martes, 3 de septiembre de 2024

Poemas IV. Miguel Rash-Isla (1889-1953)

Silueta.

Es tierno su mirar; su voz discreta;
del bohemio vivir tiene el encanto
y en el rostro de nácar el quebranto,
la marchitez de lánguida griseta.

Ilusiona mi vida y la completa,
y, una con mi sentir, canta si canto;
y si me ve llorar, corre su llanto
por mi abatida frente de poeta.

Ama todo lo que amo; el silencioso
vagar nocturno; el organillo errante,
el barrio extremo; el cafetín dudoso,

sólo ignora una cosa: su belleza,
y recibe, con plácido semblante,
el regalo casual de mi pobreza.





Tu boca.

Escollo de buriles y pinceles,
es tu boca una vívida granada
que pide, tentadora y encarnada,
un beso audaz que la disuelva en mieles.

Cuando a la risa abandonarte sueles,
difunde en rededor tu carcajada
el grato olor a fruta sazonada
que hay en la intimidad de los vergeles.

Es abreviada gruta de frescura,
constreñido paréntesis de flores,
animado jardín en miniatura.

La besara con férvido embeleso
para sentir, muriéndome de amores,
la eternidad en lo fugaz de un beso.





Tu palidez.

Tu noble palidez forma tu encanto:
es como aquella palidez extraña
del lirio matinal de la montaña
que al reflejo del sol sufre quebranto.

A veces logra esclarecerse tanto
que tu sutil respiración la empaña,
y otras adquiere, si la luz la baña,
la transparencia rútila del llanto.

Todo en mí se ilumina al contemplarte,
y, arrobado en tu faz, pienso que alguna
noche la luna te nevó al mirarte,

o que por rara y singular fortuna,
sintiéndose mujer, quiso imitarte
y osó tomar tu palidez la luna.





Tus ojos.

Estábamos a solas en el parque silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y era tal el encanto que en las cosas había
que daban como ganas de besar el ambiente.

Primavera llegaba y el retoño incipiente
-anuncio placentero de la flor- verdecía,
y el alma contagiada del milagro del día,
florecía lo mismo que el jardín renaciente.

Ella escrutaba el cielo con fijeza tan honda,
que el verdor transparente de sus ojos letales
tomó de pronto un verde sensitivo de fronda.

Yo la miré y ansioso de halagar sus antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
-Esta vez ha empezado la estación en tus ojos.





Vals nocturno.

En la paz de la alcoba sosegada,
bajo la media noche en agonía,
llega a mí, desde incierta lejanía,
una llorona música olvidada.

Entra en mi corazón como una alada
saeta de letal melancolía,
porque recuerdo que cuando eras mía,
si algo nos supo unir fue esa tonada.

El vals - lírica flor que se deshoja-
se va apagando al fin y una congoja
mortal deja en la noche difundida...

Yo un infinito desamparo siento,
y es que a veces un vals que va en el viento,
¡suele ser, más que un vals, toda una vida!


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