Elige.
Un solo puño cerrado está en lo alto, listo,
si no, la mano abierta, tendida, a la espera, con su pregunta.
Elige:
nos hemos de encontrar en uno o en otra.
Felicidad.
Pedí a los profesores que enseñan el sentido de la vida
que me dijeran qué es la felicidad.
Fui a ver a los afamados ejecutivos que comandan el
trabajo de miles de hombres.
Todos menearon la cabeza y me sonrieron como si yo
tratase de engatusarlos.
Y un domingo por la tarde fui a pasear por la orilla del
río Desplaines.
Y vi a un grupo de húngaros bajo los árboles, con sus
mujeres y sus hijos, un barril de cerveza y un
acordeón.
Hombros albos.
Tus hombros albos
los recuerdo
y te encogías de risa.
Risa rara
que te arrasaba sola
desde tus hombros albos.
Lealtades.
Polvo amarillo
en el ala de un abejorro,
luces grises en los ojos
de una mujer que pregunta,
rojas ruinas a la luz cambiante
de los rescoldos del crepúsculo:
os tomo y amontono
los recuerdos.
La muerte ha de romperse las garras
en algunos a los que guardo.
Niebla.
Llega la niebla
con sus mullidas almohadillas de gata.
Se sienta a mirar
la ciudad y el puerto
sobre sus ancas calladas
y luego sigue su camino.
Pérdidas.
Tuve un amor
y un hijo,
un banjo,
las sombras.
(Pérdidas de Dios,
todas acabarán
y un buen día
nos quedaremos
sólo con las sombras.)
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