jueves, 29 de agosto de 2024

Poemas. Delmore Schwartz (1913-1966)

Baudelaire. 


Cuando me quedo dormido, y hasta cuando duermo,
Escucho, con bastante claridad, voces diciendo
Frases completas, lugares comunes y triviales
Que no tienen relación con mis asuntos.

Querida madre: ¿Nos queda algo de tiempo
Para ser felices? Mis deudas son enormes.
Mi cuenta de banco es tema de juicio en la corte,
No se nada. No puedo saber nada.
He perdido la capacidad de hacer un esfuerzo.
Pero ahora como antes mi amor por ti aumenta
Siempre tienes piedras que arrojarme, siempre:
Es verdad, desde la niñez.

Por primera vez en mi larga vida
soy casi feliz. El libro, casi terminado,
parece casi bueno. Perdurará, un monumento
a mis obsesiones, mi odio, mi disgusto.

Deudas e inquietudes persisten y me debilitan.
Satán se desliza ante mí, diciendo con dulzura:
"Descansa un día!" "Puedes descansar y divertirte hoy.
Trabajarás esta noche". Cuando llega la noche,
Mi mente aterrorizada por el retraso,
Aburrida por la tristeza, paralizada por la impotencia,
Promete: "Mañana: Trabajaré mañana".
Mañana la misma comedia tiene lugar
Con la misma resolución, la misma debilidad.

Estoy harto de esta vida de habitaciones amuebladas.
Estoy harto de tener gripes y dolores de cabeza.
Conoces mi extraña vida: Cada día trae
Su cuota de ira. Apenas conoces
La vida del poeta, querida madre: Debo escribir poemas,
La más fatigosa de las ocupaciones.

Estoy triste esta mañana. No me lo reproches.
Te escribo desde un café cerca del correo,
Entre el golpe de las bolas de billar, el tintineo de los platos,
El latido de mi corazón. Me pidieron que escriba
"Una historia de la caricatura". Me pidieron que escriba
"Una historia de la escultura". ¿Escribiré una historia
De las caricaturas de las esculturas tuyas en mi corazón?

Aunque te cueste incontable agonía
Aunque no lo creas necesario,
Y dudes que la suma sea la adecuada,
Por favor, envíame el dinero necesario por lo menos para tres semanas.





En la cama desnuda, en la caverna de Platón. 


En la cama desnuda, en la caverna de Platón,
Luces reflejadas se deslizaban lentamente sobre la pared,
Carpinteros martillaban bajo la ventana ensombrecida,
El viento agitó las cortinas toda la noche,
Una flota de camiones extendida cuesta arriba, rechinando,
Con la carga cubierta, como siempre.
El techo se encendió una vez más, el diagrama inclinado
Se deslizó lentamente hacia delante.
Al escuchar los pasos del lechero,
Su esfuerzo en la escalera, el tintineo de las botellas,
Me levanté de la cama, encendí un cigarrillo,
Y caminé hacia la ventana. La calle empedrada
Destacaba la quietud en la que permanecen los edificios,
La vigilia de los postes de luz y la paciencia del caballo.
El capital puro del cielo del invierno
Me hizo volver a la cama con ojos exhaustos.

La extrañeza crecía en el aire inmóvil. La vaga película
Se agrisó. Sacudiendo vagones, cataratas de cascos
Sonaban a lo lejos, cada vez más fuerte y más cerca.
Un auto tosió al arrancar. La mañana fundiendo
El aire suavemente, levantó sillas semicubiertas
Del fondo de los mares, iluminó el espejo,
Volvió visible la cómoda y la pared blanca.
El pájaro gritó tentativamente, silbó, gritó,
Trinó y silbó, así! Perplejo, todavía húmedo
Por el sueño, afectuoso, hambriento y frío. Así, así
Oh hijo del hombre, la noche ignorante, el afán
De la mañana temprana, el misterio de comenzar
Una y otra vez.
Mientras que la historia no perdona.





Hay quienes hablan de mí burlonamente con malicia. 


