jueves, 29 de agosto de 2024

Poemas II. Anne Sexton (1928-1974)

La muerte de Sylvia.


para Sylvia Plath

Oh Sylvia, Sylvia,
con un féretro de piedras y cucharas,

con dos hijos, dos meteoros
vagando libres en una pequeña sala de juegos

con tu boca hacia la sábana,
hacia la viga del techo, hacia la estúpida plegaria,

(Sylvia, Sylvia
¿a dónde te fuiste
después de escribirme
desde Devonshire
acerca de cultivar papas
y criar abejas?)

¿a qué te aferraste,
cómo cediste sin luchar?

Ladrona...
¿cómo te arrastraste,

te arrastraste hacia abajo sola
hacia la muerte que yo he deseado tanto y por tanto tiempo

la muerte a la que ambas coincidimos en que hacía rato le había llegado su hora,
la misma que llevamos en nuestros delgados pechos,

la misma sobre la cual conversáramos tan seguido cada vez
que nos bajamos tres martinis extra secos en Boston,

la muerte que hablaba de analistas y curas,
la muerte que hablaba como novias con tramas,

la muerte que nos bebimos,
los motivos y la quieta realidad?

(En Boston
los moribundos
viajan en taxis,
si nuevamente la muerte,
que viaja a casa
con nuestro muchacho.)

Oh Sylvia, recuerdo al letárgico baterista
que batía sobre nuestros ojos con una vieja historia,

cómo queríamos dejarlo venir
como un sádico o un hada de New York

para que hiciera su trabajo,
una necesidad, una ventana en una pared o un pesebre,

y desde entonces esperó
bajo nuestro corazón, nuestra alacena,

y veo ahora que le hemos guardado
año tras año, viejos suicidios

y siento ante la noticia de tu muerte
un horrible sabor, como a sal

(Y yo,
yo también.
Y ahora, Sylvia,
tu nuevamente
con la muerte de nuevo,
que viaja a casa
con nuestro muchacho.)

Y digo sólo
con mis brazos estirados hacia aquel pedregal,

¿qué es tu muerte
sino una vieja posesión,

un lunar que se escapó
de uno de tus poemas?

(Oh amiga,
cuando la luna está mal,
y el rey se ha marchado,
y la reina ha perdido la razón
el borracho debería cantar!)

Oh pequeña madre,
tu también!
Oh graciosa duquesa!
Oh rubita!





De ésas.


He salido al mundo, una bruja poseída,
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis doce dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.

He encontrado las cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, tallas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para los gusanos y los elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.

He viajado contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que dejábamos atrás,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas.





Para mi amante que regresa con su mujer.


Ella está allí, entera.
La han preparado atentamente para ti
Y te la han mandado desde tu infancia.
Te la han mandado desde tus cien edades preferidas.
Ella estuvo siempre allí, cariño.
Ella es, de hecho, exquisita.
Fuegos artificiales en el medio del febrero tan gris
Y tan real como una tetera de hierro.
Seamos sinceros, estuve de paso por tu vida.
Un lujo. Una curva de un rojo brillante en el puerto
Mi pelo flotando como el humo por la ventana del coche.
Como mejillones fuera de la temporada.

Ella es mucho más que esto. Ella es tu tengo que tener
Ella te ha cuidado tu crecimiento práctico, tropical.
Ella no es un experimento. Ella es todo armonía.
Ella cuida los remos y las horquillas de tu bote,
Ha colocado flores en la venata para el desayuno,
Se sienta en el torno a mediodía,
Parió tres hijos bajo la luna,
Tres querubines dibujados por Miguel Ángel,
Y lo hizo con las piernas abiertas
En los terribles meses en la capilla.

Si miras hacia arriba, los niños están allí
Como globos delicados descansando en el techo.

También llevó a cada uno de ellos por el pasillo
Después de la cena, con sus cabecitas tiernamente bajados
Dos piernecitas protestando,
Su cara enternecida por una canción de cuna y su pequeño sueño.
Te devuelvo tu corazón.
Te doy permiso
Para fundirte en ella, dando embestidas
En el barro, para la zorra que hay en ella
Para enterrar su herida ---
Para enterrar viva a su pequeña herida roja—

Para el aleteo pálido debajo de sus costillas
Para el marinero borracho esperando en su pulso izquierdo,
Para la rodilla de madre, para sus medias,
Para su liguero, para su llamada –
La extraña llamada
Cuando te hundas en su madriguera de brazos y pecho
Y acaricies el lazo anaranjado en su pelo
Contestando a la llamada, la extraña llamada.

