sábado, 30 de agosto de 2025

Poemas II. Alfred Tennyson (1809-1892)

In memoriam: XV - Comienza esta noche a soplar el viento. 


Comienza esta noche a soplar el viento
y ruge en la lontananza del día que declina:
la última hoja se pierde en remolinos,
los grajos yerran en los cielos.

Los bosques arrasados, las aguas erizadas,
los rebaños reunidos sobre el prado;
y con intenso fulgor sobre torres y árboles
sale el sol iluminando el mundo.

Y si estos ensueños no probaran
que cruzas con suaves ademanes
la llanura de líquido cristal,
apenas podría soportar la agitación

que hace tan ruidosas las estériles ramas;
y no es así sólo por miedo;
la salvaje inquietud que vive en el dolor
embelesada adoraría aquella nube

que hacia lo alto siempre se encamina
y empuja hacia adelante un pecho fatigado,
y luego se deshace en el triste atardecer,
ese bastión naciente orlado de fuego.





El Kraken.


Bajo los truenos de las superficie,
en las honduras del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo, no invadido sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor
de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y enormes baten
con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.





Flor que estás en el muro agrietado.


Flor que estás en el muro agrietado
te arranco de tu grieta
y te sostengo aquí en mi mano, con tus raíces y todo.
Pequeña flor, si yo fuera capaz de entender
lo que eres, con tus raíces y todo
comprendería qué es Dios y qué es el hombre.





La sirena: III - Pero por la noche vagaría. 


Pero por la noche vagaría lejos, lejos,
dejaría que cayera a los lados mi cascada de rizos,
saltaría con ligereza sobre el trono y jugaría
con los tritones entre las rocas;
correríamos de aquí para allá, escondiéndonos y buscándonos
sobre los altos y ondulados terrenos marinos en las conchas carmesí,
cuyas plateadas puntas se asoman al mar.
Pero si alguien se acerca gritaré
y como una ola saltaré desde las diamantinas cornisas
que sobresalen de la hondonada.
Porque a mí no me besaría cualquiera de los atrevidos y
alegres tritones del fondo del mar;
ellos me seguirían y me cortejarían y me halagarían
en el púrpura crepúsculo del fondo del mar.
Pero el rey de todos ellos sí que podría llevárseme
y cortejarme, ganarme y casarse conmigo,
entre las ramas de jaspe del fondo del mar.
Entonces todos los seres que están en los incoloros musgos
del fondo del mar, se enroscarán silenciosamente
a mi plateado pie, mirando hacia arriba, buscando mi amor.
Y cuando yo cantara alegremente desde lo alto,
todos los seres blandos, ahorquillados y con cuernos
se asomarían a la honda esfera del mar
y mirarían abajo buscando mi amor





In memoriam: XCI - Cuando rosadas plumas.


Cuando rosadas plumas coronan al alerce
y canta ahogadamente el tordo encaramado;
o revuela en estériles arbustos
junto al mar azul el pájaro de Marzo,

ven, toma la forma por la cual tu espíritu
conozco ahora entre tus pares;
que toda la esperanza de los años truncados
crezca y cobre brillo en tu frente.

Cuando la madura mudanza del estío
aliente, con muchas rosas dulces,
sobre las mil olas de trigo
que ondulan junto a la granja solitaria,

ven; pero no en los desvelos de la noche
sino cuando el sol comience a calentar;
ven con la hermosura de tu nueva forma
y con luz más bella que la misma luz.





In memoriam: L - Permanece a mi lado.


Permanece a mi lado, cuando se apegue mi luz,
y la sangre se arrastre y mis nervios se alteren
con punzadas dolientes. Y el corazón enfermo
y las ruedas del tiempo giren lentamente.

Permance a mi lado, cuando a mi frágil cuerpo
le atormenten dolores que alcanzan la verdad.
Y el tiempo maniaco siga esparciendo el polvo.
Y la vida furiosa siga arrojando llamas.

Permanece a mi lado cuando mi fe se seque,
Y hombres, las moscas del último verano
que colocan sus huevos, y piquen y canten
y tejan sus pequeñas celdas y mueran

Permanece a mi lado, cuando vaya apagándome.
Y puedas señalarme el final de mi lucha.
Y el atardecer de los días eternos
en el bajo y oscuro borde de la vida.





In memoriam: VII - Oscura casa.


Oscura casa: otra vez vuelvo aquí
a tu lado, a esta larga calle inhóspita,
puertas donde mi corazón se acostumbró
a palpitar esperando una mano,

Una mano que ya no podré estrechar.
Mírame, pues no puedo dormir
y como un condenado me arrastro
muy de mañana hasta la puerta.

Él no está aquí; pero a lo lejos
comienza de nuevo el rumor de la vida
y como un espectro entre la lluvia
por las calles desiertas rompe el nuevo día.





La carga de la brigada ligera. 


La mitad de una comunidad,
La mitad de una comunidad hacia delante
Todos en el valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos:
Adelante la Brigada Ligera
Cargad contra los cañones', dijo
Al interior del valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos.

`¡Adelante la Brigada Ligera!'
¿Había algún hombre afligido?
No, aunque el soldado sabía
Que alguien había cometido un error:
Ellos no replicarían,
Ellos no preguntarían el por qué,
Ellos harían y morirían,
Al interior del valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos.

Cañón a su derecha,
Cañón a su izquierda,
Cañón delante de ellos
Recibieron descargas de disparos y bramidos
Les atronaron con disparos y obuses,
Cabalgaron con bravura,
Hacia las fauces de la Muerte,
Hacia la boca del Infierno
Cabalgaron los seiscientos.

Centelleaban todos sus sables desenvainados,
Centelleaban mientras los giraban en el aire,
Atacando a los artilleros allá,
Cargando contra un ejército mientras
Todo el mundo se maravillaba:
Zambulléndose por entre el humo de las baterías
Por entre la línea que destrozaron;
Cosacos y Rusos
Tambaleándose por los golpes de sable,
Destrozados y divididos.
Entonces cabalgaron de vuelta, pero no,
No los seiscientos.

Cañón a su derecha,
Cañón a su izquierda,
Cañón detrás de ellos,
Recibieron descargas de disparos y bramidos;
Les atronaron con disparos y obuses,
Mientras caballo y héroe caían,
Aquéllos que tan bien habían luchado
Sobrevivieron a las mandíbulas de la Muerte
De regreso de la boca del Infierno,
Todo lo que quedó de ellos,
Lo que quedó de seiscientos.

¿Cuándo puede desvanecerse su gloria?
¡Oh, hicieron la carga salvaje!
Todo el mundo se maravilló.
¡Honor a la carga que hicieron!
Honor a la Brigada Ligera,
¡Nobles seiscientos!





La dama de Shalott. 


