miércoles, 26 de marzo de 2025

Poemas. José Asunción Silva (1865-1896)

Suspiro. 


 a A. de W.

Si en tus recuerdos ves algún día
Entre la niebla de lo pasado
Surgir la triste memoria mía
Medio borrada ya por los años,
Piensa que fuiste siempre mi anhelo
Y si el recuerdo de amor tan santo
Mueve tu pecho, nubla tu cielo,
Llena de lágrimas tus ojos garzos;
¡Ah, no me busques aquí en la tierra
Donde he vivido, donde he luchado,
Sino en el reino de los sepulcros
Donde se encuentran paz y descanso!

Junio 2 de 1881





Sub-umbra.


 a A. de W.

Tú no lo sabes... mas yo he soñado
        Entre mis sueños color de armiño,
Horas de dicha con tus amores,
        Besos ardientes, quedos suspiros...
Cuando la tarde tiñe de oro
        Esos espacios que juntos vimos,
Cuando mi alma su vuelo emprende
        A las regiones de lo infinito,
Aunque me olvides, aunque no me ames,
        Aunque me odies, sueño contigo!

Mayo de 1881





¿Recuerdas? 


¿Recuerdas?.... Tú no recuerdas
Aquellas tardes tranquilas
En que en la vereda angosta
Que conduce a tu casita
Plegaban a tu contacto
Sus hojas las sensitivas
Como al poder misterioso
Del amor tu alma de niña...
En la oscuridad pasaban
Las luciérnagas cual chispas
Que bajo la yerba espesa
Nuestros dedos perseguían
¡Así también en las horas
De mis años de desdicha
Cruzaban por entre sombras
Mis esperanzas perdidas!...

¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
La cruz de mayo que hicimos
Con violetas silvestres
Y con sonrosados lirios
Bajo el frondoso ramaje
De tu árbol favorito.
Como una lluvia de perlas
Sobre blanco raso níveo
Brillaba por los [...]
En las hojas del rocío!
Y los pájaros cantores
Hicieron cerca sus nidos...
Después pasé una mañana
Y vi tu ramo marchito
Como mi pasión ardiente
Por tu infamia y tus desvíos.

¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
Más de esa noche amorosa,
La lumbre de tus pupilas,
El aliento de tu boca
Entreabierta y perfumada
Como un botón de magnolia,
Los murmullos argentinos
Del agua bajo las frondas,
El brillo de las estrellas
Y las esencias ignotas
Que derramaron los genios
En las brisas cariñosas,
Quedaron como una huella
Que el tiempo aleve no borra
¡Ay! para toda la vida
¡Escritas en la memoria!

¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
Pero yo, cuando levanta
El crepúsculo sombrío
Del fondo de las cañadas
Y las tristezas inmensas
De lo profundo del alma
Al pasado fugitivo
Tiendo la vista cansada
Y nuestra historia de amores
Hacia mí tiende las alas.
¡Cuando en las horas nocturnas
Cabe el esposo que te ama
Tu agitado pensamiento
Tenga segundos de calma
De aquella pasión extinta
¡Jamás te acuerdes, ingrata!

¿Recuerdas?... Tú no recuerdas
La tarde aquella en que juntos
Bajamos de la colina,
Tus grandes ojos oscuros
Se anegaban en los rayos
Sonrosados del crepúsculo
Y tu voz trémula y triste
Como un lejano murmullo
Me hablaba de los temores
De tu cuerpo moribundo!
Si hubieras entonces muerto
Cómo amara tu sepulcro
Ahora, cuando te veo
Feliz gozar de tus triunfos
Tan sólo asoma a mis labios
Una sonrisa de orgullo!

Abril 18 de 1884





Realidad. 


 Para M...

En el dulce reposo de la tarde
Cuando al ponerse el sol en occidente
Su luz dorada, de la vida fuente,
Como una hoguera en los espacios arde,
O de la noche en el silencio umbrío
Cuando la luna con fulgor de plata
Alumbra a trechos el sonante río
Y en sus límpidas ondas se retrata,
Entre las sombras de la vida hay horas
En que la realidad que nos circuye
A detener el ímpetu no alcanza
De nuestra alma que a lo lejos huye
Y a la región de lo ideal se lanza...

Y entonces cuando pienso en tus amores
Nuestras dos vidas deslizarse veo
No cual la realidad que aja sus flores
Sino cual la ilusión de tu deseo.
No por las conveniencias separados,
Soñando tú conmigo, yo en tus sueños,
Sino juntos los dos en los collados
         De la Arcadia risueños;
Asidos por las manos a lo lejos
Buscando el fin de la campiña amena
A los pálidos rayos de la luna.
O del ardiente sol a los reflejos,
Dejando transcurrir una por una
Las no contadas horas venturosas
Que no mancha la sombra de una pena
Libando amor... y deshojando rosas...
Del verdor y del musgo en lo sombrío
Ocultos en lo ignoto del boscaje
Radiante aún de gotas de rocío
De virgen fuerza y de vigor salvaje;
Sentados a la orilla del torrente
Tú escuchando los ecos del follaje
Yo acariciando -trémula la mano-
Tus rizos al caer sobre tu frente...



Otras veces trayendo a la memoria
Los fantasmas de un tiempo ya pasado
Junto con ellos cual sencilla historia
Los ideales de tu amor soñado.
Y es entonces un gótico castillo
De altivas torres de musgosas piedras
En cuyo muro gris crecen las hiedras
Teatro de nuestro amor santificado.

Y en reducida y perfumada estancia
Cuyos tapices abrillanta y dora
El fuego de la antigua chimenea,
Juntos los dos oímos a distancia
Diciéndonos protestas de ternura
La voz del agua que al perderse llora
Y el viento que en los árboles cimbrea
Entre el silencio de la noche oscura.

O en frágil barca en plácida mañana
De lago azul flotando en los cristales
Con la mirada errantes contemplamos
El cielo, la ribera, los juncales,
Y las nieblas que inciertas, vaporosas,
Van a perderse en la región lejana
Como se pierde la esperanza humana
O el postrimer aroma de las rosas.

Mas cuando el alma en sus ensueños flota,
La realidad asoma de improviso
No más resuena la encanta nota...
Brotan espinas do la rosa brota,
Y en crüel se torna el paraíso.

Vuelvo a mirar... y pienso que nacimos
Para vivir por siempre separados,
Que no es una la senda que seguimos
Y que la lumbre que cercana vimos
Fue visión de tu amor y tus cuidados.

Y al comparar la realidad penosa
Con los paisajes de ideal que miro
En el fondo del alma lastimosa
Para tu dulce amor -niña piadosa-
Para tu dulce amor surge un suspiro.

Octubre 24 de 1882





Notas perdidas. 


