lunes, 15 de abril de 2024

Poemas. Christina Rossetti (1830-1894)

Un maizal verde.


La tierra era verde, el cielo era azul:
Yo vi y oí en una mañana de sol
Una alondra colgando entre los dos,
Una silueta que cantaba sobre los granos;

Y justo debajo, en alegre compás,
Mariposas blancas agitaban las alas,
Y de todos modos la alondra se elevó,
Silenciosa se hundió y se elevó para cantar.

El maizal extendió su tierno verde
Alrededor de mis pasos;
Yo sabía que había un nido oculto
Un secreto auditorio entre el millón de tallos.

Y al detenerme para oír su voz,
Mientras se deslizaba el instante de sol,
Quizás su amante se sentaba, encantado,
A oír el final de aquella canción.





Un eco de Willowwood.


Dos miraban fijamente las aguas, él miró y ella,
Esquivando su mano, pero con el corazón cercano,
Pálida e indecisa sobre el filo de las aguas,
Como al borde de una partida impostergable.
Cada uno con los ojos en el otro, ella y él,
Cada uno sintió que el hambre del corazón que brinca y se hunde,
Cada uno saboreó la amargura que ambos deben beber,
Allí sobre el límite del mar de la vida.
Lirios sobre la superficie, en lo profundo
Dos rostros melancólicos se ansían uno al otro,
Resuelto y poco inclinado al discurso:
Una ondulación repentina sacudió los rostros,
Por un momento los unió, y luego se desvanecieron:
Entonces aquellos corazones se unieron,
Y así fueron separados.





Hada Morgana.


Un fantasma de ojos azules se ríe
en la distancia, saltando hacia el poniente:
por un camino que persigo eternamente,
Tomo aliento y hacia allí voy.

La luz del sol se quiebra gota a gota:
va cantando y saltando alto
entre las flores con un sonido de ensueño,
en una canción de sueños.

Me río, es tan rápido y alegre;
tan distante que llora mi fantasía:
Espero que pueda yacer algún día,
yacer por siempre y soñar.





El mercado de los duendes.


De la mañana a la noche
gritan los duendes a troche y moche:
"nuestros frutos comprad,
venid, venid y comprad
membrillos y manzanas,
limones y naranjas
rollizas cerezas,
melones y fresas,
sonrosados melocotones,
arándanos silvestres
moras atezadas,
zarzamoras muy moradas,
piñas y garraberas,
albaricoques y frambuesas;
que alcanzan su madurez
en verano todas de vez;
la mañana llega
y la tarde se aleja,
comprad lo que el verano deja:
de la viña uvas frescas,
granadas hermosas y plenas,
dátiles y peras,
de fraile y claudias son las ciruelas,
también damascenas y de yema,
venid y probadlas, no os dé pena:
pasas y grosellas,
encarnadas bayas,
higos a raudales
cítricos meridionales,
dulces y lozanos:
comprad, alargad esa mano.





El destino de una rana.


Desdeñando su casa en el pueblo
Y la charca del pueblo,
Una Rana imponente despreció cada camino
Saltando por la carretera del imperio.

Ni cerdo feroz ni perro ladrador
Podrían desconcertar a tan majestuosa Rana.
Aún se demoraba el rocío de la mañana,
Sus costados se helaban, su lengua se entumecía:
Cuando la noche debía llegar, llegó primero el rocío,
Y fue rechazado por nuestra peregrina Rana.

¡Pero, ay! La hierba del camino la esconde
Ya no se la advierte saltando.
Desprevenidamente rodaba un ancho carro
Que la aplastó, arrolló sus alegrías, sus encantos.
Y del morir ahogado brotó un débil canto
Rompiendo el silencio perpetuo de la Rana:
Vosotras, Ranas boyantes, vosotras, pequeñas y grandes,
¡Incluso yo soy mortal después de todo!
Mi camino a la fama resultó un camino de lodo;
Fallezco sobre la horrible carretera;
¡Ah, mi viejo camino familiar!

La Rana ahogada sollozó y partió;
El Áuriga pasó silbando a zancadas,
Inconsciente de la infame matanza,
Silbando el Áuriga cruzó,
Silbando (podría decirse)
Como silban su cortejo las ranas.
Una rana hipotética atropellada,
Ignorante de la realidad.

Oh, ricos y pobres, oh grandes y pequeños,
Tales descuidos nos sacuden.
Una Rana destrozada lo tolera todo,
Una Rana tan insignificante como absoluta:
Aquella Rana hipotética y sola
Es la Rana sobre la que habitamos.





Canción fúnebre.


Cuando haya muerto, amado,
Triste canción no cantes,
Ciprés sombrío ni frescas flores
sobre mi tumba derrames.
Cúbreme verde hierba
de lluvia humedecida,
Y si quieres, recuerda,
Y si quieres, olvida.
Ya no he de ver la penumbra,
ni el rocío sentir,
ni el canto -triste como un lamento-
del ruiseñor oír.
Soñando en un crepúsculo,
ni alba ni atardecer,
puede ser que recuerde,
que olvide puede ser.





