miércoles, 7 de mayo de 2025

Poemas III. Jorge Rojas (1911-1995)

Niña.

Niña en el tacto de la luz te siento
diluida en palabras, gesto, risa,
levemente agitada por la brisa
que dan las alas de mi pensamiento.

Niña que pasas con el movimiento
sin curso de la flor, lleva tu prisa
un amoroso tiempo de sonrisa
en cada eternidad de tu momento.

Niña que traspasándome la frente,
como flechas de sol un claro río,
haces pensar en ti tan dulcemente.

Está tu voz en el espacio mío,
salvándome el instante, como un puente
hecho sobre una gota de rocío.





Nocturno de Adán.

Estoy desde hace siglos despierto sobre el mundo
mirándote, tendida a mi lado, extenuante
hoguera de perfumes, de sonrisas, de frutos,
y si busco tu sombra me vigilan los ángeles.

La forma de tu rostro es la misma que engendra
órbitas y estaciones sobre sus claros ejes
y da normas al sol, la luna y las estrellas,
y gobierna el transcurso de la rosa y la nieve.

Te cobija el arbusto de la sabiduría;
y convocas la luz y te besa la luna
los pies; y los luceros te forman una cinta
de claridad que ciñe, temblando, tu cintura.

Tus ojos escaparon al mandato divino
que puso en el azul señales de la noche,
y estás sobre la tierra entre Dios y el rocío,
turbando con miradas el sosiego del orbe.

Oh sellada mujer. Hecha del mismo grano
de mi profundo sueño y mi pobre sustancia
yo sé que la ternura se reclina en tus brazos
y el lirio, mientras duermes, con su sombra te guarda.

Muerdes jugosos frutos que compartes conmigo
y en su pulpa me das tu saliva y tu aliento;
y estamos entre el agua, y las ondas del río
arrastran tu temblor para abrazar mi cuerpo.

Y en este vivo espacio de cristales y lianas
también he visto tu desnudez rotunda,
y en el vaivén del juego, llenar de curvas blancas
el lugar de las olas hecho para la espuma.

Parece que del fondo de tu carne naciera
el sol, con su encendida muchedumbre de rayos,
y el espacio rutila donde tu piel empieza
a derrotar las sombras con un temblor dorado.

Tendida en la ribera, van quedando tus miembros
inmóviles y tibios a la orilla del agua,
y sube de ti un vaho y un calor de tus pechos
que dulcemente doran la piel de las manzanas.

A veces la mirada he posado en tus muslos,
y he visto lentamente sobre tu piel cernirse
la palidez, quedabas igual que un cuarzo húmedo
cuando el sol va secando su dura superficie.

Tus cabellos revueltos azotan mis costados;
y me hieren tus uñas de joven bestezuela,
entonces en mi espalda crecen flores de espasmo,
igual a cuando cae sobre el agua una piedra.

Me turban tus preguntas y prefiero estar solo;
yo que nombré las cosas que sobre el mundo caben,
me quedo sin palabras delante de tus ojos
y si te vas no acierto con qué nombre llamarte.

Tus hombros que descienden firmemente del cuello,
dejan caer tus brazos en redonda cascada,
hombros donde se posan tu mejilla y mi sueño
con un párpado de humo y una rosa tronchada.

Qué arco, que compás va a medir tu cadera,
que la forma construye rica de proporciones
y en donde el crecimiento de la curva semeja
el flanco tembloroso de una llama en la noche.

Tus muslos poderosos como horqueta de árbol,
fuertes como tenazas, atraen como el abismo;
y allí el desvelo muestra tu sexo enamorado,
sus profundos infiernos, sus altos paraísos.

Qué redondo tu vientre, cuyo límite ordena
todo cuanto fue caos en torno de su centro;
la noche lo circunda, y el horizonte queda
con el cielo encerrando su círculo perfecto.

Soledad de tu pubis en inmensa blancura
de la creación sin mancha. Miro su breve vida
de rosa no deshecha. Su potencia desnuda,
su acto por llegar de furor y delicia.