Ella está tan desnuda y peculiar
Ella es la suma de ti y tus sueños
Móntala como si montaras a un monumento
Peldaño a peldaño
Ella es sólida.

Mientras yo, yo soy acuarela.
Y me destiño.





En celebración de mi útero.


Todo en mí es un pájaro.
Agito todas mis alas.
Querían cortarte y sacarte
pero no lo harán.
Decían que estabas infinitamente vacío
pero no lo estás.
Decían que estabas enfermo de muerte
pero se equivocaban.
Cantas como una colegiala.
No estás desgarrado.

Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
y el alma de la mujer que soy
y de la criatura central y su deleite
canto para ti. Me arriesgo a vivir.
Hola, espíritu. Hola, copa.
Sujetar, cubrir. Cubierta que contiene.
Hola tierra de las colinas.
Bienvenidas, raíces.

Cada célula tiene una vida.
Aquí hay suficiente para satisfacer una nación,
para que el pueblo haga suyos estos bienes.
Cualquier persona, cualquier sociedad diría:
"Este año está resultando tan bueno que
podemos pensar en otra cosecha.
Una plaga ha sido prevista y eliminada.
"Por eso muchas mujeres cantan al unísono:
una maldiciendo la máquina de hacer zapatos,
una en el acuario cuidando de la foca,
una aburrida al volante de su Ford,
una cobrando en la barrera de peaje,
una en Arizona echando el lazo a un ternero,
una en Rusia con un chelo entre las piernas,
una en Egipto trajinando ollas en la cocina,
una pintando de luna las paredes de su dormitorio,
una moribunda pero recordando un almuerzo,
una en Tailandia desperezándose en su estera,
una limpiándole el culo a su hijo,
una mirando por la ventanilla de un tren
en medio de Wyoming y una está
en cualquier parte y algunas en todas partes y todas
parecen cantar, aunque algunas no pueden
cantar ni una nota.

Dulce peso,
en celebración de la mujer que soy
déjame llevar una bufanda de tres metros,
déjame tocar el tambor por las de diecinueve años,
déjame llevar cuencos para la ofrenda
(si eso es lo que me toca).
Déjame estudiar el tejido cardiovascular,
déjame medir la distancia angular entre meteoros,
déjame libar de los estambres de las flores
(si eso me toca).
Déjame hacer ciertas figuras tribales
(si me toca).
Por todo esto el cuerpo necesita
que me dejes cantar
para la cena,
para el beso,
para la afirmación
exacta.





Cerdo.


Oh tú máquina de beicon marrón,
cuán dulcemente yaces,
engordando una libra y media por día,
tú, par de calcetines enrollados,
tú, pesadilla de perro,
tú, con el morro aplastado
pero las orejas extendidas,
tus ojos blandos como huevos,
cerdo, grande como un cañón,
cuán dulcemente yaces.

Por la noche estoy tendida en mi cama
en el armario de mi mente
y cuento cerdos en un corral,
marrones, moteados, blancos, rosados, negros,
avanzan por la lanzadera hacia la muerte
del mismo modo que mi mente avanza
buscando su propia pequeña muerte.





Los bombardeos.


Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores
La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.

¿Dónde están tus méritos,
América?





El asesino.


La muerte correcta está escrita.
Colmaré la necesidad.
Mi arco está tenso.
Mi arco está listo.
Soy la bala y el garfio.
Estoy amartillada y dispuesta.
En mi alza lo tallo
como un escultor. Moldeo
su última mirada hacia todos.
Cambio sus ojos y su cráneo
constantemente de posición.
Conozco su sexo de macho
y lo recorro con mi dedo índice.
Su boca y su ano son uno.
Estoy en el centro de la emoción.