I

Es media noche. –Duerme el mundo ahora
Bajo el ala de niebla del silencio
     Vagos rayos de luna
     Y el fulgor incierto
     De lámpara velada
     Alumbran su aposento.
     En las teclas del piano
Vagan aún sus marfilinos dedos,
     Errante la mirada
Dice algo que no alcanza el pensamiento.
¡Cómo perfuma el aire el blanco ramo
     Marchito en el florero,
     Cuán suave es el suspiro
Que vaga entre sus labios entreabiertos!



¡Adriana! ¡Adriana! de tan dulces horas
     Guardarán el secreto
Tu estancia, el rayo de la luna, el vago
     Ruido de tus besos,
     La noche silenciosa,
     Y en mi alma el recuerdo!...

II

     Si en vosotras algún día
     Se fijan sus ojos bellos,
     ¡Pobres estrofas! habladle
     Con rumor suave y ledo
     Como notas de una música
     Que oímos ha mucho tiempo,
     Y que impregnada de aromas
     Torna en las alas del viento.
     Alzada cual leve brisa
     Besad sus blondos cabellos
     Y penetrad en su alma
     Y en los espacios perdeos
     Como en la santa capilla
     Las espirales de incienso!...

III

Como recuerdo de su amor sincero,
     Recuerdo dulce y único
De aquel amor suave y melancólico
     Cual la luz del crepúsculo,
Guardo en un cofrecito plateado
     Unas rosas de musgo
Las contemplo en mis horas de alegría,
     Las beso cuando sufro,
¡Aún guardan el perfume penetrante
     De los cabellos suyos!



Cuando bajo la tierra muda y fría
     Duerma, lejos del mundo,
Cuando el ramaje de movible sauce
     Cobije mi sepulcro,
Sobre la piedra que mis restos vele
     Poned el ramo mustio!

IV

La noche en que al dulce beso
Del amor, se abrió su alma
Caminando lentamente
Iba, en mi brazo apoyada.
No había luna. Las estrellas
Vertían su luz escasa,
Y sobre el cielo profundo
Nuestros ojos contemplaban
Como una bruma ligera,
La brillante vía láctea,
                         suspiró.
Con voz muy queda
-dime, le dije, ¡te cansas!
Alzó la hermosa cabeza,
Se iluminó su mirada
Y murmuró. Mira dicen
Que es grande, inmensa la vaga
Bruma que brilla a lo lejos
Como una niebla de plata,
Que la forman otros mundos
Que están a inmensa distancia,
Que la luz solar invierte
Siglos en atravesarla,
Y si Dios quisiera un día
A ti y a mí darnos alas
Esa distancia infinita
Feliz, contigo cruzara!

Bajo la noble cabeza
Desvió la viva mirada
Y dijo paso –de nuevo
Me preguntabas "te cansas"!

V

¡Pobre! junto del hombre aquel, su vida
Fue como un rayo del estivo sol,
Que se pierde en un caos de neblinas
     Sin forma ni color.




Las veces en que, en horas de tristeza,
Las sombras de otros tiempos evocó
y el recuerdo feliz y sonriente
     De su primer amor,

Las veces en que al beso de la pena
Quizá lanzó un ¡ay! y murmuró
Cabe la cuna del dormido niño
     Una dulce canción,

Las veces en que en luchas interiores
Del sentimiento el grito sofocó
Como el [humilde] aroma de las rosas
     Lo sabe sólo Dios!

VI

     Encontrarás poesía
     Dijo entonces, sonriendo
     En el recinto sagrado
     De los cristianos templos,
     En los lugares que nunca
     Humanos pies recorrieron,
     En los bosques seculares
     Donde se oculta el silencio,
     En los murmullos sonoros
     De las ondas y del viento,
     En la voz de los follajes
     Del amor en los recuerdos,
     De las niñas de quince años
     En los blancos aposentos,
     En las tristezas profundas
     Como el Cristo
     En las noches estrelladas,
     ...Jamás en los malos versos!

VII

     Como tú sobre la dura
     Roca nativa, parásita
     También he visto en la vida
     Sobre las rocas más áridas
     Criaturas tristes y buenas
     Embellecer...

VIII

     ¡La visteis! dulce y serena
     Su faz retrata su calma
     Y aunque de visiones llena
     Aún está virgen su alma.
   
     Tiene la piel suave y pura
     Cual las hojas de las lilas,
     Ensueños de honda ternura
     Rebosan en sus pupilas.
   
     Pequeño y la forma arqueada
     El pie nervioso y breve
     y pálida y hoyuelada
     La blanca mano de nieve.

     La mirada traviesa
     Con lumbre vívida brilla
     Bajo de la blonda espesa
     De la española mantilla.
     Y al meditar en sus besos
     Perdiéndose en sus miradas
     Se sueñan locos excesos
     De frescas carnes rosadas.

     Su alegre estancia risueña
     Medio-templo, medio-nido,
     Conversa al alma que sueña
     Con un lenguaje escondido.
     Hacia sus grandes ventanas
     Que velan leves cortinas
     Tienden las Oscuras ramas
     Las madreselvas vecinas.
   
     De noche mis pensamientos
     Allí van -ruido importuno
     En las alas de los vientos
     Con los rayos de la luna.
     Y al penetrar, a la mesa
     Vuelan -do lee o delira-
     O hacia el Cristo al cual le reza,
     O al espejo do se mira.
     Y cual una visión vana
     Que evaporándose crece
     Se salen por la ventana
     Cuando la aurora amanece!

IX

     Bajad a la pobre niña,
     Bajad la con mano trémula,
     Y con cuidadoso esmero
     Entre la fosa ponedla
     Y arrojad sobre su tumba
     Frías puñadas de tierra!
     Aún sobre sus labios rojos
     La sonrisa postrimera,
     Tan joven y tan hermosa
     Y descansa helada, yerta,
     Y está marchito el tesoro
     De su dulce adolescencia!
     Bajad a la pobre niña,
     ¡Bajadla con mano trémula
     Y con cuidadoso esmero
     Entre la fosa ponedla
     Y arrojad sobre su tumba
     Frías puñadas de tierra!
   
     Cavad ahora otra fosa,
     Cavad la con mano trémula,
     De la sonriente niña
     Del triste sepulcro cerca,
     Para que lejos del mundo
     Su sueño postrero duerman
     Mis recuerdos de cariño
     Y mis memorias más tiernas.
     Bajadlos desde mi alma
     Bajadlos con mano trémula
     Y arrojad sobre su fosa
     Frías puñadas de tierra

X
                                                        A Natalia Tanco A.

