viernes, 22 de agosto de 2025

Poemas II. Edgar Allan Poe (1809-1849)

A...


Las enramadas donde veo
en sueños, las más variadas
aves cantoras, son labios y son
tus musicales palabras susurradas.

Tus ojos, entronizados en el cielo,
caen al fin desesperadamente
¡oh Dios!, en mi funérea mente
como luz de estrellas sobre un velo.

Oh, tu corazón... suspiro al despertar
y duermo para soñar hasta que raya el día
en la verdad que el oro jamás podrá comprar
y en las bagatelas que sí podría.




Amigos que por siempre nos dejaron...


Amigos que por siempre
nos dejaron,

caros amigos para siempre idos,
fuera del Tiempo
y  fuera del Espacio!

Para el alma nutrida de pesares,
para el transido corazón, acaso".




Balada nupcial. 


En mi dedo el anillo,
la guirnalda nupcial mi sien decora;
de sedas y diamantes busco el brillo,
y soy feliz ahora.

Y mi señor me brinda amor seguro;
pero al decirme ayer cuánto me adora,
tembló mi corazón, como al conjuro,
de "quien cayó en la guerra", al pie del muro,
y que es feliz ahora.

Pero él tranquilizóme, y en mi frente
besó la palidez que le enamora.
Y he aquí que en un ensueño, vi presente,
al muerto D'Elormy: -suyo, en mi frente,
fue el beso; y suspiré ( ¡cuán dulcemente! ):
"-¡Ah, soy feliz ahora!"

Y si pude otorgar palabra nueva,
así el voto juré, y aunque traidora,
y aunque un luto de amor el alma lleva,
ved brillar ese anillo que "me prueba"
que soy feliz ahora.

¡Ah! ilumíneme Dios aquel pasado,
pues si sueña o no sueña el alma ignora,
y el corazón se oprime, y conturbado
pregúntase, oh Señor, si el "Olvidado"
será feliz ahora!




El cuervo. (Segunda versión) 


Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar;
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
"¡Es - me dije - una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!".

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuan ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerta Leonora;
la radiante, la sin par
virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, ahora
ya sin nombre... ¡nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
"¡Es, sin duda, un visitante-repetía con instancia-
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
eso es todo, y nada más!".

Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
"Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza
me vinísteis a llamar,
y con tal delicadeza y tan tímida constancia
os pusísteis a tocar,
que no oí", dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡sombras sólo y... nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí-cual antes nadie los soñó-forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno..., resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora...!
Esto apenas, ¡nada más!

A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
Pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
"De seguro-dije-es algo que se posa en mi persiana,
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar:
¡Corazón, calma un instante, y aclaremos el misterio...:
es el viento, y nada más!".

La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
Entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Pallas representa
fue y posóse, y ¡nada más!
Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: "Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla...!
Dime, ¿cuál tu nombre, cuál,
En el reino plutoniano de la noche y de la niebla...?
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta cincelada,
con tal nombre: "Nunca más".

Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquélla,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: "Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
"no hay ya duda alguna -dije-, lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de: ¡Jamás, y nunca más!".

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber que pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: "¡Nunca jamás!".

Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más-sobre cojines reclinado-con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal,
terciopelo cuya púrpura ¡ay! Jamás volverá élla
a oprimir, ¡ah, nunca más!

Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
perfumado. "¡Miserable ser-me dije-Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!".
Dijo el cuervo: "Nunca más".

¡Oh, Profeta -dije- o duende!, mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo, ya te envía la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa, desolado
pero intrépido, a este hogar
por los males devastado, dime, dime, te lo imploro.
¿Llegaré jamas a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?.
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Oh, Profeta -dije- o diablo! Por ese ancho, combo velo
de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma dolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora...".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida
-grité alzándome-, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma...!
¡De tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja...!".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

¡Y aun el cuervo inmóvil!, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura....
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo flota..., nunca
se alzará..., nunca jamás!




El valle de la inquietud. 


