Alba rápida.
¡Pronto, deprisa, mi reino,
que se me escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!
¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerte!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Qué se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas...
Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos...
¡Qué primavera de nieve!
Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!,
¡que se me va!, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!,
¡que lo arrastran! , ¡que lo hieren!
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes !
¡Pronto, que el reino se acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
Ligero, el mundo amanece...
Canción.
No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene:
lo que está roto es el vaso
y, el agua, al suelo se vierte.
No es lo que está roto, no
la luz que sujeta al día:
lo que está roto es el tiempo
y en la sombra se desliza.
No es lo que está roto, no
la sangre que te levanta:
lo que está roto es tu cuerpo
y en el sueño te derramas.
No es lo que está roto, no,
la caja del pensamiento:
lo que está roto es la idea
que la lleva a lo soberbio.
No es lo que está roto Dios,
ni el campo que Él ha creado:
lo que está roto es el hombre
que no ve a Dios en su campo.
Canción para los ojos.
Lo que yo quiero saber
es dónde estoy...
Dónde estuve,
sé que nunca lo sabré.
Adónde voy ya lo sé...
Dónde estuve,
dónde voy,
dónde estoy
quiero saber,
pues abierto sobre el aire,
muerto, no sabré que, soy vivo,
lo que quise ser.
Hoy lo quisiera yo ver;
no mañana:
¡Hoy!
Cantar del dormido en la yerba.
La muerte está conmigo;
mas la muerte es jardín
cerrado, espacio, coto,
silencio amurallado
por la piel de mi cuerpo
donde, inmóvil -almendra
viva, virgen,-, mi luz
contempla y da la imagen
redimida del fuego.
Si he de morir, ya es muerte:
la estrella, la avenida,
el silencio, la noche,
el agua y el amor.
Lo dice así la fuente
y el suspiro.
También
mi sangre cuando besa.
Si he de morir: mis labios
vencidos de misterio
ya nada buscan: cantan,
pues no ha de ser mi olvido
la tierra ni el silencio...
Y el jazmín no pregunta
desmayado en la sombra :
-¿Adónde irá el lucero
que mi nieve ha perdido?...
Si ha de morir: su aroma
es muerte; su flor muerte,
como la tierra húmeda
del cerrado jardín
de mi alma, es carne
de la muerte, también:
¡Luz! ¡Fúlgida memoria!
¡Eje de un universo
nuevo, que va a nacer
sin niebla, al fin, de olvidos!
Lo dice así la fuente
y el suspiro.
También
mi sangre cuando besa.
Cantar triste.
Yo no quería,
no quería haber nacido.
Me senté junto a la fuente
mirando la tarde nueva...
El agua brotaba, lenta.
No quería haber nacido.
Me fui bajo la alameda
a ocultarme en su tristeza.
El viento lloraba en ella.
No quería haber nacido.
Me recliné en una piedra,
por ver la primera estrella...
¡Bella lágrima de estío!
No quería haber nacido.
Me dormí bajo la luna.
¡Qué fina luz de cuchillo!
Me levanté de mi pena...
(Ya estaba en el sueño hundido).
Yo no quería,
no quería haber nacido.
Cerré mi puerta al mundo...
Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño...
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.
Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.
Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.
Dormido en la yerba.
Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.
Todos se acercan y me dicen:
-La vida se te va,
y tú te tiendes en la yerba,
bajo la luz más tenue del crepúsculo,
atento solamente
a mirar cómo nace
el temblor del lucero
o el pequeño rumor
del agua, entre los árboles.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando ya tus cabellos
comienzan a sentir
más cerca y fríos que nunca,
la caricia y el beso
de la mano constante
y sueño de la luna.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si puedes
sentir en tu costado
el húmedo calor
del grano que germina
y el amargo crujir
de la rosa muerta.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si el viento
contiene su rigor,
al mirar en ruina
los muros de tu espalda,
y, el sol, ni se detiene
a levantar tu sangre del silencio.-
Todos se acercan y me dicen:
-Tú duermes en la tierra
y tu corazón sangra
y sangra, gota a gota
ya sin dolor, encima de tu sueño,
como en lo más oscuro del jardín, en la noche,
ya sin olor, se muere la violeta.-
Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.
Sólo, si algún amigo mío
se acerca, y, sin pregunta
me da un abrazo entre las sombras:
lo llevo hasta asomarnos
al borde, juntos, del abismo,
y, en sus profundas aguas,
ver llorar a la luna y su reflejo,
que más tarde ha de hundirse
como piedra de oro,
bajo el otoño frío de la muerte.
El cuerpo en el alba.
Ahora sí que ya os miro
cielo, tierra, sol, piedra,
como si viera mi propia carne.
Ya sólo me faltábais en ella
para verme completo,
hombre entero en el mundo
y padre sin semilla
de la presencia hermosa del futuro.
Antes, el alma vi nacer
y acudí a salvarla,
fiel tutor perseguido y doloroso,
pero siempre seguro
de mi mano y su aviso.
Ayudé a la hermosura
y a su felicidad,
aunque nunca dudé que traicionaba
al maestro, al discípulo,
más, si aquel daba forma
en su libertad
al pensamiento de lo bello.
