sábado, 21 de junio de 2025

Poemas II. Nicanor Parra (1914-2018)

La mujer.

La mujer llena de hijos no tenía donde vivir
Una mujer que era madre, que era hermana
Esposa no era, había sido
Una maldición pesaba sobre ella
Sobre su cabeza pesaba un cielo lleno de nubes
Y sobre sus pies pesaba todo
Yo estaba ahí de paso
Una especie de antimujer que lo vislumbra todo
El otro platillo de la balanza
Pues podía ser hijo como que efectivamente lo era
Podía ser padre, hermano
Podía ser esposo.

La mujer había elegido el lecho de un río para levantar sus tablas
Los utensilios domésticos yacían amontonados
Paisajes, matorrales se veían
Se veían piedras.
Todo esto ocurría en el corazón de una isla
Qué isla era aquella dios santo
Dios Santo
quién era yo para reírme de Cronos
Preguntaba a la hija idiota qué es aquello
Apuntando con el índice hacia unos cerros próximos
¡Nieve! respondía ella
Correcto, era nieve. En verdad era nieve.
Me daba vuelta y sin dejar de reír preguntaba de nuevo
Mirando ahora hacia el otro confín.
Nieve respondía de nuevo.
Estábamos rodeados de nieve
Pero era el corazón del verano.

Pensamiento profético:
Toda esta gente va a desaparecer.
Pensé que esa gente podía desaparecer
Los hijos mayores podían ser hermanos
Porque la sangre se había mezclado hacía tiempo
Los hijos mayores hablaban
Decían frases
Partirían ellos
Ellos se presentaban en forma de imágenes
Tomaban sus sombreros y se retiraban.

"El frío los hará desaparecer"
Ese pensamiento siniestro se apoderó de mí
El lecho del río se llenará de agua
Etc., etc.

Entonces yo partí en busca de víveres
Prometí volver con algo seguro
Hacía esfuerzos para no fracasar
Pero las piernas me temblaban
Salí al camino
Pero no, felizmente no
Aquélla no era una tierra desolada.
A ambos lados del camino descubrí chozas
Los pequeños palacios de los campesinos
Chozas miserables es cierto
Pero chozas de tierra: no de tablas
Poco a poco me fui acercando a ellas
De ellas salía humo
Con el rabo del ojo vi un corredor
Ensayé una pregunta, fracasé
Ensayé otra pregunta que extraje del fondo del espíritu
Fracasé

Aquellas mujeres me enjuiciaban
Dios Santo para qué me enjuiciaban aquellas mujeres
Si yo sólo era un transeúnte
Un quijote que no conoce los caminos
(Con el nombre de la isla me hubiera bastado)
Pero ellas hacían muecas
Se reirían seguramente
Pregunté dónde podría alquilar una casa
Habrá por aquí una casa que se alquile?
La imagen de la mujer anterior no desaparecía
Yo trabajaba para ella
Sufría posiblemente sufría
Quería sacarla del abismo

Seguí entonces por los caminos
El camino mismo me hacía marchar
Deambulando siempre
Sin perder completamente las esperanzas
Siempre mirando hacia atrás
Llegué a un villorrio
Pero las chozas habían sido quemadas
Solo quedaban los esqueletos
En un recodo del camino encontré una posada
Un anciano que vendía menestras
Vendía vino
Descripción del anciano:
Recuerdo que usaba un guardapolvo
Recuerdo las botellas de diferentes tipos
Pidió a otro cliente que me llevase en su automóvil
Cuando el motor ya estaba en marcha se acercó a la cabina
Hizo un obsequio
Y me animó para que siguiera indagando
Siguiera buscando.
El chofer no era un isleño
Pero había llegado antes que yo
Fumaba
Tenía una casa por armar
Veinticinco mil costaba esa casa
La armaría en el lecho del río
"Aquí no hay dónde levantar unos palos"
"Sólo existe el lecho del río"
Y el invierno?
"No hay que pensar en el invierno"
"No correrá más agua"
"El agua estará en todas partes"
"Pero no en el río"
"Los tranques..."
(Respuesta enigmática)

Pero yo estaba seguro de la catástrofe
Descripción de la catástrofe:
Cuando asomamos al valle vimos avanzar las aguas turbulentas
El río se llenaba rápidamente
Corrí hacia el puente
Habrían escapado los míos?
Las aguas empezaban a apoderarse de todo
Pero aquella mujer valiente no ha sido derrotada
Da voces
Refunfuñando despierta esa mujer maldita
No quiere salvar a sus hijos
"Después los iré a buscar"
"Primero hay que averiguar quién destapó los tranques"
La culpa recae sobre un zorro que andaba en busca de alimento
Lo acorralan contra la ribera
Gime

Escupen sus ojos
Yo rescato mi hija. La acerco al fuego
Froto su cuerpo
Mueve los pies
Trato de volverla a la vida
Pero aquello parece una caja
De su cabeza salen llamas
Tengo que volverla al agua
Recriminaciones de la mujer
Tú eres el culpable de todo
Tú eres el culpable de todo.