Hubo aquí un valle antaño, callado y sonriente,
donde nadie habitaba:
partiéronse las gentes a la guerra,
dejando a los luceros, de ojos dulces,
que velaran, de noche, desde azuladas torres,
las flores, y en el centro del valle, cada día,
la roja luz del sol se posaba, indolente.
Mas ya quien lo visite advertiría
la inquietud de ese valle melancólico.
No hay en él nada quieto,
sino el aire, que ampara
aquella soledad de maravilla.
¡Ah! Ningún viento mece aquellos árboles,
que palpitan al modo de los helados mares
en torno de las Hébridas brumosas.
¡Ah! Ningún viento arrastra aquellas nubes,
que crujen levemente por el cielo intranquilo,
turbadas desde el alba hasta la noche,
sobre las violetas que allí yacen,
como ojos humanos de mil suertes,
sobre ondulantes lirios,
que lloran en las tumbas ignoradas.
Ondulan, y de sus fragantes cimas
cae eterno rocío, gota a gota.
Lloran, y por sus tallos delicados,
como aljófar, van lágrimas perennes.




Lucero vespertino.


Ocurrió una medianoche
a mediados de verano;
lucían pálidas estrellas
tras el potente halo
de una luna clara y fría
que iluminaba las olas
rodeada de planetas,
esclavos de su señora.
Detuve mi mirada
en su sonrisa helada
-demasiado helada para mí-;
una nube le puso un velo
de lanudo terciopelo
y entonces me fijé en ti.
Lucero orgulloso,
remoto, glorioso,
yo siempre tu brillo preferí;
pues mi alma jalea
la orgullosa tarea
que cumples de la noche a la mañana,
y admiro más, desde luego,
tu lejanísimo fuego
que esa otra luz, más fría, más cercana.




Soneto a la ciencia.


¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?

¿Cómo debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia
aquel a quien no dejas en su vagar
buscar un tesoro en los enjoyados cielos,
aunque se elevara con intrépida ala?

¿No has arrebatado a Diana de su carro?
¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque
para buscar abrigo en alguna feliz estrella?

¿No has arrancado a las Náyades de la inundación,
al Elfo de la verde hierba, y a mí
del sueño de verano bajo el tamarindo?


Poemas. Angelo Poliziano (1454-1494)

Yo te doy gracias amor. 


Yo te doy gracias, Amor,
de toda pena y tormento,
y de hoy más estoy contento de todo dolor.
Contento estoy de cuanto he podido sufrir,
Señor, en tu hermoso reino;
ya que por tu merced, sin mérito mío,
me has dado tan gran prenda,
ya que me has hecho digno
de tan bienaventurada sonrisa,
que al paraíso ha llevado mi corazón.

Yo te doy gracias, Amor.
Al paraíso mi corazón han llevado
los bellos ojos risueños,
donde yo te vi, Amor, estar escondido
con tus llamas ardientes.
¡Oh, lindos ojos lucientes
que el corazón me habéis quitado!

Yo te doy gracias, Amor.
Ya temía yo por mi vida:
Mi señora vestida de blanco
con sonrisa amorosa me socorrió
gozosa, bella y honesta:
Matizada tenía la cabeza
de rosas y alhelíes,
y sus ojos al sol vencen en su esplendor.
Yo te doy gracias, Amor.





Oídme un poco amantes.


¡Ay! Oídme un poco, amantes,
si soy bien desventurado.
Una mujer me ha sujetado,
y ahora no quiere. oír mis quejas.

Una mujer el corazón me ha quitado,
y ahora ni lo quiere ni me lo devuelve;
me ha ceñido el cuello con un lazo ;
me abrasa, me enciende:
Cuando grito no me escucha;
cuando lloro, ella se ríe;
si me sana ni me mata;
y me tiene por suyo aun en tanto dolor.
¡Ay! Oídme...

Es mucho más bella que el sol,
más cruel que una serpiente:
Sus bellas maneras y sus palabras
de dulzura el alma llenan:
Cuando ríe, al momento
todo el cielo se serena.
Ésta mi bella sirena
me hace morir con sus cantos.
¡Ay! Oídme...

Aquí tienes mis huesos, aquí mi carne,
aquí mi corazón, aquí mi vida:
¡Oh cruel! ¿qué tratas de hacer con ellos?
Aquí tienes mi alma desmayada.
¿Por qué renuevas mis heridas
y te muestras ávidas de mi sangre?
Esta bella víbora sorda,
¿quién será que más la encante?
¡Ay! Oídme...





Estancias para un torneo. 


En indecisos años tempraneros,
vellidorando el rostro adolescente,
sin probar del amor, dulces y fieros
los afanes que prueba quien lo siente
Julio vivió sus días placenteros.

Siempre, más leve que la hoja al viento,
alterna, sin cesar, gozo y tormento;
sigue al que huye, burla al que lo ronda,
y viene y va como en el mar la onda.