A ambos lados del río se despliegan
anchos campos de cebada y centeno,
que decoran la tierra y se reúnen con el cielo;
y a través del campo se extiende el camino
que va hacia las torres de Camelot;
y la gente va y viene,
contemplando el lugar donde se balancean los lirios
alrededor de la isla de allí abajo,
la isla de Shallot.
Los sauces palidecen, tiemblan los álamos,
las leves brisas se ensombrecen y tiemblan
en las olas que discurren sin cesar
por el río que rodea la isla
fluyendo hacia Camelot.
Cuatro muros grises y cuatro torres grises,
dominan un lugar rebosante de flores,
y la silenciosa isla aprisiona
a la Dama de Shallot.
Por la orilla, cubiertas por los sauces,
se deslizan las pesadas barcazas
tiradas por lentos caballos; e ignorada
navega la chalupa con revoltosa vela de seda
rasurando las aguas hacia Camelot:
pero, ¿Quién la ha visto agitando su mano?
¿O asomada en el marco de la ventana?
¿Acaso es conocida en todo el reino
la Dama de Shallot?
Sólo los segadores, segando temprano
entre la espesura de cebada,
escuchan un canto que resuena vivamente
desde el río transparente que serpea,
hacia las torres de Camelot:
Y a la luz de la luna, el cansado segador,
apilando los fajos en aireadas mesetas,
al escucharla, murmura: "Es el hada
Dama de Shallot".
Allí, noche y día,
teje un mágico lienzo de alegres colores.
Ha oído un susurro advirtiéndole
que una maldición caerá sobre ella
si mira hacia Camelot.
Desconoce el tipo de que maldición es,
y debido a ello teje sin parar,
sin preocuparse de nada más,
la Dama de Shallot.
Y moviéndose a través de un cristalino espejo
colgado todo el año ante ella,
aparecen las tinieblas del mundo.
Ve la cercana calzada
discurriendo hacia Camelot:
ve los arremolinados torbellinos del río,
los rudos patanes pueblerinos,
y las capas rojas de las muchachas,
provinientes de Shallot.
A veces, un grupo de alegres damiselas,
un abad deambulando,
a veces, un pastorcillo con bucles en el pelo,
o un paje con melena y vestido carmesí,
van hacia las torres de Camelot;
Y a veces, a través del azul espejo
los caballeros vienen cabalgando en pares:
No tiene un caballero leal y franco,
la Dama de Shallot.
Pero aún gozando en tejer en su lienzo
las visiones del mágico espejo,
-cuando a menudo en las noches silenciosas
un funeral, con velas, penachos y música,
se dirigía hacia Camelot;
o cuando la luna estaba en lo alto,
y llegaban dos amantes recién casados-
"Cansada estoy de las sombras",
dijo la Dama de Shallot.
A tiro de arco de su alero,
cabalgaba entre los fajos de cebada,
el sol resplandecía por entre las hojas,
y llameó en las grebas de bronce
del intrépido Lanzarote.
Un cruzado de rodillas para siempre
ante una dama en su escudo,
que resplandecía entre los dorados campos,
cercanos a la remota Shallot.
Las engarzadas bridas brillaban libres,
como las ramificaciones estelares
que vemos suspendidas en la áurea Galaxia.
Alegres resonaban los cascabeles
mientras él cabalgaba hacia Camelot:
y de su ostentoso tahalí colgaba
un poderoso clarín de plata,
y al galope su armadura repicaba,
cerca de la remota Shallot.
Bajo el azul del despejado día
brillaba la lujosa montura de cuero,
el yelmo junto con su pluma
ardían juntos en una única llama,
mientras él cabalgaba hacia Camelot.
Como suele suceder en la purpúrea noche,
bajo radiantes constelaciones, algunos meteoros,
trayendo una estela de luz
gravitan sobre la apacible Shallot.
Su frente clara y amplia resplandecía al sol;
con cascos bruñidos pisaba su caballo;
bajo el yelmo flotaban sus rizos negros
como el carbón mientras cabalgaba,
mientras cabalgaba hacia Camelot.
Desde la orilla y el río
Brilló en el cristalino espejo,
"Tirra lirra", por el río
cantaba Sir Lancelot.
Ella dejó el lienzo, dejó el telar,
dio tres pasos por la habitación,
vio florecer el lirio en el agua,
vio la pluma y el yelmo,
y miró hacia Camelot.
La tela salió volando y ondeó en el vacío;
El espejo se quebró de lado a lado;
"la maldición cae sobre mí",
gritó la Dama de Shallot.
Tensos, bajo el tormentoso viento del este,
los dorados bosques empalidecían,
la corriente gemía en la ribera,
el cielo encapotado llovía fuertemente
sobre las torres de Camelot;
Ella descendió y halló una barca flotando
junto al tronco de un sauce,
y alrededor de la proa escribió
"La Dama de Shallot".
Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio
-con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día la amarra soltó,
dejándose llevar; la corriente lejos
arrastró a la Dama de Shallot.Yaciendo, vestida
con níveas telas ondeando sueltas a los lados
-cayendo sobre ella las ligeras hojas-
a través de los susurros nocturnos
navegó río abajo hacia Camelot:
Y yendo su proa a la deriva
entre campos y colinas de sauces,
oyeron cantar su última canción,
a la Dama de Shallot.
Escucharon una tuna,
lastimera, implorante,
tanto en voz alta voz como en voz baja,
hasta que su sangre se fue helando lentamente,
y sus ojos se oscurecieron por completo,
vueltos hacia las torres de Camelot;
Y es que antes de que fuera llevada por la corriente
hacia la primera casa junto a la orilla,
murió cantando su canción,
la Dama de Shallot.
Bajo torres y balcones,
por muros de jardín y tribunas,
con brillante esbeltez pasó flotando,
entre las casas, pálida como la muerte
y silenciosa por Camelot.
A los muelles acudieron,
caballeros y burgueses, damas y lores,
y en torno a la proa su nombre leyeron,
La Dama de Shallot.
¿Quién es? ¿Y qué hace aquí?
Y junto al iluminado palacio,
cesaron los sones de vitoreo real;
y temerosos se persignaron
todos los caballeros de Camelot:
Pero Lancelot se quedó pensativo;
dijo, "Tiene un rostro hermoso;
Dios, en su bondad, la llenó de gracia,
a la Dama de Shallot".





Ulises. 


De nada sirve que viva como un rey inútil
junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,
el consorte de una anciana, inventando y decidiendo
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta, y no sabe quién soy.
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado
mucho, he sufrido mucho, con quienes
me amaban o en soledad; en la costa y cuando
con veloces corrientes las constelaciones de la lluvia
irritaban el mar oscuro. He llegado a ser famoso;
pues siempre en camino, impulsado por un corazón hambriento,
he visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres
y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos,
no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en todas;
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,
allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya.
Formo parte de todo lo que he visto;
y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual
se vislumbra un mundo ignoto, cuyo horizonte huye
una y otra vez cuando avanzo.
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra
sería del todo insuficiente, y de la única que tengo
me queda poco; pero cada hora me rescata
del silencio eterno, añade algo,
trae algo nuevo; y sería despreciable
guardarme y cuidarme el tiempo de tres soles,
y refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,
más allá del límite más extremo del pensamiento humano.

Éste es mi hijo, mi propio Telémaco,
a quien dejo el cetro y esta isla.
Lo quiero mucho; tiene el criterio para triunfar
en esta labor, para civilizar con prudente paciencia
a un pueblo rudo, y para llevarlos lentamente
a que se sometan a lo que es útil y bueno.
Es del todo impecable, dedicado completamente
a los intereses comunes, y se puede confiar
en que sea compasivo y cumpla los ritos
con que se adora a los dioses tutelares
cuando me haya ido. Él hace lo suyo, yo, lo mío.

Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;
allí llama el amplio y oscuro mar. Vosotros, mis marineros,
almas que habéis trabajado y sufrido y pensado junto a mí,
y que siempre tuvisteis una alegre bienvenida
tanto para los truenos como para el día despejado, recibiéndolos
con corazones libres e inteligencias libres, vosotros y yo hemos envejecido.
La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,
alguna labor excelente y notable, todavía puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.
Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos
lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes survos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.
A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar
de que no tenemos ahora el vigor que antaño
movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.


Poemas. Juan de Dios Peza (1852-1910)

Reír llorando. 