La víbora.

Durante largos años estuve condenado a adorar a una mujer despreciable,
sacrificarme por ella, sufrir humillaciones y burlas sin cuento,
trabajar día y noche para alimentarla y vestirla,
llevar a cabo algunos delitos, cometer algunas faltas,
a la luz de la luna realizar pequeños robos,
falsificaciones de documentos comprometedores,
so pena de caer en descrédito ante sus ojos fascinantes.

En horas de comprensión solíamos concurrir a los parques
y retratarnos juntos manejando una lancha a motor,
o nos íbamos a un café danzante
donde nos entregábamos a un baile desenfrenado
que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada.
Largos años viví prisionero del encanto de aquella mujer
que solía presentarse a mi oficina completamente desnuda
ejecutando las contorsiones más difíciles de imaginar
con el propósito de incorporar mi pobre alma a su órbita
y, sobre todo, para extorsionarme hasta el último centavo.
Me prohibía estrictamente que me relacionase con mi familia.
Mis amigos eran separados de mí mediante libelos infamantes
que la víbora hacía publicar en un diario de su propiedad.
Apasionada hasta el delirio no me daba un instante de tregua,
exigiéndome perentoriamente que besara su boca
y que contestase sin dilación sus necias preguntas,
varias de ellas referentes a la eternidad ya la vida futura,
temas que producían en mí un lamentable estado de ánimo,
zumbidos de oídos, entrecortadas náuseas, desvanecimientos prematuros
que ella sabía aprovechar con ese espíritu práctico que la caracterizaba
para vestirse rápidamente sin pérdida de tiempo
y abandonar mi departamento dejándome con un palmo de narices.

Esta situación se prolongó por más de cinco años.
Por temporadas vivíamos juntos en una pieza redonda
que pagábamos a medias en un barrio de lujo cerca del cementerio.
(Algunas noches hubimos de interrumpir nuestra luna de miel
para hacer frente a las ratas que se colaban por la ventana).
Llevaba la víbora un minucioso libro de cuentas
en el que anotaba hasta el más mínimo centavo que yo le pedía en préstamo;
o me permitía usar el cepillo de dientes que yo mismo le había regalado
y me acusaba de haber arruinado su juventud:
lanzando llamas por los ojos me emplazaba a comparecer ante el juez
y pagarle dentro de un plazo prudente parte de la deuda
pues ella necesitaba ese dinero para continuar sus estudios.
Entonces hube de salir a la calle y vivir de la caridad pública,
dormir en los bancos de las plazas,
donde fui encontrado muchas veces moribundo por la policía
entre las primeras hojas del otoño.
Felizmente aquel estado de cosas no pasó más adelante,
porque cierta vez que yo me encontraba en una plaza también
posando frente a una cámara fotográfica
unas deliciosas manos femeninas me vendaron de pronto la vista
mientras una voz amada para mí me preguntaba quién soy yo.
Tu eres mi amor, respondí con serenidad.
¡Ángel mío, dijo ella nerviosamente,
permite que me siente en tus rodillas una vez más!
Entonces pude percatarme de que ella se presentaba ahora
                                                                              provista de un pequeño taparrabos.
Fue un encuentro memorable, aunque lleno de notas discordantes:
me he comprado una parcela, no lejos del matadero, exclamó,
allí pienso construir una especie de pirámide
en la que podamos pasar los últimos días de nuestra vida.
Ya he terminado mis estudios, me he recibido de abogado,
dispongo de un buen capital;
dediquémonos a un negocio productivo, los dos, amor mío, agregó,
lejos del mundo construyamos nuestro nido.
Basta de sandeces, repliqué, tus planes me inspiran desconfianza.
Piensa que de un momento a otro mi verdadera mujer
puede dejarnos a todos en la miseria más espantosa.
Mis hijos han crecido ya, el tiempo ha transcurrido,
me siento profundamente agotado, déjame reposar un instante,
tráeme un poco de agua, mujer,
consígueme algo de comer en alguna parte,
estoy muerto de hambre,
no puedo trabajar más para ti,
todo ha terminado entre nosotros.





