In memoriam: XV - Comienza esta noche a soplar el viento.
Comienza esta noche a soplar el viento
y ruge en la lontananza del día que declina:
la última hoja se pierde en remolinos,
los grajos yerran en los cielos.
Los bosques arrasados, las aguas erizadas,
los rebaños reunidos sobre el prado;
y con intenso fulgor sobre torres y árboles
sale el sol iluminando el mundo.
Y si estos ensueños no probaran
que cruzas con suaves ademanes
la llanura de líquido cristal,
apenas podría soportar la agitación
que hace tan ruidosas las estériles ramas;
y no es así sólo por miedo;
la salvaje inquietud que vive en el dolor
embelesada adoraría aquella nube
que hacia lo alto siempre se encamina
y empuja hacia adelante un pecho fatigado,
y luego se deshace en el triste atardecer,
ese bastión naciente orlado de fuego.
El Kraken.
Bajo los truenos de las superficie,
en las honduras del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo, no invadido sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor
de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y enormes baten
con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.
Flor que estás en el muro agrietado.
Flor que estás en el muro agrietado
te arranco de tu grieta
y te sostengo aquí en mi mano, con tus raíces y todo.
Pequeña flor, si yo fuera capaz de entender
lo que eres, con tus raíces y todo
comprendería qué es Dios y qué es el hombre.
La sirena: III - Pero por la noche vagaría.
Pero por la noche vagaría lejos, lejos,
dejaría que cayera a los lados mi cascada de rizos,
saltaría con ligereza sobre el trono y jugaría
con los tritones entre las rocas;
correríamos de aquí para allá, escondiéndonos y buscándonos
sobre los altos y ondulados terrenos marinos en las conchas carmesí,
cuyas plateadas puntas se asoman al mar.
Pero si alguien se acerca gritaré
y como una ola saltaré desde las diamantinas cornisas
que sobresalen de la hondonada.
Porque a mí no me besaría cualquiera de los atrevidos y
alegres tritones del fondo del mar;
ellos me seguirían y me cortejarían y me halagarían
en el púrpura crepúsculo del fondo del mar.
Pero el rey de todos ellos sí que podría llevárseme
y cortejarme, ganarme y casarse conmigo,
entre las ramas de jaspe del fondo del mar.
Entonces todos los seres que están en los incoloros musgos
del fondo del mar, se enroscarán silenciosamente
a mi plateado pie, mirando hacia arriba, buscando mi amor.
Y cuando yo cantara alegremente desde lo alto,
todos los seres blandos, ahorquillados y con cuernos
se asomarían a la honda esfera del mar
y mirarían abajo buscando mi amor
In memoriam: XCI - Cuando rosadas plumas.
Cuando rosadas plumas coronan al alerce
y canta ahogadamente el tordo encaramado;
o revuela en estériles arbustos
junto al mar azul el pájaro de Marzo,
ven, toma la forma por la cual tu espíritu
conozco ahora entre tus pares;
que toda la esperanza de los años truncados
crezca y cobre brillo en tu frente.
Cuando la madura mudanza del estío
aliente, con muchas rosas dulces,
sobre las mil olas de trigo
que ondulan junto a la granja solitaria,
ven; pero no en los desvelos de la noche
sino cuando el sol comience a calentar;
ven con la hermosura de tu nueva forma
y con luz más bella que la misma luz.
In memoriam: L - Permanece a mi lado.
Permanece a mi lado, cuando se apegue mi luz,
y la sangre se arrastre y mis nervios se alteren
con punzadas dolientes. Y el corazón enfermo
y las ruedas del tiempo giren lentamente.
Permance a mi lado, cuando a mi frágil cuerpo
le atormenten dolores que alcanzan la verdad.
Y el tiempo maniaco siga esparciendo el polvo.
Y la vida furiosa siga arrojando llamas.
Permanece a mi lado cuando mi fe se seque,
Y hombres, las moscas del último verano
que colocan sus huevos, y piquen y canten
y tejan sus pequeñas celdas y mueran
Permanece a mi lado, cuando vaya apagándome.
Y puedas señalarme el final de mi lucha.
Y el atardecer de los días eternos
en el bajo y oscuro borde de la vida.
In memoriam: VII - Oscura casa.
Oscura casa: otra vez vuelvo aquí
a tu lado, a esta larga calle inhóspita,
puertas donde mi corazón se acostumbró
a palpitar esperando una mano,
Una mano que ya no podré estrechar.
Mírame, pues no puedo dormir
y como un condenado me arrastro
muy de mañana hasta la puerta.
Él no está aquí; pero a lo lejos
comienza de nuevo el rumor de la vida
y como un espectro entre la lluvia
por las calles desiertas rompe el nuevo día.
La carga de la brigada ligera.
La mitad de una comunidad,
La mitad de una comunidad hacia delante
Todos en el valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos:
Adelante la Brigada Ligera
Cargad contra los cañones', dijo
Al interior del valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos.
`¡Adelante la Brigada Ligera!'
¿Había algún hombre afligido?
