lunes, 27 de mayo de 2024

Poemas. Emily Brontë (1818-1848)

Ven; camina conmigo.


Ven, camina conmigo,
sólo tú has bendecido alma inmortal.
Solíamos amar la noche invernal,
Vagar por la nieve sin testigos.
¿Volveremos a esos viejos placeres?
Las nubes oscuras se precipitan
ensombreciendo las montañas
igual que hace muchos años,
hasta morir sobre el salvaje horizonte
en gigantescos bloques apilados;
mientras la luz de la luna se apresura
como una sonrisa furtiva, nocturna.Ven, camina conmigo;
no hace mucho existíamos
pero la Muerte ha robado nuestra compañía
-Como el amanecer se roba el rocío-.
Una a una llevó las gotas al vacío
hasta que sólo quedaron dos;
pero aún destellan mis sentimientos
pues en ti permanecen fijos.

No reclames mi presencia,
¿puede el amor humano ser tan verdadero?
¿puede la flor de la amistad morir primero
y revivir luego de muchos años?
No, aunque con lágrimas sean bañados,
Los túmulos cubren su tallo,
La savia vital se ha desvanecido
y el verde ya no volverá.
Más seguro que el horror final,
inevitable como las estancias subterráneas
donde habitan los muertos y sus razones,
El tiempo, implacable, separa todos los corazones.




Una escena de muerte.


¡Oh, día! Él no puede morir
Cuando tu cálido arte aún brilla,
Oh, Sol, en ese glorioso cielo,
Declinando con tranquilidad.

Él no puede dejarte ahora,
Mientras la fresca brisa sopla del oeste,
Y todo alrededor de su juvenil frente
Es la corona de tu alegre luz.

Edward, despierta, despierta.
La dorada noche palpita,
Húmeda y clara sobre el lago del bosque,
Arrebatándote de tus sueños.

Junto a ti, de rodillas,
Mi querido amigo, yo ruego
Que tu paso sobre el mar eterno
Se demore al menos una hora.

Oigo a las olas rugir,
Veo su espuma elevarse;
Pero ningún atisbo de lejanas costas
Ha bendecido mi fatigado ojo.

No creas a quienes te convocan
Desde las distantes islas del Edén,
Retorna de aquel llamado tempestuoso
Hacia tu propia tierra natal.

No es la Muerte, sino el dolor
El que se debate en tu pecho.
Regresa Edward, surge otra vez,
No puedo dejar que descanses.

Una larga mirada me atraviesa, reprobando
Las penas que no puedo cargar,
Una silenciosa mirada agita mi sufrimiento,
Mi oración es inútil, así como el arrepentimiento.

Con súbito arrebato, la fuerza
De la distracción ha pasado:
Ningún signo más de duelo
Revolvió mi alma en aquel horrible día.

Pálido, lentamente, el dulce sol cayó,
Hundido en paz entre la brisa crepuscular:
El verano pasó suavemente, mojando
El valle, el claro, y los mudos árboles.

Entonces, sus ojos comenzaron a agotarse
Bajo el peso de un sueño mortal,
A crecer en extrañas tristezas,
A nublarse, como si pudiesen llorar.

Pero no lloró, no ha cambiado.
No se movieron, nunca se han cerrado:
Observan fijo, y nunca han variado,
Jamás vagaron, y nunca reposaron.

Supe que él estaba muriendo:
Me arrodillé, y tomé su lánguida cabeza,
No sentí su aliento, ni oí ningún suspiro;
Entonces supe que estaba muerto.




Recuerdo.


Frío en la tierra, y la nieve apilada sobre ti,
Lejos, muy lejos, el frío en la tumba triste.
¿Me he olvidado de amarte, mi único amor,
Cortada al fin por la implacable ruptura del Tiempo?

Ahora, en soledad, ¿mis pensamientos ya no flotan
Sobre los montes, en esa orilla del norte,
Descansando sus alas en las hojas de helecho
Que cubren tu noble corazón eternamente?

Frío en la tierra, y quince diciembres salvajes
Desde los cerros marrones se han derretido en primavera;
¡Fiel, de hecho, es el espíritu que recuerda
Después de esos años de cambio y sufrimiento!

Dulce amor de la juventud, perdonad, si me olvido de ti,
Mientras la marea del mundo me arrastra hacia adelante;
Otros deseos y esperanzas me atormentan,
¡Las esperanzas que oscurecen, pero no pueden borrarte!

Ninguna luz tardía ha iluminado mi cielo,
Ninguna mañana ha vuelto a resplandecer para mí;
Toda mi felicidad vino de tu vida,
Toda mi felicidad yace en la tumba contigo.

