martes, 21 de mayo de 2024

Poemas. John Clare (1793-1864)

Una invitación a la eternidad.


Vendrás conmigo, dulce doncella,
Vendrás conmigo, confiésalo princesa,
A los profundos valles de la sombra,
Donde brilla la oscuridad de las estrellas;
Donde el camino pierde su rumbo,
Donde el sol se olvida del día,
Donde la luz es siempre sombría,
¡Dulce doncella, que aquel sea nuestro mundo!

Allí las piedras se hunden bajo la corriente,
Las plantas se elevan incandescentes,
La vida se desvanece como una visión efímera
Y las montañas se oscurecen en grutas eternas,
Decid, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta tristeza sin identidad,
Donde los amores no nos recuerdan.
Donde los amigos viven en el olvido?

Confiésalo, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta extraña muerte que ha de ser vida,
A vivir en la muerte y ser la misma,
Sin hogar, sin nombre, sin destino,
A ser sin jamás ser,
-Aquello que fue y no será-
Viendo las cosas pasar como sombras,
Con el cielo arriba, debajo, dentro,
Yaciendo en torno a nuestro silencio?





Primer amor.


Nunca fui golpeado antes de esa hora
Por un amor tan dulce y repentino,
Su rostro floreció con aires marinos
Y se llevó mi corazón lejos, definitivamente.
Mi rostro empalideció con el blanco de los muertos,
Mis piernas se negaron a marchar,
Y cuando ella miró ¿a quién podría reclamar?
Mi vida y mi todo se convertían en piedras de sal.

Entonces la sangre se apresuró en mi rostro
Y arrebató aquel paisaje de mis ojos,
Los árboles y arbustos del lugar
Fueron mediodía y crepúsculo.
No pude ver una sola cosa,
Palabras había en mis ojos
-Hablando con el acorde de las cadenas-
Y la sangre ardiente se volcó a mi corazón.

¿Tienen las flores la elección del invierno?
¿Es el lecho del amor siempre helado?
Parecía que ella oía mi silenciosa voz,
El amor no es un llamado al saber.
Yo nunca vi un rostro tan dulce
Como aquel que estaba frente a mi.
Desde entonces mi corazón abandonó mi cuerpo,
Y ya nunca retornó.





El secreto.


Yo te amaba, jamás declaré mi pasión,
Ni al principio, luego incorrecto,
Tu eres mi amor en cada aspecto,
Mi melodía en cada canción.
Y cuando vi un rostro extraño
Donde la belleza celebró su reclamo,
Sentí la gracia del hombre,
El ser de tu nombre.
Y todos los encantos del rostro y la voz
Que en otros suelo apreciar,
Son sólo el despojo inmortal
De lo que sentía por ti.





El amor vive más allá de la tumba.


El amor vive más allá de la tumba,
De la tierra que se desvanece como una sombra.
Yo amo en los abismos,
Pues el fiel y verdadero amor
Yace en un sueño eterno;
La felicidad de las suaves noches
Llora en la víspera del rocío,
Donde el amor jamás es reproche.
Lo he visto en las flores,
Y en la ansiosa gota de lluvia
Sobre la tierra de verdes horas,
Y en el cielo con su inmortal azul.

Lo he oído en la primavera,
Cuando la luz certera,
Cálida y amable,
Flota sobre las alas del ángel,
Trayendo amor y música en el aire.
¿Y dónde está la voz,
Tan joven, tan hermosa, tan radiante,
Que envuelve el encuentro de los amantes?
El amor vive más allá de la tumba,
De la tierra, las flores y la sombra,
Yo amo sus torturas,
Sus jóvenes y fieles tersuras.





Donde ella confesó su amor.


La vi arrancar una rosa
Al comenzar el día, temprano,
Y fui a besar aquel páramo
Donde ella rompió su rosa;
Entonces vi los anillos
Donde su estilo era un secreto,
Y me enamoré de todos los objetos
Donde sus ojos habían caído.
Si ella viese el abismo
O las cálidas hojas dobles,
Ya sea de un olmo o un viejo roble,
Jamás sabría lo caras que esas cosas son para mi.

Poseo una agradable colina,
Allí me siento por horas, erráticas,
Donde ella arrancó hierbas aromáticas
Y otras pequeñas flores;
Allí murmuró ella, como la
la belleza canta en sueños,
Y la amé cuando derramó sobre su pecho
Algo similar a un llanto pequeño,
Bañando el lunar oscuro de su cuello,
Que a mis ojos era un diamante eterno;
Entonces mis labios ardieron
Y en mi corazón se consumieron.

Hay un pequeño espacio verde
Donde pasa indolente el ganado,
Donde descubrí un pálido sábado
La cosa más querida del mundo.
Un pequeño roble se extiende sobre él,
Arrojando una sombra redonda,
La hierba oscura allí se demora,
El verde más intenso que haya conocido:
Allí no hay penas ni dolor
No hay bosques ni arboledas,
Pero fue en aquella mágica tierra
Donde ella confesó su amor.





Amor y soledad.


Odio el bullicio y el frenesí del hombre,
que me hizo y me hace cuanto daño puede;
libre del mundo deseo estar preso
con mi sombra por única compaña,
y ver en soledad el fuego de los astros,
mundos que sin cesar al Juicio avanzan.
Oh, llevadme a la oscuridad más aislada,
el lugar adorado, donde en sosiego pueda
contemplar las caléndulas más hermosas
y su verdor apretado que estalla en oro.
Adiós a la poesía y al deseo,
borradme del mundo, mas dejadme
la voz de una mujer, que con su melodía
regocije y se apiade del corazón.


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