El pintor de la seda.
Había un hombre
que se ganaba la vida
pintando rosas
sobre la seda.
Se sentaba en el cuarto de arriba
y pintaba
y el ruido de la calle
no le decía nada.
Al escuchar los ruidos del desfile
pensaba en rosas rojas y amarillas y blancas
que ardían al sol
y sonreía al trabajar.
Sólo pensaba en rosas
y en seda.
Y un día ya no consiguió seda
y dejo de pintar
y sólo pensaba
en las rosas.
El día que entraron
a la ciudad los conquistadores
el anciano
agonizaba.
Oyó el ruido del desfile
y deseó haber pintado las rosas
que estallaran en sonido.
In excelsis.
¡Oh, tú!
Tu sombra es luz de sol en una bandeja de plata;
tus pisadas, un lugar para plantar lirios;
tus manos, al moverse, son un doblar de campanas en el aire inmóvil.
El movimiento de tus manos es la larga y dorada luz del sol naciente,
el revoloteo de los pájaros en el sendero de un jardín.
Avanzas por la mañana como un perfume de junquillos.
Los potros son menos raudos que tu pensamiento
,tus palabras son abejas alrededor de un peral,
tus sueños son avispas veteadas de oro y negro zumbando entre manzanas rojas.
Bebo en tus labios,
como el albor de tus manos y tus pies.
Abro la boca: semejante a una jarra nueva estoy abierta y vacía.
como el agua clara eres tú, que llenas la copa de mi boca.
Eres como un riachuelo sembrado de lirios.
Eres helado como las nubes,
lejano y dulce como las altas nubes.
Me atrevo a alcanzarte,
me atrevo a tocar tu orilla brillante.
Salto más allá de los vientos,
grito y chillo,
porque mi garganta es fina como una espada
afilada con una muela de marfil.
Mi garganta canta la alegría de mis ojos,
la turbulenta alegría de mi amor.
¿Cómo cayó el arco iris sobre mi corazón?
¿Cómo se enredó el mar entre mis dedos
y cómo cubrió mi cabeza con el cielo?
¿Cómo viniste a habitar en mí,
asediándome con los cuatro círculos de tu mística luz,
hasta que, inclinándome ante ti, como si fueras un altar,
grité: "¡Gloria! ¡Gloria!"?
Habré de torturarme pensando en el hoy y en el mañana?
He de creer que el aire es un favor,
la tierra una cortesía
y el cielo un regalo que hay que agradecer?
Tú eres... aire... tierra... cielo...
Pero no te lo agradezco.
Te tomo,
y vivo.
Y las palabras que diga después
son como rubíes engastados en una puerta de piedra.
Penumbra.
Mientras estoy aquí sentada en la quieta noche de verano,
de pronto, en la lejana carretera, se oye
el rechinar y el acelerar de un tranvía eléctrico.
Y, más lejos todavía,
el fuerte resoplar de una máquina,
seguido del desagarrado arrastrar de un tren de carga cambiando de vía.
Estos son los ruidos que hacen los hombres
en el largo ajetreo de la vida.
Seguirán haciendo siempre estos ruidos,
aun después que yo haya muerto y ya no pueda oírlos.
Sentada aquí en la noche de verano,
estoy pensando en mi muerte.
¿Qué pasará contigo?
Verás mi silla
con su brillante cobertor de zaraza
iluminada por el sol de mediodía,
como ahora,
verás mi mesa angosta
donde he estado escribiendo tantas horas.
Mis perros meterán sus hocicos en tu mano,
preguntando -preguntando-
y pendientes de ti con ojos perplejos.
La vieja casa todavía está aquí,
la vieja casa que me ha conocido desde el principio.
Las paredes que me han visto jugar:
con soldados, canicas, muñecas de papel,
que me han protegido a mí y a mis libros.
La puerta de entrada estará mirando a los viejos árboles
donde, cuando era niña, jugaba con muertos y con incendios;
Mirará la ancha vereda de grava
donde yo rodaba mi aro,
y las matas de rododendro
donde cogía mariposas de pintas negras.
La vieja casa te guardará a ti,
como yo he hecho.
Sus paredes y sus cuartos te guardarán,
y yo susurraré mis pensamientos y fantasías
como siempre,
en las páginas de mis libros.
La veleta apunta al Sur.
Separo tus hojas,
Una por una:
Las rígidas, amplias hojas exteriores,
Las más pequeñas,
Agradables de tocar, regadas con púrpura;
Las hojas exteriores barnizadas,
Una por una
Te separo desde tus hojas,
Hasta que, como una flor blanca, te irgas
Balanceándote ligeramente en el viento del atardecer.
Venus.
Dime, ¿era acaso Venus
Más hermosa de lo que tú eres
Cuando emergió
Entre las ondulantes aguas
Dirigiéndose a la costa segura
Envuelta en su ajustada coraza?
¿Era acaso la visión de Botticelli,
Más bella que la mía?
¿Y eran acaso los delicados pimpollos
Que le pintó
Más valiosos
Que las palabras que yo vierto sobre ti
Para describir tu gran encanto
Como una seda
De indefinida plata?
Para mí
Estas de pie, sosegada,
Con un aire alegre y azul
Cercada por vientos brillantes
Opacando al sol
Y las olas que te preceden
se agitan y remueven
Las olas a mis pies.
Taxi.
Cuando me alejo de ti
El mundo palpita en silencio,
Cual relajado tambor
Grito por ti contra las distinguidas estrellas
Y grito en los caminos del viento.
