viernes, 15 de agosto de 2025

Poemas IV. Wallace Stevens (1879-1955)

Soliloquio final, del amante interior.


Fuera de esta misma luz,fuera de la mente central,
nosotros hacemos una morada en el aire del anochecer,
en el que estar ahí juntos es suficiente.





El lector.


Toda la noche la pasé leyendo,
Sentado, leyendo en un libro
De páginas oscuras.

Era otoño y las estrellas caídas
Cubrían las formas encogidas
Inclinadas a la luz de la luna.

No había lámpara mientras leía,
Y una voz susurraba:
"Todo regresa al frío,

Incluso el almizcleño moscatel,
Los melones, las peras rojizas
Del jardín sin hojas."

Las páginas oscuras no sufrieron huella
Excepto el trazo de estrellas ardientes
En el cielo helado.





El hombre de la guitarra azul.


I
El hombre inclinado sobre su guitarra,
Un pobre sastre. El día era verde.

Dijeron: «Tienes una guitarra azul;
No tocas las cosas como son».

El hombre replicó: «Las cosas como son
Cambian en la guitarra azul».

Entonces le dijeron: «Tócanos un aire
Más allá de nosotros, que sea nosotros mismos,

Un aire en la guitarra azul
De las cosas exactamente como son».

II
Llevar no puedo un mundo muy redondo,
Aunque lo enmiendo como puedo.

Canto a la testa del héroe, bronce
Barbado y largo ojo, mas no al hombre,

Aunque le enmiendo como puedo
Y al hombre casi a su través alcanzo.

Si cantar casi al hombre
Es evitar, con ello, las cosas como son,

Decid que es la serenata de un
Hombre que toca una guitarra azul.

III
Ah, tocar al hombre número uno,
Mover la daga en su corazón,

Extender su cerebro en la tabla
Y extraer los acres colores,
Clavetear su mente en la puerta,
Sus alas esparcidas a la lluvia y la nieve,

Golpear sus vivos gritos,
Tocarlos, golpearlos, hacerlos realidad,

Golpearlos desde un salvaje azul
Rasgueando el metal de las cuerdas...

IV
¿Es esto la vida, pues, las cosas como son?
En la guitarra escoge su camino.

¿Un millón de personas en una
Sola cuerda, y en ella todo su ademán,

Y todo su ademán, incierto y cierto,
Y todo su ademán, violento y delicado?

Los sentidos invocan loca y astutamente,
Como un zumbar de insectos en el aire de otoño,

Y eso es la vida, pues, las cosas como son,
Este zumbar de la guitarra azul.

V
No nos hables de la grandeza de la poesía,
De antorchas alumbrando el subterráneo,

De la estructura de las bóvedas en un punto de luz.
En nuestro sol no hay sombras,

El día es deseo y la noche es sueño.
En ningún lado hay sombras.

En nosotros la tierra es lisa y simple.
No hay sombras. La poesía,

Excediendo la música, tomará su lugar,
Su vacío firmamento y sus himnos,

Con poesía nosotros su lugar tomaremos,
Y aún con el rasgueo de tu guitarra.

VI
Un aire mas allá de lo que somos,
Mas no cambiado en la guitarra;

Que sea nosotros mismos, como en el espacio,
Pero no cambiado, excepto el lugar

De las cosas como son, sólo el lugar
De las cosas como tu las tocas en la guitarra,

Lugar, así, tras el compás de cambio,
Percibido en una atmósfera final;

En el momento final, en la forma en que
El pensamiento del arte parece final cuando

El pensamiento de un dios es rocío humeante.
La tonada es espacio. La guitarra azul

Llega a ser el lugar de las cosas como son,
Una mezcla de sentidos de la guitarra.

VII
El sol es el que mueve nuestras obras.
La luna no las mueve. Es un mar

¿Diré entonces del sol:
Es un mar; nada mueve;

El sol no mueve más nuestras obras
Y la tierra vive con hombres que se arrastran,

Mecánicos insectos no muy cálidos?
Y permaneceré en el sol, como ahora

Permanezco en la luna, y llamarlo un bien,
Inmaculado, misericordioso bien,

Aislado de nosotros, de las cosas como son?
No ser parte del sol? Permanecer

Alejado y llamarlo misericordioso?
Las cuerdas están frías en la guitarra.