Pero cuando los días de sueños dorados perecieron,
E incluso la desesperación fue impotente para destruir,
Aprendí como la existencia podía ser apreciada,
Fortalecida, alimentada sin la ayuda del placer.

Entonces probé las lágrimas de una pasión inútil;
Destetada mi joven alma de tu anhelo póstumo;
Severamente negó su ardiente deseo de acelerar
El descenso hacia esa tumba que será mía.

Y, aún así, no me atrevo a dejarlo languidecer,
No me atrevo a caer en el dolor entusiasta de la memoria;
Una vez bebida profundamente la divina angustia,
¿Cómo podría anhelar el mundo vacío otra vez?




Qué claro que ella brilla.


¡Qué claro Ella brilla! Qué inmóvil
Yacía yo debajo de su guardián de luz;
Mientras el Cielo y la Tierra me susurraban:
Despierta mañana, y sueña esta noche.
¡Ven, mi elegante, mi encantador Amor!
Estos templos palpitantes besan suavemente;
Dobla mi solitario lecho encima,
Y dádme reposo, dádme toda la dicha.

El mundo huye: ¡oscuro mundo, adiós!
Amargo mundo, ocúltate hasta el amanecer,
El corazón que no has podido someter
Aún ha de resistir, mientras vagas ausente.

Tu Amor yo nunca, nunca compartiré.
Tu Odio sólo despierta una sonrisa;
Tus Lamentos podrán herir,
Tus Errores podrán llorar;
¡Pero tus mentiras jamás cautivarán!
Mientras observaba a las estrellas brillando
En ese mar apacible, sobre mí,
Deseé con fe que todas las aflicciones
Del universo sepan, y se celebren en tí.

Este será mi sueño nocturno.
Pienso que el cielo de esferas gloriosas
Recorre su curso luminoso,
Cubierto de eternas dichas
A través de interminables años.
Pienso que no hay otro mundo allí arriba
Más lejano que aquel que contemplan estos ojos,
Donde la Sabiduría nunca se burló del Amor,
Donde la Virtud nunca se sometió a la Infamia.




Muerte.


Muerte! Que golpeó cuando más confiaba,
En mi fe certera para ser otra vez golpeada;
El insensible Tiempo ha marchitado la rama,
Arrancando la dulce raíz de Eternidad.

Las hojas, sobre el espacio de las Horas
Crecen brillantes y lozanas,
Bañadas por las gotas plateadas,
Llenas de sangre verde;
Bajo un refugio tardío se reunieron las aves,
Espantando a las abejas de sus reinos florales.

La Pena ha pasado, arrastrando la flor dorada,
La Culpa se desnuda de su vestido de orgullo,
Pero dentro de esta amabilidad simulada,
La Vida fluyó en un silencioso murmullo.

Poco he llorado por la alegría perdida,
Por la muda canción y los nidos vacíos,
La Esperanza estaba allí, y reí de la Tristeza,
Susurrando: ¡El invierno pronto será vencido!

¡Y Contemplad! Creciendo por diez su bendición,
La Primavera dotó de belleza a la agonizante estación;
El Viento, la Lluvia, y el fervoroso calor nos besaron
Regalando gloria en aquel segundo Mayo.

Alto se elevó: las alas del dolor no podrían barrerlo,
Su brillo distante forzó la fuga del temor;
En su esencia, tenía el poder del Amor,
Alejándome de todo mal, de toda plaga, excepto de ti.

Muerte cruel! Las jóvenes hojas caen y languidecen,
El crepúsculo de aire gentil tal vez resista;
Pero el sol matutino se burla de mi angustia.
El Tiempo, para mí, ya nunca debe florecer.

Derribadlo, para que otras ramas puedan brotar,
Donde los jóvenes árboles solían reposar,
Así, al menos, sus carcomidos cadáveres nutrirán
Aquel seno de donde surgieron: La Eternidad.




La tumba de mi señora.


El pájaro habita en la escarpada aurora,
La alondra traza el aire en silencio,
La abeja danza entre las campanas del brezo
Que ocultan a mi bella Señora.

El venado salvaje sobre su pecho con frialdad,
Las aves silvestres elevan sus alas calientes;
Y Ella a todos les sonríe indiferente,
¡La han dejado sola en su soledad!

Supuse que cuando el oscuro muro de su tumba
Retuvo su delicada y femenina forma,
Nadie evocaría la dicha que recorta
La Luz efímera de la alegría.

