viernes, 15 de noviembre de 2024

De "Sombras". Carl Sandburg (1878-1967)

Es mucho.

Mujeres de la vida nocturna entre luces
bajo las que el perfil de vuestros pechos plenos, redondos
luce con el mismo fulgor que el brillo de vuestros ojos
y el tintineo de vuestras risas de corazón:
      es mucho no pasar frío y tener la certeza del mañana.

Mujeres de la vida nocturna entre sombra:
de pechos entecos, arrimadas a las tapias,
flacas como una perra que estuviera en los huesos,
bajo el maquillaje de vuestras caras sonrientes:
       es mucho no pasar frío y tener la certeza del mañana.





Esquinera.

Entre las sombras, donde se cruzan dos calles,
acecha a oscuras una mujer que aguarda
hasta seguir su camino en cuanto se deje ver un policía.
Con una sonrisa cotrañosa, con una cara
pintarrajeada, demacrada, huesuda, en la que asoman
             ojos desesperados,
durante la noche entera ofrece a los transeúntes lo que
             deseen
de su belleza echada a perder, de su cuerpo ajado, sin
             exigencias,
sin que nadie muestre interés ninguno.





Harrison street court.

Oí de labios de una mujer
que conversaba con una compañera
estas palabras:

«Una mujer que se busca la vida
nunca se queda con nada
por más buscona que sea.
Es otro quien siempre se queda
lo que ella sale a buscar por las calles.
Si no es un chulo
es un toro el que se lo queda.
Ahora he de buscarme la vida
hasta que ni para eso ya valga.
Nada tengo que me compense.
Todo se lo quedó un hombre,
todas mis noches de busconeo.»





Paloma mancillada.

Seamos sinceros: la dama no fue furcia hasta que casó con
             un abogado de empresa que la encontró entre las
             chicas del coro de un espectáculo de Ziegfeld.
Hasta entonces, nunca se quedó con el dinero de nadie,
             y pagó sus medias de seda con lo ganado cantando
             y bailando.
Amó a un hombre que amó a seis mujeres, y tanto tráfago
             a ella le cambió la cara: le exigía más y más dinero
             en afeites, sumas elevadas para los médicos de
             belleza.
Ahora conduce ella sola un coche largo y vendido bajo
             cuerda, se entera por los periódicos de los
             tejemanejes de su marido en la comisión interestatal
             de comercio, ha de comprar corsés de tallaje mayor
             a cada año que pasa y a veces se pregunta cómo se
             las apaña un hombre con seis mujeres





Poemas compuestos en uno de los últimos tranvías de la noche.

I. Tordas.

Soy la Gran Avenida Blanca de la ciudad.
Cuando me preguntes cuál es mi deseo, así contesto:
«Muchachas frescas como flores silvestres del campo,
can el rostro joven y hastiado de vacas y graneros,
el ansia en sus ojos como el alba, el afán por conocer mis
                misterios;
muchachas esbeltas y ágiles, de piernas bien torneadas,
el atractivo en el arco de sus hombros estrechos
y la sabiduría de las praderas, para llorar quedo tan sólo
ante las cenizas de mis misterios».

II. Agotamiento.

(Versos basados en ciertos arrepentimientos que trae consigo
la meditación sobre las caras maquilladas de las mujeres que
pasean por North Clark Street, Chicago)

            Rosas,
       rosas rojas,
       aplastadas
en la lluvia y el viento
cual bocas de mujeres
aplastadas por los puños
de los hombres que las usan.
       Oh, capullos de rosa
        y hojas rotas
        y volutas de pétalos:
así tú, que de tal modo arrojaste tu carmín
        al sol
tan sólo ayer.

III. El hogar.

He aquí algo que anhela mi corazón fuera, ojalá, más
        corriente en el mundo:
una noche lo oí suspenso en el aire, al escuchar
a una madre que arrullaba a su hijo intranquilo y enojado
        en las tinieblas.





Se fue.

Todos amaban a Chick Lorimer en el pueblo.
                          Lejísimos
                 todos la amaban.
Así las cosas, todos amamos a una chica salvaje y sujetamos
           con mano firme
                 el sueño al que aspira.
Nadie sabe adónde se fue Chick Lorimer.
Nadie sabe por qué hizo la maleta... unas cuantas cosas viejas
y se fue,
                           se fue con el mentón pequeño
                           y bien alto,
                           con el cabello suave y descuidado
                           ondeando bajo su sombrero de ala ancha,
bailarina, cantante, amante apasionada y risueña.

¿Eran diez o cien los hombres deseosos de dar caza a Chick?
¿Eran cinco o cincuenta los que por ella suspiraban con
            el corazón partido?
                  Todos amaban a Chick Lorimer.
                         Nadie sabe a dónde  se fue.


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