Aparición.
La sonrisa de las neveras me aniquila.
¡Qué corrientes por las venas de mi amada!
Oigo ronronear su gran corazón.
Conjunciones y signos de porcentaje
exhalan sus labios, como besos.
En su mente hoy es lunes: la moral
se lava y se presenta ante mis ojos.
¿Cómo interpretar tales contradicciones?
Llevo puños blancos, me inclino.
O sea: ¿es amor esta roja tela
que fluye de la acerina aguja y vuela tan cegadoramente?
Con ella haré vestiditos y abrigos,
y vestiré a una dinastía entera.
Cómo se abre y ciérrase su cuerpo:
¡un reloj suizo, y con rubíes en los goznes!
¡Ay, corazón, qué desbarajuste!
Las estrellas pasan centelleantes como agoreros números.
ABC, dicen sus párpados.
Gigolo.
Reloj de bolsillo, bien tictaqueo.
Las calles, reptíleas rendijas,
a plomo, con huecos donde esconderse.
La mejor cita, un callejón sin salida,
un palacio de terciopelo
con ventanas de espejos.
Allí se está segura,
sin fotos familiares,
sin anillos nasales, sin gritos.
Relucientes anzuelos, sonrisas de mujeres
hambrean mi volumen
y yo, elegantona con mis calzas negras,
desmenuzo pechos como medusas.
Para nutrir
violonchélicos gemidos como huevos:
huevos y pescado, lo básico,
el calamar afrodisíaco.
Mi boca ríndese,
la boca de Cristo
cuando mi motor llegue a su fin.
El charloteo de mis articulaciones
doradas, mi forma de convertir
perras en pizzicatos argentinos
desenrolla una alfombra, un silencio.
Y no hay fin, no tiene fin.
Nunca envejeceré. Ostras nuevas
estriden en el mar y yo
reluzco como Fontainebleau
contenta,
toda la cascada un ojo
sobre cuya agua tiernamente
inclínome y véome.
La otra.
Llegas tarde, lamiéndote los labios.
¿Qué dejé intacto en el umbral:
blanca Niké,
aullando entre mis muros?
Sonrientemente, azul relámpago
aceptas, como escarpia, el gravamen de sus partes;
Favorecido de la Policía, lo confiesas todo.
Cabello lúcido, limpiabotas, plástico viejo,
¿tan intrigante es mi vida?
¿Por eso agrandas tus ojeras?
¿Es por eso por lo que se alejan l~ motas de aire?
No son motas de aire, sino corpúsculos.
Abre tu bolso. ¿Qué es ese hedor?
Es tu calceta, asiéndose
asiduamente a sí misma,
son tus dulces pegajosos.
Tengo tu cabeza contra mi pared.
Cordones umbilicales, azulrojizos, lácidos,
chillan desde mi vientre, cual flechas, y cabálgolas.
O luz lunar, o enferma,
los caballos robados, las fornicaciones
circulan útero marmóreo.
¿A dónde vas
sorbiendo aire como kilómetros?
Lloran oníricos adulterios
sulfúricos. Cristal frío, ¿cómo
te introduces entre yo misma
y yo misma? Araño como un gato.
La sangre que fluye es fruta mate:
un efecto, un cosmético.
Sonríes.
No, no es mortal.
Místico.
El aire, remolino de ganchos:
preguntas sin respuesta,
relucientes, ebrias como moscas
cuyo beso punge insosteniblemente
en los úteros fétidos de aire negro bajo estivos pinares.
Recuerdo
el olor a muerto del sol contra chozas de leño,
la rigidez de velas, las largas sábanas curvas salinas.
Una vez visto Dios, ¿cuál es el remedio?
Ya aquilatado uno de pies a cabeza,
ni un dedo omitido, una vez usado,
totalmente usado en las conflagraciones solares, las manchas
que se alargan partiendo de catedrales antiguas,
¿cuál es el remedio?
¿La píldora comulgatoria,
la marcha junto al agua quieta, el recuerdo?
¿O ir recogiendo fragmentos lúcidos
de Cristo en los rostros de los roedores,
de los mansos mascaflores cuya esperanza
es tan nimia que no tiene inquietudes:
gibosa en su choza mínima, limpia,
bajo los tallos de la clemátide?
¿Es que no hay amor, sólo ternura?
¿Es que la mar recuerda
a quien la camina?
Goteras de moléculas. Las chimeneas
de la ciudad respiran, la ventana suda,
los niños saltan en sus cunas.
El sol florece, es un geranio.
El corazón no se ha parado.
Temores.
Esta pared blanca sobre la que el cielo hácese a sí mismo:
infinita, verdad, intocablemente intocable.
Los ángeles se bañan en ella, y las estrellas igualmente, en indiferencia también.
Mi medio son.
El sol se disuelve contra esa pared, desangrándose de sus luces.
Gris es la pared ahora, desgarrada y sangrienta.
¿C6mo salir de la mente?
Los pasos a mi zaga concéntranse en un pozo.
Este mundo carece de árboles y de pájaros,
solo hay agrura en él.
La pared roja no hace más que sobresaltarse:
un puño rojo se abre y se cierra,
dos papelosas bolsas grises:
he aquí mi materia, bueno: y terror también
a que llévenme entre cruces y una lluvia de lástimas.
Irreconocibles pájaros en una pared negra:
torciendo el cuello.
¡Esos sí que no hablan de inmortalidad!
Dos frías balas muertas se nos aproximan:
con mucha prisa vienen.
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