     ¿Has visto, cuando amanece
     Los velos conque la escarcha
     Los vidrios de los balcones
     Cubre en la noche callada?
     Deja que el rayo primero
     De la luz de la mañana
     Los hiera, y verás entonces
     Formarse figuras vagas
     En la superficie fría
     Helechos de formas raras,
     Paisajes de sol y niebla
     De perspectivas lejanas
     Por donde van los ensueños
     A la tierra de las hadas
     Y al fin un caos confuso
     De luz y gotas de agua
     De ramazones inciertas
     Y perspectivas lejanas
     Que al deshacerse semeja
     El vago esbozo de un alma.
     Las neblinas que el espíritu
     Llenan en horas amargas,
     Como a los rayos del sol
     De los cristales la escarcha
     Si las hiere tu sonrisa
     Se vuelven visiones blancas.

XI

     Cabe el remanso sombrío
     Del arroyo transparente
     Palpita y tiembla de frío
     Y la copia la corriente.

     El tronco del árbol viejo
     Y las verdeoscuras frondas,
     Como en ve necia no espejo
     Se retratan en las ondas,

     Suelto el cabello abundoso
     Sobre el hombro alabastrino
     Su cuerpo esbelto y airoso
     Vela sólo el blanco lino.

     ¡Un rayo de sol!... El tul
     De las nieblas rompe el día
     ¡Aguas, yerbas, cielo azul
     Todo respira alegría!
   
     ¡Llegó el momento! El cendal
     Que la cubre deja huir
     Del arroyo en el cristal
     El cuerpo va a sumergir.
   
     ¿Mas porqué vuelve asustada
     Los ojos y busca llena
     De afán?... Una carcajada
     Aún en los aires resuena,

     Es que al ir escondido
     Arroyo donde se baña
     Despertó a un silfo dormido
     En una tela de araña.

14 de agosto de 1883





Nocturno I-II-III. 


Nocturno I

A veces, cuando en alta noche tranquila,
Sobre las teclas vuela tu mano blanca,
Como una mariposa sobre una lila
Y al teclado sonoro notas arranca,
Cruzando del espacio la negra sombra
Filtran por la ventana rayos de luna,
Que trazan luces largas sobre la alfombra,
Y en alas de las notas a otros lugares,
Vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
Y en gótico castillo donde en las piedras
Musgosas por los siglos, crecen las yedras,
Puestos de codos ambos en tu ventana
Miramos en las sombras morir el día
Y subir de los valles la noche umbría
Y soy tu paje rubio, mi castellana,
Y cuando en los espacios la noche cierra,
El fuego de tu estancia los muebles dora,
Y los dos nos miramos y sonreímos
Mientras que el viento afuera suspira y llora!

¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan tus manos!





Nocturno II

Poeta!, di paso
Los furtivos besos!...
¡La sombra! Los recuerdos! La luna no vertía
Allí ni un solo rayo... Temblabas y eras mía.
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
El contacto furtivo de tus labios de seda...
La selva negra y mística fue la alcoba sombría...
En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda...
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
Entre las nieblas pálidas la luna aparecía...

Poeta, di paso
Los íntimos besos!

¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería
Amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
Desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos;
Tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
Tus cabellos dorados y tu melancolía
Tus frescuras de virgen y tu olor de reseda...
Apenas alumbraba la lámpara sombría
Los desteñidos hilos de la tapicería.

Poeta, di paso
El último beso!

¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía,
Mi oído fatigado por vigilias y excesos,
Sintió como a distancia los monótonos rezos!
Tú mustia yerta y pálida entre la negra seda,
La llama de los cirios temblaba y se movía,
Perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
Un crucifijo pálido los brazos extendía
Y estaba helada y cárdena tu boca fue mía!





Ronda

(Versión original de "Poeta, di paso")

Poeta, di paso
Los furtivos besos...




La ronda... Los recuerdos... La luna no vertía
Allí ni un solo rayo, temblabas y eras mía
El aire estaba tibio bajo el follaje espeso,
Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso...
El contacto amoroso de tus labios de seda...
La selva oscura y mística fue la alcoba sombría
El musgo, en ese sitio tiene olor de reseda...



Filtró luz por las ramas cual si llegara el día
Entre las nieblas pálidas la luna aparecía.

     Poeta di paso
     Los íntimos besos.

¿De las noches más dulces te acuerdas, todavía?
En señorial alcoba, do la tapicería
Amortiguaba el ruido, con sus hilos espesos,
Desnuda tú en mis brazos, fueron míos tus besos,
Tu cuerpo de veinte años sobre la roja seda,
Tus cabellos dorados y tu melancolía
Tus caricias de virgen y tu olor de reseda...



Apenas alumbraba la lámpara sombría
Las desteñidas sedas de la tapicería

     Poeta di paso
     El último beso...

De la trágica noche me acuerdo todavía
El ataúd heráldico en el salón yacía,
Fatigado mi cuerpo por vigilias y excesos
Oí, como a distancia, los monótonos rezos,
Tú, mustia, yerta y rígida entre la negra seda,
La llama de los cirios temblaba y se movía,
Perfumaba la atmósfera un olor de reseda...
Un crucifijo pálido, los brazos extendía,
Y estaba helada y cárdena la boca que fue mía.

     Poeta, a las sombras
     Temblando me vuelvo.

24/12/89





Nocturno III

          Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
          Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado lentamente, contra mí ceñida, toda,
          Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
Por la senda florecida que atraviesa la llanura florecida
          Caminabas,
          Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
          Y tu sombra
          Fina y lánguida,
          Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
          Y eran una
          Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!

          Esta noche
          Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma,  por la sombra, por el tiempo y la distancia,
          Por el infinito negro
          Donde nuestra voz no alcanza,
          Solo y mudo
          Por la senda caminaba,
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
          A la luna pálida,
          Y el chillido
          De las ranas,
Sentí frío,  era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
          Entre las blancuras níveas
          De las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte
          Era el frío de la nada...
          Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada,
          Iba sola,
          Iba sola
          ¡Iba sola por la estepa solitaria!
          Y tu sombra esbelta y ágil
          Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de murmullos de perfumes y de músicas de alas,
          Se acercó y marchó con ella
          Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!...

* * *

Primera versión de "Una noche"

(Inédita, para la Lectura)

                                   I

                                   Una noche,
Una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas,
                                   Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
A mi lado lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
     Como si un presentimiento de amarguras infinitas
     Hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
     Por la senda florecida que atraviesa la llanura
                                  Caminabas.
                                  Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
                                  Y tu sombra
                                  Fina y lánguida,
                                  Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas,
                                  Sobre las arenas tristes
                                  De la senda se juntaban,
                                  Y eran una,
                                  Y eran una,
Y eran una sola sombra larga
                    Y eran una sola sombra larga
                                        Y eran una sola sombra larga...