VIII
El florido, turgente cielo vívido,
El inundante rayo rodador,

La mañana aún cubierta por la noche.
Las nubes tumultuosamente claras

Y el tacto endurecido en frías cuerdas
Que luchan con apasionados coros

Gritando entre las nubes y furiosos
Con los dorados antagonistas en el aire

Sé que mi perezoso y plomizo rasgueo
Es como la razón en la tormenta;

Y sin embargo atrae a la tormenta.
Yo dejo de tocar y la abandono.

IX
Y el color, el sombrío azul
Del aire, en el que la guitarra

Es una forma, descrita mas difícil,
Y solamente soy una sombra inclinada

Sobre las aflechadas, suaves cuerdas,
El artífice de algo que debe hacerse;

El color como un pensamiento que crece
Más allá de un humor, la túnica trágica

Del actor, mitad sus gestos, mitad
Su habla, el atavío de su sentido, seda

Saturada de sus melancólicas palabras,
El clima de su escena, él mismo.

X
Erige más rojas columnas. Tañe una campana
Y golpea los huecos llenos de estaño.

Tira papeles en las calles, los deseos
De los muertos, majestuosos en sus tumbas.

Y los bellos trombones —contempla
El acercarse de aquel a quien nadie cree,

Aquel a quien todos creen que creen,
Un pagano en un coche barnizado.

Tamborilea sobre la guitarra.
Apóyate en el campanario. Grita fuerte:

«Aquí estoy, adversario, para hacerte
Frente, soplando los brillantes trombones,

Mas con un pequeño infortunio
En el alma, un pequeño infortunio,

Siempre el preludio de tu muerte,
El toque que abate a hombres y rocas.»





Los hombres que caen.


Para que el mundo duerma cantan Dios y los ángeles,
Ahora que la luna sale al calor
Y de nuevo os grillos chillan en la hierba, la luna
Arde sobre el espíritu en perdidos recuerdos.

Él yace , y ahora el viento nocturno sopla sobre él.
Crecen las campanas, No es sueño esto, Esto es deseo

Ah, sí, deseo... este apoyo en su cama,
Este apoyar los codos en su cama

Mirando , a medianoche, la almohada que es negra,
catastrófico cuarto... tras la desesperación,

como violento instinto, ¿ Qué es lo que desea?
Pero el hombre que piensa no puede saber esto.

Sino la misma vida, el cumplimiento del deseo.





Soldado, hay una guerra entre la mente...


Soldado, hay una guerra entre la mente
y el cielo, entre el pensamiento y el día y la noche.
Por eso el poeta está siempre al sol,

remienda la luna en su habitación y la cose
a sus cadencias virgilianas, arriba abajo,
arriba abajo. Es una guerra que nunca acaba.

Sin embargo depende de la tuya. Las dos son una.
Son un plural, un derecha e izquierda, un par,
dos paralelas que se encuentran aunque sea solamente en

el encuentro de sus sombras o que se encuentran
en un libro en un cuartel, una carta de Malasia.
Pero tu guerra acaba. Y después regresas

con seis carnes y doce vinos o bien sin ellos
para andar por otra habitación... Monsieur y camarada,
el soldado es pobre sin los versos del poeta,

sus compendios insignificantes, los sonidos que se clavan,
inevitablemente modulantes, en la sangre.
Y guerra por guerra, tiene cada una su clase de valentía.

Qué sencillamente el héroe ficticio se vuelve el real;
qué alegremente con las palabras justas muere el soldado,
si ha de morir, o vive del sustento del habla fiel.


Poemas III. Wallace Stevens (1879-1955)

De la poesía moderna.


