Una dama cruel.
Hemos leído sobre reyes y amables dioses
Que llenaron sus cálices en el arroyo;
Pero diariamente, sin decir gracias, vuelco
El flujo de mis lágrimas convertidas en río.
Un toro sacrificado puede aplacar la cólera de Jove,
Un caballo al Sol, un cordero al Dios del Amor,
Pero ella desdeña las inmaculadas ofrendas
De un corazón puro, abatido a los pies de su altar.
Vesta no me desprecia, en su urna casta
Dónde las sombrías llamas arden por siempre;
Pero sí mi Santa indiferente, en cuyo nombre
He consagrado un fuego imperecedero.
El rey asirio ha devorado a los temerarios
Que ante su imagen no osaron postrarse;
Yo, con las rodillas desgarradas adoro a mi Dama,
Sin embargo ella se consume en su propia idolatría.
De tal Diosa el tiempo no dejará registro,
Cuando el fuego derribe el templo donde fue adorada.
No preguntes.
No preguntes dónde crea Zeus a la efímera rosa,
cuando de junio sólo queda el recuerdo;
pues en tu honda belleza oriental
descansa toda su esencia.
No preguntes dónde habitan
los dorados átomos del día;
ya que en el cielo enamorado,
para adornar tus cabellos fueron creados.
No preguntes hacia dónde huye
el ruiseñor cuando el otoño concluye,
ya que la dulzura de tu voz
derrite los inviernos y silencia los ocasos.
No preguntes dónde brillan las altas estrellas
que hacia abajo derraman su luz muerta en la noche;
ya que en tus ojos reside el mismo fulgor,
envuelto en trémulas esferas.
No preguntes dónde el esquivo Fénix
teje su ígnea morada,
ya que tu alma es su destino,
y en tu fragante pecho morirá.
La mediocridad en el amor rechazado.
Dadme más amor o más desprecio;
Lo helado, o el más ardiente calor,
Traen igual calma a mi dolor;
Lo templado nada me brinda;
Cualquier extremo, de odio o amor,
Es más dulce que cualquier delicia.
Dadme una tormenta, si es amor,
Al igual que Dánae en aquel baño dorado,
En placeres he de nadar; si muestra desdén,
Aquel torrente devorará todas mis esperanzas;
Y su recinto en los cielos
Será sólo uno de muchos anhelos.
Entonces corona mis alegrías, o cura mi dolor;
Dadme más amor o más desdén.
Ingrata belleza amenazada.
Entiende, Celia, ya que en tí encarna el orgullo,
Fui yo el hacedor de tu renombre;
Pues vivías desconocida hasta entonces
En la olvidada corona de las bellezas comunes,
Aún no había exhalado en versos tu nombre,
Y las alas de la fama ya acariciaban tus velos.
Matar no es una de tus inclinaciones,
Urdí tu voz y esculpí tus ojos;
Tus ternuras y tus gracias son mías;
Tu eres mi estrella
Brillando en mi propio cielo;
Y ningún dardo de tu vana esfera
Caerá sobre los que a ti se sometan.
Tentarme con incertidumbres ya no podrás,
Lo que yo he creado lo puedo deshacer;
Que los tontos adoren tus místicas formas,
Yo conozco tu forma mortal;
Los sabios poetas que tejen la verdad en cuentos
También te conocieron, envuelta en los mismos velos.
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