                                   II

                                   Esta noche
                                   Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia,
                                   Por el infinito negro
                                   Donde nuestra voz no alcanza,
                                   Mudo y solo
                                   Por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
                                   A la luna pálida,
                                   Y el chillido
                                   De las ranas...
Sentí frío; era el frío que tenían en tu alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
                                   Entre las blancuras níveas
                                   De las mortuorias sábanas,
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte
                                   Era el frío de la nada,
                                   Y mi sombra,
Por los rayos de la luna proyectada,
                                   Iba sola,
                                   Iba sola,
Iba sola por la estepa solitaria,
                                   Y tu sombra esbelta y ágil
                                   Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de murmullos, de perfumes, y de músicas de alas,
                                   Se acercó y marchó con ella
                                   Se acercó y marchó con ella...
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas...
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!...





Nocturno.


Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
     a quien los más audaces, en locos devaneos,
     jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
     y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
     jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
     si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas,
     tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca
     besar tus pliegues de tibio aroma llenos
     y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñar de placer en sus brazos,
     por aquel de quien eres todas las alegrías,
     ¡Oh dulce niña pálida!, di,  ¿te resistirías?





Midnight dreams. 


Anoche, estando solo y ya medio dormido,
Mis sueños de otras épocas se me han aparecido.

Los sueños de esperanzas, de glorias, de alegrías
Y de felicidades que nunca han sido mías,

Se fueron acercando en lentas procesiones
Y de la alcoba oscura poblaron los rincones

Hubo un silencio grave en todo el aposento
Y en el reloj la péndola detúvose al momento.

La fragancia indecisa de un olor olvidado,
Llegó como un fantasma y me habló del pasado.

Vi caras que la tumba desde hace tiempo esconde,
Y oí voces oídas ya no recuerdo dónde.



Los sueños se acercaron y me vieron dormido,
Se fueron alejando, sin hacerme ruido

Y sin pisar los hilos sedosos de la alfombra
Y fueron deshaciéndose y hundiéndose en la sombra.





Melancolía. 


De todo lo velado,
Tenue, lejana y misteriosa surge
Vaga melancolía
Que del ideal al cielo nos conduce.

He mirado reflejos de ese cielo
En la brillante lumbre
Con que ahuyenta las sombras, la mirada
De sus ojos azules.

Leve cadena de oro
Que una alma a otra alma con sus hilos une
Oculta simpatía,
Que en lo profundo de lo ignoto bulle,

Y que en las realidades de la vida
Se pierde y se consume
Cual se pierde una gota de rocío
Sobre las yerbas que el sepulcro cubren.

Abril 24 de 1883





Mariposas. 


En tu aposento tienes,
En urna frágil,
Clavadas mariposas,
Que, si brillante
Rayo de sol las toca,
Parecen nácares
O pedazos de cielo,
Cielos de tarde,
O brillos opalinos
De alas suaves;
Y allí están las azules
Hijas del aire,
Fijas ya para siempre
Las alas ágiles,
Las alas, peregrinas
De ignotos valles,
Que como los deseos
De tu alma amante
A la aurora parecen
Resucitarse,
Cuando de tus ventanas
Las hojas abres
Y da el sol en tus ojos
Y en los cristales!





Madrigal. 


Tu tez rosada y pura, tu formas gráciles
De estatuas de Tanagra, tu olor de lilas,
El carmín de tu boca, de labios tersos;
Las miradas ardientes de tus pupilas,
El ritmo de tu paso, tu voz velada,
Tus cabellos que suelen, si los despeina
Tu mano blanca y fina toda hoyuelada,
Cubrirte como fino manto de reina;
Tu voz, tus ademanes, tú... no te asombres;
Todo eso está ya a gritos pidiendo un hombre.





Luz de Luna. (Segunda versión) 


 (Pérfida como la onda)
                                                                              Shakespeare

Ella estaba con él...  A su frente
     Tan bella y tan pálida,
Penetrando a través de los vidrios
     De la antigua ventana
De la luna distante venían
     Los rayos de plata.
El estaba a sus pies. De rodillas
     Mirando las vagas
Visiones que cruzan en horas felices
     Los cielos del alma.
Con las trémulas manos asidas,
Con el mudo fervor de quien ama,
Palpitando en los labios los besos,
     Entrambos hablaban
     El mudo lenguaje
     Sin voz ni palabras
En que, en horas de dicha suprema,
Tembloroso el espíritu habla...



El silencio que crece... la brisa
     Que besa las ramas
Dos seres que tiemblan... la luz de la luna
     Que el paisaje baña.
¡Amor, un momento, detén allá el vuelo,
Murmura tus himnos y pliega las alas!

Unos meses después él dormía
     Bajo de una lápida
Ese sueño del cual nadie vuelve
El sueño postrero de paz y de calma.
     Anoche una fiesta
Con su grato rumor animaba
De ese amor el tranquilo escenario
     En la risueña casa
Que escuchó sus promesas de amores
     Promesas sagradas!
Allí estuvo cual nunca de bella...
Por el baile tal vez agitada
Se apoyó levemente en mi brazo,
     Dejamos las salas
Y un momento después penetramos
     En la misma estancia
Que un año antes no más la había visto
     Temblando callada
En los brazos de un hombre querido...
     Las nocturnas auras
Con los rayos de luna venían
Y al través de la reja llegaban
Entre vasos de niebla trayendo
Los perfumes de flores lejanas.
En un vidrio de la hoja entreabierta
     Muy cerca brillaban
Con trémula luz diamantina
     Unas líneas raras...
     Miré lentamente
     Las cifras extrañas!
     Aún me parece
En aquella actitud contemplarla!
Las cifras aquellas... sus nombres
     En letras grabados
Por la mano de aquél que hace un año
De la tierra en el seno descansa,
Por la mano de aquél que hace un año
En el mismo lugar la besara..



     Aroma de nardos,
Risueñas canciones lejanas,
Cariñosos recuerdos que vibran
     Cual sones de un arpa
     Rumores perdidos,
Del amor que en sollozos estalla,
     Calor de sus besos,
¿Porqué no volvisteis a su alma?...
A su pecho no vino un suspiro,
A sus ojos no vino una lágrima,
Ni una nube cruzó aquella frente
     tan bella y tan pálida,
Y mirando los rayos de luna
Que al través del follaje filtraba
Murmuró con su voz argentina
¡Qué noche tan clara!

Junio 6 de 1883





Luz de Luna. (Primera versión corregida de "Intimidades")


Ella estaba con él... A su frente
     Pensativa y pálida,
Penetrando al través de las rejas
     De antigua ventana
De la luna naciente venían
     Los rayos de plata,
Él estaba a sus pies, de rodillas,
     Perdido en las vagas
Visiones que cruzan en horas felices
     Los cielos del alma!
Con las trémulas manos asidas,
     Con el mudo fervor de los que aman,
Palpitando en los labios los besos,
     Entrambos hablaban
     El lenguaje mudo
     Sin voz ni palabras
Que en momentos de dicha suprema,
Tembloroso el espíritu habla...