No, aunque el soldado sabía
Que alguien había cometido un error:
Ellos no replicarían,
Ellos no preguntarían el por qué,
Ellos harían y morirían,
Al interior del valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos.
Cañón a su derecha,
Cañón a su izquierda,
Cañón delante de ellos
Recibieron descargas de disparos y bramidos
Les atronaron con disparos y obuses,
Cabalgaron con bravura,
Hacia las fauces de la Muerte,
Hacia la boca del Infierno
Cabalgaron los seiscientos.
Centelleaban todos sus sables desenvainados,
Centelleaban mientras los giraban en el aire,
Atacando a los artilleros allá,
Cargando contra un ejército mientras
Todo el mundo se maravillaba:
Zambulléndose por entre el humo de las baterías
Por entre la línea que destrozaron;
Cosacos y Rusos
Tambaleándose por los golpes de sable,
Destrozados y divididos.
Entonces cabalgaron de vuelta, pero no,
No los seiscientos.
Cañón a su derecha,
Cañón a su izquierda,
Cañón detrás de ellos,
Recibieron descargas de disparos y bramidos;
Les atronaron con disparos y obuses,
Mientras caballo y héroe caían,
Aquéllos que tan bien habían luchado
Sobrevivieron a las mandíbulas de la Muerte
De regreso de la boca del Infierno,
Todo lo que quedó de ellos,
Lo que quedó de seiscientos.
¿Cuándo puede desvanecerse su gloria?
¡Oh, hicieron la carga salvaje!
Todo el mundo se maravilló.
¡Honor a la carga que hicieron!
Honor a la Brigada Ligera,
¡Nobles seiscientos!
La dama de Shalott.
A ambos lados del río se despliegan
anchos campos de cebada y centeno,
que decoran la tierra y se reúnen con el cielo;
y a través del campo se extiende el camino
que va hacia las torres de Camelot;
y la gente va y viene,
contemplando el lugar donde se balancean los lirios
alrededor de la isla de allí abajo,
la isla de Shallot.
Los sauces palidecen, tiemblan los álamos,
las leves brisas se ensombrecen y tiemblan
en las olas que discurren sin cesar
por el río que rodea la isla
fluyendo hacia Camelot.
Cuatro muros grises y cuatro torres grises,
dominan un lugar rebosante de flores,
y la silenciosa isla aprisiona
a la Dama de Shallot.
Por la orilla, cubiertas por los sauces,
se deslizan las pesadas barcazas
tiradas por lentos caballos; e ignorada
navega la chalupa con revoltosa vela de seda
rasurando las aguas hacia Camelot:
pero, ¿Quién la ha visto agitando su mano?
¿O asomada en el marco de la ventana?
¿Acaso es conocida en todo el reino
la Dama de Shallot?
Sólo los segadores, segando temprano
entre la espesura de cebada,
escuchan un canto que resuena vivamente
desde el río transparente que serpea,
hacia las torres de Camelot:
Y a la luz de la luna, el cansado segador,
apilando los fajos en aireadas mesetas,
al escucharla, murmura: "Es el hada
Dama de Shallot".
Allí, noche y día,
teje un mágico lienzo de alegres colores.
Ha oído un susurro advirtiéndole
que una maldición caerá sobre ella
si mira hacia Camelot.
Desconoce el tipo de que maldición es,
y debido a ello teje sin parar,
sin preocuparse de nada más,
la Dama de Shallot.
Y moviéndose a través de un cristalino espejo
colgado todo el año ante ella,
aparecen las tinieblas del mundo.
Ve la cercana calzada
discurriendo hacia Camelot:
ve los arremolinados torbellinos del río,
los rudos patanes pueblerinos,
y las capas rojas de las muchachas,
provinientes de Shallot.
A veces, un grupo de alegres damiselas,
un abad deambulando,
a veces, un pastorcillo con bucles en el pelo,
o un paje con melena y vestido carmesí,
van hacia las torres de Camelot;
Y a veces, a través del azul espejo
los caballeros vienen cabalgando en pares:
No tiene un caballero leal y franco,
la Dama de Shallot.
Pero aún gozando en tejer en su lienzo
las visiones del mágico espejo,
-cuando a menudo en las noches silenciosas
un funeral, con velas, penachos y música,
se dirigía hacia Camelot;
o cuando la luna estaba en lo alto,
y llegaban dos amantes recién casados-
"Cansada estoy de las sombras",
dijo la Dama de Shallot.
A tiro de arco de su alero,
cabalgaba entre los fajos de cebada,
el sol resplandecía por entre las hojas,
y llameó en las grebas de bronce
del intrépido Lanzarote.
Un cruzado de rodillas para siempre
ante una dama en su escudo,
que resplandecía entre los dorados campos,
cercanos a la remota Shallot.
Las engarzadas bridas brillaban libres,
como las ramificaciones estelares
que vemos suspendidas en la áurea Galaxia.
Alegres resonaban los cascabeles
mientras él cabalgaba hacia Camelot:
y de su ostentoso tahalí colgaba
un poderoso clarín de plata,
y al galope su armadura repicaba,
cerca de la remota Shallot.
