevo orden de las palabras

como una vieja venda sucia
sobre la cara podrida de la humanidad
el viejo orden desata y revela
una vieja cicatriz que acaba de reventar en una nueva llaga
una herida primitiva que el tiempo no curará
y con la antigua moneda de la sangre
tiranos tribales arreglan el marcador

los asesinos de Kigale
deben ser trabajadores sanitarios
los carniceros de Butare
deben ser trabajadores sanitarios
los salvajes de Shatila
deben ser trabajadores sanitarios
las bestias de Bosnia
deben ser trabajadores sanitarios
en el nuevo orden de las palabras

es el mismo viejo síndrome de caín y abel
mucho más antiguo que la caída de Roma
pero en el nuevo orden mundial de la atrocidad
es un nuevo idioma de la barbarie

asesino en masa
normaliza
programa
racionaliza
genocida
sanea
y el antiguo pecado de un clan
se llama ahora limpieza étnica

los asesinos de Kigale
deben ser trabajadores sanitarios
los carniceros de Butare
deben ser trabajadores sanitarios
los salvajes de Shatila
deben ser trabajadores sanitarios
las bestias de Bosnia
deben ser trabajadores sanitarios
para-pam-pam
en el nuevo orden de las palabras

(1) Juego de palabras entre las expresiones «new world order» (nuevo orden mundial) y «new word order» (nuevo orden de las palabras).
(2) Región en Rwanda donde Hutus llevaron a cabo un genocidio contra Tutsis.
(3) Región en Rwanda donde Hutus llevaron a cabo un genocidio contra Tutsis.
(4) Campo de asilados palestinos donde la Milicia Falangista Cristiana del Líbano asesinó refugiados.
(5) Parte de la antigua Yugoslavia con vasta población musulmana, cuyo genocidio fue efectuado por Serbia.





Si yo fuera un poeta de los duros.


«la poesía dub ha sido descrita como… una sobrecompensación por la privación»
Miembro de Oxford en Poesía del siglo Veinte

‘lamayorpartedelfortalecimientoestáenlalengua’
Bongo Jerry (1)

si yo fuera un poeta de los duros
como Chris Okigbo (2)
Derek Walcott
o T.S. Elliot

escribiría un poema
tan condenadamente profundo
que sería agridulce
como un precioso
recuerdo
te haría gemir
te haría sentir incompleto

como cuando tu amante se va
y aunque aceptes tu derrota
aún así ruegas e imploras
hasta que obtienes su perdón
y ya estás listo para bailar
pero la música ha cesado

aun así
entretanto
con mi ritmo
con mi rima
con mi cruda línea de bajo
con mi propio sentido del tiempo
el poeta idiota guarda la línea
pues Bootahlazy (3) puede haber tenido un par de miles
pero Mandela tuvo para él
miles y miles y miles y miles

si yo fuera un poeta de los grandes
como Kamau Brathwaite (4) Martin Carter (5)
Jayne Cortez o Amiri Baraka (6)

escribiría un poema
tan vulgar
con tantas raíces
tan subversivo
que haría al poeta idiota
ponerse blanco de la envidia
como un canto candombe /vudú / kumina
un calipso de los viejos tiempos o una canción de esclavos
que es censurada pero
baja desde la abuela
directo
hasta los nietos
y todos y cada uno
pueden recitar lo que quieran

aún así
entretanto
con mi ritmo
con mi rima
con mi cruda línea de bajo
con mi propio sentido del tiempo

el poeta idiota guarda la línea
pues Bootahlazy puede haber lidiado un par de miles
pero Mandela, tuvo para él
miles y miles y miles y miles

si yo fuera un poeta de los grandes
como Tchikaya U’tamsi (7)
Nicholas Guillen (8)
o Lorna Goodison (9)

escribiría un poema
tan hermoso que fuera sencillo
como una simple chica
con una cabeza bien puesta
y un buen estilo
con una sexy disposición
y mucha compasión
con una dulce sonrisa
y un estilo delicado

aun así
no voy a hacer reverencias ni a rascarme
ni a portarme como un simio
ni alardear de un pueril pergamino de etnicidad
con tan sólo una señal vaga y huidiza de autenticidad
como un oscuro Lance Percival al revés
o peor aún
un bufón babeante que soltó su lengua

no será así
en absoluto
tengo mi ritmo
tengo mi rima
tengo mi cruda línea de bajo
tengo mi propio sentido del tiempo

el poeta idiota guarda la línea
pues Bootahlazy puede haber tenido un par de miles
pero Mandela, tuvo para él
miles y miles y miles y miles


(1) Pionero de la poesía rasta.
(2) Poeta nigeriano que murió en la guerra de secesión de los 60.
(3) Jefe de los Zulúes durante la lucha anti-Apartheid. Militante opuesto al Congreso Nacional Africano, liderado por Mandela.
(4) Historiador y poeta de Barbados, teórico y activista cultural que transformó el verso post-colonial caribeño.
(5) Poeta y político de Guyana.
(6) Poetas blues/ jazz afro-americano.
(7) Poeta surrealista congolés.
(8) Poeta afro-cubano que transformó la poesía cubana al apropiarse del ritmo del son.
(9) Aclamada poeta Jamaiquina.





