jueves, 27 de febrero de 2025

Poemas. Seamus Heaney (1939-2013)

In memoriam M.K.H. 


Cuando los demás se habían ido a misa
yo era todo suyo mientras pelábamos patatas.
Rompían el silencio, dejadas caer una a una
como la soldadura que el soplete llora.
Frío consuelo puesto entre nosotros, cosas que compartir
brillando en un cubo de agua limpia.
Y de nuevo dejadas caer. Breves salpicaduras gratas
del trabajo del otro nos devolvían a la conciencia.

Por ello, cuando a martillazos el párroco
recitaba a su cabecera las oraciones para agonizantes
y algunos contestaban, mientras otros lloraban,
recuerdo su cabeza inclinada hacia la mía,
su aliento en el mío, nuestros ágiles cuchillos sumergiéndose.
Nunca más cerca el resto entero de nuestras vidas.
(...)

La frescura que desprendían las sábanas recién descolgadas de la cuerda
me hacía pensar que la humedad estaba aún en ellas.
Pero cuando cogía mis puntas de la tela
y contra ella tiraba, primero directo el dobladillo
y luego en diagonal, estiraba y sacudía
el tejido como una vela al viento de través,
soltaban un cachete secado y ondulante.
Así estirábamos, doblábamos y acabábamos mano a mano,
la fracción de un segundo, como si nada hubiera sucedido
pues nada había que no hubiera sucedido siempre.
De antemano, día a día, sólo el toca-y-vete,
acercarse de nuevo tras la marcha atrás
en movimientos donde yo era la x y ella la o,
inscritos en sábanas cosidas por ella, hechas de sacos de harina desgarrados.
(...)





Acta de unión. 


I

Esta noche, un primer movimiento, un latido,
Tal como si la acumulada lluvia en los pantanos
Se hiciera inundación y torrentera: el pantano revienta,
Un tajo que se quiebra abre el lecho del helecho.
Tu espalda es un contorno definido de costa de levante
Y las piernas y brazos se prolongan
Allende tus colinas jalonadas. Acaricio
Esta provincia palpitante donde nuestro pasado se ha hecho adulto.
Yo soy el reino grande que tu hombro sobrepasa,
Al que no has de halagar ni tampoco ignorar.
La conquista es mentira. Envejezco
Tolerando tu costa, independiente sólo a medias,
Dentro de cuyos límites ahora mi patrimonio
Culmina inexorable.

II

Y todavía soy imperialmente
Macho, que a ti te deja el sufrimiento,
El proceso desgarrador de la colonia,
El ariete, la barrera que estalla desde dentro.
El acta retoñó en una pertinaz quinta columna
Cuya postura crece unilateralmente.
Bajo tu corazón su corazón es un tambor de guerra
Llamando a la asamblea de la fuerza. Ya sus parasitarios
Ignorantes y raquíticos puños
Golpearon tus fronteras y hacia mí sé que apuntan
Desde la otra ribera. No preveo tratado
Que alivie por completo tu hollado
Y trabajado cuerpo, el enorme dolor
Que, como el campo abierto, una vez más te deja descarnada.





Anteo.


Cuando yazgo en el suelo
Encendido me yergo cual rosa en la mañana.
Siempre me tiro a tierra en las peleas
Para frotarme con la arena

Y eso funciona
Como elixir. No puedo destetarme
Del extenso contorno de la tierra, sus venas-ríos.
Aquí abajo en mi cueva

Ceñido por la roca y la raíz
Me acuno en las tinieblas que me engendran
Y me nutro por todas las arterias
Lo mismo que un montículo.

Que cada nuevo héroe venga
En busca de manzanas doradas y del Atlas.
Luchar debe conmigo antes de penetrar
En este reino de la fama

Entre los celestiales y los de sangre real:
Puede arrojarme y renovar mi nacimiento
Pero que no se salga con su plan de levantarme en vilo de la tierra,
Mi elevación, mi caída.





El bosque de abedules.