Madrigal.

Yo me haré millonario una noche
Gracias a un truco que me permitirá fijar las imágenes
En un espejo cóncavo. O convexo.

Me parece que el éxito será completo
Cuando logre inventar un ataúd de doble fondo
Que permita al cadáver asomarse a otro mundo.

Ya me he quemado bastante las pestañas
En esta absurda carrera de caballos
En que los jinetes son arrojados de sus cabalgaduras
Y van a caer entre los espectadores.

Justo es, entonces, que trate de crear algo
Que me permita vivir holgadamente
O que por lo menos me permita morir.

Estoy seguro de que mis piernas tiemblan,
Sueño que se me caen los dientes
Y que llego tarde a unos funerales.





Manifiesto.

Señoras y señores
Esta es nuestra última palabra.
-Nuestra primera y última palabra-
Los poetas bajaron del Olimpo.

Para nuestros mayores
La poesía fue un objeto de lujo
Pero para nosotros
Es un artículo de primera necesidad:
No podemos vivir sin poesía.

A diferencia de nuestros mayores
-Y esto lo digo con todo respeto-
Nosotros sostenemos
Que el poeta no es un alquimista
El poeta es un hombre como todos
Un albañil que construye su muro:
Un constructor de puertas y ventanas.

Nosotros conversamos
En el lenguaje de todos los días
No creemos en signos cabalísticos.

Además una cosa:
El poeta está ahí
Para que el árbol no crezca torcido.

Este es nuestro lenguaje.
Nosotros denunciamos al poeta demiurgo
Al poeta Barata
Al poeta Ratón de Biblioteca.

Todo estos señores
-Y esto lo digo con mucho respeto-
Deben ser procesados y juzgados
Por construir castillos en el aire
Por malgastar el espacio y el tiempo
Redactando sonetos a la luna
Por agrupar palabras al azar
A la última moda de París.
Para nosotros no:
El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón.

Nosotros repudiamos
La poesía de gafas obscuras
La poesía de capa y espada
La poesía de sombrero alón.
Propiciamos en cambio
La poesía a ojo desnudo
La poesía a pecho descubierto
La poesía a cabeza desnuda.

No creemos en ninfas ni tritones.
La poesía tiene que ser esto:
Una muchacha rodeada de espigas
O no ser absolutamente nada.

Ahora bien, en el plano político
Ellos, nuestros abuelos inmediatos,
¡Nuestros buenos abuelos inmediatos!
Se refractaron y dispersaron
Al pasar por el prisma de cristal.
Unos pocos se hicieron comunistas.
Yo no sé si lo fueron realmente.
Supongamos que fueron comunistas,
Lo que sé es una cosa:
Que no fueron poetas populares,
Fueron unos reverendos poetas burgueses.

Hay que decir las cosas como son:
Sólo uno que otro
Supo llegar al corazón del pueblo.
Cada vez que pudieron
Se declararon de palabra y de hecho
Contra la poesía dirigida
Contra la poesía del presente
Contra la poesía proletaria.

Aceptemos que fueron comunistas
Pero la poesía fue un desastre
Surrealismo de segunda mano
Decadentismo de tercera mano,
Tablas viejas devueltas por el mar.
Poesía adjetiva
Poesía nasal y gutural
Poesía arbitraria
Poesía copiada de los libros
Poesía basada
En la revolución de la palabra
En circunstancias de que debe fundarse
En la revolución de las ideas.
Poesía de círculo vicioso
Para media docena de elegidos:
"Libertad absoluta de expresión".

Hoy nos hacemos cruces preguntando
Para qué escribirían esas cosas
¿Para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente!
El pequeño burgués no reacciona
Sino cuando se trata del estómago.

¡Qué lo van a asustar con poesías!

La situación es ésta:
Mientras ellos estaban
Por una poesía del crepúsculo
Por una poesía de la noche
Nosotros propugnamos
La poesía del amanecer.
Este es nuestro mensaje,
Los resplandores de la poesía
Deben llegar a todos por igual
La poesía alcanza para todos.

Nada más, compañeros
Nosotros condenamos
-Y esto sí que lo digo con respeto-
La poesía de pequeño dios
La poesía de vaca sagrada
La poesía de toro furioso.

Contra la poesía de las nubes
Nosotros oponemos
La poesía de la tierra firma
-Cabeza fría, corazón caliente
Somos tierrafirmistas decididos-
Contra la poesía de café
La poesía de la naturaleza
Contra la poesía de salón
La poesía de la plaza pública
La poesía de protesta social.