Un retrato.


Ella renunció a su belleza en la tierna juventud,
Renunció a la esperanza, a los alegres modales;
Ella veló sus ojos ante la prohibida vanidad,
Y eligió lo más amargo de la verdad.
Dura consigo misma, y hacia los demás con piedad,
Sirvienta de sirvientes, pocas certezas para alabar,
Largas oraciones y ayunos en la eremita, noche y día:
Ella se instruyó sobre visiones y sonidos groseros,
Ya que con pobres debía habitar, con asolados obreros,
Hasta que lo más ínfimo de todo lo hecho
Sea satisfecho: Ella misma renunciando a su ser,
Contando los bienes terrenales con dolor.
Entonces, con la calma de su elección, cargó la cruz
Y odió al mundo por amor a Dios.

Ellos se arrodillaron en angustioso silencio junto a su cama,
No podía llorar; pero en calma allí reposaba.
Todo el dolor la había abandonado, y el último rayo de sol
Brilló a través de ella, tiñendo de rojo las sombrías cortinas.
En su corazón, Ella dijo:
El Cielo se abre; dejo el mundo y marcho lejos,
El Novio me convoca ¿la Novia se rehusará?
Luego, sobre el pecho inclinó su cabeza.
Oh Lirio, gema de inestimable valor,
Oh paloma de paciente mirada y tierna voz,
Oh vid fecunda entre la tierra yerma,
Oh doncella llena de amor y pureza,
Inclina ante tus amigos terrenales la cabeza,
Para elevarte con los santos en el Paraíso.





Tierra de sueños.


Dónde los ríos sin sol lloran,
Derramando en el abismo sus olas,
Ella duerme un sueño encantado
Del que no despertará.
Guiada por una estrella errante,
Ella llegó de lejanos lugares,
Buscando sus placeres
Donde las sombras yacen.

Ella dejó la rosada mañana,
Ella dejó los campos de maíz
Por el frío crepúsculo
Y los lánguidos manantiales.
A través del sueño, como un velo,
Ella observa el pálido cielo,
Escuchando el canto aéreo
Del triste ruiseñor.

Descanso, descanso, un perfecto descanso
Cubre su frente y sus senos,
Su rostro se vuelve al oeste,
Hacia la Tierra Púrpura.
Ella no puede ver el grano,
Madurando en la colina y el llano,
Ella no puede sentir a la lluvia
Caer sobre su frágil mano.

Descansa, descansa por siempre
En las exuberantes orillas
Descansa hasta que el corazón calle,
Hasta que el núcleo del tiempo muera.
Duerme un sueño que el dolor
No puede perturbar,
La noche no será quebrada por la mañana,
Hasta que la alegría se apodere
De su perfecta paz.





Ella se sentó y cantó.


Ella se sentó y cantó siempre,
Junto a las orillas verdes del arroyo,
Viendo a los peces saltar y jugar,
Bajo el alegre rayo del sol.

Yo me senté y lloré siempre,
Bajo lo más sombrío de la luna,
Viendo los capullos de mayo,
Bañando con lágrimas el arroyo.

Lloré por la memoria;
Ella por la esperanza:
Mis lágrimas se ahogaron en el mar,
Su canción murió en el aire.





De Profundis.


¿Por qué el cielo se alza distante?
¿Por qué la tierra cuelga lejana?
Ajena tiembla la estrella,
Brillando opaca, constante.

No me importa alcanzar la luna,
Un círculo de monótona sinfonía;
Repitiendo incansable la misma melodía,
Lejos de mi, de mi ternura.

Yo nunca contemplo el fuego disperso
De las estrellas, o del sol su ardiente sendero,
Todo mi corazón conjuga un solo deseo,
Un vano sentimiento reseco.

Pues atada yazgo bajo la trémula lanza,
Alegría, belleza, danzan lejos de mi alcance,
Comprimo mi corazón, estiro mi romance,
Y temblorosa acaricio la esperanza.





La belleza es vana.


Mientras las rosas son rojas,
Mientras los lirios son tan blancos,
¿Va una mujer a exaltar sus rasgos
Sólo para brindar placer?
Ella no es tan dulce como la rosa,
El lirio es más altivo y pálido,
Y si ella fuese como el rojo o el blanco
Sería apenas una entre varios.

Si ella enrojece en el verano del amor
O en su invierno se vuelve reseca,
Si ella hace alarde de su belleza
O se oculta detrás de un falso rubor,
Vista ella de blanco o de sedas rojas,
Y se pare torcida o como recta madera,
El tiempo siempre gana la carrera
Que nos oculta bajo una mortaja.





Una hija de Eva.


