Shakespeare.
Otros aguardan nuestra pregunta.
Tú eres libre. Nosotros interrogamos sin pausa.
Tú sonríes y guardas silencio, conocimiento supremo.
Pues la cima más alta, aquella que solo las estrellas
Conocen su majestad, la que clava sus huellas
Inmutables en el mar y hace del cielo de los cielos
Su morada, deja sólo el arco nebuloso librada
A la exploración frustrada de los hombres;
Y tú, que has conocido las estrellas y el sol;
Autodidacta, autocrítico, honrado y seguro de ti mismo,
Vagaste por esta tierra, insospechado.
¡Mejor que así haya sido! Todos los dolores
Que debe tolerar el espíritu inmortal,
Todas las debilidades que menoscaban,
Todas las penas que agobian el alma,
Hallan su voz en aquella frente victoriosa.
Requiescat.
¿Qué fue del amor
Qué se agitó entre las rosas?
Amor que es tierra,
Y en la tierra reposa.
¿Qué fue de la inquietud del amor?
Esencia de flores,
Después de la tormenta,
Tormenta y dolor.
¿Cuáles fueron las palabras
Muertas que él pronunció?
Amor sin aliento,
Amor que ha muerto.
El eco ha tomado la canción,
Y ahora ha de volar,
Jamás habrá de despertar
En su música y su lamento.
Capullos en la flor,
A todos encuentra el amor,
A veces tarde, pero siempre retumba
En la siembra de todas las tumbas.
La voz.
Como miradas llameantes,
Blancas y brillantes,
Lanzadas por la pálida luna
Desde su tranquila esfera,
Cayendo sobre las aguas insomnes
De un solitario mar,
Vibrando en las olas del viento,
Atribuladas, lastimeras,
Temblando y muriendo.
Como lágrimas de tristeza
Que las madres han derramado
-Plegarias que mañana serán en vano-
Cuando la flor por la que lloran
Yazga fría y muerta;
Aplastada contra la frente,
Caída sobre el pecho ardiente;
Sin traer paz ni descanso.
Como ondas luminosas que caen,
Con un movimiento natural,
Sobre la orilla infernal
De un espumoso Océano;
Una rosa salvaje se arrastra por el muro,
Un racimo de sol cae en la sala en ruinas,
Cuerdas de una melodía alegre en el funeral,
Tan triste que ha logrado confortar
Este profundo corazón soberbio,
Tan ansioso y doloroso,
Tan confundido y apenado,
Con pensamientos de intolerable cambio,
-Tal es aquel contraste extraño-
Y tu voz inolvidable, tu acento arribando
Como viajero desde el extremo del mundo
Hasta su antiguo palacio.
Todo es en vano, todas las cosas son en vano,
Tu voz golpeó sobre mis oídos otra vez,
Aquellos tonos de melancolía tan dulce e inmóvil;
Aquellos tonos como un laúd oscuro y olvidado
-Que todavía penetran en mis oídos-
Volaron sobre toda mi voluntad,
Y no pudieron sacudirla;
Quemaron mi corazón con su propia sangre,
Y no pudieron quebrarlo.
La vida enterrada. (Fragmento)
A menudo, en las más concurridas calles del mundo,
En los más estruendosos conflictos,
Se levanta un deseo inexplicable
Después del conocimiento de nuestra vida enterrada;
Una sed de derrochar nuestro fuego y el inquieto vigor,
De seguir nuestro rumbo verdadero;
Un anhelo de investigar
El misterio de este corazón latiente,
Tan salvaje, tan profundo en nosotros, para conocer
El origen de nuestras vidas y hacia adónde van.
La playa de Dover.
El mar está en calma esta noche.
La marea alta, la luna duerme hermosa
Sobre el estrecho – en la costa francesa la luz
Resplandece y se ha ido; los acantilados de Inglaterra alzan,
Tenues y vastos, allá en la plácida bahía.
Ven a la ventana, el aire nocturno es dulce,
Soñoliento, desde la larga línea de espuma
Donde el mar besa la tierra empalidecida por la luna,
¡Escucha! Puedes oír el rugir de las piedras
Que las olas agitan, arrojándolas
a su regreso allá en el ramal de arriba,
Comienza y cesa, y luego comienza otra vez,
Con trémula cadencia disminuye, y trae
La eterna nota de la melancolía.
Sófocles, hace mucho tiempo
Lo escuchó en el Egeo, y trajo
A su mente el turbio flujo y reflujo
De la miseria humana, nosotros
También encontramos una idea en el sonido,
Cerca de este remoto mar del norte.
El Mar de la Fe
También era uno, en su plenitud,
Y rodaba en las orillas de la tierra,
Yacía como los pliegues de una gloriosa diadema.
Pero ahora sólo escucho
su rugir lleno de tristeza, largo y en retirada,
alejándose hacia el sereno de la noche
Hacia los extensos bordes monótonos.
Oh, mi amor, ¡seamos fieles el uno al otro!
Pues el mundo, que parece yacer ante nosotros
Como una tierra de sueños,
Tan variada, tan bella, tan nueva,
No posee en realidad ni gozo, ni amor, ni luz,
Ni certeza, ni paz, ni alivio para el dolor;
Estamos aquí como en una llanura sombría
Envueltos en alarmas confusas de fugas y batallas,
donde los ejércitos, ignorantes, se enfrentan por la noche.
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