"Como en el agua un rostro responde al rostro, también
el corazón del hombre responde al hombre."
Proverbios 27:19

¿Murmuran a espaldas mías? ¿Hablan
de mi torpeza? ¿Se ríen de mí,
Remedando mis gestos, detallando mi vergüenza?
Me daré vuelta enfrentándolos, los denunciaré, diciendo
Que son unos desvergonzados, que son traicioneros,
Que ya no son mis amigos, que ya nunca más,
Jamás, entre un millar de encuentros en la calle,
Reconoceré sus caras, tomaré sus manos,
Ni por nuestro amor en común ni en recuerdo de otros tiempos:
Murmuraron a mis espaldas, me remedaron.
Sé por qué lo hacen, también yo lo he hecho
,Ser cruel por chiste, a espaldas de mi querido amigo,
Y para divertir traicioné su amor privado,
Su vergüenza nerviosa, el hábito de ella y las debilidades de los dos;
Los he remedado, he sido traicionero,
Por chiste, para divertir, porque su ser pesó
Demasiado crasamente por un tiempo, para ser superior,
Para lisonjear a los oyentes con esto, lo íntimo,
Traicionando lo íntimo, mas por lo íntimo,
Para liberarme de la necesidad de amistad,
Temiendo de tiempo en tiempo que ellos oigan,
Me denuncien y repudien, que digan de una vez para siempre
Que jamás volverán a estar conmigo, tomar mis manos,
Hablando de los tiempos idos y de nuestro amor en común.
¡Qué cosa tan inaudita es, en suma,
Amar a otro y ser amado por igual!
¡Qué tristeza y qué alegría! Cuán cruel resulta
Que el orgullo y el ingenio deformen el corazón humano,
Cuán vano, cuán triste, qué crueldad, qué necesidad,
Puesto que es cierto y triste que los necesito
Y que ellos me necesitan. ¿Qué es lo que puedo hacer?
Necesitamos
Mutuamente nuestras torpezas, mutuamente nuestro ingenio,
Mutuamente la compañía así como nuestro propio orgullo.
Yo necesito
Mi cara exenta de vergüenza, necesito mi ingenio, no puedo
Alejarme. Conocemos nuestra torpeza,
Nuestra debilidad, nuestras necesidades, no podemos
olvidar nuestro orgullo, nuestras caras, nuestro amor en común.





Seraut, Domingo a la tarde a orillas del Sena. 


A Meyer y Lillian Schapiro

¿Qué están mirando? ¿El río?
¿La luz del sol sobre el río, el verano, ocio
o el placer y la nada de la conciencia?
Una niña salta, un mono tití brinca,
como un canguro, atado a la correa de una dama.
(¿Cobra el marido impuestos al Congo por mantener al mono?)
El mono saltarín no puede seguir al caniche que corre adelante.

Todos sostienen el corazón en sus manos:

una plegaria, una promesa de gracia o gratitud,
una devota ofrenda al dios del verano, domingo y plenitud.

La gente del domingo contempla la esperanza misma.

Contempla la esperanza, bajo el sol, libre de la ansiedad dental,
la devoradora nerviosidad
que desgasta tantos días y años de la conciencia.

Quien los percibe, percibir el oro y verde
del domingo de verano es en sí invisible.
Porque él es resplandor dedicado y concentración suprema,
enhebrando fanáticamente las cuentas,
agujas y ojos -¡todo a la vez!- de la intensidad y permanencia.
Él es un santo del domingo al aire libre,
un fanático disciplinado por la pasión, coraje, pasión, habilidad, compasión, amor:
un único amor a la vida y amor a la luz, bajo el sol, con el amor a la vida.

En todos lados brilla el resplandor como un jardín floreciendo en la quietud.