Viendo a Garrik -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
"Eres el más gracioso de la tierra,
y más feliz..."  y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!
-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.
-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!
-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.
-¿Vais a los cementerios? -Mucho... mucho.

-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo
vuestro mal, y no debe acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo
"Sólo viendo a Garrik podréis curaros".
-¿A Garrik? -Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡Tiene una gracia artística asombrosa!
-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo juro;
Él sí; nada más él; más... ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo-, no me curo:
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.





Post-umbra.


Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.

La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡No!, ¡no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas, caballero.

¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
el tiempo los descubre y los publica.

Aquellos que juzgáronme felice,
en amores que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:

“Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares”;
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser, o muy vulgares.

Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas
con lágrimas mi carta escribiría.

Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar otra tinta más oscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.

Aunque no soy para soñar esquiva,
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir y aún estoy viva;
tengo ansias de vivir y ya estoy muerta.

Me acosan de dolor fieros vestigios,
¡qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y apenas cumplo veinte primaveras.

En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil, tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuanto más lloro.

¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: “Te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida”.

¿Qué te respondí yo? Bajé la frente,
triste y convulsa te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente
es natural que muere muy temprano.

Tus versos para mi conmovedores,
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden menos las espinas.

Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa,
que vive solamente una alborada.

¡Cuántos de los crepúsculos que admiras
pasamos entre dulces vaguedades;
las verdades juzgándolas mentiras,
las mentiras creyéndolas verdades!

Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar mis ojos y mi boca,
tu misma sombra me causaba celo.

Al verme embelesada, al escucharte,
clamaste, aprovechando mi embeleso:
“déjame arrodillar para adorarte";
y al verte de rodillas te di un beso.

Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa y timorata:
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre
porque toda pasión es insensata.

Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.

Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.

Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.

¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
El grande amor con el desdén se paga:
toda llama que avivan los deseos
pronto encuentra la nieve que la apaga.

Te quisiera culpar y no me atrevo,
es, después de gozar, justo el hastío:
yo que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.

Me engañaste y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.

Pronto voy a morir; esa es mi suerte;
¿quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino oscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar ese camino?

En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso;
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con un beso.

Mostrar a Dios podremos nuestra historia
en aquella región quizá sombría.
¿Mañana he de vivir en tu memoria...?
Adiós... adiós... hasta el terrible día.

Leí las líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando...
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.





Nieve de estío. 


Como la historia del amor me aparta
de las sombras que empañan mi fortuna,
yo de esa historia recogí esta carta
que he leído a los rayos de la luna.

Yo soy una mujer muy caprichosa
y que me juzgue a tu conciencia dejo,
para poder saber si estoy hermosa
recurro a la franqueza de mi espejo.

Hoy, después que te vi por la mañana,
al consultar mi espejo alegremente,
como un hilo de plata vi una cana
perdida entre los rizos de mi frente.

Abrí para arrancarla mis cabellos
sintiendo en mi alma dolorosas luchas,
y cuál fue mi sorpresa, al ver en ellos
esa cana crecer con otras muchas.

¿Por qué se pone mi cabello cano?
¿Por qué está mi cabeza envejecida?
¿Por qué cubro mis flores tan temprano
con las primeras nieves de la vida?

No lo sé. Yo soy tuya, yo te adoro,
con fe sagrada, con el alma entera;
pero sin esperanza sufro y lloro;
¿tiene también el llanto primavera?

Cada noche soñando un nuevo encanto
vuelvo a la realidad desesperada;
soy joven, en verdad, mas sufro tanto
que siento ya mi juventud cansada.

Cuando pienso en lo mucho que te quiero
y llego a imaginar que no me quieres,
tiemblo de celos y de orgullo muero;
(Perdóname, así somos las mujeres).

He cortado con mano cuidadosa
esos cabellos blancos que te envío;
son las primeras nieves de una rosa
que imaginabas llena de rocío.

Tú me has dicho: "De todos tus hechizos,
lo que más me cautiva y enajena,
es la negra cascada de tus rizos
cayendo en torno a tu faz morena".

Y yo, que aprendo todo lo que dices,
puesto que me haces tan feliz con ello,
he pasado mis horas más felices
mirando cuán rizado es mi cabello.

Mas hoy, no elevo dolorosa queja,
porque de ti no temo desengaños;
mis canas te dirán que ya está vieja
una mujer que cuenta veintiún años.

¿Serán para tu amor mis canas nieve?
Ni a suponerlo en mis delirios llego.
¿Quién a negarme sin piedad se atreve
que es una nieve que brotó del fuego?

¿Lo niegan los principios de la ciencia
y una antítesis loca se parece?
pues es una verdad de la experiencia:
cabeza que se quema se emblanquece.

Amar con fuego y existir sin calma;
soñar sin esperanza de ventura,
dar todo el corazón, dar toda el alma
en un amor que es germen de amargura.

Buscar la dicha llena de tristeza
sin dejar que sea tuyo el hado impío,
llena de blancas hebras mi cabeza
y trae una vejez: la del hastío.

Enemiga de necias presunciones
cada cana que brota me la arranco,
y aunque empañe tus gratas ilusiones
te mando, ya lo ves, un rizo blanco.

¿Lo guardarás? Es prenda de alta estima
y es volcán este amor a que me entrego;
tiene el volcán sus nieves en la cima,
pero circula en sus entrañas fuego.





Las bodas. 


¡Dos sillones sirviéndoles de altares!
Los dos niños cogidos de la mano,
de blanco y coronada de azahares
se va a casar Margot con Juan su hermano.

Por infantil y extraña anomalía
que no sé si a los teólogos asombre,
en cura de almas se cambió María
y oficia el acto convertida en hombre.

Es graciosa la novia; su vestido,
entiéndase mejor, el nupcial traje,
es un chal de burato desteñido
cuyos rasgones suplen al encaje.

Las flores que le adornan en la frente,
más que corona semejando venda,
han crecido en los bordes de la fuente
que tiene el jardincillo de la hacienda.

El traje del galán no tiene pero,
es un frac de papel, por mí cortado;
usa en la ceremonia mi sombrero,
bastón de borla y pañolón bordado.

Ni curiosos ni amigos imprudentes
asisten á la boda de que os hablo,
no hay suegros, ni padrinos, ni parientes,
ni la epístola citan de san Pablo.

Con suma sencillez el cura dice:
«Tú serás el marido y tú la esposa.»
Los junta, los contempla, los bendice,
y concluye la fiesta religiosa.

Después, cediendo al poderoso lazo,
con el grave ademán de los señores,
la dama y el galán que le da el brazo
se alejan por los anchos corredores.

-Oigan, les grita el cura femenino,
que no vuelva a mirarlos enfadados
y ellos dicen siguiendo su camino,
¿Enfadarnos? jamás; ¡somos casados!

Espectador que al verlos se enajena
era yo aquella vez, y me entrometo
y pregunto á los héroes de esta escena
sin miedo a que me falten al respeto.

-Ya vi lo que habéis hecho, y necesito
que aquí sin engañarme ni engañarse,
me digan, tú, Margot, o tú, Juanito,
lo que habéis entendido por casarse.

Y en seguida el varón contesta ufano
sin temor á un regaño ni una riña:
-Casarse, ¿no lo ves? es dar la mano
cada vez que se quiere a alguna niña.

Nunca enfadarse ni reñir por nada,
sentarse juntos y jugar contentos,
ir á correr los dos por la calzada
y contarse en la noche muchos cuentos.

-¿Y es la primera vez que te has casado?
y me responde Juan con ironía:
-No, papá; van tres veces, y he pensado
en casarme esta tarde con María!