Cándida Ella y de candor vestida,
con su traje de flores y de hierba;
la crencha de oro en rizos esparcida,
su frente enmarca de humildad superba.
Ríen en su redor Natura y Vida
porque todo lo endulza y desacerba,
y en su porte de regias suavidades
la mirada deshace tempestades.

El ámbito en contorno se hace ameno
al giro de sus luces amorosas;
de júbilo celeste el rostro pleno
destella con el tinte de las rosas.
El aura cede a su rumor divino
y el ave copia de su voz el trino.

No: yo no soy la que tu mente ofusca,
digna de alta, de celeste palma;
allá del Arno en la ribera etrusca
juré fidelidad en cuerpo y alma.

Si tranquila sonríe, la mirada
viste de placidez el firmamento;
el ave, el bosque, a la presencia amada
susurran con el más dulce lamento.
Es, por el prado yendo sosegada,
ritmo grácil de amor el paso lento;
y la verdura, tras la blanda huella
con matices innúmeros destella.

Cortejo fiel tus hijos acompaña,
¡oh Madre del Amor, Venus, divina!
Céfiro, de rocío el prado baña
y en él sus mil aromas disemina.
A su paso, en la vega y la montaña,
Flora sonríe blanca y purpurina;
polícroma la grama reverdece
y en su propia hermosura resplandece.

Entre tus armas encontré reclusa
la imagen que me enciende y arrebata;
si la hórrida faz de la Medusa
he visto cómo al blando Amor maltrata;
si de pavor mi ánima confusa
en tu seguro asilo se recata;
si amor contigo a excelsitud me llama,
guíame, Diosa, al puerto de la fama.





Desgracia de amor.


Llorad, piedras, mi dura maladanza:
es de otro la mies de mi labranza.

Siembro mi campo y otro la cosecha;
cubre mis horas la fatiga en vano;
es de otro el ave que mi sed acecha;
sólo la pluma quédame en la mano.
Otros calman la sed que me despecha;
otros ascienden, yo desciendo al llano:
llorad, piedras, mi dura maladanza:
es de otros la mies de mi labranza.





Balada XIII. 


¡Bienvenga Mayo
justador y gayo!

Bienvenga Primavera
que prende los amores.
¡Muchachas! en hilera
con vuestros amadores.
¡Bienvenga Mayo
justador y gayo!

La que en beldad florece
sea de amor la sierva,
porque no reverdece
la edad como la yerba.
No se niegue superba
del sol al tibio rayo
con su amador en Mayo.





Balada VIII. 


Quien quiera ver la célica morada,
de mi Hipálita, busque la mirada.

De los ojas de Hipólita desciende
el Ángel del Amor en llama viva;
el pecho frío como un ascua enciende
y el ánima tan dulcemente aviva
que cuando de la tierra se desprende
dice: "Al Edén he sido transportada".
Quien quiera ver la célica morada,
de mi Hipólita busque la mirada.





Balada V.


Mirad que Amor me hizo un don ingrato,
pues me condujo a enamorarme en Prato.

Enamorado estoy de una doncella
a quien sólo de tarde en tarde veo.
Ni artes ni ruegos válenme con ella,
que envidia y celos miran mi deseo.
De cosecha esperanza no destella,
mas de tener sembrado el campo trato.
Mirad si amor me hizo un don ingrato,
que me condujo a enamorarme en Prato.





Balada de las rosas. 


Éranse en derredor violetas, lises,
entre la hierba renacidas flores
de azules, rojos, cálidos matices;
y pretendí que fueran sus olores
de tu rubio cabello los primores
con su vívida gracia engalanados.

Ya de flores colmados pecho y brazo,
vi las rosas de múltiples colores:
volé a llenar, entonces, tu regazo,
pues eran tan suaves sus olores
que el corazón se desató en amores,
de dulce anhelo en júbilo abrasado.

Y dije para mí: Jamás podría
señalar d'estas rosas las más bellas;
unas en su capullo todavía
otras pálidas, otras cual centellas
Amor díjome entonces: Toma aquellas
que sobre las espinas han cuajado.

Cuando abre sus pétalos la rosa
y más rosa es la rosa y más loada,
en tu diadema será más hermosa
que en el rosal, del viento deshojada.
Niña: que sea en su esplendor cortada
la bella rosa del jardín cerrado.