Al fondo del jardín, al alcance del agua del río,
en una esquina murada como una alberca o el horno
de una abadía sin techo o una villa romana de suelo roto
han plantado su bosque de abedules. Hace poco de eso
pero cada mañana ya se ofrecen al sol
como ellos mismos mientras crecían, lo blanco de la corteza
sufrido y fresco como el blanco camisón de satén
que ella dobla y alisa mientras vierte el té
y se sienta en frente de donde él balancea una sandalia
en su pie puntual, tan desnudo como el de un abad.
Ladrillo rojo y pizarra, un ciruelo y un manzano mantienen
su credibilidad, un cd de Bach hace la ronda
del jardín o del prado. Sobre ellos un rastro en el aire
se encoge y ondula como una vara de sauce o la llama de una vela.
“Si algo nos enseña el arte”, dice él, triunfando
sobre la vida con una cita, “es que la condición humana es privada”.





La casa del cantante.


A David Hammond

La gente aquí solía creer
que los espíritus de los ahogados vivían en las focas.
En primavera podían cambiar de forma.
Les encantaba la música y nadaban en busca de un cantante

que podía estar parado a finales de verano
en la boca de un cobertizo de turba enjalbegado,
hombro en la jamba, y una canción
perdiéndose como una barca en el crepúsculo.

Cuando llegué aquí por primera vez siempre cantabas,
algo que recordaba el golpe del pico
en tu vibrante subida y ataque.
Vuelve a alzarla, hombre. Todavía creemos lo que oímos.





Canción.


Un serbal que parece una mujer con los labios pintados,
en una intersección entre el camino principal y una ruta secundaria,
unos alisos que, a húmeda distancia, parecieran gotear,
se alzan entre los juncos.

Están las flores del dialecto, que crecen en el lodo,
y están las inmortales, de entonación perfecta,
y existe ese momento en que el canto del pájaro se acerca
a la canción de lo que está pasando.





Tradiciones.


Para Tom Flanagan

I

Hace mucho,
la tradición aliterativa
impregnó a nuestra musa gutural
;la úvula se

va atrofiando, olvidada
como el coxis,
o amarilleándose como una cruz de Santa Brígida
olvidada en algún galpón

mientras la costumbre, esa "muy
soberana amante",
nos acuesta en
las Islas Británicas.

II

Debemos estar orgullosos
de nuestro inglés isabelino:
"universidad", por ejemplo,
es un término arraigado entre nosotros;

nosotros "estimamos" o "aceptamos" cuando suponemos
y algunos fomentamos arcaísmos
son correcto shakespereano.

Sin hablar de las consonantes
cerradas de los pobladores de las tierras bajas
que van y vienen obstinadamente
de los pantanos a los corrales.

III

MacMorris, de juerga
por El Globo, se quejaba
ante aldeanos y cortesanos
que habían oído decir

que éramos gente muy poco
educada, salvajes como liebres,
anatomías de la muerte:
¿Cuál e' mi patria?

Y sensatamente, aunque mucho
más tarde, Bloom el errante
respondió, "Irlanda", dijo Bloom,
"Nací aquí. Irlanda".





Una cometa para Michael y Christopher.


Durante toda esa tarde de domingo
voló una cometa por encima del día,
cuero bien estirado, puñado de paja al aire.

Al hacerlo, lo sentí gris y resbaloso,
lo probé cuando, ya seco, se puso blanco duro,
amarré los moños de periódico
a lo largo de su cola de dos metros.

Pero ahora estaba lejos, como una pequeña alondra,
y jalaba como si la cuerda pandeada
fuera una red con que alguien intentara
pescar todo un cardumen.

Un amigo mío dice que el alma humana
pesa casi lo mismo que una perdiz ;
pero el alma anclada ahí,
la cuerda que se afloja y luego asciende,
pesa lo que una zanja clavada en los cielos.

Antes de que la cometa se hunda en el bosque
y esta cuerda se mueva inútil,
muchachos, sientan en ambas manos el jalón de tristeza
que corta, su raíz, su larga cola.
Nacieron preparados.
Párense frente a mí
y hagan el esfuerzo.





Amantes en Arán.