Al oír esta frase sentenciosa
de la boca infantil de aquel marido,
quedéme enfrente de la humana prosa
en hondas reflexiones sumergido.

El pecado, pensé, vive en lo impuro
de una alma enferma, desgarrada ó seca.
¿Por qué peca el polígamo maduro?
¿Por qué el niño polígamo no peca?





Juegos del alma.


Mientras yo a carcajadas me reía,
en otra habitación Margot lloraba;
¡Qué contraste formó con mi alegría
la pena que su llanto revelaba!

Corro al instante a verla y la pregunto:
¿Por qué con tal dolor estás llorando?
Di... ¿por qué gritas? y responde al punto
es porque estoy a lágrimas jugando.

¿Cómo? ¡Jugar a lágrimas! ¡Ignoras
lo que dices Margot! ¡Vives de prisa!
Mientras tú alegre juegas a que lloras
yo estoy con mi dolor jugando a risa.





Fusiles y muñecas. 


Juan y Margot, dos ángeles hermanos
que embellecen mi hogar con sus cariños,
se entretienen en juegos tan humanos
que parecen personas desde niños.

Mientras Juan, de tres años, es soldado
y monta en una caña endeble y hueca,
besa Margot con labios de granado,
los labios de cartón de su muñeca.

Lucen los dos sus inocentes galas
y alegres sueñan en tan dulces lazos;
él, que cruza sereno entre las balas;
ella, que arrulla a un niño entre sus brazos.

Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,
el kepis de papel sobre la frente,
alienta el niño en su inocencia grata
el orgullo viril de ser valiente.

Quizá piensa, en sus juegos infantiles,
que en este mundo que su afán recrea,
son como el suyo todos los fusiles
con que la torpe humanidad pelea.

Que pesan poco, que sin odios lucen,
que es igual el más débil al más fuerte,
y que, si se disparan, no producen
humo, fragor, consternación y muerte.

¡Oh, misteriosa condición humana!
Siempre lo opuesto buscas en la tierra;
ya delira Margot por ser anciana,
y Juan, que vive en paz, ama la guerra.

Mirándoles jugar, me aflijo y callo;
¿cual será en el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
la niña con velar junto a la cuna.

El uno corre de entusiasmo ciego,
la niña arrulla a su muñeca inerme,
y mientras grita el uno: Fuego, Fuego,
la otra murmura triste: Duerme, Duerme.

A mi lado ante juegos tan extraños,
Concha, la primogénita, me mira:
¡es toda una persona de seis años
que charla, que comenta y que suspira!

¿Por qué inclina su lánguida cabeza
mientras deshoja inquieta algunas flores?
¿Será la que ha heredado mi tristeza?
¿será la que comprende mis dolores?

Cuando me rindo del dolor al peso,
cuando la negra duda me avasalla,
se me cuelga del cuello, me da un beso,
se le saltan las lágrimas, y calla.

Sueltas sus trenzas claras y sedosas,
y oprimiendo mi mano entre sus manos
parece que medita muchas cosas
al mirar como juegan sus hermanos.

Margot que canta en madre transformada,
y arrulla a un niño que jamás se queja,
ni tiene que llorar desengañada,
ni el hijo crece, ni se vuelve vieja.

Y este guerrero audaz de tres abriles
que ya se finge apuesto caballero,
no logra en sus campañas infantiles
manchar con sangre y lágrimas su acero.

¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!
Amo tus goces, busco tus cariños;
como han de ser los juegos de los hombres,
más dulces que los juegos de los niños.

¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna
turbar jamás vuestra inocente calma,
no dejéis esa espada y esa cuna;
cuando son de verdad, matan el alma.





"Éste era mi rey..." 


Ven mi Juan, y toma asiento
en la mejor de tus sillas;
siéntate aquí, en mis rodillas,
y presta atención a un cuento.

Así estás bien, eso es,
muy cómodo, muy ufano,
pero ten quieta esa mano,
vamos, sosiega esos pies.

Éste era un rey... me maltrata
el bigote ese cariño.
Éste era un rey... vamos niño.
que me rompes la corbata.

Si vieras con qué placer
ese rey... ¡Jesús! ¡qué has hecho!
¿Lo ves? en medio del pecho
me has clavado un alfiler!

¿Y mi dolor te da risa?
Escucha y tenme respeto:
Éste era un rey... deja quieto
el cuello de mi camisa.

Oír atento es la ley
Que a cumplir aquí te obligo.
Deja mi reloj... prosigo.
Atención: Éste era un rey...

Me da tormentos crueles
tu movilidad chicuelo,
¿ves? has regado en el suelo
mi dinero y mis papeles.

Responde: ¿me has de escuchar?
Éste era un rey... ¡qué locura!
Me tiene en grande tortura
que te muevas sin parar.

Mas ¿ya estás quieto? Sí, sí,
al fin cesa mi tormento...
Éste era un rey, oye el cuento
inventado para ti...

Y agrega el niño, que es ducho
en tramar cuentos a fe :
«Éste era un rey»... ya lo sé
porque lo repites mucho.

-Y me gusta el cuentecito
-y mira, ya lo aprendí:
«Éste era un rey», ¿no es así?
-Qué bonito! ¡Qué bonito!

Y de besos me da un ciento.
y pienso al ver sus cariños:
Los cuentos para los niños
no requieren argumento.

Basta con entretener
su espíritu de tal modo
que nos puedan hacer todo
lo que nos quieran hacer.

Con lenguaje grato ó rudo
un niño, sin hacer caso,
va dejando paso á paso
a su narrador desnudo.

Infeliz del que se escama
con esas dulces locuras;
¡Si estriba en sus travesuras
el argumento del drama!

¡Oh Juan! me alegra y me agrada
tu movilidad tan terca;
te cuento por verte cerca
y no por contarte nada.

Y bendigo mi fortuna,
y oye el cuento y lo sabrás:
«Era un rey a quien jamás
le sucedió cosa alguna».





El cuento de Margot. 


Vamos Margot, repíteme esa historia
Que estabas refiriéndole á María,
Ya vi que te la sabes de memoria
y debes de enseñármela, hija mía.

-La sé porque yo misma la compuse.
-¿Y así no me la dices ? Anda, ingrata.
-¡Tengo compuestas diez! -¡Cómo! repuse,
¿Te has vuelto á los seis años literata?

-¡No, literata no! pero hago cuentos...
-No temas que tal gusto te reproche.
-Al ver á mis hermanos tan contentos
yo les compongo un cuento en cada noche.

-¿Y cómo dice el que contando estabas?
-Es muy triste, papá, ¿que no lo oíste?
-Sólo oí que lloraban y llorabas.
-¡Ah! si, todos lloramos; ¡es muy triste!

Imagínate un niño abandonado
de grandes ojos de viveza llenos,
rubio, risueño, gordo y colorado:
Como mi hermano Juan, ni más ni menos

Figúrate una noche larga y fría,
de muda soledad, sin luz alguna,
y ese niño muriendo, en agonía,
encima de la acera, no en la cuna.

-¿En las heladas losas ?
                               -Si, en la acera,
Es decir, en la calle...
                                -¡Qué amargura!
-Hubo alguien que pasando lo creyera
un olvidado cesto de basura.

Yo pasaba, lo vi, bajé mis brazos
Queriendo darle maternal abrigo
y envuelto en un pañal hecho pedazos
lo alcé á mi pecho y lo llevé conmigo.

Lloraba tanto y tanto el angelito
que ya estaban sus párpados muy rojos..
Y a cada nueva queja, a cada grito
el alma me sacaba por los ojos.