¿Qué espero que no caigo como un pesado fruto,
si siento derrumbarse mis hombros en tus hombros?
¿Si cada rosa escucha un llamado profundo
y hasta los astros caen de un cielo a otro más hondo?

Llámame con tu voz de paloma y colmena,
con tu voz de resuello, de grito, de palabras.
Llámame con tu silbo que en el aire me espera
y hace salir los peces encima de las aguas.

Oscura, ciegamente, voy llegando a tu boca,
donde la lengua emerge como un maligno estambre,
sítiame con tus dientes. Tómame gota a gota.
Caigan por fin los ángeles malditos de mi sangre.

II

                                "...echémosle de aquí no sea que
                                                       viva para siempre...".
                                                                    Génesis, III, 22

Como un terrible vendaval en el bosque,
aún tiemblan mis raíces. He caído; un silencio
igual a la distancia que hay entre Dios y el hombre
agranda esta tremenda soledad en que muero.

La destrucción me rinde con su implacable sitio,
la he visto en las pupilas de palomas y peces
y en el tiempo y el agua. Mis brazos en el río
no pueden detener ni su dulce corriente.

Todo muere. Los besos han quedado en el suelo
igual que tibios nidos o recientes retoños.
¿Tanta palpitación, tanto hermoso deseo
cómo puede quedar convertido en escombros?

Todo el azul le he dado por tu sexo sombrío.
La rosa de indecisos aromas la he cambiado
por tu piel de agrio clima. Manzano de exterminio
donde la muerte clava su diente cotidiano.

Tuve la frente alta, levantada a la pura
proximidad de Dios. Mis ojos alcanzaban
a contar las estrellas. Hoy de sus luces últimas
sólo queda mi rostro salpicado de lágrimas.

En vano alzo los ojos. Inútilmente clamo.
La soledad opone su muro silencioso.
¡Soy libre!, me repito, y detrás de mis pasos
un ruido de cadenas agoniza en el polvo.

Bajo la inmensa noche en la lucha con el cuerpo,
el alma como un ángel invisible aletea,
vástago del azul quisiera alzar el vuelo
mas ¡oh contienda inútil!  ¡Oh condición terrena!

Ya todas las criaturas saben que llevo expuesta
la sangre como un hilo que pudiera romperse,
y el hierro me persigue y la espina me acecha,
y en cada instante un poco de mi vida perece.

De la inmortal estirpe del cielo me separo,
por batallar mi pan y beber mi amargura.
Vengo a enterrar mis alas porque sólo mis brazos
anuden el amor y desaten la lucha.

Si ahora es necesario morir, si tuve en vano
contra mi cuerpo un día desnudo el paraíso,
¿qué importa? fueron mías las mieles del pecado,
antes que labio alguno lo hubiese conocido.

Mujer que te apareces ondulante y erguida,
igual que una serpiente cubierta de manzanas.
Enemiga del cielo. En tus claras rodillas
conviven dulcemente el pecado y el alma.

Tu desnudez en balde se rescató en la higuera
y desde entonces nada puede ocultar tus pechos;
más altas son tus formas debajo de la seda,
y en la noche más brilla tu piel bajo el deseo.

Brota en ti la mentira que embellece tus labios,
como el pezón en lo alto de la tensa blancura.
suma de imperfecciones y tesoro de halagos,
inagotable fuerza donde todo se muda.

Tu sexo que me enturbia el correr de la sangre
diluye su negrura más allá de la noche,
allá donde los sueños súbitamente saben
cuanto la luz del día ni siquiera conoce.

Pago en pequeñas muertes tu galope nocturno.
Eva. Dispensadora del amor y el desmayo,
mientras el paraíso que compartimos juntos
otra vez nos destierra de su estéril espacio.

Huyo de ti deshecho y mi cuerpo disfruta
su libertad sin rosas y su amor sin cadenas;
pero siempre el anillo duro de tu cintura
me encierra en su mandato y a tu ley me regresa.

Ofréceme el infierno nuevamente en tu mano.
Déjame tembloroso de pavor sobre el mundo.
Materia de la llama. Criatura de relámpagos.
Soy tu rehén de guerra y el pasto de tus triunfos.