Una ingenua fui por dormirme al mediodía,
Y despertar cuando la noche es helada
Debajo de la confortable y gélida luna;
Ingenua por desgarrar mi rosa con delirio,
Ingenua por vislumbrar apenas mis lirios.

Mi pobre jardín no he conservado,
Se desvaneció al ser abandonado,
Entonces lloré como nunca he llorado:
Era invierno cuando en sueños me envolví,
Y es verano cuando ahora despierto.

Habla cuanto quieras de la futura primavera,
Sobre algún cálido y dulce mañana:
Desnuda de esperanzas y absolutos,
Sin nada para reír, nada para cantar,
Me siento a solas con el Dolor.





Recuerda.


Recuérdame cuando haya marchado
Lejos en la Tierra Silenciosa;
Cuando mi mano ya no puedas sostener,
Ni yo dudando en partir, queriendo permanecer.
Recuérdame cuando se acabe lo cotidiano,
Donde revelabas nuestro futuro pensado:
Sólo recuérdame, bien lo sabes,
Cuando sea tarde para plegarias o consuelos.
Y aunque debas olvidarme por un momento
Para luego evocarme, no lo lamentes:
Pues la oscuridad y la pena dejan
Un vestigio de los pensamientos que tuve:
Es mejor el olvido en tu sonrisa
Que la tristeza ahogada en tu recuerdo.





Canción de la novia.


¡Oh, es tarde para el amor, tarde para la alegría,
Tarde, demasiado tarde!
Has vagado en el camino por mucho tiempo,
Has dudado frente a la puerta:
La encantada paloma sobre la rama
Murió sin un compañero;
La encantada princesa en su torre
Durmió detrás de las rejas;
Su corazón se encogía de pesar
Mientras tu la obligabas a esperar.

Hace diez años, hace cinco años,
Un año atrás,
Incluso entonces habrías llegado a tiempo,
Aunque parco y lento;
Hubieses visto su rostro viviendo,
El que ya no podrás contemplar:
La fuente congelada podría borbotear
Los brotes continuados y soplar,
El cálido viento del sur podría despertar
Para derretir la nieve.

¿Es ella hermosa ahora que yace?
En un tiempo lo fue;
Una reina para cualquier rey,
Con polvos dorados sobre el cabello,
Ahora son amapolas en sus rizos,
Blancas amapolas ha de llevar;
Un velo sobre el rostro ha de llevar
Junto a su anhelada tumba:
¿O es el hambre saciado lentamente
Quién suelta las amarras del cuidado?

Nunca la vimos sonreír,
O con el ceño arrugado;
Su lecho nunca le pareció suave
Aunque se sacuda debajo;
Nunca atendió sus ropas,
Mortajas, vestidos, o coronas;
Pensamos que su frente blanca sufría
Bajo el peso de su joyas,
Antes de que el cabello plateado asomara
En el campo perdido de los castaños.

Nunca la escuchamos hablar con premura,
Sus tonos eran dulces,
Y modulando sin luces,
Apenas lo necesario:
Su corazón se sentó silencioso entre el ruido
Y las mareas de la calle.
No había prisa en sus manos,
Ninguna prisa en sus pies;
No había ninguna dicha cercana
Que ella no se detuviese a saludar.

Debías haberla llorado ayer,
Llorado sobre su cama desierta:
¿Pues dónde habrás de llorar hoy
Si está muerta?
Los que la amamos no lloramos hoy,
Pero coronamos su cabeza real.
Deja estas amapolas que esparcimos;
Tus rosas son demasiado rojas:
Deja que estas amapolas, no para ti,
Crezcan y se extiendan.





La única certeza.


Vanidad de Vanidades, dice el Predicador,
Todas las cosas son Vanidad.
El ojo y el oído no pueden llenarse
Con imágenes y sonidos.
Como el primer rocío, o el aliento
Pálido y súbito del viento,
O como la hierba arrancada del monte,
Así también es el hombre,
Flotando entre la esperanza y el miedo:
¡Qué pequeñas son sus alegrías,
Qué diminutas, qué sombrías!
Hasta que todas las cosas terminen
En el lento polvo del olvido.
Hoy es igual que ayer,
Mañana uno de ellos ha de ser;
Y no hay nada nuevo bajo el sol:
Hasta que la antigua Raza del Tiempo corra
El viejo espino crecerá en su cansado tronco,
Y la mañana será fría, y el crepúsculo, gris.





Cuando esté muerta.


Cuando esté muerta, mi amor,
No cantes tristes canciones para mí,
No plantes rosas en mi cabeza
Ni sombríos cipreses:
Sé la hierba verde sobre mí,
Con rocíos y gotas mójame;
Y si te marchitas, recuerda;
Y si te marchitas, olvida.

Ya no veré las sombras,
No sentiré la lluvia,
No escucharé al ruiseñor
Cantando su dolor:
Y soñando a través del crepúsculo
Que no crece ni desciende,
Felizmente podría recordar,
Y felizmente podría olvidar.


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