Pensaron que la ola de la tristeza pasaría
Sin dejar huellas en los años futuros;
¿Pero dónde están ahora todas las angustias?
¿Y dónde aquellas lágrimas?

Deja que luchen por el honor del aliento,
O por el placer sombrío y fuerte,
El morador de la Tierra de la Muerte
Es inconstante e indiferente también.

Y si sus ojos han de observar y llorar
Hasta que la fuente del dolor se seque,
Ella no retornará -de su tranquilo sueño-
Ni devolverá nuestros vanos suspiros.

Sopla, viento del oeste, sobre el árido túmulo:
¡Murmuren, arroyos del verano!
No hay necesidad de otros sonidos
Para custodiar a mi dama en su descanso.




El viento nocturno.


En la suave medianoche del estío,
Una luna despejada brilló
A través de nuestra ventana
Y los rosales bañados en rocío.

Me senté en la reflexión silenciosa;
El viento suave agitó mi cabello;
Me dijo que cielo era un destello,
Y la tierra durmiente, justa.

No necesité sus toques
Para alimentar estos pensamientos;
Así y todo susurró, diciendo,
"¡Cuán oscuros serían los bosques!"

"Las hojas gruesas en mi murmullo
Crujen como en un sueño,
Y de sus incontables voces es dueño
Un instinto que parece arrullo".

Dije, "Ve, apacible murmurante,
Tu cortés melodía es única:
Pero no pienses que su música
Tiene el poder de alcanzar mi mente."

"Juega con la flor perfumada,
La rama tierna del jóven árbol,
Y deja mis sentimientos humanos
En su propio cauce inquieto."

El vagabundo no me oyó:
Su beso se entibió cálidamente:
"¡Oh, Ven!" suspiró dulcemente;
"Seré yo contra tu voluntad"

"¿No fuimos amigos en la infancia?
¿No te he amado hace mucho tiempo?
Mientras tú, la noche solemne,
Mi canto despertabas con tu silencio."

"Que cuando repose tu corazón
Bajo la fría lápida de cemento,
Yo tendré tiempo para el lamento,
Y tú para estar sola."




Cuando deba dormir.


Oh, En la hora en la que deba dormir,
Lo haré sin identidad,
Y ya no me importará cómo cae la lluvia,
O si la nieve cubre mis pies.
El cielo no promete salvajes deseos,
Podrán cumplirse, acaso la mitad.
El infierno y sus amenazas,
Con sus inextinguibles brasas
Jamás someterá esta voluntad.

Por lo tanto digo, repitiendo lo mismo,
Todavía, y hasta que muera lo diré:
Tres Dioses dentro de este pequeño marco
Guerrean día y noche.
El Cielo no los mantendrá a todos, sin embargo
Ellos se aferran a mí;
Y míos serán hasta que el olvido
Cubra el resto de mi ser.

Oh, cuando el Tiempo busque mi pecho para soñar,
Todas las batallas concluirán!
Pues llegará el día en el que deba reposar,
Y este sufrimiento ya no me atormentará.




A la imaginación.


Cuando agotados de la extensa jornada,
Y del terrenal cambio del dolor por el dolor,
Perdida, dispuesta a la desesperación,
Tu cálida voz me convoca de nuevo;
Mi sincero amigo, nunca estoy sola
Si tu presencia y ese tono me acompañan.

Sin esperanzas descansa el mundo sin tí,
El mundo sin este doble de mí;
Tu mundo de astucias, odios y duda,
De frías sospechas sin lugar,
Donde tú, yo y la Libertad
Disfrutan una soberanía muda.

Lo que importa es que todo alrededor,
Peligro, angustia y oscuridad,
No rompen las cadenas de nuestra soledad
Donde habita el cielo en su esplendor,
Alimentado por diez mil rayos eternos
De soles que no han conocido el invierno.

La Razón sin dudas habrá de objetar
Por la triste realidad de la naturaleza,
Explicando que el sufrimiento del corazón es vano,
Y que sus preciados sueños deben perecer;
La Verdad con rudeza busca asolar
Las flores de la fantasía que tímidas asoman.

Pero tú siempre serás el que trae
Las cerradas visiones que retornan,
El aliento de nuevas glorias caídas en primavera,
Llamando a la vida de la muerte,
Susurrando con la divina voz
De un mundo real y brillante como tú.

No confío en la dicha de tu fantasma,
Pero en las horas quietas de la noche,
Con un incesante agradecimiento
Te doy la bienvenida, bendito aliento,
Fiel asistente de los humanos deseos,
La más brillante esperanza
Allí donde la esperanza muere.


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