jueves, 5 de septiembre de 2024

Poemas IV. Francisco de Quevedo (1580-1645)

Qué imagen de la muerte rigurosa...

¿Qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me maltrata?
¿Qué tirano cruel me sigue y mata
con vengativa mano licenciosa?

¿Qué fantasma, en la noche temerosa,
el corazón del sueño me desata?
¿Quién te venga de mí, divina ingrata,
más por mi mal que por tu bien hermosa?

¿Quién, cuando, con dudoso pie y incierto,
piso la soledad de aquesta arena,
me puebla de cuidados el desierto?

¿Quién el antiguo son de mi cadena
a mis orejas vuelve, si es tan cierto,
que aun no te acuerdas tú de darme pena?





Quejarse en las penas del amor debe ser permitido
y no profana el secreto.

Arder sin voz de estrépito doliente
no puede el tronco duro inanimado;
el roble se lamenta, y, abrasado,
el pino gime al fuego, que no siente.

¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente
quede en muda ceniza desatado
mi corazón sensible y animado,
víctima de tus aras obediente?

Concédame tu fuego lo que al pino
y al roble les concede voraz llama:
piedad cabe en incendio que es divino.

Del volcán que en mis venas se derrama,
diga su ardor el llanto que fulmino;
mas no le sepa de mi voz la Fama.





Quéjase de lo esquivo de su dama.

El amor conyugal de su marido
su presencia en el pecho le revela;
teje de día en la curiosa tela
lo mismo que de noche ha destejido.

Danle combates interés y olvido,
y de fe y esperanza se abroquela,
hasta que dando el viento en popa y vela,
le restituye el mar a su marido.

Ulises llega, goza su querida,
que por gozarla un día dio veinte años
a la misma esperanza de un difunto.

Mas yo sé de una fiera embravecida
que veinte mil tejiera por mis daños,
y al fin mis daños son no verme un punto.





Rendimiento del amante desterrado.

Éstas son y serán ya las postreras
lágrimas que, con fuerza de voz viva,
perderé en esta fuente fugitiva,
que las lleva a la sed de tantas fieras.

¡Dichoso yo que, en playas extranjeras,
siendo alimento a pena tan esquiva,
halle muerte piadosa, que derriba
tanto vano edificio de quimeras!

Espíritu desnudo, puro amante,
sobre el sol arderé, y el cuerpo frío
se acordará de Amor en polvo y tierra.

Yo me seré epitafio al caminante,
pues le dirá, sin vida, el rostro mío:
"Ya fue gloria de Amor hacerme guerra."





Reprende a una adúltera la circunstancia de su pecado.

Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido
El adulterio la vergüenza al Cielo,
Pues licenciosa, libre, y tan sin velo
Ofendes la paciencia del sufrido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
No sirvas a su ausencia de libelo;
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado se precia de escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien estén notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.





Retrato no vulgar de Lisi.

Crespas hebras, sin ley desenlazadas,
en un tiempo tuvo entre las manos Midas;
en nieve estrellas negras encendidas,
y cortésmente en paz de ella guardadas. ~

Rosas a abril y mayo anticipadas,
de la injuria del tiempo defendidas;
auroras en la risa amanecidas,
con avaricia del clavel guardadas.

Vivos planetas de animado cielo,
por quien a ser monarca Lisi aspira
de libertades, que en sus luces ata.

Esfera es racional, que ilustra el suelo,
en donde reina el Amor cuanto ella mira,
y en donde vive Amor cuanto ella mata.





Si quien ha de pintaros ha de veros...

Si quien ha de pintaros ha de veros,
y no es posible sin cegar miraros,
¿quién será poderoso a retrataros,
sin ofender su vista y ofenderos?

En nieve y rosas quise floreceros;
mas fuera honrar las rosas y agraviaros;
dos luceros por ojos quise daros;
mas ¿cuándo lo soñaron los luceros?

Conocí el imposible en el bosquejo;
mas vuestro espejo a vuestra lumbre propia
aseguró el acierto en su reflejo.

Podráos él retratar sin luz impropia,
siendo vos de vos propia, en el espejo,
original, pintor, pincel y copia.





Soneto amoroso.

Si dios eres, Amor, ¿cuál es tu cielo?
Si señor, ¿de qué renta y de qué estados?
¿Adónde están tus siervos y criados?
¿Dónde tienes tu asiento en este suelo?

Si te disfraza nuestro mortal velo,
¿cuáles son tus desiertos y apartados?
Si rico, ¿do tus bienes vinculados?
¿Cómo te veo desnudo al sol y al yelo?

¿Sabes qué me parece, Amor, de aquesto?
Que el pintarte con alas y vendado,
es que de ti el pintor y el mundo juega.

Y yo también, pues sólo el rostro honesto
de mi Lisis así te ha acobardado,
que pareces, Amor, gallina ciega.





Vejamen del ratón al caracol.

Riéndose está el ratón,
en el umbral de su cueva,
del caracol ganapán,
que va con su casa a cuestas.
Y viendo como arrastrando
por su corcova la lleva,
muy camello de poquito,
le dijo de esta manera:
“Dime, cornudo vecino,
de un cuerno en que tú te hospedas,
¿qué callo de pie trazó
una alcoba tan estrecha?
Tú vives emparedado,
sin castigo o penitencia,
y, hecho chirrión de tu casa,
la mudas y la trasiegas.
Vestirse de un edificio
invención de sastre es nueva:
tú, albañil enjerto en sastre,
te vistes y te aposentas.
El vivir un lobanillo,
es de pobre y de materia;
y nunca salir de casa,
de persona muy enferma.
Verruga andante pareces,
que ha producido la tierra;
muy preciado de que todo
sólo tú un palacio llenas.
Si te viniese algún güésped,
¿qué aposento le aparejas
tú, que en la mano de un gato,
por no admitirle, te encierras?
Yo te llevaré a la corte,
en donde no te defienda
de tercera parte o güésped
tu casilla tan estrecha.
¿No te fuera más descanso
andarte por estas selvas,
y en estos agujerillos
tener tu cama y tu mesa?
Riéndose están de ti
los lagartos en las peñas,
los pájaros en los nidos,
las ranas en las acequias.
Esa casa es tu mortaja:
de buena cosa te precias,
pues vives el ataúd,
donde es forzoso que mueras.
De una fábrica presumes
que Vitrubio no la entienda;
y si vale un caracol,
en dos ninguna la precia.
Y citar puedo a Vitrubio,
porque soy ratón de letras,
que en casa de un arquitecto,
comí a Viñola una nesga.
Sacar los cuernos al sol,
ningún marido lo aprueba,
aunque de ellos coma; y tú
muy en ayunas los muestras.
Dirás que me caza el gato,
con todas estas arengas;
¿y a ti no te echan la uña
los viernes y las cuaresmas?
¿No te guisan y te comen
entre abadejo y lentejas?
¿Y hay, después de estar guisado,
alfiler que no te prenda?
Pero de matraca baste,
que yo espero gran respuesta;
y, aunque soy más cortesano,
me he de correr más aprisa.


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