Donde el poeta termina venciéndose a su amada.
La soledad, mi mala consejera,
vuelve otra vez a hablarme en el oído:
Para habitar la bruma o el olvido
basta morirse de cualquier manera.
Lo mismo da morirse en primavera
de una corazonada, que mordido
por los perros del hambre, que aterido
en un invierno pálido y cualquiera.
La verdad es que igual me da sentirme
de silencio la voz, el pie de roca,
yerto para escaparme o evadirme.
Máteme a mí la muerte que me toca.
A mí tanto me da de qué morirme.
Pero es mejor morirme de tu boca.
El reloj.
Esto de no ser más que tiempo espanta.
La solución bajo el costado izquierdo:
un fiel reloj al que jamás me acuerdo
de darle cuerda y, sin embargo, canta.
Canta con un martillo en la garganta,
mas sé que estoy perdido si lo pierdo.
A martillazos vive su recuerdo.
Sin embargo, ni atrasa ni adelanta.
A veces se le olvida hacer ruido.
A veces hace por salir del nido
y si no lo consigue, humano, llora.
A veces suena a Dios. De todos modos
es un reloj y un día, como todos,
se quedará parado en cualquier hora.
En la casa.
Iba abriendo las últimas estancias.
Nada turbaba el polvo gris del suelo.
Triste la luz, sobre los altos muros,
acuchillaba el tiempo.
Nadie pisaba. Nadie turbia. (¿Nadie
pisaba las orillas del silencio?)
En el cristal, sangrando, rebotaba
un pájaro de hielo.
Iba desempolvando los rincones.
«Ahora es verdad. Ahora. Esto fue un beso
dulce, aquello una palabra... ¡Oh, Dios!,
¿y esto? »
Se tocaba las manos. No sabía.
Acariciaba, roto, un pedazo de sueño.
¿Qué es...? ¿Qué es...? Temblaba. Torpe, había
olvidado el recuerdo.
«Aquí hubo alguien. Yo lo sé. Aquí
vivía alguien. ¿Quién, ¡oh Dios! , quién...?» Luego
lloró sobre las losas. ..Se buscaba
él mismo sin saberlo.
Era con sol.
Era con sol. Corríamos.
Temblaba el mundo con nosotros.
Era con sol. Hablaban ruiseñores,
hablaban claros álamos;
desnudaba alegría la mañana.
Yo te decía: amor, amiga, escucha:
tú tienes unas manos que vuelan a palomas,
tú tienes en los ojos dos canciones sonándote,
tú tienes de campana la voz, la vida toda.
Yo sólo tengo un mundo que sabe a corazón,
que sabe a fruta verde todavía,
un camino a tristeza, otoñalmente largo,
y una fuente muy dentro que mana gris el alma.
Y tocaba tus dedos y te decía: amor,
amiga, escucha:
Esta frente que estás acariciándome ahora,
esta piel, este verso,
son algo menos tuyos, son de nunca,
son de silencio o nada,
son de parque con niebla o arroyo con guijarros.
Y estábamos despacio bajo el día.
era con sol. El esquilón del buey
tañía a hierba verde con rocío
y una brizna de brisa los trigos oleaba.
Yo seguía diciendo mientras, cerca,
iba fluyendo tu garganta en nieve:
Yo tengo, amor... Tú tienes -me decías-,
tú me tienes a mí, tú tienes estos labios
que ahora... sólo... besan...
Eres tú, no las olas.
«...tú eres quien me acabas,
que las olas no.»
Pedro de Quirós
EL mar es como un niño consentido:
sobre la arena arroja a las gaviotas
y echa a rodar entre las olas rotas
los últimos recuerdos del olvido.
Arrastra ya el verano, malherido,
la desesperación de las derrotas.
Flota la luna en el poniente. Flotas
sobre mi corazón atardecido.
En el rincón más fiel de la bahía
arde tu cuerpo entre mis manos, mientras
arroja el mar sus besos y sus babas.
Baten las grandes olas mi agonía
y, a su compás, me buscas y me encuentras.
Y eres tú, no las olas, quien me acabas.
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