A pesar de que eres dadora de la vida,
madre de los humanos, por ti todo perece
y acatas el designio del polvo y la ceniza.
El ser que de ti nace sólo hereda la muerte.

Condéname a buscar nuestra alianza en los huesos
si te esposó el oficio con sortija que daña
y te lanzó a la muerte como a profundo hueco
donde el ardiente labio para el beso se acaba.

Como fruta caída que se pudre en el suelo
es amargo este beso que me llevo a los labios.
Cuanto ansiamos es triste y cuanto poseemos
y más que lo perdido nos da pena lo hallado.

Aunque el amor no muera con espadas de olvido,
de cada abrazo un ángel de tedio nos expulsa.
Con todo, de ti vengo y a ti voy, azar mío,
oh mujer, dulce monstruo de placer y amargura.

Destino de mi tacto, claridad de mis ojos,
aspiro tus axilas y me bebo tus lágrimas,
y mi oído en la noche recoge tus sollozos
igual que un caracol en la orilla del alma.

La sal mide tus labios y la sed te convida
con su insaciable arena a darme el beso último,
el que más sabe a llanto, porque toda caricia
es triste como sombra de un antiguo infortunio.

Oh criatura de espanto, cómo te pertenezco;
siendo mi propia hija me señalan tu esposo
y eras también mi madre. Maldición de mis huesos
en donde estaban todos los linajes monstruosos.

También eres yo mismo, por eso cuando te amo
me miras como un pozo que copiara mi angustia,
y por borrar mi imagen te deshaces en llanto.
¡Oh soledad de amor! ¡Oh imposible ventura!

III

                                       "Ella quebrantará tu cabeza..."
                                                                        Génesis, III, 15

Con todo, de ti nace la doncella sin mancha:
blancura del cordero, misterio de la harina,
pasmo de la pureza, surtidor de la gracia
en quien el pacto tiene su esperanza cumplida.

Oh Eva, señalada por la muerte y el ángel,
venga el divino pie a posarse en la tierra,
su huella te sostenga y el amor te levante
mientras que a la serpiente quebranta la cabeza.





Preludio de soledad.

Vagaré bajo la sombra y las estrellas
que conocen mi frente y sus desvelos,
contaré como pétalos sus rayos
sin pedir al azar su vaticinio.

Quiero con mis pisadas
recorrer hacia atrás,
horas que se quedaron extasiadas
en el reloj que el sol eternizaba,
y repetir: ¡Dios mío! ¡Cuántos nombres!

Criaturas, norte, sur, sólo viento y ceniza,
ebrios itinerarios que extraviaron mis brújulas.

Hay algo indefinible entre el follaje,
un olor de mujer que no regresa.
Ya las palabras no tienen el deleite del labio,
se borran en el aire como saetas de humo,
caen en la hojarasca
ajenas a su rumbo y su herida.

En una escondida copa,
el alma ha guardado todas las caricias
y cuando la luna me alarga los brazos
por sobre los senderos
y no encuentro a nadie vivo
acerco sus bordes a mi sed.

Sin olvidar que un gran silencio
soporta otros silencios,
y así se levanta la torre
donde habitó la soledad.





Razón de ti.

Fuiste sol, fuiste llama, fuiste lumbre,
canto en la soledad, como un concierto
de cristales celestes que no puedo
fingir en los recuerdos del espacio.
Cerca de ti también germen y fruto,
el alma floreció como un retorno
de eterna eternidad en el minuto,
y se hizo gozo en el dolor del fruto,
y se hizo canto en la embriaguez del gozo.

Y razón suficiente de la vida,
norma, fin y principio confundidos,
eras eternidad.
Y cómo ahora,
siendo que estabas hecha de presentes,
podré decir: "¿Tú fuiste"?





Retozo.

Escucha, no importa que te lo diga
por teléfono,
de todos modos son palabras
a tu oído.

Te amo.

¿Por qué somos así?

Mientras tú hueles una rosa
yo gusto un vino.