El silencio que crece... la brisa
     Que besa las ramas,
De seres que tiemblan, la luz de la luna
     Que el paisaje baña,
¡Amor, un instante detén allí el vuelo,
Murmura tus himnos de triunfo y recoge las alas!



Unos meses después, él dormía
     Bajo de una lápida
El último sueño de que nadie vuelve
El último sueño de paz y de calma.



     Anoche, una fiesta
Con su grato bullicio animaba
De ese amor el tranquilo escenario.
¡Oh burbujas del rubio champaña!
¡Oh perfume de flores abiertas!
¡Oh girar de desnudas espaldas!
¡Oh cadencias del valse que mueve
Torbellinos de tules y gasas!
Allí estuvo, más linda que nunca,
Por el baile tal vez agitada
Se apoyó levemente en mi brazo,
     Dejamos las salas
Y un instante después penetramos
     En la misma estancia
Que un año antes no más la había visto
     Temblando callada,
Cerca de él!...
     ...Amorosos recuerdos,
     Tristezas lejanas,
Cariñosas memorias que vibran,
     Como sones de arpa,
     Tristezas profundas
Del amor, que en sollozos estallan,
     Presión de sus manos,
     Són de sus palabras,
     Calor de sus besos,
¿Porqué no volvisteis a su alma?...



A su pecho no vino un suspiro
A sus ojos no vino una lágrima
Ni una nube nubló aquella frente
     Pensativa y pálida
Y mirando los rayos de luna
Que al través de la reja llegaban,
Murmuró con su voz donde vibran,
Como notas y cantos y músicas de campanas vibrantes de plata:
     Qué valses tan lindos!
     ¡Qué noche tan clara!





Juntos los dos.


Juntos los dos reímos cierto día...
     ¡Ay, y reímos tanto
Que toda aquella risa bulliciosa
     Se tornó pronto en llanto!

Después, juntos los dos, alguna noche,
     Reímos mucho, tanto,
Que quedó como huella de las lágrimas
     Un misterioso encanto!

Nacen hondos suspiros, de la orgía
     Entre las copas cálidas
Y en el agua salobre de los mares,
     Se forjan perlas pálidas!





Idilio. 


-Ella lo idolatró y Él la adoraba...
       -Se casaron al fin?
-No, señor, Ella se casó con otro
       -¿Y murió de sufrir?
       -No, señor, de un aborto.
-¿Y Él, el pobre, puso a su vida fin?
-No, señor, se casó seis meses antes
del matrimonio de Ella, y es feliz.





Edenia. 


Melancólica y dulce cual la huella
Que un sol poniente deja en el azul
Cuando baña a lo lejos los espacios
Con los últimos rayos de su luz
Mientras tiende la noche por los cielos
De la penumbra el misterioso tul.

Süave como el canto que el poeta
En un suspiro involuntario da,
Pura como las flores entreabiertas
De la selva en la agreste oscuridad
Do detenido en las musgosas ramas
No filtra un rayo de la luz solar.

Mujer, toda mujer ardiente, casta
Alumbrada con luz de lo ideal...
Radiante de virtud y de belleza
Como mi alma la llegó a soñar,
¿En sus sueños de cándida ternura
Así la encontrará?

Julio de 1882





Crepúsculo. 


Junto a la cuna aún no está encendida
La lámpara tibia, que alegra y reposa,
Y se filtra opaca, por entre cortinas
De la tarde triste la luz azulosa.

Los niños cansados suspenden los juegos,
De la calle vienen extraños ruïdos,
En estos momentos, en todos los cuartos,
Se van despertando los duendes dormidos.

La sombra que sube por los cortinajes,
Para los hermosos oyentes pueriles,
Se puebla y se llena con los personajes
De los tenebrosos cuentos infantiles.

Flota en ella el pobre Rin Rin Renacuajo,
Corre y huye el triste Ratoncito Pérez,
Y la entenebrece la forma del trágico
Barba Azul, que mata sus siete mujeres.

En unas distancias enormes e ignotas,
Que por los rincones oscuros suscita,
Andan por los prados el Gato con Botas,
Y el Lobo que marcha con Caperucita.

Y, ágil caballero, cruzando la selva,
Do vibra el ladrido fúnebre de un gozque,
A escape tendido va el Príncipe Rubio
A ver a la Hermosa Durmiente del Bosque.

Del infantil grupo se levanta leve
Argentada y pura, una vocecilla,
Que comienza: «Entonces se fueron al baile
Y dejaron sola a la Cenicientilla!

Se quedó la pobre triste en la cocina,
De llanto de pena nublados los ojos,
Mirando los juegos extraños que hacían
En las sombras negras los carbones rojos.

Pero vino el Hada que era su madrina,
Le trajo un vestido de encaje y crespones,
Le hizo un coche de oro de una calabaza,
Convirtió en caballos unos seis ratones,

Le dio un ramo enorme de magnolias húmedas,
Unos zapaticos de vidrio, brillantes,
Y de un solo golpe de la vara mágica
Las cenizas grises convirtió en diamantes!»



Con atento oído las niñas la escuchan,
Las muñecas duermen, en la blanda alfombra
Medio abandonadas, y en el aposento
La luz disminuye, se aumenta la sombra!



¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas,
Llenos de paisajes y de sugestiones,
Que abrís a lo lejos amplias perspectivas
A las infantiles imaginaciones!

Cuentos que nacisteis en ignotos tiempos
Y que vais, volando, por entre lo oscuro,
Desde los potentes Arios primitivos,
Hasta las enclenques razas del futuro.

Cuentos que repiten sencillas nodrizas
Muy paso, a los niños, cuando no se duermen,
Y que en sí atesoran del sueño poético
El íntimo encanto, la esencia y el germen.

Cuentos más durables que las convicciones
De graves filósofos y sabias escuelas,
Y que rodeasteis con vuestras ficciones,
Las cunas doradas de las bisabuelas.

¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas
Que pobláis los sueños confusos del niño,
El tiempo os sepulta por siempre en el alma
Y el hombre os evoca, con hondo cariño!





Aurora.