Poema de la mente en el acto en que encuentra
con qué le alcance. No siempre tuvo
que encontrarlo: la escena estaba preparada; repetía lo que
estaba en el texto.
Luego trocaron el teatro en alguna otra cosa.
Su pasado fue un recuerdo.
Ha de estar en la vida, para aprender el habla del lugar.
Ha de encararse a los hombres del tiempo y conocer
a las mujeres del tiempo. Ha de pensar sobre la guerra
y ha de encontrar con qué le alcance. Ha de
levantar un nuevo tablado. En ese tablado
ha de estar y, como actor insaciable, lentamente y
meditando, decir palabras que al oído,
al delicadísimo oído de la mente, repitan
exactamente aquello que desea oír; a cuyo sonido
atiende un invisible auditorio,
no a la función, sino a él, expresado
en sentimiento como de dos personas, como de dos
sentimientos que se aúnan. El actor es
un metafísico en la oscuridad, tañendo
un instrumento, tañendo una cuerda de alambre que emite
sonidos que pasan por súbitos aciertos, que
contienen entera la mente; por debajo no puede descender,
por encima no pretende elevarse.
Tiene
que ser el hallazgo que una satisfacción, y puede
ser el de un hombre que patina, una mujer que baila, una mujer
que se peina. El poema del acto de la mente.





El hombre y la botella.


La mente es el gran poema del invierno, el hombre
que, para encontrar con qué le alcance,
va arrasando románticos edificios
de rosa y hielo

por la comarca de la guerra. Es, más que el hombre,
un hombre con la furia de un linaje de hombres,
una luz en el centro de múltiples luces,
un hombre en el centro de los hombres.

Ha de satisfacer la razón en lo tocante a la guerra,
ha de persuadir de que la guerra es parte de sí misma,
un modo de pensar, una manera
de ir arrasando, como arrasa la mente,

Una aversión, como el mundo se aparta
de un antiguo embeleco, de un antiguo amorío con el sol,
una imposible aberración con la luna,
un espesor de paz.

No es la nieve, la que es pluma y que es página.
El poema fustiga con más saña que el viento,
como la mente, para encontrar con qué le alcance, va arrasando
románticos edificios de rosa y hielo.





Estudio de dos peras.


I
Oposculum pedagogum.
Las peras no son violones,
desnudos o botellas.
No se parecen a ninguna otra cosa.

II
Son formas amarillas
compuestas de curvas
combándose hacia la base.
Son toques rojos.

III
No son superficies planas
de curvados perfiles.
Son redondas,
ahusadas en el vértice.

IV
Tal como están modeladas
hay porciones de azul.
Una tiesa hoja seca cuelga
del vástago.

V
El amarillo resplandece,
brilla en distintos amarillos,
limones, verdes y naranjas
que florecen en la piel.

VI
Las sombras de las peras
son burbujas sobre el verde mantel.
Las peras no se ven
como el observador quiere.





Me pregunto: ¿He vivido una vida de esqueleto...?


Me pregunto: ¿He vivido una vida de esqueleto
Siendo un interrogador de la realidad,

Compatriota de todos los huesos del mundo?
Ahora, aquí, la tibieza que había olvidado se torna

Parte de la realidad mayor, parte de
Una apreciación de una realidad;

Y así en una elevación, como si viviera
Con algo que pudiera tocar, tocar en todo sentido.





La casa estaba callada y el mundo estaba sereno.


La casa estaba callada y el mundo estaba sereno,
el lector se convirtió en libro; y noche de verano.

Era como el ser consciente del libro.
La casa estaba callada y el mundo estaba sereno

Las palabras eran habladas como si hubiese libro,
excepto que el lector se reclinaba sobre la página,

quería reclinarse, quería tanto ser
el escolar para quien el libro es verdad, para quien

la noche de verano es como una perfección del pensamiento.
La casa estaba callada porque debía estarlo,

el silencio era parte del significado, parte de la mente,
el acceso de perfección a la página,

y el mundo estaba sereno. La verdad en un mundo sereno,
en el cual no hay otro significado,

el mismo está sereno, el mismo es verano y noche,
el mismo es el lector reclinado tarde y leyendo ahí.


