Pera verde.
Pera que espera en la rama
la mano que la desate;
fruta que juega al sabor
entre los labios del aire.
Pera que mece su forma
en el columpio del tallo;
fruta que prende su olor
en el cabello del árbol.
Pera que seno parece
en su verde adolescencia;
fruta de tierno color
que con mis ansias se besa.
Humana entraña de azúcar,
efeba fruta de jade:
¡cómo quisiera beberme
el aroma de tu carne!
Perfección fugaz.
Para el poeta Carlos Pellicer
Pinté el tallo,
luego el cáliz,
después la corola
pétalo por pétalo,
y,
al terminar mi rosa,
la induje
a soñar su aroma.
¡Hice la rosa perfecta!
Tan perfecta,
que al día siguiente
cuando fui a mirarla,
ya estaba muerta.
¿Qué es morir?
-¿Qué es morir?
-Morir es
Alzar el vuelo
Sin alas
Sin ojos
Y sin cuerpo.
Recuerdo instántaneo.
Al ver los ceros
los pies de mi memoria
trepan por ellos.
1989
Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche...
A Xavier Villaurrutia
Si hubieras sido tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
para iniciar el cauce de acentos en vacío
que, me imagino, será el lenguaje de los muertos.
Si hubieras sido tú, de verdad, la nube sola
que detuvo su viaje debajo de mis párpados
y se adentró en mi sangre,
amoldándose a mi dolor reciente
de una manera leve, brisa, aroma,
casi contacto angelical soñado...
Si hubieras sido tú,
lo que apartando la quietud oscura
se apareció, tal como si fuera tu dibujo
espiritual, que ansiaba convencerme
de que sigues, sin cuerpo, viviendo en la otra vida.
Si hubieras sido tú la voz callada
que se infiltró en la voz de mi conciencia,
buscando incorporarte en la palabra
que tu muerte expresaba con mis labios.
Si hubieras sido tu, lo que al dormirse
descendió como bruma, poco a poco,
y me fue encarcelando
en una vaga túnica de vuelo fallecido...
Si hubieras sido tú la llama llama
que inquemante creó, sin despertarme
ni conmover el lago del azoro:
tu inmaterial presencia,
igual que en el espejo emerge
la imagen, sin herirle
el límpido frescor de su epidermis.
Si hubieras sido tú...
Ya despierto, después de la vigilia,
o del sueño o del ensueño,
me pregunto a mí mismo:
¿Quién más pudo venir a visitarme?
Recuerdo que, contigo solamente,
platicaba del amoroso asedio
con que la muerte sigue a nuestra vida.
Y hablábamos los dos adivinando,
haciendo conjeturas,
ajustando preguntas, inevitando respuestas,
para quedar al fin
sumidos en derrota,
muriendo en vida por pensar la muerte.
Ahora tú ya sabes descifrar el misterio
porque estás en su seno, pero yo...
En esta incertidumbre secretamente pienso
que si no fuiste tú, lo que en las sombras, anoche,
bajó por la escalera del silencio
y se posó a mi lado,
entonces quizá fue
una visita de mi propia muerte.
Silencio en poema.
Para poder decirte lo que ansío
busco lo más sutil, lo más celeste,
lo que apenas se acerque al alba pura
de iniciar su existencia,
sin haber sido herido
ni por una mirada
ni tampoco por nadie imaginado.
El aroma del sueño,
la estela sin color que va quedando
cuando la nube avanza,
la oración que se eleva de la espuma
al nacer y morir,
la queja que pronuncia la corola
cuando vuela el rocío
o el íntimo gorjeo
del agua que abandona su venero:
no pueden ayudarme
porque ya están violados sus secretos
y opacan la avidez
del solo intento de querer pensar
lo que anhelo decirte.
No hay palabra, ni canto de paloma,
ni roce, ni suspiro, ni silencio,
que puedan expresar la frase virgen
con que yo quiero hablarte.
Es idioma que traigo sumergido
en estado naciente, inmaculado,
que lucha atravesando mis tinieblas
como la luz de estrellas ignoradas
que viene, desde siglos, descendiendo
para tocar la tierra...
Así es la profunda voz sedienta
que llevo atesorada
como raíz de antigua resonancia
en mi marino caracol de entraña,
y que vive conmigo, desde siempre,
brotando del amor inapagado
del amor primitivo de otros seres
que amaron antes, con el mismo amor,
y prosiguen en mí
fundidos en espera
enamorando aún lo inalcanzable.
Para poder decirte lo que anhelo
me falta lo inasible, lo perfecto,
y al no poder tenerlo:
con sombras duras, con dolor desnudo,
con el creciente caos de mi delirio
y el humo intacto del callar que oprimo,
escarbo el pozo donde entierro a solas
la forma del intento,
el inmóvil temblor
de quererte expresar los inexpresable.
Soy verdad.
Soy verdad -verdad impura-,
transparente, sin recodo:
no puedo ser de otro modo,
ni transformar mi estructura.
En mis entrañas fulgura
la obsesión de un pensamiento
que es hambre sexual que siento
en mi cerebro encendida.
Es incurable mi vida:
¡soy y seré de sexo hambriento!
Tengo miedo de ti...
Tengo miedo de ti,
de mí,
del mundo, del aire,
del amor, de la sombra.
Tengo miedo de todo.
¡Tengo miedo del miedo!
Tengo miedo a caer
sin nombre,
sin memoria y sin cuerpo,
en la eternidad
del olvido y del silencio.
¿Para qué soy
si para siempre dejaré de serlo?
Usted.
Usted es la culpable
de todas mis angustias
y todos mis quebrantos.
Usted llenó mi vida
de dulces inquietudes
y amargos desencantos.
Su amor es como un grito
que llevo aquí en mi sangre
y aquí en mi corazón.
Y soy, aunque no quiera,
esclavo de sus ojos,
juguete de su amor.
No juegue con mis penas
ni con mis sentimientos
que es lo único que tengo.
Usted es mi esperanza,
mi última esperanza,
comprenda de una vez.
Usted me desespera,
me mata, me enloquece,
y hasta la vida diera
por vencer el miedo
de besarla a usted.
Vigor animal.
Una gallina
con sus doce pollitos
pica y camina.
1989
Voz de mí.
No sé cómo mirar para encontrarte,
horizonte de amor en que me excito,
distancia sin medida donde habito
para matar las ansias de tocarte.
No sé cómo gritar para llamarte
en medio de mis siglos de infinito
donde nace el silencio de mi grito
movido por la sangre de buscarte.
Mirar sin que te alcance la mirada
sangrar sin la presencia de una herida,
llamarte sin oírme la llamada;
y atado al corazón que no te olvida,
ser un muerto que tiene por morada
un cuerpo que no vive sin tu vida.
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