Muchos están mirando, muchos sostienen algo o a alguien pequeño o grande;
algunos sostienen varias clases de quitasoles:
cada uno de los que sostiene una sombrilla lo hace de manera diferente.
Alguien se encorva bajo una sombrilla roja como si se escondiese
y mirase hacia el río furtivamente, o buscara estar
libre de la proximidad y el juicio de los otros.
Junto a él se sienta una dama que se ha convertido en piedra, o guijarro,
aunque su sombrero acampanado es rojo.
Una niña se aferra al brazo de su madre
como si fuese una verdad genuina y permanente.
Su sombrero de ala ancha es azul y blanco,
azul como el río, como los veleros blanco,
y su cara y su apariencia tienen la suave inocencia
honesta y alejada del miedo como ángeles tocando clavicordios.
Una adolescente sostiene un ramo de flores
como si contemplase y buscase su desconocido, deseado y temido destino.
Ningún vínculo es tan fuerte como la fuerza con la que los árboles
se aferran al suelo, se curvan hacia la luz en el cálido aire suave,
enraizados y elevándose con una tenacidad perfecta,
alejados del distraído y errático estado de la humanidad.
Cada sombrilla se curva y convierte en árbol,
y los árboles curvándose se elevan para convertirse y ser iguales a la sombrilla,
las campanas del domingo, el verano y el placer del verano.

Segura como los árboles es la dignidad deambulante
de la mujer burguesa que va del brazo de su marido
con la confianza natural y orgullo de quien es,
ella lo es, una emperatriz victoriana y reina.
La dignidad de su marido es tan sólida como su embonpoint.
Lleva un buen cigarro, y un delicado bastón, con bastante despreocupación.
Del brazo de su esposa, son propiedad el uno del otro.
Vestidos impecablemente y con sencillez, son amables y solemnes
como si fuesen inconscientes o estuviesen libres del tiempo y de la tumba,
-señor y señora del paseo del domingo- ¡de todo!
Porque ellos son los monarcas absolutos del mono tití.

Si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá extremadamente interesante;
si mirás algo el tiempo suficiente
se volverá rico, múltiple, fascinante.

Si podés mirar cualquier cosa durante suficiente tiempo,
te regocijarás en el milagro del amor,
serás poseído y bendecido
por el maravilloso resplandor cegador del amor, serás resplandor.
La individualidad poseerá y será poseída como en la consagración del matrimonio,
el dominio de la vocación, el misterio del don del dominio,
la eterna relación entre paternidad y progenie.

Todas las cosas están fijas en una dirección.
Nos movemos con la gente del domingo de derecha a izquierda.

El sol brilla
en suave gloria.
La humanidad encuentra
la famosa historia
de paz y descanso, aliviada por un momento del cansancio de las mareas de los días de semana, la carcomiente ansiedad,
de la inseguridad y el miedo de la rutina semanal de toda una vida,
del profundo nerviosismo que en lo más hondo de la conciencia nos hace apretar los dientes, y que como
lo encontramos tan continuamente,
despiertos o
dormidos,
apenas percibimos que está ahí
o que quizá podríamos librarnos de su dolor y tormento,
abiertos y libres a toda experiencia.

El sol del verano brilla parejamente y con voluptuosidad
sobre los ricos y los libres, los cómodos, los rentier, los pobres,
y los que están paralizados por la pobreza.
Seurat es a la vez pintor, poeta, arquitecto y alquimista:
el alquimista apunta su varita mágica para describir y conservar el oro
del domingo.
Mezcla pequeños almizcles por mucho tiempo
porque desea mantener el ocio cálido y el placer de las vacaciones
en el fuego ardiente y la paciencia apasionada de su mente y mirada,
ahora y siempre. ¡Oh feliz, feliz multitud!
Es domingo para siempre, verano, libre: permanecerán siempre cálidos
en sus semillas chicas, sus pequeños granos negros.
Él construye y mantiene el poder y el placer
con el que el domingo de verano reina serenamente.