Poemas II. Wallace Stevens (1879-1955)

Llegada al Waldorf.


De Guatemala a casa, otra vez en el Waldorf.
Llegada a la tierra salvaje del alma,
agotadas todas las aproximaciones, estar enteramente allí

donde el poema salvaje es sustituto
de la mujer que amamos o deberíamos amar,
rapsodia salvaje sucedánea de otra.

Tocas el hotel como tocas la luz de la luna
a la del sol y canturreas y la orquesta
canturrea y tú dices « El mundo en un verso,

generación sellada, hombres remotos, más que las montañas,
mujeres invisibles en la música y en el movimiento y en el color,
tras esa ajena, a bocajarro, verde y real Guatemala.





Les plus belles pages.



Vino el lechero a la luz de la luna y la luz de la luna
fue menos que luz de luna.
Nada por sí mismo existe.
Sí la luz de la luna, al parecer.
Sí la luz de la luna, al parecer.
Dos personas, tres caballos, un buey
y el sol, las olas juntas en el mar.

Sí la luz de la luna y Tomás de Aquino, al parecer.
Él hablaba y hablaba, de Dios.
Yo troqué la palabra en hombre.
El autómata, contenido en sí mismo por la lógica,
por sí mismo existía.
¿O acaso el santo sobrevivió?
¿Acaso varios espíritus adoptaron una forma única?

La teología después del desayuno se pega a los ojos.





Dominio del negro.


De noche, junto al fuego,
Los colores de los arbustos
Y de las hojas caídas
Repitiéndose,
Giran en la habitación,
Como las hojas mismas
Girando en el viento.
Si: pero el color de los pesados abetos
Vino a grandes pasos.
Y recordé el llanto de los pavos reales.

Los colores de sus colas
Eran como las hojas mismas
Girando en el viento,
En el viento del crepúsculo.
Pasaron sobre la habitación,
Cuando volaban de la rama de los abetos
Hacia la tierra.
Oí gritar a los pavos reales.
¿Era un grito contra el crepúsculo?

O contra las hojas mismas
Girando en el viento,
Girando como las llamas
Giraban en el en fuego,
Girando como las colas de los pavos reales
Giraban en inmenso fuego,
Recio como los abetos
¿Lleno del llanto de los pavos reales?
¿O fue éste un grito contra los abetos?





La poesía es una fuerza destructiva.


Esto es la pobreza:
nada tener en lo hondo.
Es o tener o nada.

Es cosa que tener,
león, buey en el pecho,
para sentirlo allí acezante.

Corazón, perro fornido,
buey joven, oso patizambo,
prueba su sangre, no saliva.

Es como un hombre
dentro del cuerpo de una fiera
cuyos músculos le pertenecen...

Duerme el león al sol.
Con el hocico entre las zarpas.
Puede matar a un hombre.





Teoría.


Soy lo que me rodea.

Las mujeres comprenden esto
Nadie es duquesa
a cien yardas de un carruaje.

Estos, entonces son retratos:
un vestíbulo negro;
un alto lecho protegido por cortinados.

Estos son tan sólo ejemplos.


Poemas I. Wallace Stevens (1879-1955)

Rumbo al camión.


Una ligera nevada, como escarcha, ha caído durante la noche.
Melancólico, el periodista confronta

Al hombre transparente en un mundo traducido,
Donde se alimenta de un conocimiento nuevo,

En una estación, un clima matutino, de elucidación,
Un refrigerio de aire frío, aliento frío,

Una percepción de aliento frío, más revelador que
Una percepción de sueño, más poderosa

Que el poder del sueño, una claridad emergiendo
Del frío, levemente irisada, levemente deslumbrada,

Pero una perfección emergiendo de un conocimiento nuevo,
Un entendimiento más allá del periodismo,

Un modo de pronunciar la palabra dentro de la lengua
Bajo los árboles invernales de la terraza.





El vaso de agua.