Me lo llevé á mi cama: entre plumones
Lo hice dormir caliente y sosegado...
¡Cómo hubo en este mundo corazones
capaces de dejarlo abandonado!

¡Ay! yo sé por mi libro de lectura
que estudio en mis mayores regocijos,
que ni los tigres en la selva oscura
dejan abandonados a sus hijos.

¡Pobrecito! Yo sé su mal profundo,
Le curo como madre toda pena:
Parece que este niño en este mundo
no es hijo de mujer sino de hiena.

De mi colchón en el caliente hueco
duerme para que en lágrimas no estalle;
y llorando Margot, mostró el muñeco
que en cierta noche se encontró en la calle.





El callejón del beso. 


Una noche invernal, de las más bellas
con que engalana enero sus rigores
y en que asoman la luna y las estrellas
calmando penas e inspirando amores;
noche en que están galanes y doncellas
olvidados de amargos sinsabores,
al casto fuego de pasión secreta
parodiando a Romeo y a Julieta.

En una de esas noches sosegadas,
en que ni el viento a susurrar se atreve,
ni al cruzar por las tristes enramadas
las mustias hojas de los fresnos mueve
en que se ven las cimas argentadas
que natura vistió de eterna nieve,
y en la distancia se dibujan vagos
copiando el cielo azul los quietos lagos;

llegó al pie de una angosta celosía,
embozado y discreto un caballero,
cuya mirada hipócrita escondía
con la anchurosa falda del sombrero.
Señal de previsión o de hidalguía
dejaba ver la punta de su acero
y en pie quedó junto a vetusta puerta,
como quien va a una cita y está alerta.

En gran silencio la ciudad dormida,
tan sólo turba su quietud serena,
del Santo Oficio como voz temida
débil campana que distante suena,
o de amor juvenil nota perdida
alguna apasionada cantilena
o el rumor que entre pálidos reflejos
suelen alzar las rondas a lo lejos.

De pronto, aquel galán desconocido
levanta el rostro en actitud violenta
y cual del alto cielo desprendido
un ángel a su vista se presenta
-¡Oh Manrique! ¿Eres tú? ¡Tarde has venido!
-¿Tarde dices, Leonor? Las horas cuenta.
Y el tiempo que contesta a tal reproche
daba el reloj las doce de la noche.

Y dijo la doncella: - "Debo hablarte
con todo el corazón; yo necesito
la causa de mis celos explicarte.
Mi amor, lo sabes bien, es infinito,
tal vez ni muerta dejaré de amarte
pero este amor lo juzgan un delito
porque no lo unirán sagrados lazos,
puesto que vives en ajenos brazos.

"Mi padre, ayer, mirándome enfadada
me preguntó, con duda, si era cierto
que me llegaste a hablar enamorado,
y al ver mi confusión, él tan experto,
sin preguntarme más, agregó airado:
prefiero verlo por mi mano muerto
a dejar que con torpe alevosía
mancille el limpio honor de la hija mía.

"Y alguien que estaba allí dijo imprudente:
¡Ah! yo a Manrique conocí en Sevilla,
es guapo, decidor, inteligente,
donde quiera que está resalta y brilla,
mas conozco también a una inocente
mujer de alta familia de Castilla,
en cuyo hogar, cual áspid, se introdujo
y la mintió pasión y la sedujo.

Entonces yo celosa y consternada
le pregunté con rabia y amargura,
sintiendo en mi cerebro desbordada
la fiebre del dolor y la locura:
-¿Esa inocente víctima inmolada
hoy llora en el olvido su ternura?
Y el delator me respondió con saña:
-¡No! La trajo Manrique a Nueva España.

"Si es la mujer por condición curiosa
y en inquirir concentra sus anhelos,
es más cuando ofendida y rencorosa
siente en su pecho el dardo de los celos
y yo, sin contenerme, loca, ansiosa,
sin demandar alivios ni consuelos,
le pregunté por víctima tan bella
y en calma respondió: -Vive con ella.

"Después de tal respuesta que ha dejado
dudando entre lo efímero y lo cierto
a un corazón que siempre te ha adorado
y sólo para ti late despierto,
tal como deja un filtro envenenado
al que lo apura, sin color y yerto:
no te sorprenda que a tu cita acuda
para que tú me aclares esta duda".

Pasó un gran rato de silencio y luego
Manrique dijo con la voz serena
-"Desde que yo te vi te adoro ciego
por ti tengo de amor el alma llena;
no sé si esta pasión ni si este fuego
me ennoblece, me salva o me condena,
pero escucha, Leonor idolatrada,
a nadie temo ni me importa nada.

"Muy joven era yo y en cierto día
libre de desengaños y dolores,
llegué de capitán a Andalucía,
la tierra de la gracia y los amores.
Ni la maldad ni el mundo conocía,
vagaba como tantos soñadores
que en pos de algún amor dulce y profundo
ven como eterno carnaval el mundo.

"Encontré a una mujer joven y pura,
y no sé qué la dije de improviso,
la aseguré quererla con ternura
y no puedo negártelo: me quiso.
Bien pronto, tomó creces la aventura;
soñé tener con ella un paraíso
porque ya en mis abuelos era fama:
antes Dios, luego el Rey, después mi dama.

"Y la llevé conmigo; fue su anhelo
seguirme y fue mi voluntad entera;
surgió un rival y le maté en un duelo,
y después de tal lance, aunque quisiera
pintar no puedo el ansia y el desvelo
que de aquella Sevilla, dentro y fuera,
me dio el amor como tenaz castigo
del rapto que me pesa y que maldigo.

"A noticias llegó del Soberano
esta amorosa y juvenil hazaña
y por salvarme me tendió su mano,
y para hacerme diestro en la campaña
me mandó con un jefe veterano
a esta bella región de Nueva España...
¿Abandonaba a la mujer aquella?
soy hidalgo, Leonor, ¡vine con ella!

"Te conocí y te amé, nada te importe
la causa del amor que me devora;
la brújula, mi bien, siempre va al norte;
la alondra siempre cantará a la aurora.
¿No me amas ya? pues deja que soporte
a solas mi dolor hora tras hora;
no demando tu amor como un tesoro,
¡bástame con saber que yo te adoro!

"No adoro a esa mujer; jamás acudo
a mentirle pasión, pero tú piensa
que soy su amparo, su constante escudo,
de tanto sacrificio en recompensa.
Tú, azucena gentil, yo cardo rudo,
si ofrecerte mi mano es una ofensa
nada exijo de ti, nada reclamo,
me puedes despreciar, pero te amo".

Después de tal relato, que en franqueza
ninguno le excedió, calló el amante,
inclinó tristemente la cabeza;
cerró los ojos mudo y anhelante
ira, celos, dolor, miedo y tristeza
hiriendo a la doncella en tal instante
parecían decirle con voz ruda:
la verdad es más negra que la duda.

Quiere alejarse y su medrosa planta
de aquel sitio querido no se mueve,
quiere encontrar disculpa, mas le espanta
de su adorado la conducta aleve;
quiere hablar y se anuda su garganta,
y helada en interior como la nieve
mira con rabia a quien rendida adora
y calla, gime, se estremece y llora.

¡Es el humano corazón un cielo!
Cuando el sol de la dicha lo ilumina
parece azul y vaporoso velo
que en todo cuanto flota nos fascina:
si lo ennegrece con su sombra el duelo,
noche eterna el que sufre lo imagina,
y si en nubes lo envuelve el desencanto
ruge la tempestad y llueve el llanto.