Porque somos así
iguales cada uno
en la plenitud de su destino.

Me amas como soy
si no sería equivocarte.

Te amo, y me equivoco
y vuelvo a amarte.

¡Cómo te amo!





Salmo de la desposada.

                                    "Narrabo omnia mirabilia tua".
                                                            David, Psalmo IX-2

Por la dulzura que hallaste en mi soledad
te alzaré de los hombros con mi voz de colmena
                                                        abandonada.

Arrancaré de tus dedos todo lo que te encadena,
todo signo que oscurezca tu piel
y no habrá más sortijas que tus venas.

Entonces vendrás a mí tan nueva
como si nunca hubieras sentido peso sobre
                                                          tus hombros.

Y empujaré tu sangre hacia atrás
para verte de quince años y comiendo cerezas.

Yo soy el que tú, de niña,
habías oído navegar entre los caracoles.

El que refería cuentos de azúcar a las naranjas
cuando volvías de jugar al aro.

el que hacía los sueños de lino y ángeles
sobre las sábanas limpias.

El que en el día de tu primer espanto
puso amapolas en tu lecho.

Yo aún no era poeta
pero los naranjos ya tenían idea del azahar; y
                                                                 pensaba:

«Cuando te encuentre
te seguiré buscando día a día.

te besaré a distinta hora
para cambiar la llegada de la noche.

Abandonarás tus ropas con olor de mujer sobre
                                                                    los surcos
para que la tierra sepa que ha de florecer.

Cuando sea el tiempo de las orquídeas, las prenderé
                                                                    de tu pelo
y tus orejas pequeñitas confundirán la cosecha.

Comeremos frutas silvestres y andaremos descalzos
para que nos sepan los labios a rocío.

No entraremos a las ciudades y a los templos
para que no haya hechura de hombre entre la piel
                                                                       y Dios.

Serás el regreso para aquel hijo mío
que está perdido desde el principio del mundo.

Cuando acunes los brazos y te doble el arrullo
el mimbre pensará que sobra en las riberas.

Y tu blancura propiciará la onda
donde el molino sueña la flor de sus harinas.

Y cuando haya necesidad de velar por el cocimiento
                                                                        del pan
me llenarás la boca de granizo para apagar los besos.

Escamparás la lluvia dentro de un caracol
y mi mano cogerá tu canción y la alzará a mi oído.

Te arrojarás al fondo de los ríos
para pasar sin caer de una nube a otra.

Hundirás las manos en la tierra llovida
para indicar el sitio de los lirios.

El primer día que cantes talaremos los árboles
porque ese día serán inútiles los nidos.

Y al oír tu voz se verán defraudados los panales
y no creerán más en las abejas».

Esto te lo digo yo.
Ahora escucha esto que sí te digo yo.

Canta, hasta que sientas
que te duelen los párpados.

Piénsame, hasta que el sueño
te vaya llenando de golondrinas.

Suéñame hasta que la noche
tenga que refugiarse en las campanas.

Quiéreme, hasta que los ojos
se te llenen de lágrimas.

Llora, hasta que las lágrimas
hagan huir los pájaros.

Llámame hasta que crezcan
espinas en mi oído.

Espérame hasta que los peces
se hayan bebido todos los ríos y canten.

Porque un día ha de ser.





Si quieres acercarte más a mi corazón...

Si quieres acercarte más a mi corazón
rodea tu casa de árboles.

Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
mientras menos lograda más lejos de la muerte.

Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.

El grillo que devana su pequeña madeja
de soledad y extiende su música en la hierba.

Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
la fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.

Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
el césped silencioso y el agua cantarina,

y el quieto surtidor verde de los sauces
para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.

El huso de los pinos donde la sombra crece
que hile la blandura de los atardeceres.

Y cuando esté maduro el silencio del bosque
pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.

Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
con la misma dulzura con que se toca un arpa.

Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
te entregue la delicia de las futuras pomas.

Y las redondas bayas -madurez y deseo-
pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.

Y decoren de plata sus hojas las acacias
como si amaneciera la luna entre las ramas.

Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
un loto te recuerde bajo la luz tranquila.

Y la savia palpite si grabas en los robles
el contorno perfecto de nuestros corazones.

El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde
a tus manos la ausente materia de mis sienes.

Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.

Despertarán entonces al vaivén de las ramas
más pájaros que cantos caben en la mañana.

Y la luz será lira sostenida en el aire,
iniciación del alba, límite de la tarde.

Acércate al rumor del viento entre los árboles,
amada, y sentirás el rumor de mi sangre.





Sitio de sueño y vida.

¡Devuélveme la estrella
donde nos encontrábamos!
La de los dos, aquella
con mordisquillos tiernos
de cielo entre las puntas,
que una noche inventamos.
Donde tú me esperabas
a las nueve, saltando
de una luz a un reflejo
o asegurando el vértice
total de nuestros ángulos

¿Y mi vida? ¿En dónde está mi vida?
¿Por qué miraré atrás para encontrarla?
En la muerte delante
la que marca el camino.
Lo último que queda.
La solución del grito.
Con una estrella roja iré más frío
-yo mismo haré mi frío-
que el alma de los hielos
por la noche del sueño irremediable.
¿Ya para qué la estrella?

Hacíamos del mirar
maromas, y nos íbamos,
tú por los hilillos verdes,
yo por cuerdas oscuras
a sus playas; de súbito,
gozosos, con la mano
puesta aún en el álbum,
de todos tus retratos
yo, y en los labios tú,
la oración de la noche
porque yo fuera bueno.

¿Ya para qué ser bueno si me odio?
¿Si quiero hundirme donde nunca encuentre
ni la estrella, ni el sueño, ni la absurda
compañía de mí mismo?
¿Y para qué ser bueno?

Tal como si te fueras
por tu sueño en la alcoba,
te ibas con el pijama
azul de hilos marinos
que guardaba en sus redes
peces -los de tu piel-
sueños de rosas tiernas.

Junto a tu cuello como junto al mío,
los minutos se aprietan desollados.
buscan su piel de instante.
¿No sientes cómo gritan?

¿Y para qué tu piel de rosas tiernas?

Hoy he vuelto a la estrella
a las nueve, y no estabas.
He llamado por todos
los golfos de la isla,
-isla de ensueños náufragos
sobre los caballetes
de oro  donde cuelgan
los columpios que mecen
el vuelo de los ángeles,
y era como el desierto
sin bocas en el aire
para decir el eco.

¿Y para qué una voz si nadie escucha?
¿Si perdiste tu voz?
¿si ni la mía puedo ahora encontrar?
¿Y para qué una voz?

He vuelto y ya no estaba
más que tu ausencia ancha,
como una nada extensa,
en donde fracasaran
los aros de la luz
y negaran la estrella
donde nos encontrábamos.
Di, ¿tal vez la llevaste
y la tienes debajo
de la almohada escondida
con mis versos? ¡Devuélvela!,
devuélveme la estrella
donde nos encontrábamos!

¿Y para qué la estrella
si no te iré a buscar?
Ya no me encontrarás. ¿O acaso puedo
interrogar yo mismo lo que he sido?

¿Hubo acaso una estrella?

¡Pensar que era mentira!





Verdad de ti.

Aquí quedó la forma de tu huida.
Como la flor tronchada, en el vacío
queda erguida en perfume, el canto mío
te levanta en el aire, florecida.

El tallo de mi voz tiene tu vida
en su rama invisible, como un río
levísimo de llanto o de rocío
la más lejana estrella sostenida.

Como el mar que se fue queda evidente
en el empuje manso de la ola
dibujada en la arena, dulcemente

te me vas y te quedas -forma sola
de tu no ser- presente en mi presente
como erguida en perfume la corola.





Vida.

Vivir como una isla,
lleno por todas partes
de ti, que me rodeas
ya presente o distante

con un temblor de luz
primera, sin pulir,
sin arista de tarde,
ni sombra de jardín.

Y ángeles en espejos
guardando tu mirada
para hacerse verdades
y noches estrelladas.


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