sábado, 8 de junio de 2024

Poemas II. Oscar Wilde (1854-1900)

Vita Nuova. 


Detúveme junto al mar inmemorial
           hasta que el rocío de la olas cara y cabellos empapara;
           los rojos fuegos luengos del día agonizante
ardían en el Oeste; soplaba el viento horrible
y huían hacia tierra clamorosas gaviotas:
           «¡Ay!» grité, «mi vida llena está de dolor,
           ¿quién puede cosechar fruto o grano dorado
de estos páramos que sin cesar duramente trabajan?»
Mis redes se abrían enormes con roturas y fallas;
           sin embargo, como un último esfuerzo,
           en el mar arrojélas y aguardé el final.
Entonces, ¡oh gloria súbita!
           de las aguas negras de mi pasado torturado
           vi el esplendor argénteo de blancos brazos ascender!





Soneto al acercarme a Italia. 


Llegué a los Alpes: mi alma ardía
         al oír tu nombre: Italia, Italia mía.
         Y al salir del corazón de la montaña
la tierra avizoré por la que mi alma tanto suspirara,
y reí, como quien gran premio conquistara,
         y meditando en lo maravilloso de tu fama
         el día contemplé hasta que lo marcaran heridas de llama
y el cielo turquesa fuera oro bruñido.
Los pinos ondeaban como cabellos de mujer
          y en los huertos cada rama sarmentosa
          se abría en copos de floreciente espuma.
Pero al saber que allá lejos en Roma
          en cadenas injustas otro Pedro yacía
          lloré de ver tierra tan bella.





Nueva contrición.


El pecado fue mío; yo no había comprendido.
     Así de nuevo la música aprisionada está en su cueva,
     excepto ese lugar donde ola irregular y moribunda
impacienta con sus inquietos remolinos esta magra ribera.
Y en el pozo marchito de esta tierra
      el verano ha cavado una tumba tan honda
      que apenas puede el plomizo sauce ansiar
      una plateada flor de la afilada mano del invierno.

Pero, ¿quién es aquel que por la ribera viene?
Amor, mira y pregúntate. ¿Quién es ése
      que viene con vestidos teñidos desde el Sur?
Es tu nuevo Señor, que besará
      las no violadas rosas de tu boca,
y yo he de llorar, he de adorar, como antes.





La tumba de Keats.


Libre de la injusticia del mundo y su dolor,
      descansa al fin bajo el velo azul de Dios:
      arrebatado a la vida cuando vida y amor eran nuevos,
el mártir más joven yace aquí,
justo cual Sebastián y tan temprano muerto.
       Ningún ciprés ensombrece su tumba, ni tejo funeral,
       sino amables violetas con el rocío llorando
sobre sus huesos tejen cadena de perenne floración.
¡Oh, altivo corazón que destruyó el dolor!
       ¡Oh, los labios más dulces desde los de Mitilene!
       ¡Oh, pintor-poeta de nuestra tierra inglesa!
Tu nombre inscribióse en el agua; y habrá de perdurar:
       lágrimas como las mías conservarán tu memoria verde,
       como el pote de albahaca Isabella





Impressions de théatre.


Fabien dei Franchi

                                                                    A mi amigo Henry Irving

La silenciosa estancia, la pesada sombra avanzando furtiva,
      los muertos inmóviles viajando, la puerta que se abre,
      el hermano asesinado que levita a través del piso,
los blancos dedos del fantasma posados en tus hombros
y luego, el duelo solitario en el valle,
      las rotas espadas, el ahogado grito, la sangre,
      tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado.
Están bien esas cosas; ¡pero tú fuiste hecho
      para más augustas creaciones! Lear enloquecido
      debería a tu arbitrio vagar por el brezal nativo
      con el tonto ruidoso que se mofa; Romeo
por ti atraería su amor, y el miedo desesperado
sacaría de su vaina la daga cobarde de Ricardo.
      ¡Tú, presto instrumento al soplo de los labios de Shakespeare!

Phedre

A Sarah Bernhardt

Qué vano y qué tedioso nuestro mundo ordinario parecerá
      a alguien Como tú, que en Florencia
habrías conversado con Mirandola, o caminado
entre los frescos olivares de Academos:
habrías recogido cañas de la verde corriente
      para la aguda flauta de Pan, pies de cabrito,
      y tocado con las blancas niñas en el valle Feacio
donde el grave Odiseo de su profundo sueño despertara.

¡Ah!, en verdad, una urna de ática arcilla 4
       guardó tu polvo pálido, y has venido otra vez
       a este mundo ordinario, tedioso y vano,
fatigada de los días sin sol,
       de campos rebosantes de asfódelos insípidos,
       de labios sin amor, con que besan los hombres en el Infierno.




Impressions.


1
Les Silhouettes

         El mar está marcado con unas bandas grises,
         el quieto viento muerto desentona
         y como hoja marchita es llevada
la luna por la bahía tormentosa.

         Grabado claramente sobre pálida arena
         está el bote negro: un joven marinero
         sube a bordo en gozo distraído
con el rostro sonriente y mano reluciente.

          Y arriba los zarapitos claman
          y por el pasto oscuro meseteño
         van segadores mozos de cuellos brunos ,
cual si fueran siluetas contra el cielo.

2
La fuite de la lune

           Hay paz para los sentidos,
           una paz soñadora en cada mano,
           y profundo silencio en la tierra fantasmal,
profundo silencio donde las sombras cesan.

           Sólo el grito que el eco hace chillido
           de algún ave desconsolada y solitaria;
           la codorniz que llama a su pareja;
la respuesta desde la colina en brumas.