¿Es posible? ¡Es posible!
Aunque requiera los trabajos de Hércules, Sísifo, Flaubert, Roebling,
la brillantez y espontaneidad de Mozart, la paciencia de la pirámide,
y requiera todo esto del pintor que a los veinticinco
no sospecha que en seis años ya no estará vivo.
Sus maravillosas bolitas, cuentas o moléculas son puntos que la magia de la alquimia
transforma en diamantes de florecido resplandor, atrapando y bendiciendo la mirada:
Mirá cómo el sol brilla nuevo y nuevamente,
atravesado con serenidad por su apasionada obsesión
mientras él transforma la luz solar en materia de peltre,
destellando, elegante y seria, nítida como la manteca,
con solidez brillante, inmutable, un don elevándose a la inmortalidad.

La luz del sol, los árboles altísimos y el Sena
son como una gran red en la que Seraut busca atrapar y mantener
a todos los seres vivos en un desfile y paseo de suave y apacible calma.
El río temblando, azul plateado bajo la luz diversa,
está casi inmóvil. La mayoría de las personas del domingo
son como flores, caminando, moviéndose hacia el río, el sol y el río del sol.
Cada uno sujeta alguna cosa o a alguien, algún instrumento agarra,
tiene, sujeta, aferra o de algún modo toca
algún ser humano como si la mano y el puño al sujetar y poseer
solos, privadamente y en la intimidad,
fuesen el único vínculo verdadero o unión con la bendición.

Un chico toca la flauta, inclinándose por el placer de la actividad musical,
de espaldas al Sena, la luz del sol y el día girasol.
Un dandy apuesto con sombrero de copa contempla distraídamente el Sena.
La casual delicadeza con que sostiene su bastón se parece a la elegancia de su traje.
Se sienta con postura educada, impecable y erguido,
fijo en su rincón: él es como su bigote.
Cerca, un trabajador se pasea con los hombros caídos, bastante cómodo,
vagando o recostándose, apoyándose en el codo, fumando su pipa,
mirando solitario, a gusto, o abstraído y desdeñoso,
a pesar de estar tan cerca del caballero elegante.
Detrás un sabueso negro olfatea el verde, azul suelo.
Entre ellos, una esposa baja la vista hacia el tejido en su falda,
como en profundo escrutinio de un libro difícil.
Su mirada atenta no se encuentra en su cara casi oculta,
sino en sus manos que aferran el tejido como nadie aferra
sombrilla, barrilete, vela, flauta o quitasol.

Ésta es la inquieta realidad del tiempo y el fuego del tiempo que convierte
lo que sea en otra cosa, alterando y cambiando continuamente toda identidad.
Mientras el enorme fuego del tiempo consume (aspirando, volando y muriendo)

todas las cosas se elevan y caen, viviendo, saltando y marchitándose, cayendo
-como llamas extinguiéndose, floreciendo, volando y muriendo-
en el incontrolable resplandor del tiempo y la historia:

Aquí Seurat busca en la cueva de su mente y mirada para encontrar
un monumento permanente al simple placer del domingo, busca la alegría
sin fin a través de los ojos de la inmortalidad;
se esfuerza apasionada y pacientemente
por superar la cualidad insconstante y errática de la realidad viviente.
En esta tarde de domingo sobre el Sena
existen muchos cuadros dentro de la escena del domingo:
cada uno es un mundo en sí mismo, un mundo en sí mismo
(y como un niño une generaciones, reconcilia a los separados y ancianos,
por eso un nieto es un segundo nacimiento, y el renacimiento de lo irracional,
de aquellosque se sienten perdidos, resignados o implacables).
Cada pequeño cuadro une lo amplio y lo chico, agrupando los objetos grandes,
conectándolos con cada puntito, semilla o grano negro
que son como modelos, una maravillosa red y tapicería,
pero que tienen también la frescura fortuita y el resplandor
de los ondulantes destellos del río y de los sorprendentes sistemas de la helada
cuando aparecen en la mañana andante, una pura, delicada quietud blanca y minuet.
En diciembre, a la mañana, gallardetes blancos veteando la vidriera.