Cuando en las noches pálidas de luna
Cerca de tu ventana -una por una-
Me cuentas tus hermosas ilusiones,
Cuando de tu mirada soñadora
El rayo como lumbre de una aurora
Ahuyenta mis enjambres de visiones;

Cuando reclinas blanda la cabeza
En mi hombro y disipas mi tristeza
Y me acompañas en mis locos sueños,
Cuando de la ventura en el exceso
Sellas mi dicha con ardiente beso
De tus labios rosados y risueños-

Entonces como el náufrago -que asido
De una frágil tablilla- va perdido
Y recuerda la plácida ribera
Mientras la oscura noche negra y fría
Y la inmensa extensión muda y sombría
Y el tempestuoso mar halla doquiera

Y que ve serenarse el horizonte
Y destacarse el azulado monte
Sobre la claridad de áureo celaje
Y aparecer -en vaga lontananza
Lleno de luz de vida y de bonanza-
Primaveral, bellísimo paisaje,

Entre las sombras de la vida mía
Se levanta la luz de un nuevo día
Sin albor ni crepúsculo indeciso...
¿En la mirada de tus negros ojos,
En el aliento de tus labios rojos,
Quién no sabrá forjarse un paraíso?

Julio 26 de 1882





Asómate a mi alma. 


De G. A. Bécquer

Asómate a mi alma
En momentos de calma,
Y tu imagen verás, sueño divino,
Temblar allí como en el fondo oscuro
De un lago cristalino.

Junio 28 de 1883





Al oído del lector.


No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.

El espíritu solo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.

Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.





Adriana.


Noble como la cándida adorada
Del inmortal poeta florentino,
Corona de la frente inmaculada
El dorado cabello
Que sobre el hombro flota en blondos rizos,
Perdida en el espacio la mirada
Como se pierde en su conjunto bello
La de aquél que contempla sus hechizos.

Hay infinita luz que reverbera
En el azul de sus divinos ojos
Cual de limpio zafiro en los cristales.
Una expresión de majestad serena
De pudor y recato virginales
Vela la gracia de sus labios rojos,
Y es a la vez misterioso encanto,
Lumbre, murmullo, vibración y canto!

Su voz tiene las notas armoniosas
De la del ave que en blando nido
de su impotencia de volar se queja,
Llena de suavidad, llena de calma
Su cariñosa frase siempre deja
Una estela de perlas en el alma.

Tiene la delicada transparencia
De las húmedas hojas de las lilas
Y ni una leve mancha en la conciencia
Y ni una leve sombra en las pupilas.

Es una reunión encantadora
De lo más dulce que la vida encierra
A los rosados rayos de la aurora
Hecha, del aire en los azules velos,
Con lo más delicado de la tierra
Y lo más delicado de los cielos!

Septiembre de 1882





A Adriana. 


Mientras que acaso piensa tu tristeza
En la patria distante y sientes frío
Al mirar donde estás, y el desvarío
De la fiebre conmueve tu cabeza,

Yo soñando en tu amor y en tu belleza,
Amor jamás por mi desgracia mío
De la profundidad de mi alma, envío
A la pena un saludo de terneza.

Si cuando va mi pensamiento errante
A buscarte en parejas de otro mundo
Con la nostalgia se encontrara a solas

Sobre las aguas de la mar gigante
Entre el cielo purísimo y profundo
Y el vaivén infinito de las olas.

Abril 11de 1883





Vejeces.


Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
Sin voz y sin color, saben secretos
De las épocas muertas, de las vidas
Que ya nadie conserva en la memoria,
Y a veces a los hombres, cuando inquietos
Las miran y las palpan, con extrañas
Voces de agonizante dicen, paso,
Casi al oído, alguna rara historia
Que tiene oscuridad de telarañas,
Son de laúd, y suavidad de raso.

¡Colores de anticuada miniatura,
Hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
Cincelado puñal, carta borrosa,
Tabla en que se deshace la pintura
Por el tiempo y el polvo ennegrecida;
Histórico blasón, donde se pierde
La divisa latina, presuntuosa,
Medio borrada por el liquen verde;
Misales de las viejas sacristías;
De otros siglos fantásticos espejos
Que en el azogue de las lunas frías
Guardáis de lo pasado los reflejos;
Arca, en un tiempo de ducados llena,
Crucifijo que tanto moribundo,
Humedeció con lágrimas de pena
Y besó con amor grave y profundo;
Negro sillón de Córdoba; alacena
Que guardaba un tesoro peregrino
Y donde anida la polilla sola;
Sortija que adornaste el dedo fino
De algún hidalgo de espadín y gola;
Mayúsculas del viejo pergamino;
Batista tenue que a vainilla hueles;
Seda que deshaces en la trama
Confusa de los ricos brocateles;
Arpa olvidada que al sonar, te quejas;
Barrotes que formáis un monograma
Incomprensible en las antiguas rejas,
El vulgo os huye, el soñador os ama
Y en vuestra muda sociedad reclama
Las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
Con esencias fantásticas y añejas
Y nos lleva a lugares halagüeños
En épocas distantes y mejores,
Por eso a los poetas soñadores,
Les son dulces, gratísimas y caras,
Las crónicas, historias y consejas,
Las formas, los estilos, los colores
Las sugestiones místicas y raras
Y los perfumes de las cosas viejas!





Un poema. 


Soñaba en ese entonces en forjar un poema,
de arte nervioso y nuevo obra audaz y suprema,

Escogí entre un asunto grotesco y otro trágico
Llamé a todos los ritmos con un conjuro mágico

Y los ritmos indóciles vinieron acercándose,
Juntándose en las sombras, huyéndose y buscándose;

Ritmos sonoros, ritmos potentes, ritmos graves,
Unos cual choques de armas, otros cual cantos de aves,

De Oriente hasta Occidente, desde el Sur hasta el Norte,
De metros y de formas se presentó la corte.

Tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles
Cruzaron los tercetos, como corceles ágiles

Abriéndose ancho paso por entre aquella grey
Vestido de oro y púrpura llegó el soneto rey,

Y allí cantaron todos... Entre la algarabía,
Me fascinó el espíritu, por su coquetería,

Alguna estrofa aguda que excitó mi deseo
Con el retintín claro de su campanilleo.

Y la escogí entre todas... Por regalo nupcial
Le di unas rimas ricas, de plata y de cristal.

En ella conté un cuento, que huyendo lo servil
Tomó un carácter trágico, fantástico y sutil,

Era la historia triste, desprestigiada y cierta,
De una mujer hermosa, idolatrada y muerta,

Y para que sintieran la amargura, exprofeso,
Junté sílabas dulces como el sabor de un beso,

Bordé las frases de oro, les di música extraña
Como de mandolinas que un laúd acompaña,

Dejé en una luz vaga las hondas lejanías,
Llenas de nieblas húmedas y de melancolías

Y por el fondo oscuro, como en mundana fiesta,
Cruzan ágiles máscaras al compás de la orquesta,

Envueltas en palabras que ocultan como un velo,
Y con caretas negras de raso y terciopelo,

Cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones
De sentimientos místicos y humanas tentaciones...