Y así vistió su ropa
mi hueso madurado,
tan lleno de dolor y de negrura
como noche nublada
sin perfume de flor,
sin lluvia y sin silencio...
Solo el cumplir mi paso,
aunque por suelo tan arisco,
me daba luz y fuerza en el vivir.
Mas hoy me abrís los brazos,
cielo, tierra, sol, piedra,
igual que presentí de niño
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.
Hoy siento que mi lengua
confunde su saliva
con la gota más tierna del rocío
y prolonga sus tactos
fuera de mí, en la yerba
o en la obscura raíz secreta y húmeda.
Miro mi pensamiento
llegarme lento como un agua,
no sé desde qué lluvia o lago
o profundas arenas
de fuentes que palpitan
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.
Hoy sí, mi piel existe,
mas no ya como límite
que antes me perseguía,
sino también como vosotros mismos,
cielo hermoso y azul,
tierra tendida...
Ya soy Todo: Unidad
de un cuerpo verdadero.
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo
y hoy empieza a asentirse
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante
De su verbo acabado y en olvido
De lo que antes pensó aun sin llamarlo
Y temió ser: Demonio de la Nada.
Junto al arroyo.
Amanecer.
Caudal del sueño,
lluvia del estío:
¿adónde va
la nube en que has nacido?
Eco del bosque,
corazón del viento:
¿dónde a voz
que te dejó en el cielo?
Rumor el agua
entre los tallos débiles:
¿adónde va
el frescor de tu corriente?
Cuerpo fugaz del hombre,
esbelto junco:
¿dónde olvidó tu sombra
su desnudo?
Belleza, soledad.
contemplación callada:
¿dónde el aroma fiel
de tu palabra?...
(La voz de Dios
resuena contra el tiempo...)
¿Dónde, el amor,
oculta su misterio?
La ciudad.
Las numerosas aguas que tu frente circundan
hoy solamente mojan tu dolor y silencio;
ni un reflejo tan sólo la luz pone en tu orilla;
ni una lágrima brota de tu oculta tristeza.
Ciudad, yo he conocido la lumbre de tus barrios,
el fuego estremecido de tus amplios mercados,
el rumor de tus voces junto al sabor del vino,
el cotidiano drama de tus plazas redondas.
Junto con la fatiga que rinde en el trabajo
y atiranta las horas del sueño y de la angustia,
he pisado en tus calles la pasión de tu aurora
y el amor ya despierto por conocer su dicha.
Ahora que estoy lejano, quisiera conocerte,
como dentro del árbol ya conoce la savia
el fruto porque enciende la flor de su destino:
así quiere mi sangre conocer m victoria.
Cuando vine, dejando tan necesariamente
lo que nunca el olvido turbará con su sombra:
mi casa destruida, mi pan abandonado
y el ardor de la muerte ya abrasando tus venas,
¡ay! cómo recordaba los venturosos días
que aun cercanos me daban la bondad de otra suerte :
la hermandad de tus hombres y el calor de los campos
unidos ya en su vuelo con tus veloces máquinas.
La sombra de tus muelles abiertos a la luna
mostraban tus naranjas ya al borde del viaje,
mano a mano del plomo, con el dorado aceite,
el blanquísimo azúcar y la sal del pescado.
Tus más rápidos trenes, rodando por tus huertos,
te robaban las frutas maduras de los árboles;
desterrados, al viento los humos ascendían
de las triunfantes fábricas, a la luz, despeinados.
¡Qué batir en los élitros de tu vida profunda,
tu libertad, tan fácil, ciudad, al fin te abría!
En las fugaces horas que mis ojos te vieron,
aun dentro de la guerra, tu memoria cambiaba
y una nueva sonrisa tus labios encendían
al ajustarse al tiempo por pronunciar tu nombre.
Hoy yo sé que enmudeces sin tránsito perdida
bajo el dolor oscuro de tu triste abandono.
Desiertos tus hogares, arrancadas sus puertas,
al silencio te clavan con soledad de rumba.
Se aprietan en tus sienes tus altas chimeneas,
levantando su olvido por coronar tu muerte.
Desuncido el caballo junto al carro dormita.
Ni una voz se levanta, ni una brizna en el viento.
El motor ya no gira su fecundo engranaje
y la harina parada se ennegrece en la piedra.
En los atardeceres, el farol sin oficio,
paso a paso en la sombra busca refugio al tedio.
Ciudad, ¿qué mundo habitas? ¿En qué cielo padeces?
¿Sin pulsos y sin pájaros de tu suerte te olvidas?
Mira: yo bien conozco las alas del futuro
que sobre ti se cierne prometedor y hermoso,
No busques en tu espalda, que el haberle perdido
quizás más fuertemente haga nacer tu gloria:
roja flor da el granado y al perderse sus pétalos
crece el fruto jugoso que hace curvar la rama.
Pero acaso yo canto y en mi canto me olvido.
¿Sonámbula de angustia ni aun el llanto te mueve?
No, que el tiempo ha pasado y al pisar en tus ojos
levanta tu bandera rebelde de su entraña.
¡Gloria, gloria a ese fuego que en tu sangre se viste!
¡Ciudad, ciudad, espera, que mi canto se nubla!
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