Un tren subterráneo
viaja a través de mi ballesta.
Tengo un cerrojo de sangre
y lo he hecho mío.
Con este hombre tengo en mis manos
su destino y con este revólver
tengo en mis manos el periódico y
con mi ardor tomaré posesión de él.
Se inclinará ante mí
y sus venas saldrán en desorden
igual que niños... Dame
su bandera y sus ojos.
Dame su duro caparazón y su labio.
Él es mi mal y mi manzana y
lo acompañaré a casa.





Descalza.


Amarme sin zapatos
significa amar mis piernas largas y bronceadas,
queridas mías, buenas como cucharas;
y mis pies, estos dos chicos
que se escaparon a jugar desnudos. Intrincados nudos,
mis dedos. Libres ya de sujeción.
Y todavía más, miren las uñas y
cada una de las diez etapas, tubérculo a tubérculo.
Vehementes y alocados, todos ellos, este cerdito
fue al mercado y este otro se
quedó. Largas piernas bronceadas, y largos y bronceados dedos.
Más arriba, cariño, la mujer
confiesa sus secretos, pequeñas casas
y pequeñas lenguas que te lo cuentan todo.

No hay nadie más que vos y yo
en esta casa en la península.
El mar lleva un cencerro en el ombligo
y yo soy tu sirvienta descalza
por una semana entera. ¿Querés un poco de salame?
No. ¿Querés un whisky, a lo mejor?
Tampoco. Vos no sos de tomar. Vos
me tomás a mí. Las gaviotas persiguen a los peces
gritando como chicos de tres años.
Las olas son narcóticas, me llaman
Yo soy, yo soy, yo soy
toda la noche. Descalza
te camino por la espalda.
A la mañana corro por la cabaña,
de una puerta a otra, jugando a perseguirnos.
Ahora me agarrás por los tobillos.
Ahora vas trepando por mis piernas
hasta que atravesás la marca de mi anhelo.





Amable señor, este bosque.


Amable señor: le voy a contar un juego antiguo
que jugábamos a los ocho y a los diez.
A veces, en La Isla, al sur de Maine,
a finales de agosto, cuando desde alta mar
llegaba la niebla fría, el bosque entre Dingley Dell
y la cabaña del abuelo se ponía blanco, raro.
Era como si cada pino fuera un poste desconocido;
como si el día se convirtiera en noche y los murciélagos
volaran hacia el sol. Nos divertía
dar una vuelta y, ¡ya!, saber que estabas perdida;
saber que el cuerno del cuervo sonaba en la oscuridad,
saber que nunca llegaría la cena,
que el alarido maldito de la lejana sirena decía
tu tata se ha marchado para siempre. Oh, señorita,
la barca ha volcado. Y entonces estabas muerta.
Gira una vez, los ojos apretados, pensando en eso.

Amable señor: perdida y de su misma naturaleza,
he dado dos vueltas, con los ojos bien cerrados,
y los bosques eran blancos y mi mente nocturna
vio cosas tan extrañas, innombradas, irreales.
Y al abrir los ojos, me da miedo mirar
(con esta mirada interior que tanto desprecia la sociedad).
Aun así, busco en estos bosques y no encuentro nada peor
que mi imagen, atrapada entre la uvas y las zarzas.





El aborto.


Alguien que debió nacer
se perdió.

Cuando la tierra arrugaba su boca
y otro pimpollo soplaba desde su nudo;
cambié mis zapatos y manejé hacia el Sur.

Pasaron las Montañas Azules donde
en la infinitud las jorobas de Pensylvania
como gato crayonado decaen con su verde pelo.

Sus caminos hundiéndose como una tabla de lavar gris;
donde en realidad desde un hueco oscuro las particiones perversas
de la tierra derraman carbón.

Alguien que debió nacer
se perdió.

El césped erizado y fornido como cebolla,
y yo vagando cuando la tierra se quebraba,
y yo vagando como cualquiera de los frágiles sobrevivientes;

allá en Pensylvania conocí a un hombrecito,
no un Rumpelstiltskin, en todo, en todo
él tomó la plenitud de este naciente amor.

Retornando al Norte; aun el cielo crecía claro
como una alta ventana mirando a ningún lado.
La carretera era plana como una lamina de estaño.

Alguien que debió nacer
se perdió.

Sí mujer, esta lógica será la guía
para perdernos sin morir. O decí
lo que querés decir,
cobarde...esta nena que soy sangra.


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