Calle 66. 


La pieza estaba oscura-atardecer aullando
despacio
seis de la tarde,
luz de carbón la escena desafiante
moviendose negra:
el sonido era música fluyendo
tranquila constante,
y la mente hombre-hijo roja mística,
verde, roja, verde... escena pura

ningun hombre bailaría a no ser
saltando y latiendo
con el shock de sentirse maduro;
figuráte ese sonido derrumbándose
haciendo movimientos algo torpes;
porque cuando la música se metió en mis pies
sentí el dolor, reconocí el shock
había que hacerlo sí y subirse al rock.

de este rock
va a salir un ritmo más verdoso
va a meter más miedo
que ese que parió
el viento de la gloria.
nos movemos
con violencia vibrante
rockeando con ritmo verde
desterrando raíces secas
en la sequía.

pasaban al poderoso poeta I-Roy por la radio,
Western hizo un bailoteo y los dos
nos largamos a reir
el estaba de la cabeza, yo: de terror.
"Calle 66" dicho hombre dijo,
"policía que venga acá
se va a comer una justa molida de palos,
sí hermano, una pila de patadas."

laten las horas la movida va bien
cuando de pronto
bam bam bam un golpear a la puerta.
"Quién es," preguntó Western sintiendose bien
"Abran! policía! vamos abran!"
"Que dirección buscan?"
"Número sesenta y seis! vamos abran!":
Western, de la cabeza, contesta:
"Si, esta es la Calle 66;
pasen por favor y reciban su paliza."


Poemas. Ben Jonson (1572-1637)

Volpone. 


¿Qué puedo hacer
sino dar rienda suelta a mi ingenio, y vivir abierto
a todas las delicias que mi buena fortuna me depara?
No tengo esposa, padres, hijos, aliado,
a quien dejar mi riqueza; aquel que yo
nombre a de ser mi heredero: y esto hace que los hombre me vigilen
Esto trae diariamente nuevo aduladores a mi casa,
personas de todo sexo y edad
que me traen regalos; que me envían platas, monedas, joyas,
con la esperanza de que cuando yo muera (lo que ellos esperan
a cada minuto ansioso, ello les ha de producir
diez veces más.





Himno a Diana.


Reina y cazadora, casta y hermosa,
ya el sol se ha acostado a dormir,
sentada en tu silla de plata,
el estado en la manera habitual guarda.
Héspero implora tu luz,
diosa excelentemente brillante.

Tierra, que tu envidiosa sombra
no ose interponerse;
la reluciente orbe de Cintia la hicieron
para aclarar el cielo cuando se cerrase el día:
bendícenos con la vista deseada,
diosa excelentemente brillante.

Deja el arco de perla a un lado,
y el carcaj reluciente como el cristal;
dale al ciervo que huye
espacio para respirar, por corto que sea:
tú que haces día de la noche,
diosa excelentemente brillante.





Lo natural es elegante.


Siempre estar arreglada, siempre estar vestida
como si fuerais a una fiesta;
siempre estar empolvada, siempre perfumada,
señora, es de presumir que,
aunque las causas ocultas del arte no se descubran,
no todo es dulce, no todo es auténtico.

Dadme una mirada, dadme un rostro
que haga de la sencillez gracia,
ropas que fluyan sueltas, cabello también libre,
tal dulce descuido me conquista más
que todas las falsedades del arte:
me llegan a los ojos, pero no al corazón.





A Celia.


Bebe a mi salud solo con los ojos,
y yo brindaré con los míos;
o deja un beso sino en la copa
y no buscaré vino.
La sed que del alma surge
pide bebida divina;
pero aunque pudiera
del néctar de Júpiter sorber,
no lo cambiaría por el tuyo.

Te envié hace poco una corona de rosas,
no tanto honrándote
como dándole esperanza de que ahí
no pudiera marchitarse,
pero tú solo le respiraste encima
y me la devolviste; desde entonces lozanea y huele, lo juro,
¡no por sí sino por ti!





La sombra.


Seguid una sombra, siempre os huye;
fingid huir de ella, os seguirá:
así, cortejad a una dama, os niega;
dejadla en paz, os cortejará.
Decid: ¿no se declara de las mujeres con razón, pues,
que no son sino las sombras de nosotros los hombres?

Por la mañana y al atardecer las sombras son más largas;
al mediodía son o cortas o nada:
así, cuando los hombres estamos más débiles ellas están más fuertes,
pero si se nos encuentra perfectos, a ellas no se les reconoce.
Decid: ¿no se declara de las mujeres con razón, pues,
que no son sino las sombras de nosotros los hombres?