Los poetas bajaron del Olimpo.





Me retracto de todo lo dicho.

Antes de despedirme
Tengo derecho a un último deseo:
Generoso lector
                             quema este libro
No representa 1o que quise decir
A pesar de que fue escrito con sangre
No representa lo que quise decir.

Mi situación no puede ser más triste
Fui derrotado por mi propia sombra:
Las palabras se vengaron de mí.

Perdóname lector
Amistoso lector
Que no me pueda despedir de ti
Con un abrazo fiel:
Me despido de ti
con una triste sonrisa forzada.

Puede que yo no sea más que eso
pero oye mi última palabra:
Me retracto de todo lo dicho.
Con la mayor amargura del mundo
Me retracto de todo lo que he dicho.





Mujeres.

La mujer imposible,
La mujer de dos metros de estatura,
La señora de mármol de Carrara
Que no fuma ni bebe,
La mujer que no quiere desnudarse
Por temor a quedar embarazada,
La vestal intocable
Que no quiere ser madre de familia,
La mujer que respira por la boca,
La mujer que camina
Virgen hacia la cámara nupcial
Pero que reacciona como hombre,
La que se desnudó por simpatía
Porque le encanta la música clásica
La pelirroja que se fue de bruces,
La que sólo se entrega por amor
La doncella que mira con un ojo,
La que sólo se deja poseer
En el diván, al borde del abismo,
La que odia los órganos sexuales,
La que se une sólo con su perro,
La mujer que se hace la dormida
(El marido la alumbra con un fósforo)
La mujer que se entrega porque sí
Porque la soledad, porque el olvido...
La que llegó doncella a la vejez,
La profesora miope,
La secretaria de gafas oscuras,
La señorita pálida de lentes
(Ella no quiere nada con el falo)
Todas estas walkirias
Todas estas matronas respetables
Con sus labios mayores y menores
Terminarán sacándome de quicio.





Oda a unas palomas.

Qué divertidas son
Estas palomas que se burlan de todo
Con sus pequeñas plumas de colores
Y sus enormes vientres redondos.
Pasan del comedor a la cocina
Como hojas que dispersa el otoño
Y en el jardín se instalan a comer
Moscas, de todo un poco,
Picotean las piedras amarillas
O se paran en el lomo del toro:
Más ridículas son que una escopeta
O que una rosa llena de piojos.
Sus estudiados vuelos, sin embargo,
Hipnotizan a mancos y cojos
Que creen ver en ellas
La explicación de este mundo y el otro.
Aunque no hay que confiarse porque tienen
El olfato del zorro,
La inteligencia fría del reptil
Y la experiencia larga del loro.
Más hipnóticas son que el profesor
Y que el abad que se cae de gordo.
Pero al menor descuido se abalanzan
Como bomberos locos,
Entran por la ventana al edificio
Y se apoderan de la caja de fondos.

A ver si alguna vez
Nos agrupamos realmente todos
Y nos ponemos firmes
Como gallinas que defienden sus pollos.





Para que veas que no te guardo rencor.

Te regalo la luna
seriamente -no creas que me estoy burlando de ti:
te la regalo con todo cariño
¡nada de puñaladas por la espalda!
tú misma puedes pasar a buscarla
tu tío que te quiere
tu mariposa de varios colores
directamente desde el Santo Sepulcro.





Pensamientos.

Qué es el hombre
                                se pregunta Pascal:
Una potencia de exponente cero.
Nada
            si se compara con el todo
Todo
          si se compara con la nada:
Nacimiento más muerte:
Ruido multiplicado por silencio:
Medio aritmético entre el todo y la nada.





Preguntas a la hora del té.

Este señor desvaído parece
Una figura de un museo de cera;
Mira a través de los visillos rotos:
Qué vale más, ¿el oro o la belleza?,
¿Vale más el arroyo que se mueve
O la chépica fija a la ribera?
A lo lejos se oye una campana
Que abre una herida más, o que la cierra:
¿Es más real el agua de la fuente
O la muchacha que se mira en ella?
No se sabe, la gente se lo pasa
Construyendo castillos en la arena.
¿Es superior el vaso transparente
A la mano del hombre que lo crea?
Se respira una atmósfera cansada
De ceniza, de humo, de tristeza:
Lo que se vio una vez ya no se vuelve
A ver igual, dicen las hojas secas.
Hora del té, tostadas, margarina.
Todo envuelto en una especie de niebla.


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