¡Ah! cuán triste es mirar marchita y rota
la flor de la esperanza y la ventura,
cuando sobre sus restos solo flota
el negro manto de la noche obscura;
cuando vierte en el alma gota a gota
su ponzoñosa esencia la amargura
y que ya para siempre en nuestra vida
la primera ilusión está perdida.

Leonor oyendo la vulgar historia
del hombre que encontrara en su camino,
miró eclipsarse la brillante gloria
de su primer amor, casto y divino;
su más dulce esperanza fue ilusoria,
culpaba, no a Manrique, a su destino
y al fin le dijo a su galán callado:
-"Bien; después de lo dicho, ¿qué has pensado?

"Tanta pasión por ti mi pecho encierra
que el dolor que me causas lo bendigo;
voy a vivir sin alma y no me aterra,
pues mi culpa merece tal castigo.
Como a nadie amaré sobre la tierra
llorando y de rodillas te lo digo,
haz en mi nombre a esa mujer dichosa,
porque yo quiero ser de Dios esposa.

Calló la dama y el galán, temblando,
dijo con tenue y apagado acento:
-"Haré lo que me pidas; te estoy dando
pruebas de mi lealtad, y ya presiento
que lo mismo que yo te siga amando
me amarás tú también en el Convento;
y si es verdad, Leonor, que me has querido
dame una última prueba que te pido.

"No tu limpia pureza escandalices
con este testimonio de ternura
no hay errores, ni culpas, ni deslice
entre un hombre de honor y un alma pura;
si vamos a ser ambos infelices
y si eterna ha de ser nuestra amargura,
que mi postrer adiós que tu alma invoca
lo selles con un beso de mi boca".

Con rabia, ciega, airada y ofendida,
-"No me hables más, -repuso la doncella-
sólo pretendes verme envilecida
y mancillarme tanto como a aquélla.
Te adoro con el alma y con la vida
y maldigo este amor, pese a mi estrella,
si hidalgo no eres ya ni caballero
ni debo amarte, ni escucharte quiero".

Manrique, entonces la cabeza inclina,
siente que se estremece aquel recinto,
y sacando una daga florentina,
que llevaba escondida bajo el cinto
como un tributo a la beldad divina
que amó con un amor jamás extinto,
altivo, fiero y de dolor deshecho
diciendo : -"Adiós, Leonor", la hundió en su pecho.

La dama, al contemplar el cuerpo inerte
en el dintel de su mansión caído,
maldiciendo lo negro de la suerte,
pretende dar el beso apetecido.
Llora, solloza, grita ante la muerte
del hombre por su pecho tan querido,
y antes de que bajara hasta la puerta
la gente amedrentada se despierta.

Leonor, a todos sollozando invoca
y les pide la lleven al convento
junto a Manrique, en cuya helada boca
un beso puede renovar su aliento.
Todos claman oyéndola: "¡Está loca!"
y ella, fija en un solo pensamiento
convulsa, inquieta, lívida y turbada
cae, al ver a su padre, desmayada.

Y no cuentan las crónicas añejas
de aquesta triste y amorosa hazaña,
si halló asilo Leonor tras de las rejas
de algún convento de la Nueva España.
Tan fútil como todas las consejas,
si ésta que narro a mi le lector extraña,
sepa que a la mansión de tal suceso,
llama la gente: "El Callejón del Beso".





Carta. 


Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.

La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡ No, no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas caballero.

¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que, si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
El tiempo los descubre y los publica,

Aquellos que juzgáronme felices
en amores; que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:

“Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares,
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser o muy vulgares.

Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas,
con lágrimas mi carta escribiría.

Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar de otra tinta más obscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.

Aunque no soy para soñar esquiva
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir, y aún estoy viva;
Tengo ansias de vivir, y ya estoy muerta.

Me acosan del dolor fieros vestigios.
¡Qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y  apenas cumplo veinte primaveras.

En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuando más lloro.

¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: ¡ te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida!

¿Qué te respondí yo? Bajé la frente;
triste y convulsa, te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente,
es natural que muera muy temprano.

Tus versos para mí conmovedores
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden, menos las espinas.

Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa
que vive solamente una alborada.

¡Cuántos de los crepúsculos que admiras,
pasamos entre dulces vaguedades,
las verdades juzgándolas mentiras,
las mentiras creyéndolas verdades!

Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar tus ojos y tu boca
tu misma sombra me causaba celo.

Al verme embelesada al escucharte,
clamaste,-aprovechando mi embeleso-,
“Déjame arrodillar para adorarte”,
y al verte de rodillas te di un beso.

Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa o timorata:
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre,
porque toda pasión es insensata.

Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.

Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.

Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.

¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
El grande amor con el desdén se paga;
toda llama que avivan los deseos,
pronto encuentra la nieve que la apaga.

Te quisiera culpar y no me atrevo;
es, después de gozar, justo el hastío;
yo, que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.

Me engañaste, y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre, en cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.

Pronto voy a morir; esa es mi suerte.
¿Quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino obscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar, ese camino?

En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso:
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con tu beso.

¿Mañana he de vivir en tu memoria?
En aquella región quizá sombría
mostrar a Dios podremos nuestra historia.
Adiós... Adiós... hasta el terrible día.

Leí estas líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando...
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.





Adúltera. 


Tienes como Luzbel, formas tan bellas
e el hombre olvida al verte, enamorado,
que son tus ojos negros dos estrellas
veladas por la sombra del pecado.

Y no turbas, hipócrita el reposo
el Pobre hogar con que tu falta escudas,
porque a besar te atreves al esposo,
como besara a Jesucristo Judas.

¡Aún sus flores te da la primavera
y ya tienes el alma envilecida!...
Ya llegarás a ver, aunque no quieras,
el horizonte oscuro de tu vida.

Desdeñas los sagrados embelesos
del casto hogar de la mujer honrada;
y audaz ostentas el vender tus besos
las llamas del infierno en tu mirada.

Manchas el suelo que tu planta pisa
y manchas lo que tocas con la mano;
te dio Lucrecia Borgia su sonrisa
y Mesalina su perfil romano.

Brota el deleite de tus labios rojos;
se aparta la virtud de tu presencia;
porque más negras, más negra que tus ojos,
tienes, mujer, el alma y la conciencia.

Rosas de abril parecen tus mejillas;
mármol de Paros, tu ondulante seno;
más... ¡ay!, que tan excelsas maravillas
son del barro nomás del cieno.

Reina del mal: tú tienes por diadema
la infamia, que con nada se redime;
el pudor es un ascua que te quema,
el deber es un yugo que te oprime.

Tienen las gracias con que al mundo halagas
precio vil en mercancías repugnantes,
y te envaneces de cubrir tus llagas
con seda recamada de brillantes.

En este siglo en que el honor campea
no te ha de perdonar ni el vulgo necio;
hieren más que las piedras de Judea
los dardos de la burla y el desprecio.

Mañana, enferma, pobre, abandonada,
de la mundana compasión proscrita,
el honor, cuando mueras humillada,
sobre tu fosa escribirá... «¡Maldita!...»


viernes, 29 de agosto de 2025

Poemas III. Alejandra Pizarnik (1936-1972)

Tiempo. 


 A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.





Te hablo.


Estoy con pavura.
hame sobrevenido lo que más temía.
no estoy en dificultad:
estoy en no poder más.

No abandoné el vacío y el desierto.
vivo en peligro.

tu canto no me ayuda.
cada vez más tenazas,
más miedos,
más sombras negras.





Sueño.


Estallará la isla del recuerdo.
La vida será sólo un acto de candor.
Prisión
para los días sin retorno.
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el viento del misterio.
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos del alma.





