miércoles, 26 de junio de 2024

Poemas. Samuel Rogers (1763-1855)

Un deseo.

Mía será la cabaña junto a la colina;
El zumbido de la colmena calmará mi oído;
Un arroyo esbelto, de largos sonidos,
Hará girar el viejo molino.

La golondrina bajo mi techo
Gorjeará cerca de su palacio de arcilla;
A menudo el peregrino llegará a mi casilla
A compartir el pan, y será bienvenido.

Alrededor de mi pórtico la primavera
Dejará cada flor que bebe el rocío;
Y Lucy, ocupada en su tejido,
Cantará vestida de rojos y azules.

La iglesia del pueblo, entre los árboles,
Donde nuestros votos fueron dichos,
Con alegres tañidos flotarán en el viento,
Y en el repique de la aguja ascenderán al cielo.





Escrito a medianoche.


Mientras a través del cristal roto suspira la tempestad,
y mis pasos vacilan sobre un suelo de incredulidad,
las sombras de los difuntos giran alégremente sobre mí
con muchas rostros que ya no veré sonreír;
con muchas voces que se han estremecido de emoción,
ahora silenciosas como la hierba que se arrastra sobre sus tumbas.





El muchacho de Egremond.


¿Qué resta cuando huye la Esperanza?
Ella contestó, "un llanto Infinito."
Pues en el ojo del pastor ella leyó
Quién en su yacía en su lecho.
En Embsay rugieron las campanas,
La daga despertó en Barden;
Los sonidos mezclados se hinchaban, muriendo,
Y abajo en el Wharfe tronaban los gritos;
Cerca del refugio en el bosque,
Vestido de tartán y forestal verde,
Con el sabueso amarrado y el halcón en su capucha,
El Muchacho de Egremond fue visto.
Alegre era su canto, un canto de tiempos antiguos;
Pero donde la rocas se parten en dos,
Y el río se precipita,
¡Su voz no volvió a oírse!
¡Sólo un paso! Y el golfo atravesó;
¡Pero aquel paso fue su último!
Como la niebla devora su camino,
(Una nube que se cierne día y noche),
El sabueso amarrado, oliendo
Al Amo y también su halcón.
Aquel estrecho de ruido y batalla
Recibieron el resto de su Vida.
Allí ahora tocan las campanas;
El Miserere, debidamente cantado;
Y hombres santos, encapuchados,
Vagan arriba y abajo de los bosques.
¿Qué provecho hemos sacado?
Señor despiadado,
No te has estremecido cuando la espada
Vació su furia sobre el joven corazón,
Sobre el desvalido y el inocente.
Siéntate ahora y responde por cada gemido.
El niño antes tí es sólo tuyo.
Y aquella que por allí vaga,
Es una madre en su desesperación,
A menudo lo recordará, despertando, durmiendo,
A los que lloraron junto al Wharfe;
A los que nunca serán consolados
Cuando el río se bautizó con sangre.


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