Él es fanático: es a la vez poeta y arquitecto,
buscando la evocación total en figuras tan fuertes como la torre Eiffel,
sutil y delicado también como alguien que tocó una sonata de Mozart, solo,
bajo la cima de Notre-Dame.
Rápido y completamente sensible, puramente real y práctico,
haciendo un mosaico de pequeños puntos en un mural de esplendor y orden.
Cada pequeño modelo es el macrocosmos soñado o imaginado
en el que todas las cosas, grandes o chicas, con buena voluntad y amor
se rinden al júbilo y la paz de la luz del domingo, al placer de la luz del sol,
a la profunda moderación y orden de la proporción y relación.

Se extiende más allá de la brillante espontaneidad
de los deslumbrados impresionistas que siguen la luz
cambiante cuando oscila, cambiando, minuto a minuto,
disponiendo, encantando y concediendo libre y continuamente
la frescura y renovación a todo lo que se manifiesta y fluye.

A pesar de ser muy cuidadoso, es completamente cándido.
A pesar de ser totalmente impersonal,
tiene la frescura de la juventud y, tal es su candor,
su mirada es única y por eso intensamente personal:
nunca es fácil, vana o mecánica, su visión es simple:
pero también amplia, compleja, enojada, y profunda
emulando la totalidad de la naturaleza al madurar,
perdurar yavanzar con dificultad en el caos de la actualidad.

Una infinita variedad dentro de un marco simple.
¡Incontables variaciones sobre un solo tema!
¡Vibrante con qué clase de lujuria, qué alegría calma!
Ésta es la celebración de la contemplación,
ésta es la conversión de experiencia a pura atención,
aquí está lo sagrado de todas las cosas pequeñas que se nos ofrecen,
descubiertas por nosotros, transformadas en las más viva consciencia,
detrás de la superficialidad o ceguera de la experiencia,
detrás de las superficies empañadas, cubiertas de hollín que,
desde el Edén y desde el nacimiento,
convierten a todas las pequeñas cosas en triviales o invisibles,
en boletos rotos con rapidez y arrojados lejos
en un viaje en tren hacia una fiesta cada vez más lejana.
Aquí nos hemos detenido, aquí hemos entregado nuestros corazones
a la ciudad real, la vívida ciudad, la ciudad en la que habitamos
y la que ignoramos, o miramos sin atención,
la mayoría de los días luminosos!

...El tiempo pasa: nada cambia, todo permanece igual.
Nada es nuevo bajo el sol. También es cierto
que el tiempo pasa y todo cambia, año tras año, día tras día, hora tras hora.
El domingo a la tarde de Seurat a orillas del Sena se ha ido lejos,
se ha ido a Chicago, cerca del lago Michigan,
todas sus flores brillan en una inmensa quietud satisfecha.
Y sin embargo, continúa en otro lado y en todos los lugares donde las imágenes
deleitan la vista y el corazón, y se convierten en los deseables, admirables,
anhelados íconos de consciencia purificada.
Lejos y cerca, cerca y lejos,
no podemos oír, a menos que escuchemos lo que Flaubert quiso decir,
al percibir a un hombre con su mujer y su hijo en un día como este:
Ils sont dans le vrai! Ellos tienen la verdad,
han encontrado en la tierra el camino hacia el reino de los cielos
en un domingo de verano.
¿No es cada vez más y más claro?
No podemos oír también la voz de Kafka, siempre triste,
en la desesperación de su enfermedad tratando de decir:
"Flaubert tenía razón: Ils sont dans le vrai!
Sin antepasados, sin matrimonio, sin herederos,
pero con un salvaje anhelo de antepasados, matrimonio y herederos:
Todos me estiran sus manos: pero están tan lejos de mí!"





El pesado oso que va conmigo.


El pesado oso que va conmigo,
una argamasa de miel para untar su rostro,
torpe y moviéndose pesadamente por aquí y por allá,
la tonelada central en todo lugar,
el hambriento camorrero bruto
enamorado de los caramelos, la furia y el sueño,
desquiciado factótum, que todo lo despeina,
escala los edificios, patea el balón de fútbol,
y boxea con su hermano en la ciudad regida por el odio.