Sous la nuit.


Los ausentes soplan grismente y la noche es densa.
La noche tiene el color de los párpados del muerto.

Huyo toda la noche, encauzo la persecución y la fuga, canto un
canto para mis males, pájaros negros sobre mortajas negras.

Grito mentalmente, me confino, me alejo de la mano crispada,
no quiero saber otra cosa que este clamor, este resolar en la noche,
esta errancia, este no hallarse.

Toda la noche hago la noche.

Toda la noche me abandonas lentamente como el agua cae
lentamente. Toda la noche escribo para buscar a quien me busca.

Palabra por palabra yo escribo la noche.





Sombras de los días a venir.


  a Ivonne A. Bordelois 

Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración de un animal que sueña.





Solamente en las noches. 


escribiendo
he pedido, he perdido.

en esta noche en este mundo
abrazada a vos,
alegría del naufragio.

he querido sacrificar mis días y mis semanas
en las ceremonias del poema.

he implorado tanto
desde el fondo de los fondos
de mi escritura.

Coger y morir no tienen adjetivos.





Solamente. 


ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida





Signos. 


Todo hace el amor con el silencio.
Me habían prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio.
De pronto el templo es un circo y la luz un tambor.





Salvación.


Se fuga la isla.
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es el fuego sometido.
Ahora
es la carne
..la hoja
..la piedra
perdidas en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.





Revelaciones.


En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
el deseo de morir es rey.

Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.





Reconocimiento.


Tú haces el silencio de las lilas que aletean
en mi tragedia del viento en el corazón.
Tú hiciste de mi vida un cuento para niños
en donde naufragios y muertes
son pretextos de ceremonias adorables.





Quien alumbra. 


Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.





Poema 35.


Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida,
déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de
piedras verdes en la casa de la noche, déjate
caer y doler, mi vida.





Poema 3. 


Sólo la sed
el silencio
ningún encuentro

cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra.





Pido el silencio.


Canta, lastimada mía 
                                Cervantes

aunque es tarde, es noche,
y tú no puedes.

Canta como si no pasara nada.

Nada pasa





Peregrinaje.


   A Elizabeth Azcona Cranwell

Llamé, llamé como la náufraga dichosa
a las olas verdugas
que conocen el verdadero nombre
de la muerte.

He llamado al viento,
le confié mi deseo de ser.

Pero un pájaro muerto
vuela hacia la desesperanza
en medio de la música
cuando brujas y flores
cortan la mano de la bruma.
Un pájaro muerto llamado azul.

No es la soledad con alas,
es el silencio de la prisionera,
es la mudez de pájaros y viento,
es el mundo enojado con mi risa
o los guardianes del infierno
rompiendo mis cartas.

He llamado, he llamado.
He llamado hacia nunca.






Noche. 


Tal vez esta noche no es noche,
debe ser un sol horrendo, o
lo otro, o cualquier cosa.
¡Qué sé yo! Faltan palabras,
falta candor, falta poesía
cuando la sangre llora y llora!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Si sólo me fuera dado palpar
las sombras, oír pasos,
decir "buenas noches" a cualquiera
que pasease a su perro,
miraría la luna, dijera su
extraña lactescencia tropezaría
con piedras al azar, como se hace.

Pero hay algo que rompe la piel,
una ciega furia
que corre por mis venas.
¡Quiero salir! Cancerbero del alma.
¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche!

Aún quedan ensueños rezagados.
¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces
¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?
La muerte está lejana. No me mira.
¡Tanta vida, Señor!
¿Para qué tanta vida?





Naufragio inconcluso. 


Este temporal a destiempo, estas rejas en las niñas
de mis ojos, esta pequeña historia de amor que
se cierra como un abanico que abierto mostraba a la
bella alucinada: la más desnuda del bosque en el
silencio musical de los abrazos.





Mucho más allá. 


¿ Y si nos vamos anticipando
de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza?

¿Y qué?
¿Y qué me das a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia
en épocas remotas, cuando yo no era yo
sino una niña engañada por su sangre?

¿A qué , a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme
si mi realidad retrocede
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr,
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida .
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados , este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿ verdad que sí ?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?".

Y con las manos embarradas
golpeamos a las puertas del amor.
Y con la conciencia cubierta
de sucios y hermosos velos,
pedimos por Dios.
Y con las sienes restallantes
de imbécil soberbia
tomamos de la cintura a la vida
y pateamos de soslayo a la muerte.

Pues esto es lo que hacemos.
Nos anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza.





Moradas. 


   A Théodore Fraenkel

En la mano crispada de un muerto,
en la memoria de un loco,
en la tristeza de un niño,
en la mano que busca el vaso,
en el vaso inalcanzable,
en la sed de siempre.





Mendiga voz. 


Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.

En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.





L'obscurité des eaux. 


Escucho resonar el agua que cae en mi sueño.
Las palabras caen como el agua yo caigo. Dibujo
en mis ojos la forma de mis ojos, nado en mis
aguas, me digo mis silencios. Toda la noche
espero que mi lenguaje logre configurarme. Y
pienso en el viento que viene a mí, permanece
en mí. Toda la noche he caminado bajo la lluvia
desconocida. A mí me han dado un silencio
pleno de formas y visiones (dices). Y corres desolada
como el único pájaro en el viento.





La única herida. 


¿Qué bestia caída de pasmo
se arrastra por mi sangre
y quiere salvarse?

He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.





Noche. 


Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.

He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.

He de partir

Pero arremete ¡viajera!





La mesa verde. 


El sol como un gran animal demasiado amarillo. Es una suerte que nadie me
ayude. Nada más peligroso, cuando se necesita ayuda, que recibir ayuda.

Pero a mi noche no la mata ningún sol.

¿Tendré tiempo para hacerme una máscara cuando emerja de la sombra?

Me pruebo en el lenguaje en que compruebo el peso de mis muertos.

El mar esconde sus muertos. Porque lo de abajo tiene que quedar abajo.





Invocaciones. 


Insiste en tu abrazo,
redobla tu furia ,
crea un espacio de injurias
entre yo y el espejo,
crea un canto de leprosa
entre yo y la que me creo.





Fronteras inútiles. 


no digo un espacio
hablo de
qué

hablo de lo que no es
hablo de lo que conozco


no el tiempo
sólo todos los instantes
no el amor
no
no

un lugar de ausencia
un hilo de miserable unión.





Exilio. 


 A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.





En un ejemplar de "Les chants de Maldoror".


Debajo de mi vestido ardía un campo con flores alegres
como los niños de la medianoche.
El soplo de la luz en mis huesos cuando escribo la palabra
tierra. Palabra o presencia seguida por animales perfumados;
triste como sí misma, hermosa como el suicidio; y que me
sobrevuela como una dinastía de soles.





El sol, el poema. 


Barcos sobre el agua natal.
Agua negra, animal de olvido. Agua lila, única vigilia.
El misterio soleado de las voces en el parque. Oh tan antiguo.





El despertar.


 A León Ostrov

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo





Despedida. 


Mata su luz un fuego abandonado.
Sube su canto un pájaro enamorado.
Tantas criaturas ávidas en mi silencio
y esta pequeña lluvia que me acompaña.





Cuarto solo. 


Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.





Cold in hand blues. 


y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo.





Cenizas. 


La noche se astilló de estrellas
mirándome alucinada
el aire arroja odio
embellecido su rostro
con música.

Pronto nos iremos

Arcano sueño
antepasado de mi sonrisa
el mundo está demacrado
y hay candado pero no llaves
y hay pavor pero no lágrimas.