Las calles apresuradas
Se aparecen una tras la otra
Y te alejan de mí Las luces de la ciudad aguijonean mis ojos
De tal modo que ya no puedo ver los tuyos
¿Por qué debo dejarte
Y herirme a mí misma con los agudos ribetes de la noche?.
Otoño.
Me trajeron una dalia amarilla
Opulenta y majestuosa
Oro rotundo
Proyectada de un tallo verde y pálido
Oro rotundo y acabado
Maduro
Meticulosamente suntuosas y ardientes
Un rayo de solemnidad
Fecundidad ataviada de sugestivo amarillo
Para que todo el mundo la vea
Me trajeron una dalia amarilla
A mí, que soy estéril e infecunda;
¿Te la enviaré a ti
-Tú, que te has llevado contigo
Todo lo que una vez poseí-?.
Jardín a la luz de la Luna.
Un gato negro entre las rosas
Flox, lila cobre entre la niebla bajo la luz de una luna en su cuarto creciente
El dulce aroma del heliotropo y la misteriosa esencia de los troncos
El jardín está muy quieto
Está hipnotizado por la luz de la luna
Colmado por las fragancias
Delirando el sueño de opio de sus cubiertas amapolas
Las luces de las luciérnagas se encienden y se esfuman
Altas como pimpollos de la dorada luz
Bajas como las dulces flores de alisón a mis pies
La luna titila entre las hojas y la reja
La luna cual dardo enciende los arbustos
Sólo los pequeños rostros de las orquídeas hechizadas están alerta y contemplando
Sólo el gato acechando entre las rosas
Sacude una rama y rompe este variado boceto
Tal como el agua se sacude por la caída de una hoja;
Entonces tú llegas,
Y eres silenciosa como el jardín,
Blanca como las flores de los alisones,
Y hermosa como el silencioso destello de las luciérnagas.
Oh amada, puedes ver las anaranjadas lilas,
Ellas conocieron a mi madre
Y ellas, que me pertenecen,
Sabrán cuándo me habré ido.
Década.
Cuando viniste, tú eras semejante al vino tinto y a la miel
Y el gusto de ti encendió mi boca con su dulzura
Ahora eres como el pan de la mañana,
Suave y placentera,
Apenas te degusto, puesto que conozco tu sabor
Pero sin embargo estoy completamente saciada
Alborada.
Tal como libero de su cáscara a la almendra
Así te despojaría de tus ropas, amada,
Y acariciando con mis dedos el suave y pulido fruto
Podría ver que en mis manos resplandece
Una gema de valor incalculable.
Interludio.
Cuando haya cocinado deliciosos pastelillos
Y gratinado verdes almendras para verterlas en ellos,
Cuando haya quitado las verdes coronas de las fresas
Y las haya apilado, haciéndolas mirar al cielo
Dentro de una fuente amarilla y azul,
Cuando haya alisado las arrugas en el tejido
En que he estado trabajando
¿Qué entonces?
Mañana será igual
Pasteles y fresas
Y agujas entrando y saliendo de la tela.
Si el sol es hermoso alumbrando los ladrillos y el peltre
Cuánto más hermosa es la luna
Inclinándose sobre las ramas de un ciruelo.
La luna,
Hamacándose a lo largo de un lecho de tulipanes
La luna
Quieta
Sobre tu rostro.
Tú brillas, amada
Tú y la luna Pero, ¿cuál es el reflejo?
El reloj está dando las once
Entonces pienso que cuando hayamos
Cerrado y trancado la puerta
La noche, fuera, seguirá oscura.
Uvas blancas.
¿Debería darte uvas blancas?
Desconozco la razón pero de repente me encapricho con esa fruta.
Por ahora la idea alimenta mis sentidos
Y parecen más deseables que una perfecta esmeralda
Puesto que nada tengo; puesto que mis manos vacías están,
Yo debería haber elegido bellas gemas de la India
Pero elijo uvas blancas.
¿Es acaso porque el enojado viento está hiriendo las moradas?
Lo veo en tus ensortijados y cautivadores labios y en tus dientes
Desnudos, energía seductora.
Ven a merodear y mordisquear las raíces del azafrán;
Las llamaremos uvas blancas,
Puedes considerarlas como un símbolo,
Podrías encontrarlas ácidas o dulces o simplemente de agradable aspecto
No importa, mientras las aceptes, a ellas y a mí.
Madonna de las flores del crepúsculo.
He estado trabajando todo el día,
Ahora estoy cansada
Llamo: "¿Dónde estás tú?"
Pero sólo se escucha el murmullo de las hojas de un roble;
La casa está muy silenciosa,
El sol brilla sobre tus libros,
Sobre tus tijeras y el dedal
Pero tú no estás ahí,
De repente estoy sola.
Entonces te veo
Parada bajo una corona de consólidas reales
Con una canasta de rosas en tu brazo;
Tú eres fresca como la plata
Y me sonríes;
Entonces siento que las campanas de Canterbury están tañendo
Pequeñas melodías.
Tú me dices que las peonías necesitan agua,
Que las aguileñas pajarillas han traspasado sus límites,
Que la papónica debería ser recortada;
Tú me dices todas esas cosas
Y yo te miro, corazón de plata;
Flama blanca tu corazón de tersa plata
Encendiéndose debajo de las ramas azules de la consólida real
Deseo arrodillarme a tus pies
Al instante,
Mientras alrededor de nosotras repiquetean los suaves Te Deums
De las campanas de Canterbury.
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