La flecha y la canción.
Lanzé al aire una flecha
que a la tierra cayó, no sé dónde
porque tan agil surcaba que la vista
no podía seguir su vuelo.
Al aire una canción lancé también
que a la tierra cayó, no sé dónde
porque ¿hay alguien que tenga vista suficiente
para seguir el vuelo de una canción?
Y mucho después encontré en un roble
la fecha aún intacta
y la canción de la primera a la última línea
la encontrés de nuevo en el corazón de un amigo.
La naturaleza.
Así como una madre tierna, cuando anochece,
da la mano a su niño y a la cama lo lleva,
sólo a medias gustoso y a medias con desgana,
pues sus rotos juguetes en el suelo abandona
y los contempla aún por la puerta entornada,
no del todo tranquilo ni consolado, oyendo
promesas de otros nuevos, en vez de los perdidos,
que, aunque fueran mejores, acaso no le gusten:
así Naturaleza con nosotros; se lleva
nuestros juguetes, uno a uno, y de la mano
nos conduce al descanso, tan suave, que sabemos
apenas si queremos ir con ella o quedarnos
,con demasiado sueño para ver claramente
cómo lo que ignoramos trasciende a lo sabido.
El barco fantasma.
En el Magnalia Christy,
de los viejos tiempos coloniales,
puede encontrarse la leyenda en prosa
de lo que aquí está puesto en rima.
Un barco partió de New Haven
y el frío aire que hinchaba las velas,
al zarpar, se llenaba con las
oraciones de los hombres buenos.
"Oh, Señor, si es tu voluntad",
rogaban al Divino,
"sepultar a nuestros amigos el océano
llévatelos, pues tuyos son".
Pero el capitán Lamberton murmuró y
dijo para sí:
"Este barco es tan raro y caprichoso
que temo que sea nuestra tumba".
Y los barcos que venían de Inglaterra,
cuando los meses de invierno pasaron,
no trajeron nuevas de este barco
ni del capitán Lamberton.
La gente se puso a rezar
para que el Señor les permitiera saber
lo que, en su gran sabiduría,
había hecho de sus queridos amigos.
Por fin sus oraciones tuvieron respuesta;
corría el mes de junio
y faltaba una hora para la puesta de sol
de una tarde de viento.
Cuando se vio un barco
dirigirse a tierra con rumbo seguro
y supieron que se trataba del amo Lamberton,
que había partido hacía tanto tiempo.
Se acercó con una nube de velas
contra el viento que soplaba,
hasta que la vista podía distinguir
los rostros de la tripulación.
Entonces cayeron sus firmes mástiles
enredados en los obenques,
y las velas se soltaron
y salieron volando como nubes.
Los palos cayeron, despacio,
uno a uno, arrastrando las jarcias
y todo el conjunto se desvaneció
como la niebla al sol.
Las gentes que vieron este prodigio
dijeron a sus amigos
que aquella era la imagen de su barco
y aquél su trágico final.
Y el pastor del pueblo
Dio gracias a Dios en su oración
Por haber enviado este barco por el aire,
Para calmar sus inquietos espíritus.
Salmo de la vida.
No me digas lamentándote,
¡la vida no es más que un sueño vano!
Puesto que muerta está el alma que dormita
y las cosas no son lo que parecen.
¡La vida es real! ¡La vida es grave!
Y la tumba no es su meta.
Polvo eres y en polvo te convertirás,
no se refería al alma.
Ni el goce, ni el pesar
son a la postre nuestro destino;
es actuar para que cada amanecer
nos lleve más lejos que hoy.
El tiempo es breve y el arte es largo
y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos,
todavía, al igual que tambores sordos,
tocan marchas fúnebres hacia la sepultura.
En el extenso campo de batalla de este mundo,
en el campamento de la vida,
¡no seas como buey mudo aguijado!
¡sino héroe en el conflicto!.
¡Desconfía del futuro por agradable que sea!
Deja que el pasado entierrre a sus muertos.
