lunes, 8 de abril de 2024

Poemas. A.E. Housman (1859-1936)

 Si la verdad del corazón.


Si la verdad del corazón del hombre
influyera en algo sobre el Cielo,
mi amor por ti nunca dejaría
que tu cuerpo muriese.

Si la firmeza de unos sentimientos
o el solo pensamiento me bastara,
podría el mundo terminar mañana
que tú jamás conocerías tumba.

Es tan grande mi amor por ti,
tan fuerte mi deseo de quererte,
que si ellos fueran suficientes
por vivirías eternamente.

Pero las cosas son de otra manera,
y al menos sé gentil con este
perdido corazón antes de que hayas
de irte allí donde no tendrás amigos.





No mires en mis ojos, por temor. 


No mires en mis ojos, por temor
a que reflejen lo que yo contemplo,
y veas tu rostro demasiado claro,
y lo ames y te condenes como yo.

En largas noches uno ha de echarse
suspirando frustrado bajo el cielo.
Pero ¿por qué has de perecer?
No mires en mis ojos fijamente.

Escucho la canción de un muchacho griego.
Lo amaron muchos, mas todos en vano.
En el bosque se asomó a un pozo
y su mirada fue su carcelero.

Entre las flores de la primavera,
con la mirada triste, cabizbajo,
resiste a la llovizna en aquel césped,
el narciso, que fue un muchacho griego.





Cuando tenía veintiún años. 


Cuando tenía veintiún años
oí a un sabio decir:
"Regala coronas, libras y guineas,
pero nunca tu corazón.

Regala perlas y rubíes, pero
mantén en libertad tus fantasías".
Tenía veintiún años
y era inútil aconsejarme.

Cuando tenía veintiún años
lo oí decir otra vez:
"El corazón fuera del pecho
nunca se entrega en vano,
Se paga con abundantes suspiros,
con infinitos lamentos".
Ahora tengo veintidós años,
Y, oh, es verdad, es verdad.





La parte inmortal.


Cuando me encuentro con la aurora,
O acostado espero la noche para soñar,
He oído dentro a mis huesos balbucear:
Otro día, otra noche, otra hora.

Cuando estos sentidos se deshagan
Estos pensamientos de polvo descansarán,
El hombre de carne y espíritu morirá,
Y el hombre de los huesos persistirá.

Esta lengua que habla, estos pulmones que gritan,
Esta vitalidad que nos apresura y desea,
Este cerebro que llena el cráneo con ideas,
Silbando tranquilo en su colmena de sueños,

Estos hoy que tan orgullosos poseemos,
Pequeños señores de un ínfimo ahora:
Los huesos inmortales tomarán el control
De la carne muerta y la muerta hora.

Hasta que la víspera y el ocaso se hayan ido:
Lenta baja la interminable noche,
Y el nuevo nacimiento cae sin reproche,
Que durará tanto tiempo como la tierra.

Vagabundos del este, peregrinos inquietos,
¿Saben por qué no pueden descansar?
Es que cada hijo de su madre terrenal
Viaja con su propio esqueleto.

Acuéstate en tu lecho de polvo;
Saborea la fruta que debes soportar,
Trae la semilla eterna hacia la luz,
Y tus albas serán iguales a la noche.

Descansa de la pena y la maldad,
Ya no le temas al calor o al sol,
Ni a la nieve del invierno salvaje,
Tu nueva labor es en soledad.

Buque vacío, mortaja desgarrada,
Nuestra caja y vestidos no son eternos,
-Otro día, otra noche, otra hora-
Así balbucean dentro mis huesos.

Por lo tanto harán mi voluntad,
Hoy, que aún soy el señor de un día,
La vida y la carne aún son mías,
Y el aliento hosco es mi esclavo.

Antes de que el fuego del sentido decaiga,
Este humo del pensamiento golpeará la distancia,
Flotando en la antigua noche sin besos
Como un ejército de inmortales huesos.





Allí pasa la gente indiferente.


Allí pasa la gente indiferente,
aquellos que llaman a sus almas propias,
allí por el camino donde vago
como un solitario y ocioso espíritu.