           Y súbitamente, la luna retira
            su hoz de los cielos centelleantes
            y vuela hacia sus cavernas sombrías
cubierta en velo de gasa gualda.





Impression de voyage.


Era un mar de zafiro y el cielo
     ardía en el aire como ópalo candente;
     izamos nuestra vela; soplaba bien el viento
hacia tierras azules situadas en el Este.
Desde mi proa alta divisé a Zakynthos:
     cada bosque de olivos, cada cala,
     las escarpas de Ithaca, el blanco pico de Lycaon,
y flores esparcidas en colinas de Arcadia.
El batir de la vela contra el mástil,
     el rumor de las olas contra el casco,
     rumor de risas jóvenes en la popa,
todo lo que se oía, al comenzar a arder el Oeste.
     Y un rojo sol cabalgó por los mares.
      Pisaba, al fin, el suelo griego.
                                                                             (KATAKOLO)





Hélas!


Con cada pasión a la deriva hasta que mi alma
sea un laúd en cuyas cuerdas todos los vientos tañen.
¿Para esto renuncié
a mi sabiduría antigua ya mi austero control?
Mi vida es un palimpsesto
garabateado en alguna vacación de muchacho
con canciones ociosas para flauta y rondó
que solamente ocultan el secreto del todo.
Por cierto que hubo un tiempo cuando osé pisar
las alturas soleadas y de las disonancias de la vida
logré claros acordes para llegar al oído de Dios.
¿Está muerto ese tiempo? Mirad, con mi pequeña vara
apenas toqué la miel del romance,
¿y debo yo perder la herencia de un alma?





Escrito en el Lyceum Theatre.


Portia

                                                                        A Ellen Terry

Poco me maravilla la osadía de Basanio
       de arriesgar todo lo que tenía al plomo,
       o que el orgulloso Aragón bajara la cabeza,
o que Marroquí de corazón en llamas se enfriara:
pues en ese atavío de oro batido
       que es más dorado que el dorado sol,
       ninguna mujer que Veronese mirara
era tan bella como tú a quien contemplo.
Aún más bella cuando con la sabiduría por escudo
        al vestir la toga severa del jurista
y no permitieras que las leyes de Venecia cedieran
        el corazón de Antonio a ese judío maldito.
        ¡Oh Portia!, toma mi corazón: es tu debido pago;
no he de objetar a ese aval.





El cuarto movimiento.


Le Réveillon

      El cielo está manchado con espasmos de rojo,
      huyen las brumas envolventes y las sombras;
      el alba se levanta desde el mar
como una blanca dama de su lecho.

      Y caen flechas melladas, insolentes
      a través de las plumas de la noche,
      y una ola larga de luz gualda
rompe en silencio sobre torre y casa,

      y extendiéndose amplia sobre el campo inculto
      un batir de alas que despiertan al vuelo,
      castaños que se agitan en la copa
y ramas con estrías de oro.




Casa de la ramera.


Seguimos la huellas de pies que bailaban
hacia la calle alumbrada de luna
y nos detuvimos bajo la casa de la ramera.

Adentro, por sobre estrépito y movimiento,
oímos los músicos tocando a gran volumen
el «Treues Liebes Herz» de Strauss.

Como formas extrañas y grotescas,
realizando fantástico arabesco
corrían sombras detrás de las cortinas.

Vimos girar los fantasmales bailarines
al ritmo de violines y de cuernos
cual hojas negras llevadas por el viento.

Igual que marionetas tiradas de sus hilos
las siluetas de magros esqueletos
se deslizaban en la lenta cuadrilla.

Tomados de la mano
bailaban majestuosa zarabanda;
y el eco de las risas era agudo y crispado.

veces un títere de reloj apretaba
la amante inexistente contra el pecho,
y otras parecía que querían cantar.

A veces una horrible marioneta
se asomaba al umbral fumando un cigarrillo
Como cosa viviente.

Entonces, volviéndome a mi amor dije,
«Los muertos bailan con los muertos,
el polvo se arremolina con el polvo».

Pero ella escuchó el violín,
se apartó de mi lado y entró:
entró el Amor en casa de Lujuria.

Súbitamente, desentonó la melodía,
se fatigaron de danzar el vals,
las sombras dejaron de girar.

Y por la larga y silenciosa calle
en sandalias de plata asomó el alba
como niña asustada.




Apología.


¿Es tu voluntad que yo crezca y decline?
     Trueca mi paño de oro por la gris estameña
y teje a tu antojo esa tela de angustia
     cuya hebra más brillante es día malgastado.

¿Es tu voluntad -Amor que tanto amo-
     que la Casa de mi Alma sea lugar atormentado
donde deban morar, cual malvados amantes,
     la llama inextinguible y el gusano inmortal?

Si tal es tu voluntad la he de sobrellevar
     y venderé ambición en el mercado,
y dejaré que el gris fracaso sea mi pelaje
     y que en mi corazón cave el dolor su tumba.

Tal vez sea mejor así -al menos
     no hice de mi corazón algo de piedra,
ni privé a mi juventud de su pródigo festín,
     ni caminé donde lo Bello es ignorado.





A mi mujer.


Con una copia de mis poemas

No puedo escribir majestuoso proemio
      como preludio a mi canción,
de poeta a poema,
      me atrevería a decir.

Pues si de estos pétalos caídos
      uno te pareciera bello,
irá el amor por el aire
      hasta detenerse en tu cabello.

Y cuando el viento e invierno endurezcan
      toda la tierra sin amor,
dirá un susurro algo del jardín
      y tú lo entenderás.


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