Bajo el azul del despejado día
brillaba la lujosa montura de cuero,
el yelmo junto con su pluma
ardían juntos en una única llama,
mientras él cabalgaba hacia Camelot.
Como suele suceder en la purpúrea noche,
bajo radiantes constelaciones, algunos meteoros,
trayendo una estela de luz
gravitan sobre la apacible Shallot.
Su frente clara y amplia resplandecía al sol;
con cascos bruñidos pisaba su caballo;
bajo el yelmo flotaban sus rizos negros
como el carbón mientras cabalgaba,
mientras cabalgaba hacia Camelot.
Desde la orilla y el río
Brilló en el cristalino espejo,
"Tirra lirra", por el río
cantaba Sir Lancelot.
Ella dejó el lienzo, dejó el telar,
dio tres pasos por la habitación,
vio florecer el lirio en el agua,
vio la pluma y el yelmo,
y miró hacia Camelot.
La tela salió volando y ondeó en el vacío;
El espejo se quebró de lado a lado;
"la maldición cae sobre mí",
gritó la Dama de Shallot.
Tensos, bajo el tormentoso viento del este,
los dorados bosques empalidecían,
la corriente gemía en la ribera,
el cielo encapotado llovía fuertemente
sobre las torres de Camelot;
Ella descendió y halló una barca flotando
junto al tronco de un sauce,
y alrededor de la proa escribió
"La Dama de Shallot".
Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio
-con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día la amarra soltó,
dejándose llevar; la corriente lejos
arrastró a la Dama de Shallot.Yaciendo, vestida
con níveas telas ondeando sueltas a los lados
-cayendo sobre ella las ligeras hojas-
a través de los susurros nocturnos
navegó río abajo hacia Camelot:
Y yendo su proa a la deriva
entre campos y colinas de sauces,
oyeron cantar su última canción,
a la Dama de Shallot.
Escucharon una tuna,
lastimera, implorante,
tanto en voz alta voz como en voz baja,
hasta que su sangre se fue helando lentamente,
y sus ojos se oscurecieron por completo,
vueltos hacia las torres de Camelot;
Y es que antes de que fuera llevada por la corriente
hacia la primera casa junto a la orilla,
murió cantando su canción,
la Dama de Shallot.
Bajo torres y balcones,
por muros de jardín y tribunas,
con brillante esbeltez pasó flotando,
entre las casas, pálida como la muerte
y silenciosa por Camelot.
A los muelles acudieron,
caballeros y burgueses, damas y lores,
y en torno a la proa su nombre leyeron,
La Dama de Shallot.
¿Quién es? ¿Y qué hace aquí?
Y junto al iluminado palacio,
cesaron los sones de vitoreo real;
y temerosos se persignaron
todos los caballeros de Camelot:
Pero Lancelot se quedó pensativo;
dijo, "Tiene un rostro hermoso;
Dios, en su bondad, la llenó de gracia,
a la Dama de Shallot".
Ulises.
De nada sirve que viva como un rey inútil
junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,
el consorte de una anciana, inventando y decidiendo
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta, y no sabe quién soy.
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado
mucho, he sufrido mucho, con quienes
me amaban o en soledad; en la costa y cuando
con veloces corrientes las constelaciones de la lluvia
irritaban el mar oscuro. He llegado a ser famoso;
pues siempre en camino, impulsado por un corazón hambriento,
he visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres
y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos,
no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en todas;
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,
allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya.
Formo parte de todo lo que he visto;
y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual
se vislumbra un mundo ignoto, cuyo horizonte huye
una y otra vez cuando avanzo.
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra
sería del todo insuficiente, y de la única que tengo
me queda poco; pero cada hora me rescata
del silencio eterno, añade algo,
trae algo nuevo; y sería despreciable
guardarme y cuidarme el tiempo de tres soles,
y refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,
más allá del límite más extremo del pensamiento humano.
Éste es mi hijo, mi propio Telémaco,
a quien dejo el cetro y esta isla.
Lo quiero mucho; tiene el criterio para triunfar
en esta labor, para civilizar con prudente paciencia
a un pueblo rudo, y para llevarlos lentamente
a que se sometan a lo que es útil y bueno.
Es del todo impecable, dedicado completamente
a los intereses comunes, y se puede confiar
en que sea compasivo y cumpla los ritos
con que se adora a los dioses tutelares
cuando me haya ido. Él hace lo suyo, yo, lo mío.
Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;
allí llama el amplio y oscuro mar. Vosotros, mis marineros,
almas que habéis trabajado y sufrido y pensado junto a mí,
y que siempre tuvisteis una alegre bienvenida
tanto para los truenos como para el día despejado, recibiéndolos
con corazones libres e inteligencias libres, vosotros y yo hemos envejecido.
La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,
alguna labor excelente y notable, todavía puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.
Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos
lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes survos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.
A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar
de que no tenemos ahora el vigor que antaño
movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.
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