Que el vaso en el calor se fundiría
Y que el agua en el frío se volvería hielo,
Demuestran que este objeto es tan sólo un estado,
Uno de muchos, entre dos polos.
También lo metafísico posee esos dos polos.

El vaso está en el centro. La luz
Es un león que ha bajado a beber. Allí,
Y en ese estado, el vaso es una charca.
Tiene rojos las garras y los ojos
Cuando la luz desciende a humedecer su quijada espumosa.
Y en el agua se mueve la cizaña arrancada.
Y allí y en otro estado –los reflejos,
La metaphysica, la zona plástica de los poemas,
Estallan en la mente. Pero, gordo Jocundo,
Que no te inquieta el vaso sino el centro.

En el centro de nuestras vidas, este tiempo y día,
Es un estado, primavera entre políticos
Que juegan a las cartas. En un pueblo de indígenas
Uno quisiera descansar. Entre perros y estiércol
Seguiría luchando con las propias ideas.





Atardecer sin ángeles.


los grandes intereses del hombre: el aire y la luz, la dicha de poseer un cuerpo, la voluptuosidad de mirar.
Mario Rossi.

¿Por qué serafines, con su laúd, distribuidos
por encima de los árboles?
Y ¿por qué el poeta como eterno chef d’orchestre?
Aire es el aire:
su vacío destella por doquier, en nuestro entorno.
Sus sonidos no son sílabas angélicas,
sino nuestros espíritus sin forma,
realizados más nítidamente, en identidades más furiosas.

Y la luz que propicia los serafines y para ellos
es peluquera de halos, joyera fecunda...
¿Fue maquinado el sol para los ángeles o para los hombres?
Los hombres tristes hicieron ángeles del sol y de
la luna hicieron su propio séquito espectral,
que ante los ángeles los devolvieran, tras la muerte.

Quede claro que somos hombres del sol
y hombres del día, nunca de la noche ojival, hombres que repiten
los antiquísimos sonidos del aire en un acorde de repeticiones. No obstante,
si repetimos es porque el viento
que nos rodea habla siempre nuestra habla.

También la luz nos encorteza, haciéndonos visibles
los movimientos de la mente, y dando forma
a las insignificancias más tornadizas, como el ansia de día

que se cumple en inmensos destellos del Oriente,
el deseo de descanso, en ese mar de oscuridad
en descenso, que por su propio oscurecerse
es descanso y silencio extendiéndose al sueño.

...Atardecer, cuando el compás se salta un acento tras otro, uno por uno, y todos
prestamente van modulando a un hervoroso tono menor. Lo mejor es la noche desnuda. Lo mejor es la tierra desnuda. Desnuda, salvo de nuestras propias casas, apiñadas
bajo los arcos y su aire de lentejuelas, bajo las rapsodias del fuego y el fuego,
donde la voz que está en nosotros crea una auténtica respuesta, donde la voz que es grande en nuestro interior se alza,
mientras permanecemos con la mirada puesta en la redondez de la luna.





El hombre de nieve.


Hace falta una mente de invierno
para contemplar la escarcha y las ramas
de los pinos con corteza de nieve;

y llevar un largo tiempo frío
mirando los enebros con su pelliza de hielo,
los abetos ásperos en el resplandor distante

del sol de enero; y no pensar
en ninguna desgracia al sonido del viento,
ni al sonido de hojas,

que es el sonido de la tierra
llena del mismo viento
que sopla en el mismo paraje desnudo

para el escucha, que escucha en la nieve
y, nada él mismo, observa
la nada que no está y la nada que está.





El desengaño de las diez.


Por estas casas rondan
blancas camisas de dormir.
No las hay verdes,
ni púrpura con redondeles verdes,
ni verdes con redondeles amarillos,
ni amarillos con redondeles azules.
No las hay raras,
con medias de encaje
y cintos de abalorios.
No va a soñar la gente
con cinocéfalos ni con caracolas.
Sólo, acá y allá, un viejo marinero,
borracho y dormido con las botas puestas,
atrapa tigres
con tiempo rojo.