lunes, 10 de febrero de 2025

Poemas III. Tomás Segovia (1927-2011)

La música.

                                                                                  A Alicia Urreta

No se ve por ningún lado la fuente de silencio
el estanque de sombra la secreta semilla de tiempo
de donde ella ha debido levantarse
sigilosa descalza alada
mujer blanca y desnuda con un antifaz negro
en su danza de suspiros jugando con el fuego
música silencio viviente tesoro de irónicas monedas puras
chorro de enigmas deslumbrantes surtidor de inquietud
música boca sellada diosa que nada dice
por qué me clavas en el alma este imposible
de qué me estás hablando
qué atávica locura quieres hacerme confesar
qué serpiente dormida quisieras despertarme
adónde me arrastras por este túnel en que has convertido el tiempo
no te rías no huyas deja de socavar la tierra bajo mis pies
adónde quieres precipitarme
música abismo luminoso insidioso amor
música vibración de la ausencia lluvia de heridas
lluvia de claros venenos
lluvia de mudas preguntas sin respuesta
por qué me encadenas así al latido del tiempo
ah insensata avasalladora soy tu esclavo sonámbulo
espérame déjame tocarte enloquezco de libertad
dónde tenía yo estas oscuras entrañas que me acaricias
dónde estaba mi pureza límpida como el rayo
y que recibo ahora de tus manos de agua
música radiante de confusión
mina de luz lenguaje que gravita y gira
lenguaje astral silencio al fin solar
lenguaje movedizo bandada de señas y de risas
sigue durando no te acabes vive
sigue sigue fundando este imperio de éter
no te mueras fuera de ti apenas toque el mundo
va a disiparse este bloque de bondad que ha hecho de mí tu amor
espera llama helada no te vayas
acaba de decir la última sílaba termina esa palabra
materialízate detente formula ya el enigma
qué dices qué decías
ah no me arrebates ya tan fugitivo este blanquísimo dolor...





La semana sin ti.

Quisiera haber nacido de tu vientre,
haber vivido alguna vez dentro de ti,
desde que te conozco soy más huérfano.

¡Oh! gruta tierna,
rojo edén caluroso.
Qué alegría haber sido esa ceguera!

Quisiera que tu carne se acordara
de haberme aprisionado,
que cuando me miraras
algo se te encogiese en las entrañas,
que sintieras orgullo al recordar
la generosidad sin par con que tu carne
desanudaste para hacerme libre.

Por ti he empezado a descifrar
los signos de la vida,
de ti quisiera haberla recibido.





Lluvia estival.

En la apartada noche ya sin nadie,
tibia, agitada, leve cae la lluvia,
sola para sí sola.

Íntima bailarina por la noche,
misteriosa, alocada,
gime allá, vuela, ahoga aquí una risa,
caprichosa musita, se interrumpe,
juguetona, inquietante,
viene y va, calla, desde lejos torna
con sonreídas lágrimas,
va a decir algo que en suspiro muere.

Y huyendo con susurros
y voces de sirena,
deja en el aire un mórbido perfume
de amor difunto en punzante recuerdo,

y en el alma el errático, incurable,
secreto amor de todas las derivas...





Miel, aceite.

Una mancha de miel tiñe la luz
Al tocar la ciudad
Que aun dormida elabora

Desde aquí arriba
Se la ve desbordar
Sus ondas caldeadas
Hacia la falda donde el monte
Inicia su inocencia ociosa

Tumbadas y abrazadas en el tiempo
La ciudad y la luz
Sin cesar se digieren una a otra

Por fin entiendo que un verano
Tanto tiempo esperado ha vuelto así

El cielo y la babel mezclan sus aires

Bellamente viciada
La rubia luz espesa
Unta las coyunturas
A su nivel es donde el mundo es uno

Hundidos en su dulce aceite
Nos deslizamos fuera de su ligadura
Al nivel de una miel
Donde amor y cimiento
Giran uno en el otro sin fractura.





Modesto desahogo.

Estoy más triste que un zapato ahogado
estoy más triste que el polvo bajo los petates
estoy más triste que el sudor de los enfermos
estoy triste como un niño de visita
como una puta desmaquillada
como el primer autobús al alba
como los calzoncillos de los notarios
triste triste triste de sonreír como un bobo desde los rincones
de ver tallar las cartas en redondo saltándome siempre a mí
de todo lo que se dicen y se dan y se mordisquean en mis narices
estoy harto de quedarme con el saludo en la boca
de salir bien dibujado entre la muchedumbre
para que me borre siempre el estropajo de su roce
de no estar nunca en foco para ningunos ojos
de tener tan desdentada la mirada
de navegar tras la línea del horizonte
con mis banderitas cómicamente izadas
no puedo más de no ser nunca nadie
de que no me dejen jamás probarme otra careta que la de ninguno
de no irrumpir de no alterar el oleaje
de no curvar jamás un tren de ondas
de no desviar a mis corrales la palabra suelta
de que nunca me caiga a mí la lotería de un vuelco visceral
De no poblar ni el más vago sueño ocioso
De saber que ningún mal pensamiento tendrá ya más mi rostro.
Estoy hasta aquí de la avaricia de los privilegiados
de que quieran para ellos solos toda la juventud
todos los influjos en las cosas del mundo
todo el favoritismo de la puta alegría
toda la iniciativa de renuevo y capricho
de que se apropien sin escrúpulos la plusvalía de calor y encuentros
todo el capital de risa y de coloquio
que repartido con justicia
alcanzaría de sobra para alimentarnos a todos
a todos los hambrientos de carne de comunión
y sedientos de vino de comunión
a todos los que están tristes
como faldones arrugados que les cuelgan a los otros
en fin estoy jibosamente desolado
de haber envejecido sin seguro de vida
sin seguro de nombre
sin cavar mi guarida en el espeso ahorro
de no haber cobrado el billete cuando la vida se asomaba a mirarme
de haber tirado siempre deudas al cesto sin mirarlas
y lo que quiero decir es que estoy a fin de cuentas
terriblemente triste de que no me hayáis perdonado.





No volverá.

No volverá
como el calor que el pan exhala,
esta mitad ya de tu vida,
no volverá a entibiarte aquella sangre
que ya corrió.

Inhábil como un niño,
tu jaula mal cerrada sus pájaros dispersa;
al viento van tus días,
despedazados aleteos.

Lo que ha sido tu vida,
sobre la tierra ahora tiene menos peso
que la huella de un beso
posada en una frente.

O como una palabra
(menos aún que un beso);
¿y a quién se la dirás?
¿a quién le confiarás que amaste, odiaste,
tuviste un día el tiempo entre tus brazos?
El nombre del pasado no quiere decir nada
si no es para los labios que lo dicen.

Buscarás en el peso del silencio
lo que el presente duramente trenza,
y para tener algo entre las manos,
no dirás «he vivido»,
no hablarás esas sílabas
que conmueven tan fugitivamente al aire...


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