Respirando a mi lado, aquel pesado animal,
el pesado oso que duerme conmigo,
aúlla en su sueño por un mundo de azúcar,
una dulzura íntima como la caricia del agua,
aúlla en su sueño debido a que la dura cuerda
se tensa y muestra la oscuridad del más allá.
El que se pavoneaba y se lucía está ahora aterrado,
vestido en su traje de gala, abultando sus pantalones,
tiembla al pensar que su carne estremecida
pueda al final encogerse hasta la nada misma.

El inevitable animal camina conmigo,
me ha seguido desde la negrura del útero,
se mueve donde yo me muevo, deformando mi gesto,
una caricatura, una sombra engullida,
un estúpido payaso del motivo del espíritu,
queda perplejo y se ofende con su propia oscuridad,
la vida secreta de la panza y los huesos,
opaco, demasiado cercano, íntimo, aunque desconocido,
se estira para abrazar a la muy querida
con quien yo caminaría sin tenerlo cerca,
la toca a ella obscenamente, aunque una palabra
podría desnudar mi corazón y dejarme en evidencia,
tropieza, cae y urge ser alimentado,
arrastrándome con él en su preocupación bucal,
entre los cientos de millones como él,
la vigorosa lucha por apetito en todos lados.





La balada de los hijos del Zar.


1
Los hijos del Zar
jugaron con un balón

n la mañana de mayo, en el jardín del Zar,
se lo lanzaban y lanzaron.

Cayó entre los arriates
o se fugó a la puerta norte.

Una luna diurna colgaba
del cielo a poniente, calva y blanca.

Como la cara de Papá, dijo Hermana,
arrojando la pelota blanca.

2
Mientras, yo me comía una papa asada
a seis mil millas de distancia,

En Brooklyn, en 1916,
edad dos años, irracional.

Cuando Franklin D. Roosevelt
era un anuncio de camisas Arrow.

¡Oh, Nicolás! ¡Ay! ¡Ay!
Tosió en tu ejército mi abuelo.

Oculto en un tonel apestoso a vino
tres días en Bucarest

Se fue luego a América
y llegó a ser rey.

3
Yo soy el padre de mi padre,
tú eres la culpa de tus hijos.

En la piedad y el terror de la historia
el niño es de nuevo Eneas;

Troya está en el cuarto de los niños,
el caballico de madera en llamas.

¡Explotación de menores! Cargue el niño
los padres a su espalda.

Y puesto que pasaron tantas cosas
y que la historia no es sino tristor

Para el individuo,
el que bebe té, el que se acatarra,

Generalícese la furia:
odio cosas abstractas.

4
Hermano y hermana rebotaban
el invicto balón obligado,

Del sol cayeron añicos
como espadas sobre aquel juego,

Marchoso hacia levante entre estrellas
y hacia octubre y febrero.

Mas los vientos de mayo rozaron sus mejillas
como madre que vigila un sueño,

Y si pelean un poco
por culpa del balón

Y la hermana pellizca al hermano,
y el hermano le atiza en las canillas,

¡Pues sí! Así es el corazón humano:
flor de cacto.

5
El jardín donde el balón rebota
es otro balón que retoza.

El remolino rotatorio del orbe
impide el júbilo del albedrío.

Rueda en su foco oscuro de luz,
muy grande para sus manos.

Cosa despiadada sin fin,
capricho y perseverancia,

No se hizo para niños, para juegos,
se hizo para perseguirse.

De los inocentes se apoderan,
no son inocentes.

Son los padres del padre,
el pasado inevitable.

6
Ahora, en este octubre
de esta mala racha,

Veo mi segundo año,
me como mi papa asada.

Mi mundo untado con manteca
que atiza mi torpe mano

Cae de la silla alta
y me echo a chillar.

Y veo el balón rodar bajo
la verja cerrada de hierro.

Grita la hermana, chilla el hermano,
el balón evadió sus albedríos.

Pensar que hasta un balón
es incontrolable,

Y está bajo la tapia del jardín.
El terror se apodera de mí

Si pienso en los padres del padre,
y en mi propio albedrío.


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