Complacido en mis versos, con orgullo de artista,
Les dí olor de heliotropos y color de amatista...

Le mostré mi poema a un crítico estupendo...
Y lo leyó seis veces y me dijo... No entiendo!





Soneto. 


Tiene instantes de horribles amarguras
la sed de idolatrar que al hombre agita,
del Supremo Señor la faz bendita
ya no sonríe del cielo en las alturas.

¡Qué poco logras, Fe, cuando aseguras
término a su ansiedad que es infinita
y otra vida después, do resucita
y halla en un mundo mejor, horas más puras!

Sin columna de luz, que en el desierto
guíe su paso a punto conocido
continúa el crüel peregrinaje,

para encontrar en el futuro incierto
las soledades hondas del olvido
tras las fatigas del penoso viaje.





Muertos. 


En los húmedos bosques, en otoño,
Al llegar de los fríos, cuando rojas,
Vuelan sobre los musgos y las ramas,
En torbellinos, las marchitas hojas,
La niebla al extenderse en el vacío
Le da al paisaje mustio un tono incierto
Y el follaje do huyó la savia ardiente
Tiene un adiós para el verano muerto
        Y un color opaco y triste
        Como el recuerdo borroso
        De lo que fue y ya no existe.

En los antiguos cuartos hay armarios
Que en el rincón más íntimo y discreto,
De pasadas locuras y pasiones
Guardan, con un aroma de secreto,
Viejas cartas de amor, ya desteñidas,
Que obligan a evocar tiempos mejores,
Y ramilletes negros y marchitos,
Que son como cadáveres de flores
         Y tienen un olor triste
         Como el recuerdo borroso
         De lo que fue y ya no existe.

Y en las almas amantes cuando piensan
En perdidos afectos y ternuras
Que de la soledad de ignotos días
No vendrán a endulzar horas futuras,
Hay el hondo cansancio que en la lucha
Acaba de matar a los heridos,
Vago como el color del bosque mustio,
Como el olor de los perfumes idos,
           Y el cansancio aquel es triste
           Como el recuerdo borroso
           De lo que fue y ya no existe.





Los maderos de San Juan. 


¡Aserrín!
                                        ¡Aserrán!
      Los maderos de San Juan,
      Piden queso, piden pan,
                                       Los de Roque
                                       Alfandoque,
                                       Los de Rique
                                       Alfeñique
                                       ¡Los de Triqui,
                                       triqui, tran!

      Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela,
Con movimiento rítmico se balancea el niño
Y ambos agitados y trémulos están;
La Abuela se sonríe con maternal cariño
Mas cruza por su espíritu como un temor extraño
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
Los días ignorados del nieto guardarán.

          Los maderos de San Juan
          Piden queso, piden pan.
                              ¡Triqui, triqui,
                              triqui, tran!

Esas arrugas hondas recuerdan una historia
De sufrimientos largos y silenciosa angustia
Y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
Y son sus ojos turbios espejos que empañaron
Los años, y que, ha tiempos, las formas reflejaron
De cosas y seres que nunca volverán.

             Los de Roque, alfandoque
             ¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
Lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
Donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
Del nieto a la memoria, con grave son que encierra
Todo el poema triste de la remota infancia,
Cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
de aquella voz querida las notas vibrarán!


             Los de Rique, alfeñique
             ¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
Con movimiento rítmico se balancea el niño
Y ambos conmovidos y trémulos están;
La Abuela se sonríe con maternal cariño
Mas cruza por su espíritu como un temor extraño
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
Los días ignorados del nieto guardarán.

                                           ¡Aserrín!
                                           ¡Aserrán!
                            Los maderos de San Juan
                            Piden queso, piden pan,
                                          Los de Roque
                                          Alfandoque
                                          Los de Rique
                                          Alfeñique
                                          ¡Triqui, triqui, triqui, tran!
                                          ¡Triqui, triqui, triqui, tran!





La voz de las cosas. 


¡Si os encerrara yo en mis estrofas,
Frágiles cosas que sonreís,
Pálido lirio que te deshojas,
Rayo de luna sobre el tapiz
De húmedas flores, y verdes hojas
Que al tibio soplo de Mayo abrís,
Si os encerrara yo en mis estrofas,
Pálidas cosas que sonreís!

¡Si aprisionaros pudiera el verso,
Fantasmas grises, cuando pasáis,
Móviles formas del universo,
Sueños confusos, seres que os vais,
Ósculo triste, suave y perverso
Que entre las sombras al alma dais,
Si aprisionaros pudiera el verso
Fantasmas grises, cuando pasáis!





La respuesta de la tierra. 


Era un poeta lírico, grandioso y sibilino,
Que le hablaba a la tierra una tarde de invierno,
Frente a una posada y al volver de un camino:
-¡Oh madre, oh Tierra! -díjole-, en tu girar eterno
Nuestra existencia efímera tal parece que ignoras.
Nosotros esperamos un cielo o un infierno,
sSfrimos o gozamos, en nuestras breves horas,
E indiferente y muda, tú, madre sin entrañas,
De acuerdo con los hombres no sufres y no lloras.
¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?
¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras?
Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas
Que se reflejan lívidas en los estanques yertos,
¿No son como conciencias fantásticas y extrañas
Que les copian sus vidas en espejos inciertos?
¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
En estas soledades aguardo la respuesta.

La Tierra, como siempre, displicente y callada,
Al gran poeta lírico no le contestó nada.





Gotas amargas. 


 Avant-Propos

      Prescriben los facultativos,
cuando el estómago se estraga,
al paciente, pobre dispéptico,
      dieta sin grasas.

      Le prohíben las cosas dulces,
le aconsejan la carne asada
 le hacen tomar como tónico
      gotas amargas.

      Pobre estómago literario
que lo trivial fatiga y cansa,
no sigas leyendo poemas
      llenos de lágrimas!

      Deja las comidas que llenan,
historias, leyendas y dramas
y todas las sensiblerías
      semi-románticas.

      Y para completar el régimen
que fortifica y que levanta,
ensaya una dosis de estas
      gotas amargas.





Estrellas que entre lo sombrío...


Estrellas que entre lo sombrío
De lo ignorado y de lo inmenso,
Asemejáis en el vacío
Jirones pálidos de incienso,

Nebulosas que ardéis tan lejos
En el infinito que aterra,
Que sólo alcanza los reflejos
De vuestra luz hasta la tierra,

Astros que en abismos ignotos
Derramáis resplandores vagos,
Constelaciones que en remotos
Tiempos adoraron los Magos,

Millones de mundos lejanos,
Flores de fantástico broche,
Islas claras en los océanos
Sin fin ni fondo de la noche,

¡Estrellas, luces pensativas!
¡Estrellas, pupilas inciertas!
¿Por qué os calláis si estáis vivas
Y por qué alumbráis si estáis muertas?...





