Souvenir de Londres.
Mis padres discuten en la habitación vecina:
¿Qué tal dormiste anoche? Me desperté a las cuatro
y oí el viento turbio que corre por el suelo
levantando nubes de polvo como cenizas de una tumba.
Yo me desperté a las tres. Oí cómo la polilla
Especie de peligrosos gusanos. Lloré
Toda la noche, mirándote descansar. No dormí en absoluto.
No dormí nada. Así hablan los dos, a cuchilladas.
¿Cómo pueden dormir aquellos que comen su miedo
y ven su tenebroso amor menguando mientras crece?
Las flores de sus vidas como antiguas rosas de amantes
languidece y se extiende en un tarro de medicina.
Yo soy vuestro hijo, y desde los malos sueños surgo.
Mi vista se fija con horror, cuando yo paso
ante el efímero cristal
Y miro las lágrimas cubriendo mis ojos.
A mi hija.
Claro apretón de su mano entera alrededor de mi dedo
mi hija, al caminar juntos ahora,
toda mi vida sentiré un anillo circundar
invisible este hueso con esplendor: cuando ya haya crecido
como lejos de hoy están sus ojos.
Tosco.
Mis padres me protegían de niños que eran toscos
que emitían palabras como piedras y llevaban raídas ropas,
mostrando sus muslos a través de harapos. Corrían por la calle,
escalaban riscos y se desnudaban junto a los arroyos del campo.
Temía a sus músculos. de acero más que a tigres,
a sus agitadas manos y a sus rodillas firmes sobre mis brazos.
Temía el grosero señalar con descaro de aquellos niños
que imitaban mi ceceo a mi espalda en la calle.
Eran ágiles y aparecían como perros desde detrás de setos
para ladrar a mi mundo. Lanzaban barro
mientras yo miraba hacia otro lado fingiendo sonreír.
Deseaba perdonarlos ardientemente, pero ellos no sonreían nunca.
El Expreso.
Tras la declaración primera, fuerte y clara,
y la negra palabra de los émbolos, mudo,
cual reina deslizándose, de la estación se aleja.
Sin saludar, con vaga indiferencia,
pasa junto a las casas que se agolpan, humildes,
y junto a los gasómetros y a la pesada página
impresa por las lápidas, allá, en el cementerio.
Tras la ciudad se extiende la campiña,
donde, yendo más raudo, adquiere el tren misterio,
el luminoso aplomo del buque en el océano.
Y ya a entonar empieza –primero en un susurro,
fuerte después y al fin como un jazz loco-
el canto de su silbo, que es chillido en las curvas,
túneles que ensordecen, frenos, cierres sin cuento.
Y siempre leve, aérea, por debajo
vapor en el metálico paisaje de los rieles,
se hunde en nuevas eras de indómita ventura,
donde en lo raudo surgen extrañas formas, anchas
curvas y paralelos limpios como el acero
de los cañones. Lejos ya de Edimburgo o Roma,
tras la cima del mundo, alcanza, al fin, la noche,
donde sólo una baja línea fluvial, de brillo
fosforescente, es blanca en cerros agitados.
¡Ah! Cual cometa en llamas, va en éxtasis, envuelto
en su música, y nunca ni gorjeos ni ramas
grávidas de capullos de miel la igualarían.
Los postes.
La piedra fue el secreto de estos montes, las casas
campesinas, con piedra edificadas,
y maltrechos caminos,
que giraban de pronto hacia aldeas ocultas.
Ahora, en las colinas el hormigón alzaron
y allí se tienden los alambres negros:
los postes, los pilares cual desnudas,
gigantescas muchachas sin secretos.
El valle, con su aspecto dorado y vespertino,
y algún verde castaño
de familiar raíz, escarnecidos
se ven, como el quemado lecho de un arroyuelo.
Pero, arriba y muy lejos, donde la vista alcanza,
como fustas de ira,
con peligro de rayos,
corre la perspectiva rauda de lo futuro.
Esto nuestro país de esmeralda reduce con su fuga
de erguidas profecías:
soñando con ciudades donde, a veces,
descansarán las nubes sus blancos cuellos de cisne.
Aurora.
Al alba descansaba, su perfil en el ángulo
en que, al dormir, parece faz de ángel esculpida;
un arpa su cabello, que una mano de brisa
tañe, sobre la blanca nube de la almohada.
Y luego, sonrosada despertó, abrió los ojos,
azules en la carne rosada de la aurora.
De su boca –rocío- una palabra
cayó, en alba de fuentes, cuando “Amor” murmuraba:
sobre mi corazón era el primer gorjeo.
”Va mi sueño a mi sueño”, dijo, “ya verdadero.
Y de ti he despertado sólo para soñarte".
¡Oh! Mi soñar despierto entonces imitaba
su dormir tan osado. Fluyeron nuestros sueños
uno en brazos del otro, lo mismo que los ríos.
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