¡Actúa, actúa en el vivo presente
el corazón firme y Dios guiándote!
Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan
que podemos sublimar las nuestras,
y al partir tras de sí dejan
sus huellas en las arenas del tiempo.
Huellas por las que quizás otro que navegue
por el solemne océano de la vida,
un hermano naúfrago desolado,
al verlas, vuelva a recobrar la esperanza.
En pie y manos a la obra,
con ánimo para afrontar cualquier destino.
Logrando y persistiendo,
aprendiendo así a trabajar y a esperar.
La cruz de nieve.
Durante las largas e insomnes vigilias de la noche,
un gentil rostro —el rostro de quien murió hace tiempo—
me observa desde la pared mientras el candil
proyecta a su alrededor un halo de pálida luz.
Aquí murió, en esta habitación; el martirio del fuego
nunca llevó al reposo una alma más pura
ni tampoco puede leerse en ningún libro
la leyenda de una vida más bendita.
Lejos de aquí, en el distante Oeste, hay una monte
que desafía el sol y muestra una cruz de nieve
en las profundas quebradas de una de sus laderas.
Así es la cruz que llevo hace dieciocho años
sobre el pecho, a través de la mudanza de estaciones
y paisajes, inmutable desde el día en que ella murió.
Santa Filomena.
(...)Los heridos en la batalla,
en lúgubres hospitales de dolor;
los tristes corredores,
los fríos suelos de piedra.
¡Mirad! En aquella casa de aflicción
Veo una dama con una lámpara.
Pasa a través de las vacilantes
tinieblas y se desliza de sala en sala.
Y lentamente, como en un sueño de felicidad,
el mudo paciente se vuelve a besar
su sombra, cuando se proyecta
en las obscuras paredes.(...)
Dos ángeles.
El ángel de la vida y el de la muerte un día
pasaron con el alba sobre mi humilde aldea;
la luz daba en sus rostros; cada cosa parecía
con el humo un carruaje de penacho que ondea.
Iguales en su aspecto y en su actitud iguales,
Idénticos sus rostros y sus nevadas vestes;
mas el uno ceñía corona de inmortales,
el otro de narciso y aureolas celestes.
De súbito pararon el vuelo; con espanto
dije: “Corazón mío, si lates, con violencia
descubrirás los seres queridos que amas tanto,
los seres que hacen dulce y alegre tu existencia.”
Desciende el que narcisos ceñía. Llega, toca
a mi puerta; mi alma dentro de sí se sume,
cual fuente que, si tiembla la tierra, por la boca
de hervoroso mana, al punto se consume.
Reconocí, temblando, las vagas agonías,
las penas que en mi infancia de terror me llenaron
y que en esos momentos feroces y sombríos
con triplicadas fuerzas de mí se apoderaron.
Abrirle por fin la puerta al santo mensajero:
a oír al Ser Supremo que todo bien ordena
dispúteme callado, sin atreverme, empero,
ni a sonreír de gozo ni a sollozar de pena.
Entonces, con sonrisa que iluminó mi estancia,
Exclama: “Soy el ángel que anuncia sólo vida”;
y antes de responderle, difundiendo fragancia,
desapareció dejando mi vida oscurecida.
De tu hogar a las puertas llegase en el momento
el ángel que ceñía corona de inmortales,
y con frases henchidas de tristísimo acento
pronunció, de la muerte los cantos sepulcrales.
Aquella faz de tu hija, graciosa y perfilada,
marchitóse y tu pecho se colma de tristeza;
un ángel entró solo, ¡oh amigo!, a tu morada,
y dos de allí salieron volando con presteza.
Todo a Dios pertenece. Cuando extiende su mano
apíñanse las nieblas, el cielo se encapota,
hasta que sonriente mira el valle, el Océano,
desde la oscura nube que huye a la región remota.
El ángel de la vida y el ángel de la muerte
Jamás sin tu mandato de la morada abierta
Traspasan los umbrales. ¿Quién pues, con mano fuerte
Podrá a sus mensajeros cerrar audaz la puerta?
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