El mal del siglo.


El Paciente:
Doctor, un desaliento de la vida
Que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
El mal del siglo... el mismo mal de Werther,
De Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
Desprecio por lo humano... un incesante
Renegar de lo vil de la existencia,
Digno de mi maestro Schopenhauer;
Un malestar profundo que se aumenta
Con todas las torturas del análisis...

El Médico:
Eso es cuestión de régimen: camine
De mañanita; duerma largo; báñese;
Beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre!...





Días de difuntos. 


La luz vaga... opaco el día,
      La llovizna cae y moja
Con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
Un oscuro velo opaco letal melancolía,
Y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
Al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría,
      Y al oír en las alturas
      Melancólicas y oscuras
      Los acentos dejativos
      Y tristísimos e inciertos
      Con que suenan las campanas,
Las campanas plañideras que les hablan a los vivos
      De los muertos!
      Y hay algo angustioso e incierto
Que mezcla a ese sonido su sonido,
E inarmónico vibra en el concierto
Que alzan los bronces al tocar a muerto
      Por todos los que han sido!
      Es la voz de una campana
      Que va marcando la hora,
      Hoy lo mismo que mañana,
      Rítmica, igual y sonora;
      Una campana se queja,
      Y la otra campana llora,
      Ésa tiene voz de vieja,
      Ésta de niña que ora.
Las campanas más grandes, que dan un doble recio
Suenan con un acento de místico desprecio,
      Mas la campana que da la hora,
      Ríe, no llora.
Tiene en su timbre seco sutiles ironías,
Su voz parece que habla de goces, de alegrías,
De placeres, de citas, de fiestas y de bailes,
De las preocupaciones que llenan nuestros días,
Es una voz del siglo entre un coro de frailes,
      Y con sus notas se ríe,
      Escéptica y burladora,
      De la campana que ruega
      De la campana que implora
      Y de cuanto aquel coro conmemora,
      Y es porque con su retintín
      Ella midió el dolor humano
      Y marcó del dolor el fin;
Por eso se ríe del grave esquilón
Que suena allá arriba con fúnebre son,
Por eso interrumpe los tristes conciertos
Con que el bronce santo llora por los muertos...
¡No la oigáis, oh bronces! No la oigáis, campanas,
Que con la voz grave de ese clamoreo,
Rogáis por los seres que duermen ahora
Lejos de la vida, libres del deseo,
Lejos de las rudas batallas humanas!
¡Seguid en el aire vuestro bamboleo,
      No la oigáis, campanas!
¿Contra lo imposible qué puede el deseo?
      Allá arriba suena,
      Rítmica y serena,
      Esa voz de oro
Y sin que lo impidan sus graves hermanas
Que rezan en coro,
La campana del relo
Suena, suena, suena ahora,
Y dice que ella marcó
Con su vibración sonora
De los olvidos la hora,
Que después de la velada
Que pasó cada difunto,
En una sala enlutada
Y con la familia junto
En dolorosa actitud
Mientras la luz de los cirios
Alumbraba el ataúd
Y las coronas de lirios;
Que después de la tristura
De los gritos de dolor,
De las frases de amargura,
Del llanto desgarrador,
Marcó ella misma el momento
En que con la languidez
Del luto huyó el pensamiento
Del muerto, y el sentimiento
Seis meses más tarde o diez...
Y hoy, día de muertos, ahora que flota,
En las nieblas grises la melancolía,
En que la llovizna cae, gota a gota,
Y con sus tristezas los nervios emboba,
Y envuelve en un manto la ciudad sombría,
Ella que ha medido la hora y el día
En que a cada casa, lúgubre y vacía,
Tras del luto breve volvió la alegría;
Ella que ha marcado la hora del baile
En que al año justo, un vestido aéreo
Estrena la niña, cuya madre duerme
Olvidada y sola en el cementerio,
Suena indiferente a la voz de fraile
Del esquilón grave y a su canto serio;
Ella que ha medido la hora precisa,
En que a cada boca, que el dolor sellaba,
Como por encanto volvió la sonrisa,
Esa precursora de la carcajada;
Ella que ha marcado la hora en que el viudo
Habló de suicidio y pidió el arsénico,
Cuando aún en la alcoba, recién perfumada,
Flotaba el aroma del ácido fénico
Y ha marcado luego la hora en que, mudo
Por las emociones con que el goce agobia,
Para que lo unieran con sagrado nudo,
A la misma iglesia fue con otra novia;
Ella no comprende nada del misterio
De aquellas quejumbres que pueblan el aire,
Y lo ve en la vida todo jocoserio
Y sigue marcando con el mismo modo
El mismo entusiasmo y el mismo desgaire
La huída del tiempo que lo borra todo!
      Y eso es lo angustioso y lo incierto
      Que flota en el sonido,
Esa es la nota irónica que vibra en el concierto
      Que alzan los bronces al tocar a muerto
      Por todos los que han sido!
      Esa es la voz fina y sutil,
      De vibraciones de cristal,
      Que con acento juvenil
      Indiferente al bien y al mal,
      Mide lo mismo la hora vil,
      Que la sublime o la fatal
      Y resuena en las alturas,
      Melancólicas y oscuras,
      Sin tener en su tañido
      Claro, rítmico y sonoro,
      Los acentos dejativos
      Y tristísimos e inciertos
      De aquel misterioso coro,
Con que ruegan las campanas, las campanas,
      Las campanas plañideras
      Que les hablan a los vivos
      De los muertos!





Cápsulas. 


El Pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
     Del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
     Y, tras lento sufrir,
Se curó con copaiba y con las cápsulas
     De Sándalo Midy.

Enamorado luego de la histérica Luisa,
     Rubia sentimental,
Se enflaqueció, se fue poniendo tísico
     Y al año y medio o más,
Se curó con bromuro y con las cápsulas
     De éter de Clertán.

Luego, desencantado de la vida,
     Filósofo sutil,
A Leopardi leyó, y a Schopenhauer
     Y en un rato de spleen,
Se curó para siempre con las cápsulas
     De plomo de un fusil.





Ars. 


El verso es vaso santo; poned en él tan solo
           Un pensamiento puro,
En cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
Como burbujas de oro de un viejo vino oscuro!

Allí verted las flores que en la continua lucha
           Ajó del mundo el frío,
Recuerdos silenciosos de tiempos que no vuelven,
Y nardos empapados en gotas de rocío.

Para que la existencia mísera se embalsame
           Como de esencia ignota,
Quemándose en el fuego del alma enternecida
De aquel supremo bálsamo, ¡basta una gota!


No hay comentarios.:

Publicar un comentario