Las infinitas olas, luminoso tamiz, cristal roto,
venían cegadoras, penetrando las rocas,
venían chispeantes, tamizándose desde las Américas
a poseer Arán. ¿O fue Arán quien corrió
a envolver con sus brazos de roca una marea
que cedía replegándose, con un tenue estallido?
Fue el mar quien definió a la tierra o fue la tierra al mar?
Cada uno le dio un nuevo sentido al choque de las olas.
El mar rompió en la tierra para encontrar su identidad total.





Discípulo. 


Mi padre trabajaba con un arado de caballos,
sus hombros se abombaron como una vela izada
entre el surco y las varas.
Los caballos redoblaban esfuerzo con cada chasquido de su lengua.
Un experto. Ajustaba la vertedera
y fijaba la acerada y brillante apuntadura.
La gleba se abría sin romperse.
Al llegar al final del recorrido, con un solo tirón
de las riendas, el sudoroso equipo se volvía
y de nuevo a la tierra. Y él, medio cerrado el ojo,
calculando el terreno,
trazando con precisión el surco.
Tropezando iba yo tras sus claveteadas botas,
cayendo a veces sobre la lustrada gleba;
a veces él me llevaba en sus hombros
balanceándome al compás de su faena.
Quería crecer y arar,
cerrar un ojo, tensar mi brazo.
Lo único que hice fue ir detrás
de su ancha sombra por la granja.
Era un estorbo, tropezando, cayéndome,
y hablando sin parar. Pero hoy
es mi padre quien con pie inseguro
viene detrás de mí, y se niega a marcharse.





La linterna del espino.


Quema fuera de temporada la invernal baya del espino,
fruto silvestre del arbusto y luz pequeña para la gente pequeña,
sólo les pide que sepan conservar
la mecha de dignidad sin que se apague del todo
para no tenerlos que deslumbrar con iluminación.





Colofón. 


Y algún tiempo lleva al tiempo de salir en coche hacia el oeste
hacia el condado de Clare, a lo largo de la costa Flaggy,
en septiembre o en octubre, cuando el viento
y la luz el uno de la otra se desprenden
de modo que el océano se muestra enfurecido a un lado
con fulgor y espuma, y tierra adentro entre las piedras
la superficie de un lago de color gris pizarra es alumbrad
apor el aterrizado relámpago de una bandada de cisnes,
sus plumas erizadas y despeluchadas, blanco sobre blanco,
sus cbezas bien adultas de testarudo aspecto
escondidas o encrepadas o afnándose bajo el agua.
Inútil pensar en aparcar y capturarlo
más cabalmente. Uno no está aquí ni allí,
una prisa a través de la cual pasan cosas conocidas y extrañas
mientras al coche de costado le llegan grandes zarandeos suaves
que cogen el corazón desprevenido y de un soplo lo abren.





El columpio. 


1

Las puntas de unos dedos te lanzaban
Lejos, muy lejos – hasta agarrar el vuelo-
Con un solo empujón el la espalda.
Tarde o temprano,
Fuimos aprendiendo , uno por uno, a viajar por los cielos,
Para atrás y para adelante en el cobertizo abierto ,
Remando, dedos en alto, doblados en el ángulo por los aires.

2

Fregonad, no. Tampoco Brueghel.
Era más La luz de los cielos de Hans Memling lejos del césped,
Luz sobre los campos y los setos, la boca del cobertizo
Insolada y en espera, los jergones de paja
Apilados, como proscenio y bambalinas
De la natividad, en espera de sus imágenes.
Y luego , en pleno escenario, el columpio mismo.





Höfn.


El glaciar de tres lenguas ha empezado a fundirse.
¿Qué haremos, se preguntan, cuando la leche pétrea
descienda revolcándose sobre el llano del delta

y la gruesa pelliza de nieve se desgaje?
Lo vi desde el avión, curvo y dispuesto en piedra,
piel de tierra viviente y disgregada, cerviz de los eones,

y me dio miedo su frialdad, que aún parecía suficiente
para helar las ventanillas empañadas de aliento,
congelar sedimentos de una labranza inquebrantable

y todas las palabras cálidas y gustosas que van de boca en boca.


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