Ah, pasando la rompiente de las olas,
en mares que no puedo abarcar
con mi alma, mi corazón, y mis sentidos,
el mundo infinito es ahogado.

Su locura no tiene cuerpo,
debajo del azul del día,
que brinda al hombre y la mujer
el dulce exilio de sus espíritus.

Allí, las flores no lo consuelan;
del este al oeste de la tierra,
yace perdido eternamente
el corazón fuera de su pecho.

Aquí, por el laborioso sendero,
con las manos vacías camino:
Hasta que en la mañana trágica
vea los despojos de mi propia esperanza.





En tu lecho de medianoche.


Yaciendo en tu lecho de medianoche,
Escucha debajo de la puerta
a los jóvenes que agotan su luz en suspiros;
llegará el día en que la penumbra los arrebate,
y en la Oscuridad ya no podrán suspirar;
Como la Noche que alivia la Pena del amante,
Cúbrame con su piedad, ya que no hay mañana para mí.

En la Tierra a la que viajo,
un lejano refugio me aguarda.
Su delicada cama está hecha de grava,
y en aquel gentil lecho yaceré;
con el pecho sofocado de cizañas,
descansando sobre otros,
cuya esencia era la Luz,
y su destino es el Polvo.





Por los campos veníamos.


Por los campos veníamos,
hace un año, mi amor y yo,
sobre la piedra y el portillo, el álamo
murmuraba para sí mismo.
"¿Quienes son estos que ante mi se besan?
Son sólo dos enamorados.
Tal vez pronto se casen.
Llegarán hasta el lecho con el tiempo,
pero ella yacerá bajo tierra
y él dormirá junto a su nuevo amor"

Y ciertamente bajo el árbol
un nuevo amor camina junto a mí.
Y el álamo en la cumbre estremece
sus hojas plateadas que al sonar
me recuerdan la lluvia. No logro
comprender sus balbuceos. Quizás ahora
le hable a ella con frases simples,
contándole que muy pronto
yo dormiré bajo los tréboles
y ella junto a su nuevo amor.





Dicen que mi poesía es triste: no me extraña.


Dicen que es triste mi poesía, no me extraña.
Su estrecha medida abarca
lágrimas de eternidad y de pena.
No mías, sino del hombre.

Esto es para los enfermos,
los no nacidos, los nunca llegados,
para que ellos lean cuando sientan las angustias
que yo ya no sienta.





Blanco en la luna.


Blanco en la luna el largo camino corre,
El disco erguido y pálido alrededor,
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.

Todavía cuelga el seto sin una ráfaga,
Todavía, todavía permanecen las sombras:
Mis pies sobre el polvo deslumbrante
Persiguen el camino incesante.

El mundo es circular, así dicen los caminantes,
Y aunque se afanen en una ruta derecha,
Trabajosa, penosamente en una marcha estrecha,
El mismo camino los traerá de vuelta.

Pero antes de que el círculo me traiga al hogar,
Lejos, lejos debe transitar:
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.





Cuando el ojo del día se cierra.


Cuando el ojo del día se cierra
y emiten sus guiños las estrellas
cerca de mi cabaña forestal
truena furioso el bosque de los sueños

Hundidos en arena de alta mar
todos los corazones que me amaron
y que no volverán a amarme
vienen hasta mi puerta a reclamarme.

Dormid inmóviles, volved a aquellas
arenas que os cubrieron de olvido.
En lejanas moradas, sobre lechos
vacíos, descansad.

Sobre el eterno polvo o en el cieno
allí donde no perturbéis mis noches.
Dormid allí. Que nunca mas volváis
a derribar mi puerta y reclamarme.





Un epitafio.


Quédate, si lo deseas, o sigue tu camino.
La Noche se acerca,
y refugio debes encontrar.
Nunca suspiro, ni me ruborizo;
Nunca la tribulación adorna mi frente.
Nunca me lamento al pensar
si Dios al crearme sintió pesar.
Aquí, todas las fiebres yacen bajo
el mismo bálsamo,
Y rodeado de aquel antiguo mal, duermo.
Mis sueños ya no tienen sonido.

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