¿Qué haré conmigo?

Porque a Ti te debo lo que soy

Pero no tengo mañana

Porque a Ti te...

La noche sufre.





Caroline de Gundorode.


  en nastalgique je vagabandais
                                                               par l'infini.
                                                                                                                 C. de G.

a Enrique Molina

La mano de la enamorada del viento
acaricia la cara del ausente.
La alucinada con su «maleta de piel de pájaro»
huye de sí misma con un cuchillo en la memoria.
La que fue devorada por el espejo
entra en un cofre de cenizas
y apacigua a las bestias del olvido.





Árbol de Diana. 


1

He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

2

Estas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...

3

sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

4

                                               Ahora bien:
Quién dejará de hundir su mano en busca
del tributo para la pequeña olvidada. El frío
pagará. Pagará el viento. La lluvia pagará.
Pagará el trueno.

5

por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto de ver
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mudo

6

ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe

7

Salta con la camisa en llamas
de estrella a estrella,
de sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
la que ama al viento.

8

Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero. No es verdad
que vendrá. No es verdad que no vendrá.

9

                                              A Aurora y Julio Cortázar

Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
este lila caliente,
este corazón sólo misterioso.

10

un viento débil
lleno de rostros doblados
que recorto en forma de objetos que amar

11

ahora
           en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

12

no más las dulces metamorfosis de una niña; de seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla

su despertar de mano respirando
de flor que se abre al viento

13

explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

14

El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

15

Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.

16

has construido tu casa
has emplumado tus pájaros
has golpeado al viento
con tus propios huesos
has terminado sola
lo que nadie comenzó

17

Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días
sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me
lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su
espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nom-
bres creciendo solos en la noche pálida.)

20

                                                               a Laure Bataillon

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe

21

he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá

22

en la noche
un espejo para la pequeña muerta
un espejo de cenizas

23

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

32

Zona de plagas donde la dormida come lentamente
su corazón de medianoche.

33

alguna vez
                   alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
                   me iré como quien se va


34

la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente


35

a Ester Singer

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.


37

más allá de cualquier zona prohibida
hay un espejo para nuestra triste transparencia


38

Este canto arrepentido, vigía detrás de mis poemas
este canto me desmiente, me amordaza.





Amantes. 


una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío.


Poemas III. Francisco Pino (1910-2002)

No las oyes...

No las oyes
aunque corren...

(¿Llevan envueltos
sus pies en flores?)

No las oyes
aunque cantan...

(¿Llevas envuelta
su voz en alma?)

No las oyes
aunque gritan...

Callan sus lenguas.
¡Voz infinita!





Perdido.

No sé de dónde venía,
ni nada me sostenía.
En sólo huir me entendía.

¿De un orto que no era un orto,
yo
remoto?

¿De una tierra, mas sin tierra,
yo,
una estela?

¿Aguilucho, mas sin nido,
yo,
perdido?

No s é de dónde venía,
ni nada me sostenía.
En sólo huir me entendía.





Perfección.

Esa nube fue y se fue.
¡Qué limpio ha dejado el aire
la pureza de ese ser
que existió para negarse!




Ramo de lilas.

           Me han traído unas lilas...
...son blancas... y dan tan hondo olor...
...me llevan hasta mi mujer ya muerta...
                ...las plantamos los dos juntos al fondo
                                           ...del jardín.

...Sobre mi mesa están ¡Qué camafeo!
                                     {unidas
                 ...                 {cortadas en un búcaro
                                     {dolidas

...penden, como ella misma, hacia el dolor...
...en mi dolor y el dolor
                                    ...del jardín...

...ya sin ellas..., ¡Sí, como ella, sí, este ramo!...
                      ...el amor que la tengo a lilas huele tanto...
...a las lilas que blancas plantamos los dos juntos...
                          ...para el recuerdo de hoy, el pulso
                                    ...del jardín...





Sima de amor.

Resbalando por esta sima umbrosa,
yendo sin freno el pie tras la mirada,
la mano tanteando en piedra helada,
y presa la mirada en lumbre hermosa,

por esta sima voy. ¿Qué luz undosa
de antorchas te me muestra, mi ignorada?
¡Oh inofensiva unión y peligrosa
la de la llama a la pupila atada!

Todo al revés se ve, y a la deriva,
por esta oscuridad que luz trasciende
donde el misterio del amor estriba.

Y si la muerte siento que en mí prende,
también me gozo al verla ardiendo viva
si los caminos de tu alma enciende.





Símbolo.

Te adoro nube porque eres
símbolo mío en la tarde,
púrpura que acaba en nieve,
nieve que acaba en el aire...
¡nada entre tanto combate!
Sangre que afluye a las sienes,
sienes que en sueño se abaten...
-¿Quién te venció sin rehenes?





Suite de amor.

1. Amor naciendo

Arpa
deshojándose


2. Amor en concepción

Timbal
no hay clámides


3. Amor constante

Violín
¡qué estela!


4. Amor sin sol

Platillos
bodas blancos


5. Amor oscuro

Lira
clavicémbalos


6. Amor a tumba abierta

Su silencio
esa orquesta


7. Amor

Ese tobillo
el Himalaya

arrodillándose

con cítaras laúdes alabadle





Tiempo.

Cielo,
pino,
agua,
Dios.
Cuatro
para
sólo
dos:
la
tarde
y
yo.





Tiempo hacia el hombre.

1. Tiempo-caricia

El dolor
                de una piedra
aún más hondo que un sueño
                quejido de unos siglos
                             bien tocados
                bien dormidos
                  el siempre es su deseo
le tienes en la mano
                                 piensas
                                       crees

2. Tiempo-susurro

Hora
las seis                      alcoba de la tarde
           se desnuda una diosa
             ¿lo sabían las hojas?
                    puntillas de ese cielo
piernas abajo líricas
                                       el eco
de un azul que se quita
         los oídos gozaban
el reloj                         sedas íntimas
                                                 ruidos
          de algunos hilos                     encajes
                            las enaguas
                    sí esas hojas
sabían                    lo sabían

                                            Recuento

Ay susurros en flor fru-frus de olimpo
unas piernas lascivas feminizan el tiempo

3. Tiempo-intimidad

Suavísimas miríadas
             de palabras
                     moviéndose
sin deslizar ideas
                    te dijeron su nombre
¿repetirle?
                      imposible
supiste que latían
                      el corazón
                              la casa
los enseres
                        la muerte
                            lo supiste
¿su nombre?           ¿quién lo oyó?

4. Tiempo-cerco

El laberinto ¿qué?
            moríase en estela
mas ¿salidas?                            ninguna
                         vagar vagar el mundo
                         mirar mirar el orbe
                                 el tímpano
                                 el tic tac
insistía la huella
                  un nido
                           una amalgama
tierra tiema ese pulso que caía
                                                    frenético
                                                    frenética

                El hombre estaba hecho
                                      evasivo estridente
                                                    áncora de sí mismo
en él mismo enterrada pero huía
                     gimiendo





Transmutación.

Escarcha tuya
brasa
de pronto
siento
que me ha besado
tu muerte
soy
relámpago





Y la vida.

Y la vida, la vida es un instante
mas cual millones de mayos perdura,
cae pronto y se levanta
pronto. No es un olvido.

Quien ve amanecer ve lo bastante;
una luz, el rocío,
ese Dios que ahora calla
dentro. No es un olvido.

Un instante lo es todo si oscurece.
Quien ve oscurecer contempla como
la muerte de una rosa que no muere
nunca. No es un olvido,

es un rostro que ciego ve una flor.